Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

40. Campamento de verano

Supongo que Babel se parecería a este lugar. Si pudierais escuchar sus sonidos… Es como si decenas de pájaros de especies diferentes cantasen a la vez. Y yo me esfuerzo por practicar. No penséis que no valoro todo lo que os ha costado enviarme aquí. Para aprender otros idiomas,  imagino que toco mi flauta travesera e invento partituras con las palabras que voy apresando. Cada vez son más, como mis amigos. Estoy seguro de que nunca pasaré un verano igual. Por eso he agrandado mis pupilas; así guardo sus rostros uno a uno. No quiero olvidarlos.

Después de casi un mes de campamento, ya tengo listo el equipo de escalada. He entrenado a fondo y soy un gran deportista. Sé que lo  conseguiré, pero  tengo miedo. Algunos compañeros han fracasado en otras ocasiones y me han hablado de las dificultades. Dicen que el mayor peligro no es alcanzar la cima, sino el descenso por la cara opuesta. También me han advertido que la victoria implica una tremenda humillación. Porque, al otro lado de la valla, nadie recordará mi nombre y todos me llamarán MENA.

Vuestro hijo, que os quiere, Abdou.

39. TAHÚRES

A juzgar por el sudor de los tres participantes y sus miradas desconfiadas, aquella partida iba muy en serio. La puja empezaba con fuerza:

—Veo tus mil.

—Subo a tres mil.

Nadie se echaba atrás, al contrario. Parecía que todo el mundo había recibido buenas cartas o que jugaba con dinero falso.

—Y dos mil más.

O tal vez jugaban de farol y ya era tarde para rectificar en una escalada peligrosa e insensata en la que más valía llevar una buena jugada o un revólver bajo la mesa. Mordisqueando el puro con cierto nerviosismo, uno que parecía seguro de su juego mostró tres ases y una sonrisa, a lo que respondió el siguiente con cuatro más y un gesto de extrañeza que se hizo general alrededor del tapete cuando el último mostró otros cinco y recogió las ganancias sin que sus adversarios rechistaran, y como ya sabían todos de qué iba esto, se pusieron a hablar del plan urbanístico.

38. Una buena mano

Es domingo por la tarde, llueve y hace frío. El joven llega a la residencia, entra en la sala de visitas y se sienta frente al abuelo. Le saluda mientras saca de su mochila un tapete de fieltro y lo extiende sobre la mesa, también unas fichas de colores y una baraja de póker.

El abuelo está serio, observa como el joven se pasa las cartas de una mano a otra con destreza. Luego como hace un abanico para mostrarle los naipes, lo cierra hábilmente con uno de los pulgares y, por último, monta un mazo. Da unos golpecitos con los dedos en la carta de arriba -mi toque mágico, dice- y se lo acerca al abuelo para que corte.

-No me gustan los naipes extranjeros -refunfuña el abuelo.

-Solo una partida -contesta el joven. Le hace un guiño, empieza a repartir cinco cartas a cada uno y añade-: Ahora te recuerdo el valor de cada jugada.

Antes de que el joven termine la explicación, el abuelo mira sus cartas con disimulo, descubre que tiene cuatro iguales y no puede reprimir la sonrisa.

El joven lo ve y suspira con la satisfacción de quien ha ganado la mejor apuesta.

 

37. Incógnita

Veo junto al reloj de pulsera, unos números grabados en su piel. La curiosidad se apodera de mí, ¿Será un hombre peligroso?¿Habrá estado en la cárcel?, quizás en el ejército, sierviendo a su país, pero…¿que país? Ni siquiera recuerdo su nombre, a pesar de haber pasado la noche juntos. Ojalá sea la identificación de un patrón de barco, con suerte un gran yate, un titanic sin iceberg. Noto como se gira en la cama y me quedo totalmente dormida. Al abrir los ojos, los números se han emborronado. Me sorprendo un instante y luego miro mi mano.

Ahí están. Los mismo dígitos. El sello de la discoteca.

36. LA ESPAÑA VACIADA (Belén Sáenz)

La piel solo es un envoltorio, se obliga a pensar Anselma recordando la prédica del señor párroco antes de que los foráneos se bajaran del autocar. Lo que importa es lo que hay debajo y lo ha visto mil veces en el cartel del cuerpo humano que cuelga en el centro de salud. Venas azules y rojas, músculos rosados y huesos amarillentos. Aunque le costara a la doctorcita tener que responder sus innumerables preguntas, se ha convencido de que eso lo tenemos todos iguales.

