Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

75. Zombis

“¡Han llegado los muertos! ¡Han llegado los muertos!” Gritan alborozados los chiquillos señalando al antiguo cementerio bajo el pantano. Las fanfarrias y los tambores multiplican la buena nueva y desde las aldeas vecinas acuden voluntarios para el intercambio. Todos los años esperamos con alegría el regreso de los seres queridos y la pena por los que eligen marchar tampoco es tanta, pues sabemos que volverán al siguiente año. Por eso nosotros no tememos a la muerte, salvo cuando la suerte es esquiva y el finado no consigue revivir del todo y, en consecuencia, tampoco uno se muere como es debido. Entonces ambos vagamos por las calles como almas en pena durante todo el año, atemorizando a los viandantes, algo que cada vez es más frecuente. Dicen que es por cosas del clima, como no cuidamos el planeta, el pantano se seca y los muertos se marchitan y no resucitan bien. Pero no hacemos nada por remediarlo. Debería darnos vergüenza, pobres muertos.

74. El ¿error?

Después de la llamada del director del colegio me quedé sentada en el coche con el móvil en la mano. En silencio. Sin respirar primero. Hiperventilando después. No entendía nada. ¿Por qué me había contado a mí que Alicia, nuestra vecina del segundo, la compañera de clase de Alba, estaba en el hospital? ¿Qué tenía eso que ver con nosotros? ¿Por qué me decía que había un problema con mi hija? ¿Cuál? Si Alba era una maravilla… guapa, lista y nunca se había portado mal en el colegio. Nunca. Quizá yo no le había entendido bien. O quizá él se había confundido al llamarme. Me limpié las lágrimas de la cara y arranqué el coche. Necesitaba llegar a casa. Seguro que todo era un error. Mi Alba nunca haría daño a Alicia. Aunque Alicia tuviera unos kilos de más o no fuera tan lista como ella. Estaba aparcando cuando vi a la madre de Alicia entrando en el portal. Y me escondí. Para no entrar en casa a la vez que ella; para no tener que mirarle a los ojos en esos minutos eternos del viaje en ascensor.

73. AIDÓS

Nació Hija de la Noche proponiéndose complicar la existencia en la minúscula Gaia. Para ello engendró a Ponos (trabajo), Lete (olvido), Limos (hambre), Algos (dolor), Hisminas (disputas), los Macas, Fonos (matanzas), Androctasias (masacres), Neikea (odios), Pseudologos (mentiras), Anfilogias (ambigüedades), Disnomia (desorden) y Ate (insensatez).

Eris los desplegó a todos, encargando a uno de los gemelos Macas, Kidoimos, Dios de la confusión, sembrar el absoluto desorden.

Acertó plenamente. El joven planeta se sumió en el caos obedeciendo al impulso de la debilidad humana por el poder y el odio.

Aunque Prometeo andaba peleando con Zeus por ciertas minucias, se apiadó de ese ínfimo rincón de uno de sus muchos universos, enviando a su hija Aidós, Diosa de la vergüenza, modestia, respeto, humildad, dignidad, a restablecer la sensatez.

Pero Kidoimos y la jauría de hermanos habían cumplido perfectamente su cometido habiendo convertido la convivencia en un cadáver insalvable.

Las últimas en abandonar la Tierra fueron Aidós y su amiga Némesis, acosadas, perseguidas y amenazadas por la prole de Eris.

Prometeo, harto de la miserable humanidad, apuntó con su dedo al azul planeta haciéndolo desaparecer.

Por supuesto, Kidoimos ha conseguido escapar buscando ahora otro indefenso lugar donde sembrar su infalible confusión.

72. Boca abajo (Blanca Oteiza)

Mi reflejo se proyecta en el espejo mientras me afeito. Ducha, perfume y los gayumbos que me compré ayer. Encima el disfraz de super héroe erótico. Agradezco que sea invierno y el abrigo me oculte el atuendo mientras llego al lugar de la cita.
Junto a una maceta con hojas verdes dejo el gabán y toco el timbre del apartamento. Mi sonrisa picarona desaparece con la sorpresa de ver a una mujer de edad avanzada al otro lado de la puerta. Pensando en disculparme por interrumpir su siesta, me invita adentro. Tras un café y unas pastas me lleva hasta el dormitorio con cortinas y colcha trasnochadas, donde hace tiempo que no se quita el polvo.
Al salir de la vivienda, observo el número nueve del apartamento de enfrente. Me giro para comprobar que el de la anciana tiene el mismo número. Aturdido y confundido me percato que junto al visitado se hallan el cuatro y el ocho. Comienza a entrarme un cosquilleo en el cuerpo recorriendo cada poro, brotando un sofoco hasta en la barba que no tengo. Creo que dejaré los sesenta y nueves.

