Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

13. LA MALDICIÓN (Sara Lew)

Después de robar los tesoros del faraón, mi vida dio un vuelco. Dejé de ser yo mismo. Al principio lo atribuí a aquel escarabajo azul que se me metió por el oído cuando abrí la cámara secreta, aunque luego constaté que, a pesar de verlo continuamente por el rabillo del ojo, era inofensivo. Más tarde recordé el aliento azufrado que me soltó la momia cuando destapé el sarcófago, pero la quemazón y las náuseas no tuvieron mayor consecuencia. Por eso no entiendo esto que me ocurre. Siempre fui un egoísta sin escrúpulos. Cuando delegué en mi aprendiz el honor de leer las inscripciones de la tumba en voz alta y el infeliz ardió espontáneamente, me alegré de mi previsión y cautela. Arrimado a las paredes con el zurrón lleno mientras el suelo se agrietaba y mis secuaces caían al vacío, yo solo pensaba en que ya no tendría que repartir el botín. Y ahora, quién lo iba a imaginar, la lujosa mansión que adquirí tras vender en el mercado negro las joyas y las estatuillas se ha convertido, a mi pesar, en un refugio de animales. No puedo parar de rescatar gatitos abandonados.

12. ¡TE PILLE!! (Rosa Iglesias)

Entro en casa son las tres de la tarde, tengo un hambre que devoro. Directo a la cocina, abro la nevera y cojo lo primero que pillo, engullo el trozo de carne que mi madre prepara como nadie y escucho algo.

Ruidos del piso de arriba, ruidos extraños que no había oído nunca, me asusto.

Subo enseguida, con cuidado, sin hacer ruido.

Abro la puerta de donde proceden los extraños sonidos y me quedo atónito.

Mi madre desnuda encima de un señor que no es mi padre.

11. Coches locos (Mercedes Marín del Valle)

Terminaron las vacaciones y debía asumir un nuevo destino. Un lugar de incertidumbres, con horarios estresantes e imposibilidad de conciliación familiar. Subió a su vehículo de segunda mano y carrocería ligera. Quería protestar, pero  solo consiguió lágrimas en los ojos y en el parabrisas. Llovía.  Antes de arrancar, miró a ambos lados. Se limpió los mocos e inició la marcha,  pero… ¡CUIDADOOOO! El freno no actuó a tiempo. Su coche golpeó ligeramente la puerta del copiloto. Para su sorpresa, su asombro y su morir de miedo, el vehículo comenzó a girar en modo peonza. La policía nacional había salido de paseo y, un inspector y dos acompañantes trataban, en vano, de mantener la compostura dentro del habitáculo. Ella bajó abochornada, y con las manos en la cabeza y el horror en sus ojos, contaba sin querer, los segundos que duró aquel entretenimiento de feria.  Los policías dijeron estar perfectamente, aunque el color de su piel no decía lo mismo.

Un tumulto de personas arremolinadas en la calle, murmuraban desconfiados al paso de la mujer custodiada por una legión de policías que no se sabía de dónde habían salido y que, en un gesto protector, la llevaban sujeta por los brazos.

10. TRABAJO COMPLETO (Ángel Saiz Mora)

La caseta en la que se vendía mi libro presentaba una cola kilométrica, la envidia de la feria.
Me puse al final de aquella hilera, pese a ser el verdadero autor. Un tipo sin talento alguno lograba reconocimiento gracias a unas supuestas memorias que yo le escribí, tras convertirme en su negro literario. Las vivencias eran fruto de mi fantasía, pequeñas historias aderezadas con dramatismo, ternura o humor.
Me había comprometido a cumplir lo firmado en el exigente acuerdo editorial. Un escritor de microrrelatos necesita comer, aunque encumbrar a un personaje así requiere enormes esfuerzos, incluso extraliterarios.
No supo reconocerme bajo la capucha de mi sudadera. Le arrebaté una estilográfica que utilizaba para las dedicatorias; también era mía, hasta de eso se había apropiado. La utilicé para clavársela repetidas veces. Su mirada de perdonavidas se transformó en otra de sorpresa. Los ojos, congelados en un rictus de asombro, se agrandaron al máximo. Habían escogido al tipo ideal, tan engreído como para convencerse de ser quien no era, e incapaz de asimilar todos los términos de un contrato.
Las ventas baten récords. Hasta los críticos más exigentes destacan ahora la coherencia singular de la obra premonitoria «Morir de éxito».

