Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

70. Autopsia María Rojas

En su barriga fofa, atrincherados, unos versos, lamidos por los jugos gástricos, recitaban nocturnos al ritmo de su Smith & Wesson.
Fue un poeta estreñido y enamoradizo como suelen ser los de por acá, los de estos pueblos helados.

69. Deshielo

Con los primeros silencios llegó un frío inusual que empañó todos los espejos de la casa. Y, aunque ya no consigue ver su propio rostro reflejado en ellos, aún puede seguir la estela de vaho que dejan las palabras de él por el salón. La indiferencia hace crecer cada mañana una gruesa capa de nieve sobre la que es difícil caminar al despertar. Pero ella, que mantiene encendido su fuego interior, va abriendo caminos que le permiten alcanzarle al llegar la noche.

Hoy las caricias se han helado sobre sus cuerpos, abriendo grietas en la piel y anunciando nuevas tormentas. Y, mientras él asegura que puede vivir en ese iglú que han fabricado, ella derrite con rabia las últimas lágrimas escarchadas.

68. Amigo de temporada

Que el invierno es muy duro ya lo sabe. Que cuanto más tiempo pasa sola es peor. Hoy le ha puesto otra bufanda, sobre lo que podrían ser los hombros, por encima, como un chal, porque para la ventisca que hace le parece que no está lo suficientemente abrigado; pero no lo cubre del todo, este año no le ha puesto el chaquetón, ni le ha invitado a pasar adentro, que así al menos tiene a quien saludar por las mañanas durante un período más largo, que en la aldea no hay nadie casi todo el invierno, que las gallinas no la escuchan cuando habla, y todo el mundo sabe lo que pasa cuando un muñeco de nieve entra en calor.

67. Manuela o Manuel

Una lágrima, lenta y torpe, me brota con esfuerzo en cuanto sostengo en brazos a mi bebé. Ha sido un largo camino. Y es que, a los cincuenta, no tengo sólo los ojos más secos, sino que las entrañas tampoco son precisamente un vergel. Pero ahora estoy feliz. Tengo un bebé. Y, así mismo, con él aún arrebujado en la pequeña sábana del hospital, me escabullo entre la gente, desde neonatos hasta el aparcamiento, deseando llegar a casa para desenvolver mi delicado regalo.

66. Apodado «El Hibernante» (Pablo Cavero)

Incluso los científicos le tildaban como un ser y no como un niño. Todos dudaban de su naturaleza humana, tras su hallazgo en una pequeña cueva tapada por el hielo y la nieve en uno de los parajes más gélidos del planeta,  sin agua ni comida. Había hibernado durante tres meses desde su desaparición del orfanato. Algo propio de algunos animales. Empezaron a atribuirle leyendas muy peculiares: heredero del dios del frío o de la diosa de las nieves con genes de oso polar, incluso extraterrestre o fruto de experimentos con humanoides.

El joven, harto de crecer aislado como un bicho raro al que todos esquivaban, se trasladó a otro país. Allí consiguió un trabajo y comenzó a hacer amigos. Poco después se enamoró e inició su vida en pareja. La nueva existencia se truncó cuando le acusaron de un delito que no cometió, le despidieron, los amigos se esfumaron y su novia también. Acabó en una fría y solitaria celda de la cárcel donde la escarcha se enquistó en su corazón y ese invierno interior dejó su alma gélida. Entonces hibernó de nuevo.

65. Revolución

 

El soldado raso Oliveira nunca olvidaría el día que, sin quererlo, derribó la dictadura. Las órdenes eran vigilar calles y edificios principales y controlar cualquier actividad subversiva. En una plaza casi desierta la vio. Era una mulata de pelo ensortijado y mirada de café que atendía un improvisado puesto de tabaco. Compró una cajetilla sintiéndose torpe, con un hierro colgado a la espalda y sus botas del 45 que olvidó limpiar . Ella colocó un clavel en el cañón de su fusil.
-Así sé que no lo usarás – le dijo con el inconfundible acento de las colonias. Todo parecía a la espera de algo. Se rozaron un instante y empezó la lluvia de claveles. Era un chaparrón tibio que tapizó las calles de rojo y atascó Jeeps y blindados, llenando el aire de aroma a flores tiernas. Tras días conteniendo el aliento la gente salió de sus casas a respirar el aire nuevo, y comenzó un movimiento imparable que tomó las calles, devolvió a los militares a sus cuarteles y acabó, sin un solo disparo, con la tiranía. Desde entonces el día de la Fiesta Nacional no se ven banderas, las puertas, balcones y ventanas se llenan de flores.

64. SUCEDIÓ EN LA ANTIGÜEDAD (M.Carme Marí)

¿No os habéis preguntado nunca por qué el genio de la lámpara es tan generoso y concede tres deseos? Todo en este mundo tiene sus comienzos. Incluso los seres mágicos.

Al ser creados los ifrits del vaho de los dioses, uno muy chiquito se metió en una lámpara de aceite, con tal ímpetu que empezó a dar tumbos hasta pararse en una pila de chatarra. Mientras buscaba entre los cachivaches algo que pudiera vender, Farid fue el primero en encontrarla. Cuando la limpió, frotando fuerte, salió el joven genio.

–¡Dime que deseas y te serviré! –exclamó complaciente.

Tras la sorpresa inicial, el niño pidió comida para su pobre familia.

Al momento apareció un banquete digno de sultanes. Farid abrió tanto los ojos que el inexperto espíritu pensó que no había colmado sus expectativas.

–Puedes pedirme otro deseo –farfulló sonrojándose.

El asombrado muchacho quiso cambiar los harapos que llevaban, él y los suyos.

Al ver los lujosos ropajes, su barbilla parecía tocar el suelo, expresión de nuevo malinterpretada por el etéreo ser.

