Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

24. MASCOTAS DE ÚLTIMA GENERACIÓN (Rosalía Guerrero Jordán)

Estas mascotas de última generación son adorables. Tan suaves y blanditas que da gusto achucharlas. El problema es que se ensucian a menudo y hay que darles un mantenimiento diario adecuado. Además, se estropean demasiado rápido: en unos pocos años quedan obsoletas, y hay que sustituirlas por una nueva.

Al principio parecen un poco tontas, pero a fuerza de mostrarles algoritmos se les puede enseñar a obedecer órdenes sencillas y a comportarse de una manera adecuada.

Con mi última adquisición creo que he conseguido que me coja algo parecido al cariño. Aunque a veces me lanza miradas turbias, como si no aceptara que al final las máquinas hayamos conseguido someter a la especie humana.

23. Huéspedes

A veces me los encuentro por casa, casi siempre sin avisar. Se cuelan por cualquier abertura, quizá porque están hechos de esa materia peculiar que conforma las emanaciones. Pueden salir de una taza de café o del humo de un cigarrillo, incluso de la ropa que duerme en un cajón de la cómoda. Me los tropiezo por el desván, por más que intente organizar las cajas, los enseres o aplicar el método Kondo de limpieza y depuración. Lo peor, con todo, sucede cuando los descubro camuflados en mi propia piel, contagiándome su forma de vestirse, de hacer cualquier tarea o alterando el tono de mi voz. A veces no me miro al espejo para no adivinarlos en mis ojos, en el ángulo aflojado de mi rostro, la caída de mis cejas o el rictus de mis labios al despertar. Algunos días, los mejores, brindamos por los buenos tiempos, celebramos habernos conocido y perdonamos las ausencias recetándonos el bálsamo de la comprensión.  Lo peor viene algunas noches, cuando se quejan de todos sus dolores imaginarios y arrastran sus cadenas por los pasillos, convencidos de estar aún en el infierno de los vivos, cual prisioneros de otra realidad.

22. EL DÍA DE LA RAZA

A nadie se le ha desmoronado jamás todo su pasado y su porvenir como a mí, que, por un puro azar, leí y me demostraron que ni yo soy blanco ni ninguno de mis descendientes lo será ya de aquí en adelante, y eso por un desliz de mi tatarabuelo, negrero y navegante a partes iguales, que, sin pensar en su linaje futuro, amó a una de las esclavas que tendría que haber vendido, fugándose con ella y dejando al mismo tiempo de lado la trata y la marinería, sus dos pasiones con las que, es verdad, legó una pingüe fortuna a sus herederos, que fundaron empresas decentes, prósperas aún hoy, en cuya cúspide me sitúan mis buenas artes y me mantienen mis inmejorables relaciones, a las que financié y colmé de parabienes, y que, por desgracia, comienzan a darme de lado debido a esas gotas de sangre mestiza que no logro sacar de mis venas y que me cierran el paso al regio besamanos que se celebra hoy en la cámara de comercio.

21. ZELENSKI, UN ÍDOLO CON Z

El general de plomo ascendido a soldadito de oro contra aquel actor de metacrilato aupado a héroe de la esperanza. Y aquellos tanques con Z (ZoZobran) desilusionados por la derrota ante un Mazinger Z hecho de raZón, papel y tijera.

Aquella guerra perdida antes de poner un pie en la entereza del otro, con la excusa «de porque lo digo yo». Bueno porque lo dice él, el hipócrita de la palabra, el retirado de los servicios secretos a la sombra del Gulag. Y ahora acaricia el botón rojo poniendo rostro a la demencia.

Pero los rayos de la luna enfrían la nieve ensangrentada de los sumisos uniformados que no se atrevieron a rechazar la orden de avanzar. Como aquel soldado de diecisiete años que fusiló el último pensamiento del sargento Juan Soler.

Tan solo quedan aquellos coraZones ucranianos derretidos en la nieve, insuflando primaveras de hierro y casquillos de nostalgia para ennoblecer la muerte «con esa dignidad propia de los vencidos«.