Pero esos ojos que se les salen de la cara de puro espanto, esos labios carnosos con tanta presencia, no le resultan fáciles de ubicar todavía. Y las palmas blanquísimas de las manos. No puede evitar hablarles a gritos, haciendo gestos exagerados, cuando sube a las eras a acercarles un botijo de agua fresca, aunque sabe de sobra que no son sordos ni mudos. Que agradecen sin palabras porque no hablan el mismo idioma. Aún.

34. ¿Quién nos trajo aquí?

―Todos somos extranjeros en algún momento de nuestras vidas ―decía el maestro―, siempre hay un momento, por mucho arraigo que se tenga a un lugar, a unos afectos, en el que la realidad nos deshabita, en el que se abre una grieta y desaparecemos. Breves o largas ausencias que los demás perciben o ignoran en las que nos da tiempo a cruzar una vida, algo así como subirse a una montaña rusa y circular a gran velocidad. En esos momentos nos desconocemos, nos olvidamos, hasta que una voz conocida nos llama, regresándonos. Algunos les ponen nombre a esas experiencias; otros inventan un mundo de pócimas mágicas, como la que bebía Alicia, para perderse en él y mirarse a través del espejo; otros se quedan para siempre en letargo; otros no vuelven. Estamos hechos de ausencias, de huecos extraños, de reinicios, como nubes de paso.

―No es cierto ―interrumpió el niño― estamos hechos de sueños, solo somos el sueño de un extranjero. El mensaje en la botella que alguien arrojó al mar de este mundo.

―¿Y qué dice ese mensaje?

―Que hay que responder a la pregunta.

 

33. Sacrilegio

 

El padre Nicanor  dio una escueta absolución a un feligrés y continuó con su solitario. Siempre fue hombre de barajas. Cuando jugaba se le dilataban las pupilas y notaba en la entrepierna un sutil cosquilleo. Tenia deudas, había perdido el cepillo de la Iglesia y los donativos para reformar el altar. Una mala racha, cosas que pasan. El obispo amenazó con mandarle a una zona controlada por la guerrilla si volvía a jugar.
Cuando le invitaron a la partida del marqués, perdió el dominio de sí mismo. Esa noche soñó que descendía por una escalera de color. En las paredes había marcas hechas con picas y encontró un trébol de cuatro hojas que, al cogerlo, se deshacía como una flor seca en un libro. Por la mañana, estragado por la vigilia, robó las reliquias de la catedral. Andaba por la calle con la urna oculta bajo la sotana, suplicando un milagro que evitara aquella locura. Al final sus plegarias fueron escuchadas. Absorto en sus letanías no vio acercarse a una moto con dos sicarios. Teñidos de rojo, los cristales de la urna quedaron esparcidos por la acera, junto al prepucio incorrupto y al meñique de San Judas Tadeo.

 

 

 

 

32. Legado

Heredé de mi padre sus andares, sus silencios y sus nostalgias. También algo de dinero y su inseparable baraja. Siempre la llevaba encima y, si en la tasca los temas de conversación iban decayendo, la sacaba antes de que el dominó tomara posesión de la mesa. Era un as del tute, y en su vida apenas dejó de ganar una docena de veces. Coincidió con la pérdida de la abuela. En su cabeza dejaron de existir el arrastre, los reyes y caballos, cantar las veinte y las cuarenta. Además olvidó tres palos; todos menos el de copas. Solía decir que el tiempo era capaz de envolver el dolor con una pátina de falso alivio, lo que le ayudó a dejar el vino y a concentrarse de nuevo en sus partidas. Estas acabaron definitivamente años después, cuando me quedé huérfano de madre y él se refugió en sus recuerdos. Abandonó sus idas a la taberna y comenzó a envejecer demasiado rápido. Nunca perdió destreza con los naipes gracias a los solitarios. «No hay juego más triste», murmuraba. Realizó miles antes de morir, mientras la pena lo iba consumiendo. Ahora lo sé. Aunque, desde entonces, yo todavía no haya hecho ni cien.

31-Una merienda histórica ( Paz Monserrat Revillo)

Esta era una reina muy exótica que viajó a un país cuyos habitantes se pirraban por todo lo que sonase a extranjero.

Lili’uokalami, primera y última reina de Hawái, visitó la Inglaterra de la Reina Victoria.

Como es lógico, entre los invitados a la recepción existía una gran curiosidad por conocerla.