9. ¡Sorpresa, sorpresa! (Marisa Martínez Arce)

¡Sorpresa, sorpresa!

 

Era la primera vez que salía de viaje con mi jefe. Nunca había estado en París, la ciudad me fascinó. Tras dejar el equipaje en el hotel, salimos a cenar. Después me insistió para que tomáramos algo en un pequeño garito cercano a Montmartre. Bebimos un par de copas, por lo que ambos estábamos algo achispados. Cuando nos disponíamos a pedir la tercera se nos acercaron un par de chicas, querían que las invitáramos al tiempo que comenzaron a insinuarse sin ningún pudor. Por su aspecto e insistencia comprendí que se trataba de prostitutas. No me interesaban sus juegos, ni quería nada con ellas, jamás he comprendido a los hombres que pagan por sexo. Pese a nuestras negativas una de las chicas se sentó sobre mi regazo. De repente noté algo pesado sobre mi entrepierna. Me puse de pie como si tuviera un resorte en el culo y salí corriendo de aquel local.

8. ACTO REFLEJO

Hablando todo el día con el loro del vecino. Mi hermano no para de hacerlo desde que regresó de Afganistán.
Dice mi madre que le faltan tres tornillos, eso por lo menos… Pero a mí no me importa. ¡Le veo tan feliz, por fin en casa!
Eso sí, cuando el pájaro dice: “Ratatá, ratatá”, él se tira al suelo, pone cara de loco, rompe los cristales de la ventana y apunta con el paraguas a todo aquel que pasa por la calle.
¡Menos mal que papá ha vendido la escopeta…!

7. ¿Pero qué me dices..? (Iñaki FERRERAS)

Mi amiga Serena era una ávida lectora de literatura policíaca y se había creído todos los capítulos que, durante varios meses, yo le había contado sobre un supuesto caso de vigilancia policial hacia mi persona, a raíz de dos desafortunadas y alcohólicas llamadas telefónicas a líneas eróticas. La segunda había sido interceptada y en ella yo hablaba de traficar con droga y, como consecuencia, mi vida era un puro estrés porque se había convertido en un Gran Hermano cuyo público eran la pasma.

Pobre Serena, había sido utilizada como conejillo de indias por mí, su mejor amigo. Pero cuando supo la verdad, solo me espetó “¡¿ Pero qué me dices..!?” Y desapareció…

Una mañana, sonó mi portero: Era la Policía. Por rastreo telefónico, habían interceptado nuestras conversaciones y me citaban a declarar. Estando declarando frente a un agente que todo inventiva para un libro, repentinamente oí el nombre de mi amiga en un televisor. ¡Había escrito su propia novela con mi historia y ganado un premio! En acto reflejo, juré al policía que sí era una historia real de un amigo mío. Necesitaba escribir mi propia novela y vengarme de mi amiga. Mi obra sería doblemente mejor que la suya…

 

06. MÔMO

Mi vida se había hundido al quedarme sin trabajo, además de por dos cretinos y un imbécil.

Para escaparme buscaba eventos psicoastrometafilosóficos. Una página de internet muy extraña remitía a un château templario en la Auvernia.

Ya allí me asombró ver a Thor charlando amistosamente con Buda. En otro grupo reconocí a Gandhi, Freud, Pericles, Newton y Michelangelo riendo alegremente las chanzas de Marx.

En las ponencias Elon Musk narró su expedición a Andrómeda, Shakespeare y Homero nos enseñaron a utilizar correctamente las comas y Einstein intentó aclararnos sin éxito su eigualaemecéalcuadrado.

Compartí extasiada las pausas con Don Quijote y Sancho, Odín, Julio Verne, Maquiavello, Leónidas y los 300 espartanos, Orfeo, Luther King. Fascinantes definiría a Alejandro Magno y Nikola Tesla.

La mayor sorpresa fue cuando Carlos Arguiñano nos preparó sus huevos rotos.

Hasta que de pronto entro él. Me quedé extasiada. Riendo, bromeando con todos. Me miró. Me dijeron que era Mômo, Dios de la Alegría, expulsado del Olimpo por esconder su rayo a Zeus.

Aquí me tenéis, con él. Además de hacerme inmensamente feliz me ha regalado la inmortalidad. Vamos por los 12 hijos y esperamos tener otros 12 en el próximo milenio. Preciosos retoños de divertidos dioses.

