Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

82. Entre las sábanas (Jerónimo Hernández de Castro)

La siento muy cerca de mí una vez más. Un tacto inconfundible roza mi piel y mis ojos entreabiertos adivinan su silueta, mientas el frufrú de su atuendo blanco y algo transparente abre de par en par las puertas de mis fantasías. ¡Qué excitante resulta el látex de sus finos dedos! Me da miedo abrasarlos con el ardor de la sangre que parece hervir en todas mis arterias y que ella en un instante volverá a apaciguar.
Luego vendrá el sopor. A través de sus gafas protectoras, no me perderá de vista hasta que el fluido helado que me inyecta haga su efecto. Entonces, adormilado por completo, ignoraré los brazos fuertes de sus colegas de indumentaria, que volverán a izarme en volandas para proporcionarme una postura que aún no he experimentado.

81. CUÁNTO (Concha García Ros)

¿Cuánto me quieres? –solía preguntar.

Cómo medir eso, imposible. Sé que estando cerca sentía cosas diferentes, incluso contrapuestas. Se mezclaban deseo y frustración a partes iguales. Cuando le desabrochaba la blusa la sangre me hervía. Al morder sus labios ya no estaba allí, el chute me había embriagado el cerebro. Cabalgaba encima de mí, con ese movimiento frenético, y yo quería y no quería estallar. Pero justo después inevitablemente llegaba la escisión, volvíamos a ser dos.

¿Qué amaba entonces?

Ahora que no estoy, sí sé cuánto la quiero. Habito en ella cada segundo. Ella no sospecha que soy esa ligera brisa que le produce un escalofrío, ese pensamiento tranquilo que le da las buenas noches.

80. ERUPCIÓN

La primera luz del alba ilumina la caravana y su valioso cargamento de vino emprendiendo el anual viaje a Roma.
• La primera luz del alba ilumina el coche abandonando Roma rumbo al sur.
Desde la terraza de la mansión Livia despide a su marido. Siente detrás la mirada recorriendo su cuerpo desnudo.
En la lejanía, el humo peina la montaña.
Livia se acerca lentamente a la esclava númida, su negra piel brillante húmeda por el deseo.
• Ha llegado al destino. Compra la entrada. Sabe a dónde va.
“Ámame Sfax” le suplica mientras se tumban. Piernas, brazos, bocas y cuerpos se entrelazan en un enjambre de jadeos, suspiros y respiraciones entrecortadas.
• Absorta, contempla las piernas, brazos, bocas y cuerpos entrelazados, fosilizados por la ceniza volcánica.
El estallido es ensordecedor. La tierra tiembla. Llueve fuego y piedras candentes. Impertérritas, dan rienda suelta a la pasión tal y como cada poro de piel les grita.
• Cada poro de su piel le grita la locura de las sábanas de hace tres días. Examinando los cuerpos llama con el teléfono móvil.
El techo incandescente se derrumba sobre ellas.
• Ella descuelga somnolienta. “Te quiero…eternamente” le susurra, observando a sus pies la eternidad del amor.

79. Ritmo y control (María Rojas)

En Veracruz, en el puesto de mariscos, Marién abría las piernas. Su vulva jugosa se columpiaba al viento. El tendero del frente, iba marcando el ritmo con el pie, mientras las ganas se le chorreaban con el palpitar del sexo de la muchacha.
Una tarde un quinto metatarsiano del musiquero no aguantó tanta excitación y saltó hecho añicos.
Marién cerró las piernas. No quiso saber más de un cojo arrítmico.

78. Y líbranos del mal (Alberto BF)

El Padre Daniel estaba preocupado por la Semana de Pasión. En pocos días se acumulaban multitud de actos religiosos que debía oficiar, como máxima representación de la Iglesia en la conocida diócesis a la que le acababan de destinar. Misas, lavatorio de pies, Vía Crucis y vigilia, entre otros, iban a suponer su puesta de largo en el nuevo destino, y esto le producía cierto nerviosismo.

