Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
1
1
minutos
1
0
Segundos
5
8
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

23. Tallas (Javier Igarreta)

En cuanto se paró ante el escaparate, se sintió inundada por la luminosidad del fucsia. Ya estaba bien de aparentar tristeza. Después de todo,  Genaro no se merecía tanto. Además él siempre fue muy alegre, demasiado quizás. Lorena entró en la tienda y con su voz cantarina se dirigió a una dependienta que, haciéndose de rogar, levantó la vista de la pantalla. Tras calibrar sus medidas con una mirada inquisidora la excluyó de la oferta. “Sólo quedan tallas pequeñas”, dijo taxativamente y con cierta sorna. Le faltó añadir que evidentemente ahí  no encajarían los centímetros de más de su generosa constitución. Por encima de su ceja izquierda, Lorena esbozó un ostensible gesto de desagrado, mientras un amago de cabreo se le removía justo donde antaño sentía las mariposas. Al ver que el desencanto desequilibraba la armonía de su semblante, la dependienta intentó un simulacro de empatía y, como si quisiera sorprenderla con un atractivo plan B, dijo: “La tenemos también en negro, tal vez te quedaría mejor”. Lorena miró fijamente a la dependienta desde el fondo de sus ojos azabaches y, transformando la ira contenida en desprecio, construyó un dique ante sus lagrimales.

22. CÁLCULO

Aquella velada para festejar mi cátedra de aritmética prometía ser perfecta: buenos amigos, los justos, cuatro, ni más ni menos; restaurante de campanillas, con tres estrellas de cinco puntas; temperatura suave, veintitrés grados Celsius. Además mi chica estaba de diez, aunque le habría dado un once. Nuestra conversación no admitía derivadas y avanzaba sin límites hasta que trajeron los entrantes: bandejitas de tres carabineros, cinco vieiras o siete ostras, y toda aquella armonía describió una curva descendente. Los números primos no son para la hostelería. ¿Qué más le daba al cocinero poner múltiplos o divisibles?

—No se puede trinchar una vieira en cuatro pedazos. ¡Ni que fuéramos simples geómetras!, exclamé y me mandaron bajar el volumen.

Como no quería que me tildaran de desmedido, antes de quejarme por aquello, conté veintinueve coquinas y novecientos diecinueve granos de arroz, uno a uno. El chef se tomó a broma mi protesta y entonces, para sorpresa de mis hoy ya examigos y exnovia, le reproché su ignorancia del mínimo común múltiplo y del máximo…

Es lo último que recuerdo de aquella cena.

Luego supe que el restaurante ardió.

21. Cuenta atrás (Susana Revuelta)

Desde la puerta del piloto hasta el faro trasero, ¡raaackkk!, duele imaginarse el chirrido que haría el punzón al hundirse en la carrocería de su Jaguar XJ. Porque no era un simple rayón de esos que hace una llave, no. La profundidad del surco delataba mucha mala baba: bien hincada la punta hasta dentro de la chapa, arrastrando el instrumento en zigzag, seguro que con las dos manos para dañar más el metal. Por si esto no fuera suficiente, habían echado ácido corrosivo por todo el capó. Un trabajo tan vil como concienzudo.

Así encontró Bosco su bólido cuando salía recién duchado del club. Quieto como una estatua, casi ni pestañeaba; tenía los ojos enramados, las pupilas dilatadas, la vena de la frente cada vez más hinchada. Las gotas de sudor le iban formando cercos en su camisa de seda blanca, las uñas se le clavaban en los puños apretados y la cabeza parecía que le iba a estallar.

«Lo del coche tiene arreglo», bufó dándole a una rueda una patada, «pero el mechón de pelos en el peine, esta futura calva, Dios mío, ¡es el principio del final!».

