Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

55. Encuentros

En el silencio de la noche el traqueteo de la camioneta que recorría el pueblo sonaba como el mordisqueo de una rata. «Guárdalo por si me pasa algo», me dijo al oír el chirrido de los frenos frente a la puerta. Entre lágrimas, tumbada en la cama del hospital, mi abuela me contó esta historia y me pasó el testigo de su infructuosa búsqueda: un pequeño botón nacarado. Hoy frente a la excavación lo recordaba con dolor y esperaba cerrar este capítulo de nuestra familia. Mi madre no quería saber nada: «Bastante tuve con ser la huérfanita roja» decía. Era una de las muchas historias que siempre han sobrevolado por los pueblos de la zona como un buitre hambriento. En torno al hoyo un grupo de habitantes de los alrededores aguardábamos en silencio para identificar los restos. Cuando me llegó el turno bajé. Entre aquel amasijo de huesos no tardé en identificar el cadáver que conservaba la camisa cuyos botones confirmaban que era mi abuelo. Entonces oí un llanto desgarrador a mi espalda y al mirar descubrí sorprendido una mujer muy parecida a mi madre. Con precaución alargaba su mano en mi dirección mostrándome un botón exactamente igual al mío.

54. ACTA EST FABULA (La Marca Amarilla)

Tras una jornada agotadora de trabajo (de aquellas que algunos comerciales conocen, siempre de aquí para allá, de una ciudad a otra, con el coche como segunda, tercera, o cuarta residencia…) lo que menos le apetecía era llegar a casa y encontrarse en el sofá a su mujer… y a su suegra.

 

Se quedó petrificado cuando las vio charlando tan animadas, su mujer reaccionó sirviéndole un güiski de su marca preferida, y su suegra sonrió sorprendida, siempre pensó que él no bebía alcohol.

 

De la conversación que mantuvieron recuerda muy poco, su mujer dijo estar sorprendida porque él nunca le había dicho que tenía una tía lejana, y su suegra comentó que estaba asombrada por la casa tan bonita que tenían y por esos dos niños preciosos a los que no conocía.

 

Él no salía del pasmo ante aquella situación digna de cualquier vodevil sobre la vida de un torpe bígamo, a pocos días de dejar de serlo.

53. Solo tú sabes de mi enfermiza cobardía

Se conocían como si se hubieran parido el uno al otro. No en un día cualquiera sino en alguno de esos de Luna de sangre, o, si el tiempo no fuera más que una mentira, en el preciso momento en que Osgood le dice a Jerry “Bueno, nadie es perfecto”.

Los miércoles eran sagrados en el bar de Lucio. Llegaron a acudir recién operados de varices o el día en que una de sus parejas había dicho que tenían que hablar imperiosamente.

Una tarde, uno de ellos le entregó al otro un sobre lacrado con la condición de que no lo abriera hasta que se hubiera escapado de este mundo definitivamente.

El interrogatorio del receptor llegó hasta donde comprendió que su amigo era una muralla infranqueable. Más cerveza.

Se despidieron con el achuchón de siempre, sin que el dador pidiera ninguna promesa innecesaria.

Cuando Patricio rompió el sello, pudo leer: No te apenes por lo hecho, soy yo quien te ha utilizado y debo pedirte perdón. Solo yo conozco tú frenopática pulsión por descifrar enigmas más allá de cualquier otra cosa, llámese amor, amistad o cualquier otro sentimiento idolatrado.

Adoro tu locura y espero hagas lo mismo con la mía.

 

52. Sorpresa, sorpresa

En cuanto retiraron el panel, nos fundimos en un emotivo abrazo, incapaces de contener las lágrimas entre los entregados aplausos del público. Aquella no era la novia de mi adolescencia a la que hacia décadas que no veía. Estoy completamente seguro porque no existe. La inventé en la carta que escribí a aquel programa de televisión. De ahí mi cara de asombro cuando descubrí que había alguien al otro lado, alguien tan solo como yo.