71. Allá donde fueres, haz lo que vieres.

El calor era insoportable. Cuarenta kilómetros desde la última parada y a pesar de llevar las ventanillas abiertas, resultaba difícil aguantar la temperatura. Volví a dar un trago a la botella de agua y sin esperarlo, un repentino olor a mar llegó a mi olfato; pocos minutos después divisé las olas. Paré el coche, bajé de él, y me conduje hasta la arena, sobre ella una multitud de  personas  parecía tomar el sol y …sin ropa alguna. Deduje que era una playa nudista pero no iba a dejar pasar el privilegio de darme un buen chapuzón por pudor , así que me despojé de todo lo que llevaba encima y me fui al agua directamente bajo la mirada extraña de cuantos estaban allí.
Salí ya refrescado y antes de tumbarme en la arena un hombre se dirigió a mí gritándome.
_¡Eh oiga! ¿Quién le dijo que podía meterse en el agua? Recoja en aquella mesa el sobre de su paga y abandone el lugar por favor.
Ahora, cuando mis amigos proponen ir al cine, siempre elijo yo la película.

70. LAMENTO MUSICAL (Nani Canovaca)

Ahora entiendo el motivo por el que me alteraba cuando comencé a conocer este género musical. Me afectaba y pareciera que se me clavara en el alma. Como el llanto reprimido y doloroso que siempre descubrí en tu rostro, tus ojos y  que se te prendía a flor de piel.

¡Clavado, no conseguías espantarlo!

Al final comprendí este arte musical, que incluso he llegado a disfrutar, haciéndome intuir. Lo mismo que descubrí aquel dolor que no supiste superar y que terminó apagándote, como la nota final acompasada y callada, cuando el saxofón se queda solo y termina la partitura, dejando prendida una lágrima en la última nota que normalmente cae al suelo, como recuerdo de todo lo que significó su origen.

Hubo un tiempo que me sofocaba no comprender el arte y la pena, unidas.

Hoy, Jazz y sentimiento, van tan unidos a mí, como tu mirada y mi sentir.

69. Laberinto interno -Calamanda Nevado-

Si le  recordaba que antes era una persona centrada, y podría volver a serlo, trataba de convencerme que daría su brazo a torcer. Pronto dejé de creerla. Borraba con una goma  las buenas palabras y los deseos de cambiar.  Nos descolocaban sus atrevimientos; verla  humillarse.  Después de ayudarla profesionales,  aconsejarla y  luchar para que dejara de pedir limosna en la calle,  decidí irme. Me  costó cargar con ese peso,  hubiera  deseado hacer realidad, “hasta que la muerte os separe”.

-No nos encontrará cuando venga a comer,- dije con alivio a nuestros hijos, recién duchados. Seguramente  movido por algún ángel del cielo,  mi vida entonces era confusa y había tocado fondo. Cómo  podíamos   vivir como si nada, rotos de vergüenza, si  ya  no era secreto para  ellos su obsesión por  la bebida y   las apuestas.    A punto estuvo de arrastrarme, y yo de dejarme llevar.

Ahora estrecho a mis hijos contra mi pecho, y el mayor no se deja. Es su viva imagen y se comporta igual. Me siento como un mierda.  Por eso corro tras él  dispuesto a echarle una mano siempre que lo necesite. Toco  este tema  a menudo, y  me dice avergonzado: “Déjame una semana para pensarlo”.

 

68. OREMUS (Javier Puchades)

He seguido el consejo que nos dio la madre superiora a la hora de maitines: «Debéis satisfacer vuestras deudas con el Altísimo para lograr el éxtasis y la salvación. Utilizaréis cualquier instrumento de expiación». Por ello, no entiendo que nos haga ir por el pasillo del convento con las manos juntas en oración. De este modo, no puedo sujetar solo con las piernas este aparato que me he comprado. Así, nunca podré cumplir mi penitencia. Y en la caja lo pone bien claro: «Satisfyer XX, te hará alcanzar el cielo».