20. GENIO Y FIGURA (Juan Manuel Pérez Torres)

Todo empezó con un pequeño disgusto, una irritación que me causó enojo. Seguro que no tendría mucha importancia, ahora ni lo recuerdo. O quizá sí, porque el malestar me surgía de los poros. No sé, nunca he recordado bien mis vivencias antes de los cinco o seis años.
Crecí con un coraje enconado y un arrebato de furia incomodándome el pecho. Era como un palpitar que no cesaba.
Con la adolescencia comencé a buscar paliativos como el alcohol o el tabaco, para relajarme, pero no. La molestia del desagrado pasó a ser fastidio e indignación hasta convertirse en cabreo.
Con veintitantos, exacerbado por la excitación y la cólera, una enervada desazón me contrariaba.
Con cuarenta empecé a ser consciente de que habitaba un mundo de enfado infinito.
Empleé treinta años más intentando enemistarme con el mal humor y aquí me veo hoy, en cama, entubado y monitorizado, mirando la película de mi vida.
Encorajinado aún, porque ni siquiera la muerte quiere avenirse conmigo.

19. Los esfuerzos capitales de una madre (Antonio Bolant)

–¡Avaricia!, termínate tu ColaCao y devuélvele los platos de huevos con panceta a Gula. Y rapidito, que llegamos tarde. No quisiera perderme el primer sermón del nuevo párroco redactado por vuestra hermana Soberbia. Ya sabéis lo bien que lo hizo con los que escribió al anterior padre y que éste declamaba con tanto énfasis. Lástima que el revuelo levantado por algunas feligresas provocara que el arzobispado lo trasladara.

Envidia y Lujuria: vosotras dos os quedáis en casa, estáis castigadas. No pienso tolerarte más pataletas de celos en plena homilía por no ser tú la redactora de los sermones. Respecto a ti, Lujuria, ya hablaremos con calma sobre esos traviesos influjos que lanzabas al padre Anselmo y que sospecho tuvieron que ver con su destitución.

Y a ti, Ira, no te lo repito más. Me da igual si te aburres, no puedes quedarte en casa con tus hermanas, y punto. Así que frena ese enfado y no sigas protestando que nos conocemos.

(“Señor, qué agotamiento. ¡Y qué pereza todo!”)

¿Podemos irnos de una vez?

–¡¡¡Sííí mamááá!!!

18. EL CONGRESO

El estrépito era ensordecedor. El Congreso de Energúmenos se encontraba rebosante de caras enrojecidas, dedos enhiestos, ojos desorbitados. Todos aullaban a todos.

“Majadero, hediondo, malnacido, chupasangre, zampabollos, sanguijuela, botarate, mastuerzo, canalla, bocachanclas, cenutrio, cantamañanas” se ladraban al oído.

Entre tanto insulto sobresalían frases de ilustres personajes.

“Se sienten coño”, vociferaba uno con sombrero de charol negro. “Viva la muerte”, ese tuerto lleno de condecoraciones. “Devuélveme mis legiones”, aquel romano emperador. “Mein kampf”, el del bigotillo ridículo.

“Idiota, tontolnabo, imbécil, ladrón, patán, asqueroso, zoquete, alfeñique, palurdo, bogomilo” mugían sin cesar mirando de reojo a los egregios.

“Aur aur desperta ferro”, bramaban fieros guerreros. “Muera la inteligencia”, el mismo tuerto. “Por qué no te callas”, uno con corona. “A por ellos”, algunos salvapatrias.

Alborotaban, abucheaban, berreaban, rugían, pataleaban, intentando vencer siempre al enemigo en tono, volumen y exabruptos.

De pronto, por encima del caos, surgió una enorme, potente, modulada y formidable voz proveniente de un venerable anciano que observaba la escena desde la distancia que otorga la sabiduría:

• “A la mierda”, clamó.

Un sepulcral silencio cubrió la sala. La jauría bajó la cabeza dando por concluido el concilio.

El honorable sabio salió en solitario, meneando la cabeza, ayudándose de su viejo bastón.

17. Un hombre pacífico (Óscar Quijada Reyes)

Walter es un hombre tranquilo, es el mejor jefe que he tenido. Quiero ser como él, por eso observo atentamente sus actividades. Es acertado al tomar decisiones, nadie le supera en conocimientos de su profesión y todo el tiempo está a la vanguardia. No obstante, los que más impresiona es que no pierde la calma en los momentos más difíciles. Por lo general, dice algo que pacifica las situaciones complicadas, ya que no se queda callado. Al contrario, yo tengo tendencia al enfado, en ocasiones un poco más que eso.