04. UN TRAYECTO DIFERENTE

No fue un señor mayor, ni una mujer, sino un adolescente el que esa mañana alzó un momento su mirada del móvil, se quitó uno de sus auriculares y, sonriéndome, se levantó y me ofreció su asiento con un amable “siéntese, señora”.

Yo, mayor, cansada y ya acostumbrada a entrar cada día en vagones llenos de islotes humanos, absortos en sus dispositivos sin percatarse de lo que ocurre a su alrededor, acepté con inmenso agradecimiento su invitación, bastante inaudita en estos últimos tiempos.

A la sorpresa inicial por ver a un chaval tan joven observando algo más allá de su ombligo, le siguió el asombro de recibir su increíble sonrisa a la vez que su asiento.

Fue realmente un trayecto diferente el que disfruté ese día.

2. Miau (Francisco Javier Igarreta)

Pese a lo reiterativo de su conducta, siempre me sorprende. Apostado en el descansillo de arriba, el gato de la vecina, que sin duda me controla, suelta un bufido. Me recuerda a “Brisa” la gata persa de la abuela Catalina. ¡Qué pareja tan enigmática! Encerradas en sí mismas vagaban por la casa, como buscando el latido de los ausentes. Procurábamos pasar de puntillas frente a su alcoba. A veces, poniendo la oreja en la puerta, oíamos lo que bullía en nuestras cabezas. En más de una ocasión, la gata nos sorprendió de esa guisa. Durante una de sus esporádicas ausencias se produjo el fatal decaimiento de la abuela. Tras su muerte, aumentó la agresividad de “Brisa”, desbordando la soterrada ailurofobia del abuelo, tan poco sentimental como proclive a salirse de madre. La gata desapareció sin dejar rastro.  Meses después, hallándose en el umbral del sueño, el abuelo percibió un maullido lastimero. Su instintiva exclamación de sorpresa se acopló al fantasmagórico lamento en un dúo estremecedor. Subyugado por tan extraña armonía, él que nunca había creído en supercherías, fue incapaz de discernir qué voz había salido de su garganta. Desde entonces, unas veces ronca y otras ronronea.

01. SEGUNDAS INTENCIONES

Mientras juega con Rex me dice que el dueño es guapo pero que el perro lo es más si cabe… Me siento cómodo entre sus adulaciones y le agradezco con una sonrisa su mentira piadosa hacia un «pobre ciego». Respondo que su voz sugiere que ella sí que debe ser preciosa. Enseguida coge confianza y se sienta junto a mí en el banco. Comienza a describirse como “una morena de ojos verdes normalita”, ignorando que tras las gafas negras la observo de arriba a abajo. En realidad es una adolescente fea, chata, algo esmirriada y con el pelo rapado.

Acepta mi invitación para ayudarme a llevar la compra y yo le prometo que, a cambio, le enseñaré algo que estoy convencido que va a gustarle, que lo pasaremos bien. En casa, después de colocar todo en su sitio, entro al baño y comienzo a desnudarme. La llamo para cumplir mi palabra pero no contesta. Salgo al salón y descubro que ella y Rex no están. La tele de plasma tampoco.

88. Una de terror

El día que la guerra llegó al pueblo, Marta convenció a sus hijos de que los ruidos de las explosiones eran provocados por los especialistas de una película del oeste que filmaban por los alrededores. También les comentó que su padre había sido contratado como extra y que volvería pronto. En el momento en el que empezaba de nuevo un bombardeo, les pedía que se escondieran en la despensa para escuchar mejor, y ellos imaginaban al séptimo de caballería persiguiendo a los indios. Así fue hasta que una noche llamaron a la puerta, le dieron un fusil a Enrique, el mayor, y desapareció. A la semana siguiente le tocó a Manuel y a la otra a Miguel. Cuando la guerra terminó y regresaron, Marta apenas reconoció sus rostros tras aquellas expresiones de horror. Les mintió otra vez al decirles que a su padre lo habían contratado para nuevas películas y estaría ausente mucho tiempo. Por no avergonzarla, no quisieron contarle que ellos mismos lo habían enterrado en lo alto de un cerro después de la última batalla. Se quitaron sus uniformes y los quemaron. No hablaron nunca más. Se escondieron en la despensa y allí viven desde entonces. Mudos. Temblando.

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