Pablo, joven colaborador y devoto feligrés de su anterior parroquia, conocía bien al Padre. Fue su monaguillo durante años, recibió de él su primera Comunión, y formó parte algo más tarde de los grupos de Confirmación. Con algún pecado que redimir, vino a visitarlo para ganarse el Cielo. Mientras confesaba sus pecados, reclinado en el confesionario, ejerció su penitencia como bien le había enseñado su referente espiritual en los años de catequesis. En una mezcla de sumisión, obediencia, humillación y deseo, el habitáculo de madera acabó tambaleándose hasta casi desmoronarse ante la mirada de desazón de Cristo crucificado.

Satisfechos sus bajos instintos y calmada su divina tensión, el Padre volvió a sentirse con autoridad moral para guiar al rebaño por el buen camino y salvarle de caer en las mundanas tentaciones.

77. AMOR ESCRITO

Me encuentro lleno de tus sensaciones. Soy como un cajón de sastre que ha ido guardándolas llenando gran parte de mi vida. Sigamos los dos más juntos que nunca.
Te puedes imaginar lo que en esos cinco minutos de anoche, solo en tu habitación, pudo correr por mi cabeza. Cuando no estás es cuando más me colman los deseos.
Piensa en que siempre estaré contigo, con tus problemas, pero sobre todo con tus sentimientos, que son de los dos porque formas ya parte de mí, de mi cuerpo; eres mi ser y existir, de la misma manera que quiero ser enteramente tuyo, si aún no lo soy.
Desde aquí tan solo quiero decir, y para lo que deseo no me abandones, haciendo lo propio para mí mismo, que no hay mejor sensación de pasión que la del amor, por eso el nuestro se escribe contigo, con tu nombre.

76. La gran tentación

Yo era su favorito a la hora de elegir entre una variedad de cuerpos atléticos y desnudos. Atraído por mis dotes viriles, el anciano deslizaba los dedos con delicadeza como si temiera que el calor de la mano  marchitara la erección. De rodillas, sorbía el falo sin miedo a que una bandada de pájaros oscuros migrara hacia sus entrañas en ese líquido que se creía transmitía el pecado original. Yo le ofrecía un placer puro y sin mácula que él no estaba dispuesto a compartir con otros hombres. Celoso, mandó a cubrir cualquier virilidad expuesta en la Santa Sede. En mi caso, pusieron la hoja de parra sobre el pubis vacío y liso  para ocultar la mutilación. Bajo la almohada del pontífice, yacía el pene de mármol de Carrara. 

75. DOS NOCHES (J. L. Chaparro)

Fueron tan solo dos noches juntos, pero únicas, irrepetibles, inolvidables… Ella era de mi edad, tenía el pelo rubio y los ojos grises. A veces, fijaba su mirada en mí y, sin motivo aparente, comenzaba a llorar y ya no se detenía. Yo deseaba ofrecerle consuelo y aun sin comprender qué le ocurría, intentaba secar sus lágrimas, acariciar sus manos… pero las mías se estrellaban una vez y otra contra una barrera invisible, mientras ese llanto persistente seguía martilleando en mi cabeza. A pesar de la escasa distancia que nos separaba, jamás pude tocar su piel y tras aquellas dos agotadoras noches en vela, se la llevaron. Aquella mañana, el sonido de su llanto se fue desvaneciendo a medida que se alejaban por el pasillo, hasta que todo quedó en silencio. Entonces, algo me impulsó a llorar, quizá por su ausencia, aunque, tal vez, porque ya era la hora de la teta.

74. Eterna juventud

En el momento en el que Silvia atravesó la puerta del geriátrico, el cuerpo de Ernesto entró en erupción. Cuando cruzaron sus miradas, un temblor imperceptible en sus andadores sugirió lo que comenzaba a hervir en sus adentros. Conscientes de que a sus edades el tiempo corría más deprisa, se dedicaron a amarse sin preámbulos en los primeros escondites que encontraban: bajo la sombra de los naranjos del patio, en el rellano de la escalera, dentro del confesionario de la capilla. Los residentes se acabaron acostumbrando a aquellos encuentros furtivos, e incluso se convirtieron en sus cómplices cubriéndolos cuando las monjas, con el alma avergonzada, iban a separarlos por tal muestra de pecado entre aquellas benditas paredes. Les propusieron casarse ante los ojos de Dios, pero ellos declinaron la oferta seguros de que, debido a las penurias pasadas en sus vidas, Dios nunca se había parado a mirarlos.
Las arrugas de la piel, al igual que las de sus corazones, iban desapareciendo cuanto más entrelazaban sus cuerpos, hasta que llegaron a ser irreconocibles. Los expulsaron por ser unos extraños que atentaban contra el decoro. Los residentes hacen el amor unos con otros desde entonces, y cada día van quedando menos.