Sentí la curiosidad de investigar sobre él. Esa noche permanecí en la empresa y fui a su despacho. La puerta estaba abierta, toda su información estaba accesible y el ordenador estaba encendido; no encontré nada significativo. A la mañana siguiente, solicité su permiso para salir un tiempito. Utilicé mis artimañas para entrar a su casa. Todo parecía estar en orden hasta que, de repente, una falla en el piso me llevó a tropezar con la realidad y el pánico me invadió. ¡Nadie sobrevivió para ser testigo de su ira!

16. ONOFRE (Toribios)

Decir que Onofre tenía mal genio sería quedarse corto. A Onofre, apenas le rozaban la fibra sensible, le corría por el cuerpo una tromba de fuego que emergía por los ojos en forma de abrasadoras llamaradas. Algunos en el pueblo decían de él que parecía el mismo demonio.

Con este sambenito, a Onofre cuando mozo no le había sido fácil encontrar quien le quisiera. Las chicas le rehuían en la verbena, a sabiendas de su facilidad para entrar en estado de ignición, y acababa a trompadas con algún forastero desprevenido e ignorante del mal gerol de aquel sujeto con aire de angelote.

Y es que nuestro Onofre tenía el aspecto inofensivo de un osito de felpa. De hecho sus ojos, redondos y en permanente expresión de asombro, parecían diseñados por el dibujante de una serie japonesa.

Pasó Onofre una vida difícil, prisionero de aquella bestia que anidaba en su interior, hasta que conoció a Hermelinda. Era su gesto adusto y desabridas sus maneras, pero en su interior anidaba todo el amor del mundo. Un amor intacto y puro que anegó las entrañas de Onofre hasta apagar su fuego por entero.

15. MALDITO PAÑUELO (Mødes)

Cuando era una niña, sangró.
Por eso, años más tarde y vestida de blanco, ya no pudo hacerlo.
Y un marido sin honor no atiende a razones.
Y su navaja, tampoco.

14. FURIA DE TITANES (Mariángeles Abelli Bonardi)

El silencio de los inocentes queda en la nada cuando se trata de mí: cada vez que pruebo Las uvas de la ira, cunden los Relatos salvajes

Rápidos y furiosos, invaden La casa de los espíritus. Todos se enteran que así, Durmiendo con el enemigo, cada vez que abro la boca, Un monstruo viene a verme

La cosa, El lobo de Wall Street: todos me quieren en El club de la pelea¿Cómo entrenar a tu dragón?, me pregunto a mí mismo, Intensamente. Entonces alguien me toca el hombro y devela El código Enigma: me dejo abrazar, y ya más tranquilo, le pido a El guardaespaldas que es mi conciencia: Quédate a mi lado.

«A río revuelto… ¿sequía de escritores?» (TEXTO FUERA DE CONCURSO)

                                                                                                     (Para todos esos pescadores de agua dulce, y en especial para vosotros, ENTCianos… ¡ánimo!)

¿Qué es escribir?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿para qué?… Supongo que, como yo, habréis leído mil versiones e hipótesis sobre los recovecos de la escritura, algunas de ellas maravillosas. Yo me quedo con que escribir es algo así como un “cosquilleo” que aparece de repente, una especie de “chispa” proveniente de algún lado y que, como toda energía, solo nos queda intentar avivarla,  transformarla (nunca, jamás apagarla) antes de que prosiga su rumbo.