–Te permitiré una petición más –decidió, urgiéndose a mejorar en su oficio.

Enseguida corrió la voz sobre el maravilloso espíritu que concedía tres deseos. Sintiéndose adulado, lo mantuvo así.

63. Génesis

Y en el principio creó el verbo y el verbo se hizo palabra y habitó entre nosotros y vio el escriba cuán solo estaba y le dio un sustantivo por compañero y les ordenó crecer y multiplicarse y ser los señores de las letras y el verbo tanteó al sustantivo y el sustantivo, receloso, le exigió que le regalara algún adjetivo y el verbo le manifestó cuán encantador, ameno y exquisito resultaba y le hizo preposiciones deshonestas y el sustantivo las aceptó y lo hicieron bajo, sobre, contra, entre, con, sin, hasta y tras y se acentuaron y adverbizaron de todas las formas posibles, en todos los lugares y durante largo tiempo y el escriba advirtió que el frenesí se prolongaba en demasía y les prohibió continuar y observó cuanto habían hecho y vio que era bueno en gran manera y aun así corrigió allí, añadió acá y eliminó acullá y una vez finalizado lo bendijo y lo bautizó microrrelato, en el nombre de Calopie, de Talía y de todas las santísimas musas. Amén.

62. Calor de hogar (Salvador Esteve)

La vejez es una reacción exotérmica, el calor huye de tu cuerpo y, además, repele la transferencia de energía con otros humanos. En mi caso pronto percibí el helor. Primero mi mente se entumeció, luego todo mi ser se convirtió en un iceberg: un tempano de hielo sentado en el salón. Mi yerno siempre me aproxima su cubalibre para mantenerlo frío. Mi hija, cuando el vaho que desprende mi organismo le empaña la cristalería, me coloca una rebequita. Anhelo un verano caluroso que me derrita definitivamente. Solo espero no estropearles la moqueta.

60. Empezar de cero (Alberto BF)

Me llamo Alika. Y recorrí durante meses lenguas de fuego con mis pies descalzos. 

 

Pasé frío en la noche, me harté de tiritar. 

Jornadas con mi alma vagando a la deriva, 

siempre siguiendo un norte difícil de alcanzar.

 

Pude por fin ver el mar, ese del que me hablaron. Más allá del horizonte esperaba mi nueva vida. Aunque para eso primero tenía que llegar.

 

Atravesé una alfombra azul y en movimiento, 

rodeada de gente de mirada que huía 

del terror, de la sombra, de la muerte, del miedo,

de tener que fingir que en su tierra vivía

cuando lo que sentía no era más que tormento.

 

Por fin pisé esta tierra, la que huele diferente. Ya sabía que mi vida aquí tampoco iba a ser fácil, pero esta vez iba a ser vida.

 

Hoy comienzo de nuevo, no conozco el idioma. 

Ningún alma me anima, todas las dejé atrás.

También huelo violencia y odio en las palabras,

poco comparado a lo que me hizo marchar. 

 

Si algún día mis nuevos vecinos vivieran lo que me hizo venir, no perderían su tiempo en despreciar la vida. Evitarían esta huida cruel y dolorosa… en febril poesía y desolada prosa.

59. Atardecer en el balcón (Patricia Collazo)

—Está empezando a refrescar —dices con la mirada perdida en las fachadas de enfrente.

Y yo, que no lo había notado, siento un escalofrío en cuanto tu mano se posa sobre tu falda. Como una mariposa moteada que en pleno vuelo hubiera decidido morir.

No te desplomas, tus brazos no caen inertes. Ni siquiera apoyas el mentón sobre tu pecho. Con la hidalguía de siempre, mantienes la cabeza erguida. Sostenida por la pared de ladrillos del balcón, o por tu tozudez. No has cerrado los ojos, nunca admitirías perderte nada. Ni siquiera tu muerte.

Acerco mi oreja a tu boca para cerciorarme de que no respiras y entonces tengo que decidir entre perdonarte u odiarte un poco más. Entre llorar como toda hija debería hacer, o explorar esta alegría cargada de alivio que se va instalando entre mis costillas.

Me siento otra vez a tu lado, como cada uno de los seiscientos veinticuatro atardeceres que llevo cuidándote.

Tarareo una nana, de esas que me cantabas de pequeña. El único recuerdo bueno que guardo de ti. Luego me pongo en pie y de puntillas, no va a ser cosa que cambies de idea, entro en el salón y cojo el teléfono.

58. FRÍOS Y COMIENZOS (Belén Sáenz)

Si me pides que imagine la muerte, es de color amarillo pajizo. Y cuando de verdad necesito aferrarme a algo, recuerdo mi infancia azul hielo. Todas las mañanas, el filo del frío era mi único despertador. Mamá abría la ventana de la habitación de par en par y salía sin decir palabra. Después venía el agua de la palangana que agarrotaba las manos, el tazón de leche sin calentar, el adiós sin beso. En la víspera de mi décimo cumpleaños no la encontré en casa al volver de la escuela. Nunca más volví a sentir escalofríos. Bien está lo que bien acaba.

Una lluvia heladora marca este nuevo cumpleaños. Es mi primer día de trabajo aquí y me gusta. Bajo la luz blanquísima de la sala resaltan mis uñas pálidas, las venas azulinas. La escarcha de los congeladores parece invadirlo todo, se derrama desde la cinta transportadora que me acerca los productos hasta la sierra chirriante con la que los corto. Tubos de calamar, varitas de merluza, rodajas de congrio. Siempre por ese orden. Uno, dos y tres. Sin excepción, como una trinidad sagrada a la que puedo entregarme con devoción hasta que llegue a confundirse con mis propios dedos.

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