Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

16. ONOFRE (Toribios)

Decir que Onofre tenía mal genio sería quedarse corto. A Onofre, apenas le rozaban la fibra sensible, le corría por el cuerpo una tromba de fuego que emergía por los ojos en forma de abrasadoras llamaradas. Algunos en el pueblo decían de él que parecía el mismo demonio.

Con este sambenito, a Onofre cuando mozo no le había sido fácil encontrar quien le quisiera. Las chicas le rehuían en la verbena, a sabiendas de su facilidad para entrar en estado de ignición, y acababa a trompadas con algún forastero desprevenido e ignorante del mal gerol de aquel sujeto con aire de angelote.

Y es que nuestro Onofre tenía el aspecto inofensivo de un osito de felpa. De hecho sus ojos, redondos y en permanente expresión de asombro, parecían diseñados por el dibujante de una serie japonesa.

Pasó Onofre una vida difícil, prisionero de aquella bestia que anidaba en su interior, hasta que conoció a Hermelinda. Era su gesto adusto y desabridas sus maneras, pero en su interior anidaba todo el amor del mundo. Un amor intacto y puro que anegó las entrañas de Onofre hasta apagar su fuego por entero.

15. MALDITO PAÑUELO (Mødes)

Cuando era una niña, sangró.
Por eso, años más tarde y vestida de blanco, ya no pudo hacerlo.
Y un marido sin honor no atiende a razones.
Y su navaja, tampoco.

14. FURIA DE TITANES (Mariángeles Abelli Bonardi)

El silencio de los inocentes queda en la nada cuando se trata de mí: cada vez que pruebo Las uvas de la ira, cunden los Relatos salvajes

Rápidos y furiosos, invaden La casa de los espíritus. Todos se enteran que así, Durmiendo con el enemigo, cada vez que abro la boca, Un monstruo viene a verme

La cosa, El lobo de Wall Street: todos me quieren en El club de la pelea¿Cómo entrenar a tu dragón?, me pregunto a mí mismo, Intensamente. Entonces alguien me toca el hombro y devela El código Enigma: me dejo abrazar, y ya más tranquilo, le pido a El guardaespaldas que es mi conciencia: Quédate a mi lado.

«A río revuelto… ¿sequía de escritores?» (TEXTO FUERA DE CONCURSO)

                                                                                                     (Para todos esos pescadores de agua dulce, y en especial para vosotros, ENTCianos… ¡ánimo!)

¿Qué es escribir?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿para qué?… Supongo que, como yo, habréis leído mil versiones e hipótesis sobre los recovecos de la escritura, algunas de ellas maravillosas. Yo me quedo con que escribir es algo así como un “cosquilleo” que aparece de repente, una especie de “chispa” proveniente de algún lado y que, como toda energía, solo nos queda intentar avivarla,  transformarla (nunca, jamás apagarla) antes de que prosiga su rumbo.

Hoy, tras meses de sequía, me ha despertado una de esas chispas, y me he levantado para tratar de transmitírosla. He pensado: “escribir es como pescar”. Puedes tener buenos aparejos, o el mejor cebo, puedes haber leído las aguas, estudiado la orilla con antelación pero, si no echas la caña… imposible. Una vez que la lombriz ya está en el fondo, empezarán a contar otros factores: la habilidad, el hambre del pez y, por supuesto, la suerte. Pero, con el tiempo y una caña… al final siempre cae algo. Puede que no sea hoy, ni esta semana, o puede que la captura no de la talla y haya que devolverla al agua. Y, por descontado, siendo pescadores de agua dulce, lo de vender el pescado para ganarnos la vida, olvidémoslo. Pero al menos habremos echado el rato

Y ahora llega la idea principal, la chispa, las “cosquillas” que me han traído aquí: no sé si os habéis fijado pero… El río anda revuelto, las aguas están turbias. Uffff. Si yo os dijese que llevo un año de mierda, muchos de vosotros pensaríais: “Toma éste, no te digo, ¡y yo!”. Las tormentas han enturbiado el río que nos lleva, las orillas están sucias, pulula un tufillo a petróleo e incluso hay peces agonizando. Sin embargo, si hay algo perfecto en este absurdo mundo de las letras y de la vida es que… el final aún no está escrito. Lo básico, repito, es echar la caña. Abrir el carrete, balancear la plomada y lanzar el corcho. El anzuelo caerá, desaparecerá en esas aguas turbulentas y desesperanzadoras pero… lo grande, lo maravilloso es que, al perderlo de vista, lo que suceda después será un misterio. Puede que caiga en un fondo desierto y que permanezca ahí, intacto, durante horas, días, meses. O también… puede que llegue un gran pez, o cualquier otra criatura, y agarre la lombriz con la cólera de un tiburón, con la voracidad de un kraken. Y arrastre anzuelo, plomos, boya, caña, y también al pescador. Y que nos haga surfear (ojalá, ¿te imaginas?), hasta el nacimiento del río o hasta su desembocadura o, quién sabe, incluso más allá.