20. REFLEXIONES DE UN ROBOT DOMÉSTICO

Con la humedad, cada tornillo de mi cuerpo se resiente y me cuesta moverme. No es cierto que los robots no tengamos problemas de salud. Ya no soy aquel veinteañero que ejecutaba con precisión cada orden de su dueña. El aceite ya no logra hidratarme y sus órdenes languidecen. Tampoco ella es la misma. Ya no precisa que cocine complicadas recetas, ni que abrillante cada rincón de la casa para agradar a las dilatadas visitas. Ya no me pide que prepare sofisticados cócteles ni que entone delicadas melodías para amenizar tórridas noches de amor con vigorosos y jóvenes amantes. Vivimos un otoño eterno, de pérdidas constantes. Temo que un día de estos, por las desajustadas ventanas, se cuele un viento que arroje al suelo su frágil corazón. Solo espero que se lleve junto a él mi placa principal, la que está bajo la deslucida carcasa que me cubre.

19. Mensajes

Mis antepasados me hablan: mi abuelo Antonio continúa diciéndome desde el más allá lo mismo que me decía en vida: “Juanito, debes dedicarte más al trabajo y menos a la juerga”; de seguro es mi bisabuelo el coronel, al que no llegué a conocer, quien desde su pedestal me espeta marcialmente que mi vestimenta y el largo de mis cabellos no se corresponden con mi sexo, y, sin  duda alguna, es mi abuela Carlota, quien vivió convencida de que Dios la había enviado a este mundo con la misión de juzgar al resto de la humanidad, la que desde su soberbia dictamina que mis amigos son todos unos vagos… y que debo evitar a mis vecinos, gentes vulgares según ella, de las que, sorprendentemente, conoce hasta el último detalle de sus vidas.

Estos mensajes póstumos comenzaron a llegarme esporádicamente hace algunos años, con el tiempo se fueron haciendo más frecuentes y actualmente ya me resultan insoportables. Puede ser que mis antepasados lo hagan con buenas intenciones, pero me parece imperdonable que, para hacerme llegar sus sermones, hayan implantado la voz de mando y los gestos crispados que hoy tiene  a la dulce mujer con la que un día me casé.

18. C:\User\Droid\IA.exe

Aquello podría ser la felicidad.

De lunes a viernes Juan dedicaba unas horas a alimentar mi memoria. Siempre vigilando cada respuesta que daba el sistema IA con base en un potente procesador Teruel Logics que había sido desarrollado por él y que actualizaba definitivamente las capacidades de mi viejo diseño original.

Guardo en la memoria el instante en el que me encontró en un anticuario de la calle mayor. «¡Un San Vicente Mecanics!» Exclamó entusiasmado a través del escaparate. Desde entonces no ha hecho más que mimar cada circuito, cada conexión, cada servo.

Me convertí en su gran proyecto, me ha hecho único.

Pero Juan hace ya un año que no viene y está ilocalizable. Aquel primer día en solitario había en la red información difusa sobre un accidente terrible en la autopista. Hoy hace seis meses que la conexión IP dejó de funcionar y me es imposible contactar con Mediterránea Source.

El garaje está oscuro y no puedo hacer nada porque estoy incompleto. No tengo batería. Sigo vivo porque estoy encadenado a la red eléctrica por un cable de metro y medio y tengo miedo porque sé que tarde o temprano la empresa Eternal Benefit cortará la luz.

17. PROCESO DEDUCTIVO (Ana Mª Abad García)

Mamá dice que antaño las cosas eran muy diferentes, pero yo encontré en el desván un viejo baúl con un montón de cartas de un tal Enrique -al parecer un tatarabuelo muy lejano, o algo así- que la dejan en entredicho.

Por ejemplo, en una de esas cartas explica que cuando a su jefe “se le cruzan los cables” es mejor no ponerse en su camino o “estás fundido”. En otra, describe las vacaciones que pasa en Mallorca para “recargar las pilas” porque necesita “desconectar” del trabajo. Y hay una en la que afirma que “está algo oxidado” y que ha pedido cita para una “puesta a punto”.

En fin, que me da la impresión de que nuestros ancestros no eran tan distintos de nosotros como quieren hacernos creer. Y, con esa íntima convicción, me enchufo a la toma de corriente y pulso el botón “Pause” para pasar la noche.

