Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

38. Biografía no autorizada (MVF)

Me mentiste siendo el árbol de mis sueños, pájaros diminutos que crecían en tus ramas, alimentados por el viento de la fe que te tuve. Me mentiste, desde esa nube blanca con forma de elefante que dejaste entrar por la ventana, en una tarde lenta, lenta, como un cachorro herido. Me mentiste, y eso sí que no puedo perdonártelo, en mis propias raíces, cuando una y otra vez te pregunté de dónde éramos y tú inventaste nombres, pueblos, casas, poblaciones enteras para hacerme vivir dentro del libro que escribías solo tú.

37. ¿Y SI FUERA VERDAD? (Fernando da Casa)

 

“La Tierra es plana.

Como el Sol, las estrellas y la luna.

La mujer nació de una costilla del hombre, para servirle y perpetuar la especie.

Los animales no tienen alma, ni sentimientos. Fueron creados para alimentarnos y entretenernos.

El hombre blanco debe liderar políticas de paz y prosperidad para el mundo, para que convivan gentes de otras razas y condiciones, porque –a pesar de su inferioridad genética- todos los seres humanos tienen derecho a una vida digna.

La caridad es la base de la justicia social.

No te preocupes si crees que no eres perfecto, si no alcanzas las metas que se esperan de ti, si te avergüenzas de tu cuerpo, si tu conducta sexual no es la apropiada, si tus pensamientos te llevan a dudar de todo… Todos somos pecadores.”

Ángel terminó su redacción garabateando una firma y la fecha: octubre de 2030.

Estaba satisfecho de su trabajo, lo entregaría en la escuela al día siguiente. Podía ir solo, sin miedo a drones o a escuadrillas justicieras, ya desaparecidas de las calles.

Hacía tres meses que había estallado la paz mundial.

Por suerte, Dios existe.

36. Escala 1/12

Felicidad fue la primera. Trabajé muchas horas con ella en el taller. Es roquera y languidece recostada en el sofá, como si fuera una guitarra abandonada. En su mano izquierda sostiene un frasco de barbitúricos. Pobrecilla, falleció por una sobredosis. Le siguió Maya, la equilibrista. Tiene una figura escultural y reposa con el cráneo destrozado en el patio interior, tal cual quedó al precipitarse al vacío. Noé, su melliza, lo presenció todo, tuve que decirle que se diera un baño caliente para calmarla. Ahora descansa en la suite del piso de arriba. Le apasionaba coger olas hasta que una gigante se la tragó. Está sumergida en el yacuzzi, con unos plomos atados a la cintura.

Me chifla la casita de muñecas, una réplica exacta de la mía. Ayer fui a la tienda de manualidades y adquirí un juego de cuchillos para la cocina. A Eclipse le va a encantar. Es una gran chef y hace poco le concedieron una estrella Michelín. Emocionado, la abrazo por detrás y, mientras cierro la puerta de madera azul del comedor con el pie, le susurro al oído: no abras los ojos hasta que yo te lo diga.

 

35. Ni un pelo de tonto

Como todas las mañanas el semáforo, que hay justo al salir del garaje de su casa, está en rojo. Mientras espera a que se ponga verde, acostumbra a observar la enorme valla publicitaria que preside la plaza, pero hoy ha habido cambios. No se trata de una atractiva chica anunciando lencería, ni de la conocida bebida refrescante con chispa, tampoco del tentador destino turístico rodeado de palmeras; ese que le hacía soñar antes de empezar la dura jornada en el bufete de abogados en donde trabaja.

Esta mañana un atractivo hombre maduro de abundante pelo gris y tez bronceada le sonríe de una forma que a Daniel le parece ofensivo. Anuncia una loción crecepelo muy conocida. Él mismo es uno de sus mejores clientes. De hecho acumula frascos y frascos vacíos de esa misma loción en el trastero.

Y ahora, mientras acaricia su despejado, suave y redondo cuero cabelludo, unas ganas de venganza sin límites se adueñan de él.

Con el semáforo ya en verde y con la prueba del delito en su trastero, acelera con más ímpetu de lo habitual.