Hoy, tras meses de sequía, me ha despertado una de esas chispas, y me he levantado para tratar de transmitírosla. He pensado: “escribir es como pescar”. Puedes tener buenos aparejos, o el mejor cebo, puedes haber leído las aguas, estudiado la orilla con antelación pero, si no echas la caña… imposible. Una vez que la lombriz ya está en el fondo, empezarán a contar otros factores: la habilidad, el hambre del pez y, por supuesto, la suerte. Pero, con el tiempo y una caña… al final siempre cae algo. Puede que no sea hoy, ni esta semana, o puede que la captura no de la talla y haya que devolverla al agua. Y, por descontado, siendo pescadores de agua dulce, lo de vender el pescado para ganarnos la vida, olvidémoslo. Pero al menos habremos echado el rato

Y ahora llega la idea principal, la chispa, las “cosquillas” que me han traído aquí: no sé si os habéis fijado pero… El río anda revuelto, las aguas están turbias. Uffff. Si yo os dijese que llevo un año de mierda, muchos de vosotros pensaríais: “Toma éste, no te digo, ¡y yo!”. Las tormentas han enturbiado el río que nos lleva, las orillas están sucias, pulula un tufillo a petróleo e incluso hay peces agonizando. Sin embargo, si hay algo perfecto en este absurdo mundo de las letras y de la vida es que… el final aún no está escrito. Lo básico, repito, es echar la caña. Abrir el carrete, balancear la plomada y lanzar el corcho. El anzuelo caerá, desaparecerá en esas aguas turbulentas y desesperanzadoras pero… lo grande, lo maravilloso es que, al perderlo de vista, lo que suceda después será un misterio. Puede que caiga en un fondo desierto y que permanezca ahí, intacto, durante horas, días, meses. O también… puede que llegue un gran pez, o cualquier otra criatura, y agarre la lombriz con la cólera de un tiburón, con la voracidad de un kraken. Y arrastre anzuelo, plomos, boya, caña, y también al pescador. Y que nos haga surfear (ojalá, ¿te imaginas?), hasta el nacimiento del río o hasta su desembocadura o, quién sabe, incluso más allá.

El final, como en toda hipótesis vital (o como en todo buen microrrelato), no es lo importante pero, ya que navegamos en tiempos pragmáticos, os lo desvelaré: Sí, exacto, lo más probable es que el sedal se parta y que ni veáis al pez. Y… a pesar de las expectativas, lo mismo ni siquiera se trataba de un tiburón, ni de un calamar gigante. Igual era tan solo un submarino ruso a la deriva. O un submarinista borracho. Sin embargo, el proceso, el lance vivido, el camino, la travesía, una vez más, sí será lo importante. La chispa generada. Porque, aunque no nos percatemos, ese absurdo episodio de “alocado surf sobre aguas fluviales” probablemente es y será observado por otros ojos. Otros ojos que igual solo pasaban por allí a leer las posibilidades del río, o a escuchar el canto de las aves. Pero no os quepa duda de que el dramatismo, las risas, la tristeza, la empatía, las emociones generadas por ese simple lance de pesca, provocarán quién sabe qué, y quién sabe cuántas otras chispas, otras cosquillas u otras ganas de pescar.

O a lo mejor no, pero mira, al menos, entre pitos y flautas, igual las aguas van volviendo a su cauce.

13. ENERGÍA RENOVABLE (Domingo Jiménez Lacaci)

Entró en la vivienda con mucha parsimonia, dejó un bolsón en el suelo y se puso un mono. Luego sacó una carta arrugada con matasellos de diez años atrás. La leyó una vez más, muy calmado, hasta que llegó al “…y por mucho que lo intentes no serás nunca ni la mitad de hombre que él, así que ahí te quedas, Alfredo. Hoy mismo me traslado a su casa. Ni me sigas ni me llames”. Ahí su corazón inició como siempre un galope enloquecido, las venas de las sienes se hincharon, los ojos se le anegaron de sangre. Empezó a temblar y a rechinar los dientes. Sacó de la bolsa dos mazos enormes y comenzó a golpear los tabiques. Los ladrillos saltaban hechos puré, las puertas caían descoyuntadas, las ventanas explotaban en mil pedazos. Jadeando agarró un pico y la emprendió con el suelo. Las baldosas estallaban en una ebullición de golpes salvajes. También los revocos, los techos. Cuando todo estuvo destrozado se secó la frente con un pañuelo y se quitó el mono. Guardó las herramientas y bajó al portal. Otro día de trabajo bien hecho, pensó mientras metía la factura en el buzón. Demoliciones Alfredo, decía el membrete.

Nuestras publicaciones