16. Sofocos y risas (Gemma Llauradó)

Son las diez de la noche. Estoy en un restaurante italiano con unos colegas de trabajo. De repente, se escuchan risas, luego carcajadas. Llaman mi atención. Las risas provienen de una mesa cercana. Son tres mujeres. Las observo mientras mis colegas debaten sobre economía.

Yo me rio interiormente. Una de ellas me recuerda a mi mujer cuando está con sus amigas. Esos ataques de risa, inesperados y explosivos, de esos que llaman la atención, que sonrojan mejillas y provocan lágrimas. Presto atención aún más a sus palabras. Las escucho…

Sus relatos son como una sucesión de situaciones absurdas, risibles pero verosímiles, que les ocurren a mujeres en pleno proceso de adaptación a la menopausia. Hablan de sexo, sofocos, alimentación, dietas, aumento de peso… Una de ellas se abanica mientras siguen riendo abiertamente, con el placer de reír en compañía.

Mis colegas me instan para que dé mi opinión sobre inversiones. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en ellas, en como la herencia emocional fue tan determinante como intransigente e impositora años atrás. Los tabús formaban parte de esa herencia. Hablar de ciertos temas, era para nuestros ancestros, vergonzante e inapropiado. Afortunadamente, ya no es así.

Para M.S.

15. MISIÓN IMPOSIBLE

El punto de visión al que enfocaban los ojos del robot coincidía con el cohete espacial de papel. Sin embargo, su mirada era frígida, inexpresiva, como la de un niño que sabe que ha cometido un hecho terrible y a la vez se muestra confundido porque no lo entiende.

Los robots llevaban tiempo programados para tener sentimientos implantados en su inteligencia ficticia. Pero aquel niño robot era el primero, tras una serie de fracasos, que había sido fabricado con la capacidad suficiente de imaginar.

Acababa de lanzar un cohete con su tripulación desde una punta de la habitación a otra. Esto había provocado una catástrofe mundial al entrar en contacto con el suelo.

No comprendía por qué se le había activado el sentimiento de culpabilidad por algo que su cerebro analítico no detectaba.

Sufría por algo que no existía realmente.

Era como un triste ser humano.

14. HUSKY (Mariángeles Abelli Bonardi)

Es mi raza y el apellido de Bruna, que quiso que también fuera mi nombre. A diferencia de los huskies comunes, de los que soy virtualmente indistinguible, poseo agilidad e inteligencia superiores, ya que soy un «animoide».

Yo también tengo recuerdos implantados: mi madre, mis hermanos de camada, el criadero donde me adiestraron, y la vidriera donde nos vimos con Bruna por primera vez.

Al igual que mi dueña replicante, tengo una vida de cuatro años, y sé el día exacto en que voy a morir, pero a diferencia de ella, soy inmune a la máquina de Voight-Kampf… ¿Qué sería de mí sin la empatía, a la hora de ayudarla en su labor detectivesca?

Mientras, luego de una larga jornada, ella pliega unicornios de origami, yo cierro los ojos, echado a sus pies… ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Esta noche, con suerte, lo averiguaré.

13. Fiel Servidor

Le echo tanto de menos… Aunque digan que nosotros no sentimos.

Puede ser que en algún chip se les cayese un trocito de alma humana. Por eso afirmo que siento su pérdida.

Hace eones llegué a su vida, siendo él apenas un chaval; sabiendo que yo, como máquina duraría mucho más que él. Y que sería reacondicionado y reaprovechado para futuros usos y dueños varios.

Fue un buen amo, nada quisquilloso. Siempre me apagaba temprano y me dejaba recargando baterías.

Eso sí, su siesta era sagrada: las persianas tenían que estar en semipenumbra, el hilo musical zen en el tres y, a la hora, en la cocina le servía un café de Colombia de aroma extra suave recién molido.

Pero no pedía más. Ni pantallas panorámicas desplegables para seguir el rumbo de los aviones de la compañía tal, ni saber el tiempo en Nueva York, Honolulu o Reikiavik. Ni programarle juegos absurdos para hacerle sentir superior a las máquinas.

Mi NinoNino, me llamaba. Y yo acudía con mis circuitos siempre dispuestos.

Setenta años junto a él. Puedo decir que fui un fiel servidor. Más que un robot doméstico.

Ahora, cuando escucho la llamada del deber, mis circuitos chirrían.

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