En cierto momento, la reina aborigen comentó que por sus venas también corría sangre inglesa. Algo parecido a un movimiento sísmico recorrió la sala. Todos los miembros de la nobleza se miraron de soslayo. Uno de ellos se atragantó, otro se recolocó la chorrera que cubría su pecho mantequilloso. Las damas cuchichearon, burbujeantes. Una condesa con aspecto de lebrel hizo de portavoz y se lanzó a preguntarle si acaso ella descendía de la relación entre un conquistador y una nativa.

Lili’uokalami soltó una contundente carcajada, y a continuación afiló el gesto para decirle que nada de eso. Era simplemente que su bisabuelo fue uno de los que participó en aquel patriótico festín en el que se homenajeó a James Cook, repartiéndolo entre la comunidad.  A él, en concreto, le tocó el corazón.

—Es por eso que yo tengo algo de sangre inglesa recorriendo mi sistema circulatorio, querida —respondió, sonriendo.

30. Envido (Javier Igarreta)

Se alistó muy joven en la legión extranjera. Ser soldado de fortuna implicaba ir a por todas. Incluso con las cartas marcadas. O jugando de farol. A veces era difícil saber a qué carta quedarse. Nunca olvidaría aquella ocasión. Era evidente que llevaban las de perder, pero les obligaron a jugársela. Todo o nada. De pronto el enemigo no era tan manco como se presumía. Ahora iba de mano. El general se negó a poner las cartas sobre la mesa. Se limitó a esbozar una maquiavélica sonrisa. Tras observar la línea del frente sacó un as de la manga. Una estratégica jugada trufada de laxitud moral. Demasiadas bajas, manifiestamente evitables. En resumen, daños colaterales. Harto de tahúres de salón, Albert rompió la baraja.

Años después, aún tuvo un ramalazo de idealismo. Concedió una baza a la utopía y se enroló con los que buscaban la playa bajo los adoquines. Pero pintaban bastos.

Siguió tentando a la suerte en una destartalada taberna de Saint Denis. No era un lugar muy propicio para la gloria pero lo regentaba un viejo camarada griego. Compartían recuerdos, olvidos y a Moustaki. Más de una noche, entre pastís y pastís tarareaban “Le Métèque”.

29. El extranjero

Desde la puerta, todo parece normal. Como en tantos pueblos, la despoblación ha hecho estragos y quedan cuatro para la partida de tute, todos de avanzada e indeterminada edad. Muchos marcharon y pocos volvieron. Ahora se han vuelto a abrir algunas casas, pero es otra historia.

Calle arriba están los de Madrid, los hijos del Facundo, que vienen en verano. Y han vendido el molino.

– Dicen que van a montar una casa rural – explica la Aurora mientras ordena las cartas con sus temblorosas manos.

– Al final se nos llena el pueblo – masculla Fidel sin dejar caer el palillo entre los dientes

– Ya marcharán – sentencia Eusebio. Fue alcalde cuando había Ayuntamiento y le queda un cierto aire.

Rogelio nunca habla. Mira las cartas como si en esa mano fuera el futuro de la comarca.  Y controla la puerta, como siempre, por si vienen a buscarle. Secuelas de la guerra. Añoranza de años con la Eufrasia que no le dejaba beber.

Y yo, desde la puerta, pido un chato y me acerco solitario a la barra. Ya les contaré algún día quién soy. Quizás cuando quede un hueco libre en la mesa. Porque no pienso marcharme.

28. LA ANÉCDOTA O LA VIDA

Me fui a Londres, donde los españoles emigrábamos para abortar. Más tarde a servir, y ahora con la propaganda de la mentira, vamos a aprender inglés.
A mi llegada desembarqué en un bar, perdón «pub». Me arrimé a la barra. Empecé a observar con la perspectiva del analfabetismo mundano de no saber qué mirar.
Un caballero se acercó a la barra. Pidió a quien estaba detrás de ella un «coffee» y se sentó.
La parte contratante sirvió el café en una bandeja. Me miró con ojos azules sostenidos. Me hizo gestos con el dorso de la mano para que se lo acercarse (a la parte contratada) o eso entendí yo.
Ora la gente levantaba la mano y con la lengua rota de entendimiento apremiaban. Otrora la parte contratante llenaba la bandeja y me animaba (o eso entendí yo). La parte contratada dejaba en la bandeja dineros ajenos a mi conocimiento, al tiempo que eyaculaban aquel sudor inglés en forma de espuma de cerveza.
Esto sería una anécdota si no fuese porque de aquello han llovido veinticinco «Years». Sería una anécdota sino fuese porque me casé con la «parte contratante» y tenemos dos » sons». Sería una anécdota si no hubiese ido a abortar.

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