 

 

34. El tobogán de los sueños

Se levanta la primera. Antes de cumplir con la tarea diaria, necesita empaparse de su carita soñolienta. Contarle bajito sobre la casa en la que vivirán. Con una habitación solo para él. Y una ventana muy grande y un arcoíris pintado en la pared. Un jardín enorme, donde podrá correr con sus amiguitos cuanto quiera, y una piscina, un tobogán…  

Le besa en la mejilla, con cuidado de no despertarlo, y abandona la estancia con los ojos velados. Atraviesa el espejado pasillo y se topa con un reloj que parece mofarse de ella. ¡Si pudiera parar sus manecillas y retroceder hasta ese instante en que conoce a Jorge y se enamora como una tonta! Pero piensa en su pequeño y se le pasa enseguida, incluso hay veces que ni recuerda lo que le dijo, mientras tocaba su barriga, la última vez que le vio:

«Este hijo es de los dos y por el paquetito de la maleta, ni te preocupes». 

Es mediodía, Jaime juega en el patio con otros niños. No sabe que mañana cumplirá tres añitos, los mismos que la normativa le concede en ese lugar. Tampoco, adónde lo llevarán ni quién lo cuidará mientras su mamita cumple condena.

33. Mar adentro

—¿Oyes las gaviotas, Celine? —musitó el hombre. Tosía las sílabas, desfallecido. La enfermedad había licuado su cerebro, no podía dormir y llevaba horas delirando.

Entre las rendijas de la persiana se filtraba una claridad púrpura: pronto saldría el sol. Ella iba y venía, poniendo paños húmedos en su frente, cambiando las sábanas empapadas en sudor.

—Tengo los pies helados —gimió, angustiado—. La marea me arrastra, Celine, ¡por favor, ayúdame! —Sus ojos la miraban suplicantes.

Ella tomó su mano y él la asió con fuerza.

—No tengas miedo, Marcel —dijo dulcemente—. El mar está en calma, iremos entrando poco a poco. Mira el azul del cielo, siente la arena bajo tus pies. Ahora nos cubre por el pecho; no, no te suelto. ¿Ves aquel barquito velero? Tenías razón: en el mástil están posadas las gaviotas que antes oías.

Notó entonces Marcel que una corriente lo abrazaba, lo envolvía. Las olas lo arrullaban, lo mecían, mientras le invadía una inmensa paz. Nunca había sentido tanta gratitud. Aflojó la mano que lo sujetaba y se dejó llevar hacia el fondo.

En ese momento le pareció a Celine que una brisa de algas y yodo impregnaba con su aroma toda la estancia.

 

32. LA VIDA ES UNA MENTIRA

Mi madre me dijo que no dijera mentiras, acto seguido me dijo que si me tragaba el chicle se me pegaría a las tripas.

Mi padre me dijo que si me masturbaba mucho me quedaría ciego y mis amigos decían que si besabas a una chica se quedaba embarazada.

Mi novia me dijo que el problema no era yo que era ella.

Mi mujer me dijo que se iba a cenar con su amiga Pili. Esa misma noche vi a Pili paseando al perro.

Le he dicho a mi madre que en la residencia se sentirá menos sola y a mis hijos que papá y mamá se siguen queriendo aunque vivan separados. Después les he recordado que no deben decir mentiras.

31. Enredada

Su abuela le contaba que cada mentira que dijera le costaría un enredo más en su rizosa melena y una verruga verde en su preciosa cara.

El cura que la confesó antes de hacer su Primera Comunión la miró muy serio con su cara cetrina; advirtiéndole que debía rezar un Avemaría y un Padrenuestro por cada mentira que contara a sus mayores.

La mañana de la celebración, su madre, harta de romper cepillos, peines y tenacillas, la mandó a la peluquería del barrio. El gorrito con lazos y flores  aplastó la obra de arte de la aprendiz.

Siendo adolescente decidió raparse al uno. Iría de frente. Se comería el mundo.

A sus cuarenta y tantos coloca su peluca en el bastidor y deja caer lágrimas como para llenar media bañera. Una por cada verdad a medias que tendrá que seguir añadiendo a la lista. Al menos, hasta que su pequeña sea una adulta con algo más que caracolillos en su linda cabecita.

Contar cuentos de buenas noches, que nunca serán verdad, a un calco de ti misma tras una agotadora sesión de quimio es la segunda mentira más dura de digerir desde su malogrado matrimonio.