51. LA MECÁNICA CELESTE

Mi tío Plácido leía el parte meteorológico con afán. Su interés por el tiempo que haría y no por el tiempo que pasaba indicaba que ya era viejo, por eso no quería sobresaltos. Si daban nublado, con el paraguas se acercaba al  cementerio; si no, boina en mano se sentaba horas en el mismo banco mirando al horizonte con la foto de una novia que tuvo en América. Ya lo llamaban abuelo, y él ya sabía que pronto lo llamarían difunto, por eso apreciaba la monotonía y el silencio. Una vez decidí seguirlo.

—¿A quién espías tú?

—He venido a verte, cascarrabias.

—Antes de palmar, ¿verdad? Pues me moriré cuando dejen de asombrarme las cosas. ¿Crees que a mi edad ya no me asombra nada? Pues sí, a mi edad me siguen asombrando la salida del sol y esta muchacha. Cuando ya nada me maraville, entonces me moriré, antes no. El sol, aunque monótono, es algo prodigioso.

Para sorpresa general, Plácido siguió muchos años más embobándose frente al mismo sol y al mismo retrato, hasta que un día, notando que ya no se sorprendía, se cortó las uñas, desempolvó un traje negro y se echó a dormir.

50. Terrores nocturnos

El niño no puede dormir sin comprobar antes si algún monstruo horrible se esconde debajo de su cama, dentro del armario, detrás de las cortinas o en alguno de los cajones. El ritual lo repite varias veces, hasta convencerse de que ni el más diminuto de ellos ha conseguido ocultarse en su habitación. Si alguna vez se levantase, saliese a escondidas y mirase en el cuarto de sus padres, descubriría al peor monstruo de todos, al que por el día finge ser su héroe y por la noche golpea a su mujer, apestando a alcohol y a inseguridades, descargando sus frustraciones contra quien le ama.

49. Confuso (Aurora Rapún Mombiela)

No me lo esperaba, la verdad. 

Listo, listo no he sido nunca. Y cierto es que tampoco me caracterizo por mi capacidad de observación, pero me he quedado patidifuso al enterarme.

¿Cómo no me he dado cuenta antes?

¡Qué atontao! Indicios había, claro, pero es que a “toro pasao” es fácil decirlo. Que si saludaba a la gente por la calle y nadie me respondía, que si pedía paso en las escaleras y no se apartaba ni Cristo, que si silbaba al perro y no venía moviendo el rabo…

Pero ¿quién iba a imaginarse esto? ¡La madre del cordero! 

A ver ahora con qué cara me planto delante de mi mama y le explico que me he muerto antes que ella. ¡Es que me mata! Os digo yo que me mata.

48. Amor inesperado

Por fin he conseguido escabullirme. Ahí se quedan discutiendo los niños con su padre mientras me tomo un café caliente; espero que con una galletita y un poquito de paz y tranquilidad. Me intimida un poco el bar nuevo del barrio, pero qué demonios, puedo ser tan moderna como esas jovencillas tan monas y despechugadas que hay detrás de la barra. Y total, un café es un café, la música es agradable, y tienen hasta sillones. ¡Sillones! Lo que hará que no me siento a gusto. Me traen una taza con un corazón dibujado en la espuma. La chica que me atiende es sorprendentemente amable; tanto, que no me importa sacrificar mi ansia de silencio a cambio de su conversación, aunque a ratos me distraen los hoyuelos que le salen cuando sonríe. Mientras el café me calienta por dentro, me pierdo en risas y confidencias, y de repente, se ha hecho tarde. Me sorprende la pena que me da irme, pero ella sonríe y me da, sin necesidad, la tarjeta del bar, con el anverso de un arcoíris igualito al del toldo. La miro a los ojos y le prometo que volveré pronto. A por café.