67. A COTA CERO (Domingo Jiménez Lacaci)

Jack Bullet, Saturio Palomo en el DNI, recorría los circos con su cañón haciendo de bala humana. Emprendedor incansable, cosió una capa roja al traje y según los vuelos se alargaban, él alargaba la capa por subrayar su majestuosidad de cometa. Lo perfeccionó tanto que recibió el encargo de su vida: la ceremonia olímpica. Encargó una larguísima capa de doce metros, y más focos por si acaso.

Esa noche saludó al Rey, a los cien mil espectadores y al mundo entero tras la cámara. Solo estaban iluminados él y a cien metros, la red. El disparo fue imponente, pero el percutor enganchó la capa y esta el maillot. En solo veinte metros, Saturio ya volaba en cueros. ¡Los focos! ¡Los focos!, gritaba para que los apagaran, pero abajo interpretaron que tenían que encenderlos todos. Hace ya cincuenta años de aquello y la foto aún permanece en la memoria colectiva de toda una generación. Una mecha muy corta para tanta pólvora, tituló un columnista con bastante mala baba. Saturio renegó para siempre de los petardos, las películas con catapultas y su apellido. Ya anciano en una residencia, pidió habitación en planta baja y jamás le vieron subir ni siquiera un peldaño.

66. Así nacen los héroes

Lo miró un instante y observó su cara de terror. Un curioso burbujeo removió su estómago, y notó una sensación de calor ascendiendo desde sus pies hasta las orejas, tan intensa que lo obligó a detener sus pasos.

Sabía que solo tendría una oportunidad antes de que aquel abusón propinara un puñetazo al chico arrinconado del patio. Pero, a veces, en el  fragor de las batallas más nobles cuesta calcular la distancia con el enemigo, y el destino ya había decidido cómo habría de librarse el combate. Antes de que aquel puño en vuelo rasante encontrara su objetivo, se estrelló de lleno en la boca de la barrera humana que nadie vio llegar. A Miguel nunca se le dio bien controlar los tiempos.

La herida sangrante y sus ojos desafiantes fueron suficientes para persuadir al matón, pero lo que realmente le acobardó fue la firme promesa de delatarlo al director.

Con una paleta menos y la férrea decisión de cambiar las cosas, volvió a entrar en el colegio.

A pocos metros, un niño tembloroso, que aún no salía de su asombro, recogía un diente ensangrentado. Lo limpió con mucho cuidado, justo antes de guardarlo en su bolsillo como un tesoro.

65. MALOS TRAGOS (La Marca Amarilla)

Deciden que ya recogerán mañana los platos, ahora lo que les apetece es tomarse un café sentados en el sofá. A la vez que ella lo prepara y acuesta a sus preciosos hijos, él aprovecha para pasear al perro juguetón y pensar un momento en la pelotera que ha tenido hoy en la oficina.

A la vuelta del recorrido acostumbrado, por fin se sientan juntos y, después de un delicioso café, él se toma una buena copa de coñac mientras ven una comedia romántica en la tele. Al poco rato se sirve otra copa, y otra, hasta acabar bebiendo directamente de la botella.

Se despierta con un intenso dolor de cabeza. Está solo en el sofá, sucio, rodeado de latas vacías de cerveza y con un pequeño transistor radiando un programa matutino, su televisor hace ya meses que no funciona.

Se tambalea al levantarse y observa que en la mesa todavía hay un triste plato, una cuchara sucia y un cazo requemado con sobras de días anteriores. Antes de ir al lavabo coge un par de analgésicos y no puede evitar mirar de nuevo la fotografía donde todavía se les ve felices, situada en un lugar preferente del mueble.

64. Nunca más (Pilar Alejos)

Se sintió muy desconcertado cuando, nada más llegar al lugar de la cita, le obligaron a tumbarse en el sofá y le arrancaron la ropa de manera violenta. Después, le ataron las manos a la espalda y le cubrieron los ojos con un pañuelo negro. Su rostro enrojeció por una mezcla de sentimientos de ira y vergüenza. La oscuridad y la incertidumbre acrecentaron su miedo. Suplicó que lo liberaran, pero no se apiadaron de él. Un sudor frío recorrió su piel y su pecho se estremeció al escuchar aquellas voces desagradables a su alrededor. Le repugnó percibir el hedor de su aliento acechando su boca y el humillante roce de múltiples manos invadiendo lo más privado de su cuerpo. Luchó por liberarse de las ataduras que le impedían defenderse. Sin embargo, no tuvo escapatoria.

Cuando todo terminó, juró que nunca más se dejaría engatusar para amenizar una despedida de soltera.

 

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