30. DEMASIADO PRONTO

Me desenreda el cabello para quitarme el salitre y la arena, con mucha suavidad, como lo hacía mamá, pero yo me retuerzo y me quejo de que me hace daño. Me ha traído mi bocata favorito, pero le digo que no lo quiero, que hoy quiero fruta. Papá se enfada y ella me disculpa. Que estoy cansado dice . Que bañarse en el mar agota. Que es normal que esté irritable. Que necesito tiempo para conocerla un poco más.

Y me sonríe. Y yo sé que es buena y que tiene ganas de llorar, como yo, que solo quiero llorar. Y abrazarla, aunque la abuela me diga cada sábado que mamá llora en el cielo porque aún no hace ni un año y eso es demasiado pronto.

29. ¿Se pilla antes a un mentiroso…?

La experta en comunicación no verbal señaló que en el vídeo se apreciaba que el imputado se tocaba la cara con frecuencia, como tapándose la boca, mientras explicaba dónde había estado la  tarde de los hechos. El ademán, según la experta, era indicativo de la contradicción que experimentaba, o dicho de otro modo, del deseo de borrar las mentiras que salían de sus labios. También analizaba, esa misma experta, la forma en que el sujeto escondía las manos, o apartaba la vista, mientras respondía a preguntas de los periodistas en una rueda de prensa.

A mí me pareció brillante. Sin embargo, el perito de la defensa rebatió todo su análisis con una simple sentencia: “Esto (refiriéndose al análisis postural) no es una ciencia exacta, señoría”.

Ni los listados de llamadas del encausado, ni los testimonios de los asistentes a la reunión de emergencias parecieron suficientes para asegurar una condena. Así que, al final del tercer día de juicio, esperé en el aparcamiento, me fui directo hacia el acusado, levanté la garrota y le descargué un golpe brutal en el peroné.

Confío en que la cojera sea tan notoria que a su señoría no le queden dudas.

27. El bálsamo

Era fácil, casi un juego de niños y aún así, no siempre resultaba efectivo.

De pueblo en pueblo, durmiendo apartado en los caminos. No diré huyendo porque me parece algo excesivo, no obstante…

¿Que si yo mismo tenía fe?

Bueno, a ver… Puedo inventarme que el que me lo vendía a mí era una eminencia, que ocultaba su nombre y ocupación escapando de las férreas leyes, que utilizaba una fórmula secreta y que los componentes no eran fáciles de conseguir… Vamos, que no crecían en los árboles.

Y desconozco si realmente incluía una serie de sustancias, cómo diría, ¿prohibidas? ¿algo peligrosas? ¿pelín tóxicas? Pues no sé, ni lo afirmo ni lo desmiento. Yo no sé nada de eso. ¿Qué voy a saber yo? Yo sólo soy el charlatán, el tratante, el chamarilero. Un intermediario, vaya…

¿Responsabilidad? ¿Yo? La gente es mayorcita y sabe muy bien lo que se hace. Si me dan un cochinillo y me suplican que lo acepte, pues ¿qué voy a hacer sino aceptarlo? Pero yo no cobro, ¿eh? No se equivoque. Yo vendo cacharros, quincalla, todo lo que usted ve aquí. Y en ciertas ocasiones, sólo para que se pruebe, incluyo, como regalo, el bálsamo.

26. Coincidencias

—Demasiado caro para derrocharlo —decía siempre.

A mí me daba igual, en cuanto él y mi madre se iban a trabajar, lo cogía y me rociaba desde el cabello hasta los pies. Me pulverizaba todo lo que el olfato me permitía, tanta cantidad que a veces me provocaba dolor de cabeza. Pero no me importaba. Al llegar a clase, me ponía la bata moviendo los brazos y los hombros con exageración para dispersar bien la fragancia. Ahora que lo pienso, era como un ritual primitivo, un cortejo propio de ciertas especies de animales, tal y como nos explicaban en clase de ciencias.

Entonces Laura se giraba.

─¡Me encanta! ─exclamaba.

Era obvio que se refería a mí, ¿a quién si no?

Me sentía afortunado. Hasta que sucedió lo inevitable. Se acabó el perfume. Y el ritual de la bata. Y Laura.

Mi madre no me creyó cuando aseguré que yo lo había terminado.

—No lo defiendas —me reprendió—. Hace tiempo que me engaña —añadió apenada mientras los dos mirábamos por la ventana.

Permanecimos allí quietos, en silencio, observando como mi padre y su maleta iban menguando.

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