 

47. Toda una vida

Llegas a casa y te sientas en el sofá. Sacas el teléfono móvil del bolsillo y decides entretenerte un rato antes de cenar. El olor a lentejas consigue que lo dejes encima de la mesa y te dirijas a la cocina. Allí encuentras a una mujer madura, con los ojos y la voz de tu esposa, que te explica que pronto estará la cena. Sorprendido, vuelves al sofá y enciendes la tele. Todos los programas son nuevos. Una chica de unos veinte años se sienta a tu lado y te llama papá, y tu reflejo en la ventana te devuelve a un hombre canoso y arrugado.

46. Tradición familiar (María José Escudero)

En su familia no se estilaba morir de viejo. Aquel que no moría por accidente, devastado por una grave enfermedad o de repente, se suicidaba. No había otra. Y ni uno solo de sus predecesores había logrado jamás pasar de los cincuenta. Sin embargo, ella estaba empeñada en romper la tradición y se protegía para esquivar la muerte y aunque muchas veces había escapado por los pelos, aquella noche, en el camino hacia su casa, sintió unos latidos discordantes y tuvo miedo de transitar por una calle inusualmente solitaria. Advirtió, además, que su reloj y el de la Estación marcaban horas diferentes y que las pisadas que la perseguían no eran otras que las de las tinieblas. Sobresaltada, aceleró la marcha, pero al doblar la esquina comprendió que la vida ya la miraba con gesto arisco. Y a pesar de que no quiso dejarse dominar por el pánico, apenas alcanzó el portal, cayó fulminada en contra de su terca voluntad.

La descubrió su hijo al regresar de un concierto y cuando la parca, obsequiosa, se arrimó para entregarle el testigo, el muchacho la miró con desdén y exhaló un suspiro de alivio, porque siempre había sabido que era adoptado.

45. Tesoros incomprendidos (fuera de concurso)

Recuerdo haberlo visto en casa toda la vida: calzando la mesa del salón si había comida solemne, de pisapapeles sobre las cartas que mi padre enviaba desde ultramar hasta que venía la prima Rosaura a descifrárnoslas, sujetando la hoja de la ventana que daba al huerto cuando la brisa jugaba traviesa a cerrarla. Yo lo usaba para alcanzar la lata de caramelos del aparador y mi madre para meter entre sus páginas las flores que le regalaba a escondidas don Felipe. Era el único libro que teníamos. Con tapas azules, sus hojas amarillas garrapateadas con tinta negra y dibujos de cucarachas jamás despertaron nuestra curiosidad.
Pero un día vino un hombre distinguido, con gafas y una carta que habían recibido en la universidad antes de la guerra, preguntando por el bisabuelo Manuel. Habló de que era un pionero, de nuevas especies de insectos. Mi abuela le contó que lo habían matado las avispas años atrás mientras husmeaba en el hueco de un olivo. A mí se me ocurrió enseñarle el viejo mamotreto. Su entusiasmo al descubrir que era el cuaderno de campo del bisabuelo solo fue comparable al enfado de mamá al ver desparramadas sus flores secas por la alfombra.

44. La magia de lo cotidiano (Sara Pinto)

No sé si mi novio me ha dejado, solo sé que ha desaparecido de la noche a la mañana. Ya han pasado dos días y nada. Ni una nota, ni un whatsapp. Muy raro todo. El otro día discutimos, pero no fue para tanto. Siempre está con lo mismo: que soy muy desordenada, que esta semana me tocaba fregar los platos, que da miedo que de la montaña de cacharros salga algún ente monstruoso. Menudo exagerado. De todas formas, tampoco me parece un motivo como para irse de casa. Porque las cosas se arreglan hablando, ¿no?

Por si vuelve, voy a dejar la cocina reluciente. Una pila de platos, cazuelas y sartenes se interpone entre mí y el horizonte. Bueno, pues lo mismo tenía algo de razón. Aparto algunos chismes y empiezo a darle al estropajo, pero a medida que el fregadero se va vaciando, algo llama mi atención. ¿Y ese pie? Comienzo a tirar de él hacia arriba y le sigue una pierna, un cuerpo y por fin, la cabeza de mi novio. Ante mi total estupefacción, sale y recolocándose el pijama, masculla: “¿No te decía yo que esa montonera tenía mucho peligro?”

 

 

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