El final, como en toda hipótesis vital (o como en todo buen microrrelato), no es lo importante pero, ya que navegamos en tiempos pragmáticos, os lo desvelaré: Sí, exacto, lo más probable es que el sedal se parta y que ni veáis al pez. Y… a pesar de las expectativas, lo mismo ni siquiera se trataba de un tiburón, ni de un calamar gigante. Igual era tan solo un submarino ruso a la deriva. O un submarinista borracho. Sin embargo, el proceso, el lance vivido, el camino, la travesía, una vez más, sí será lo importante. La chispa generada. Porque, aunque no nos percatemos, ese absurdo episodio de “alocado surf sobre aguas fluviales” probablemente es y será observado por otros ojos. Otros ojos que igual solo pasaban por allí a leer las posibilidades del río, o a escuchar el canto de las aves. Pero no os quepa duda de que el dramatismo, las risas, la tristeza, la empatía, las emociones generadas por ese simple lance de pesca, provocarán quién sabe qué, y quién sabe cuántas otras chispas, otras cosquillas u otras ganas de pescar.

O a lo mejor no, pero mira, al menos, entre pitos y flautas, igual las aguas van volviendo a su cauce.

13. ENERGÍA RENOVABLE (Domingo Jiménez Lacaci)

Entró en la vivienda con mucha parsimonia, dejó un bolsón en el suelo y se puso un mono. Luego sacó una carta arrugada con matasellos de diez años atrás. La leyó una vez más, muy calmado, hasta que llegó al “…y por mucho que lo intentes no serás nunca ni la mitad de hombre que él, así que ahí te quedas, Alfredo. Hoy mismo me traslado a su casa. Ni me sigas ni me llames”. Ahí su corazón inició como siempre un galope enloquecido, las venas de las sienes se hincharon, los ojos se le anegaron de sangre. Empezó a temblar y a rechinar los dientes. Sacó de la bolsa dos mazos enormes y comenzó a golpear los tabiques. Los ladrillos saltaban hechos puré, las puertas caían descoyuntadas, las ventanas explotaban en mil pedazos. Jadeando agarró un pico y la emprendió con el suelo. Las baldosas estallaban en una ebullición de golpes salvajes. También los revocos, los techos. Cuando todo estuvo destrozado se secó la frente con un pañuelo y se quitó el mono. Guardó las herramientas y bajó al portal. Otro día de trabajo bien hecho, pensó mientras metía la factura en el buzón. Demoliciones Alfredo, decía el membrete.

12 SECUELAS (Rosalía Guerrero Jordán)

El infierno empezaba al sonar el timbre. Hasta ese momento, la presencia del profesor de turno podía mantenerla a salvo.

Pero el sonido estridente que anunciaba el final de las clases le erizaba el vello de la nuca. Luego, echaba a correr.

Con suerte, solo le alcanzaban los insultos, pero la mayoría de los días la esperaban, agazapados como alimañas, en cualquier esquina. Entonces, la rodeaban y llovían las patadas, los escupitajos, los golpes. La humillación absoluta.

Años más tarde algunos le pidieron perdón. Carlos, el matón al que algunos imitaban y la mayoría temía, nunca lo hizo. Carlos, por el que suspiraban todas las niñas. Todas, excepto ella, que osó negarle un beso en el patio.

Ese desprecio despertó su ira, insaciable y demoledora, que solo pareció calmarse cuando encontró otra presa en la que cebarse.

Silvia nunca volvió a ser la misma.

Todavía no entiende por qué, al encontrarle en aquella aplicación de citas, comenzó hablar con él.

Solo sabe que sintió un placer indescriptible al dejar salir toda la ira acumulada. Que una calma blanda y limpia la invadió mientras el cuchillo entraba y salía del cuerpo de Carlos y las sábanas se iban tiñendo de rojo.

 

10. POR UNA SONRISA

Don Perfecto. El preferido de papá desde siempre. Mamá  me prefiere a mí, que no hago bien muchas cosas pero soy curioso  y algo rebelde, como ella. Y a los dos nos encanta cuidar los frutales del jardín.

Mi hermano se desvive por agradarnos a todos continuamente, tanto, que resulta cada día más cansino…Y más repelente.

A veces, cuando estamos solos, me mira y me sonríe de una forma tan extraña que me asusta. Esta misma  mañana  lo ha vuelto a hacer y yo, que no tenía un buen día, le he dicho que o paraba o se iba a enterar. Pero el muy imbécil no paró.

A la hora de comer, mamá me preguntó que dónde estaba Abel, pero me hice el tonto y le contesté que ni idea. Ni que yo fuera su guardaespaldas.

De inmediato, papá se fue a buscarlo, claro. Lo encontrará pronto, sin duda, pero esta vez ya no tendrá esa maldita sonrisa en la cara.