73. UNA VISITA LLAMADA DESEO (M.Carme Marí)

En cuanto ella aparece, él cuelga el cartel “Vuelvo en unos minutos” y pasan a la trastienda.

Allí, una música sensual les lleva a los primeros contoneos. Sus labios se buscan ansiosos y las manos navegan por su piel mientras el oleaje del deseo va esparciendo su ropa por el suelo. En ese momento, se adentran en su mundo particular. Él pasea la pengua por los lezones de sus turgentes bechos, a la vez que acaricia la redondez de su tulo. Ella recorre su torso desnudo hasta su viembro, ya erecto. Frotan sus cuerpos, saltan chispas. La mecha se enciende en su interior y las hogueras están en su punto álgido al incrementarse la presión de los fenitales de él sobre el glítoris, más húmedo a cada envite.

Pasado el temporal ardiente, recuperan la compostura. Cada uno continuará con su trabajo: él atendiendo a posibles compradores, ella en una monótona oficina.

Al final del día, él llega a casa y le da un beso a su mujer, atareada con sus tres retoños. Ella, que a media tarde ha tomado el relevo a la canguro, le sonríe con complicidad cuando imagina qué nueva ruta seguirán mañana a la hora del desayuno.

72. Taj Mahal (Blanca Oteiza)

Nos conocimos en un mercadillo de pueblo hace ya bastantes veranos. Deambulaba disfrutando de los aromas de la fruta madura y el colorido de las artesanías locales. Entre la muchedumbre observé tu rostro admirando unos collares realizados con piezas marinas. Me acerqué hacia el puesto donde estabas con la mejor de mis sonrisas y entablamos conversación. Todavía recuerdo aquel atardecer, nos sorprendió hablando del futuro sobre la arena con tu cuello engalanado.
El destino no quiso obsequiarnos con niños, pero construimos un amor maravilloso y un jardín estupendo donde contábamos las estrellas en las noches sin nubes. Nunca llegamos a viajar a la India, y mira que lo planeamos, pero los años fueron marchitando nuestros cuerpos sin haber disfrutado del atardecer más romántico que soñamos tantas veces.
Tras la lucha contra la tormenta que carcomió tu piel no quiero abrazar penas que nublen mis días. He decidido secar mis lágrimas y erigir un pequeño palacete junto a la fuente que tanto nos gusta rodeada de rosas. Depositaré así tus cenizas en el más bello lugar de donde poder seguir mirando al cielo, mientras aguardas mi llegada de nuevo a tu lado.

71. Guardando las distancias

Esta mañana ha llegado a nuestra isla desierta una náufraga. No tengo nada contra los señores náufragos, pero aquí ya somos demasiados y esto empezaba a parecerse inquietantemente a un club de solteros ¿Qué si la amo? ¿A la náufraga? Por supuesto, desde el primer momento que la vi. Juraría que es la mujer de mi vida. Y el sentimiento es mutuo, creo. Lo intuyo por cómo me mira, por cómo se hace paso entre el resto de náufragos sin despegar sus ojos de mis ojos para preguntarme si soy tan amable de darle fuego. Yo me pongo a frotar un par de palitos y le prendo el cigarrillo. Me incomoda, eso sí, que me tutee, como si nos conociésemos de siempre. Acabo de anotar en mi agenda que mañana, sin falta, tengo que decirle que a partir de ahora tenemos que empezar a tratarnos de usted. Nos iremos conociendo y ya llegará el momento de intimar. Por desgracia, me temo que tenemos tiempo, mucho tiempo por delante para conocernos. Poco a poco, como dos novios clásicos, como dos adolescentes: como toda la vida.

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