09. LA IRA DE LA CIVILIZACIÓN (JUAN MANUEL CHICA CRUZ)

Aquel niño, con su cuerpo que valdría como  muestrario de  huesos para estudiar anatomía a simple vista, miraba sin  entender nada. Los  nazis que hasta la tarde de ayer hundían sus botas en los cuerpos exangües de los que daban el último estertor y   golpeaban a los  judíos que transportaban en carretillas los cuerpos gaseados de sus compañeros para agilizar la barbarie,  habían desaparecido sin dejar rastro.  Solo quedaban las  chimeneas que exhalaban las fumarolas  de horror de  los hornos crematorios,  a todo trapo, desde la noche anterior en que  sabían que la llegada de los soldados americanos era inminente. El niño se aproximó a una plazoleta que daba a  los edificios de los oficiales  cuyo paso estaba solo permitido a  algunas jóvenes judías a las que,  por alguna extraña razón que él no entendía, les permitían el paso.

Con ese pesado olor a ceniza de huesos quemados sobre su cabeza rapada  vio  aproximarse corriendo a un soldado negro que   aullaba enloquecido. El  espanto de lo que veía le hacía perder el juicio con los ojos fuera de las órbitas,  sumido en  rabia incontenible.

Entonces, viendo aquella ira  ante el horror,  el niño comprendió que la civilización había llegado.

08. Lo sacábamos de quicio (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Nuestro compañero de tercero de bachiller, el hiperactivo Jaime, desquiciaba al director del colegio. Este, ya mayor, de bautismo frailuno hermano Nicolás y de mote “Cartucho”, daba clases de francés, mejor sea dicho, las vigilaba. Su tensión arterial estaba descontrolada. Solía tener frecuentes manchas rojas en los ojos.

La clase consistía en repasar en voz alta un cuaderno de color fucsia de ediciones Bruño que dedicaba cada una de sus páginas a las palabras en francés y su traducción al castellano de un tema: la vendimia, la caza, la pesca etc…

Era un guirigay de voces que sacaban de quicio al vigilante, que como un poseso explotaba, se dirigía al sitio de Jaime, el más voceador de los alumnos y ciego de ira le caneaba el cogote a mano abierta y hasta le golpeaba la cabeza con la tapa del pupitre.

Esto nos ponía eléctricos a los compañeros que lejos de defenderlo, jaleábamos al fraile gritando ¡dele!, ¡dele!, ¡dele! El cura cesaba su tortura y tornaba su cara inquisitoria 225 grados como buscando otra víctima y callábamos. Terminada la ejecución reanudábamos con medida sordina a recitar: el conejo: le lapin; el álamo: le peuplier; y gritando fuerte, el cartucho: la cartouche…

07. Escena final (María José Escudero)

Tras el “silencio, se rueda”, la cámara enfoca a la actriz principal que viste con el típico desaliño de una mujer que se siente poca cosa. La escena tiene lugar en un espacio asfixiante y sombrío y le da la réplica un actor de imagen vulgar que, con poco maquillaje, queda perfecto para el papel. De repente, ella hace un movimiento brusco, inesperado y al mismo tiempo grita: “Ya puedes decir que te duele más que a mí, ahora sí que lo puedes decir”. Visto entre bambalinas parece como si se hubiese salido del guión y nos perturba un poco. Todavía ignoramos la causa de su arrebato y nos preguntamos a qué viene esto. Pero, según iremos descubriendo a través de algunos flashbacks, el personaje se ha cansado de ocultar su mirada herida, y no ha podido contenerse.

“Ahora sí que te duele más que a mí”, repite y repite, se desgañita transfigurada. Luego, tras escucharse un portazo, hace mutis por el decorado. Y lentamente, la cámara desanda el camino por ella andado hasta enfocar al hombre que, encogido, gimotea y trata de hacerse un torniquete con un paño de cocina.

—¡Corten! —ordena el director—. Es la toma buena.

06. LAS AFUERAS (Paloma Casado)

En un lugar como este los perros enseñan los dientes. Atados con cadenas, comen solo el mendrugo que el amo los echa y aun así defienden su territorio. Son tontos los perros de puro fieles. Abundan también las ratas y no hay gato que las enfrente sin salir mal parado. Hasta la luna se muestra legañosa como una puta vieja. Andrés no puede verlos, pero su cuerpo siente los baches del camino, la humedad de su orina en los pantalones y el corazón en las sienes.

Por fin el coche para y se abre el maletero. Unas manos lo sacan a empujones y es entonces cuando vislumbra la sonrisa rota del chico con el que peleó hace unos días. Su mirada vuela de él a sus dos compañeros y se detiene en el bulto reconocible que tiembla en el suelo. Una pistola surgida de algún bolsillo le mira ahora con su ojo vacío de cíclope y después apunta al cuerpo arrodillado de su compañero. Entre risas e insultos -¡A ver si ahora eres tan valiente, Maricón!- le tienden el arma y Andrés comprende que esta noche tendrá que matar o morir en un lugar como este.

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