Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

35. La primera vez

En cuanto oyó el portazo de cada mañana se dirigió al vestidor de su madre. La casa vacía, la habitación llena de sol. Le temblaban los dedos. Buscó en el cajón de la lencería un corpiño. Se puso un vestido entallado de terciopelo. Con el carmín rojo púrpura dibujó el contorno de los labios. Los aplastó contra el espejo. En la superficie de la luna del armario quedó marcado un corazón. Dio un paso hacia atrás y se puso a girar como una peonza. Que la puerta se abriera de improvisto y que en el umbral apareciera mamá perpleja, los ojos inundados de mar, con eso no contó. La mujer se adentró en el cuarto. La voz baja y quebrada. Acertó apenas a preguntarle: —Pero hijo ¿qué haces? Él no contestó, ni ella dijo nada más. Lo estrechó con todas sus fuerzas y lo llevó con dulzura a su regazo. Supieron entonces que les quedaba un largo camino por andar.

34. Los tiempos están cambiando

Samuel Echevarría, el gran coleccionista de arte moderno y famoso crítico de literatura fantástica, falleció el mes pasado. Entre sus últimas voluntades se encontraba la donación a la biblioteca pública de todos sus ejemplares de El Quijote, exactamente cuarenta y dos. El viernes se instaló una estantería con tintes futuristas, en homenaje al donante, donde se colocaron ordenados por su fecha de edición. Al día siguiente, en las cubiertas, don Alonso Quijano apareció vestido de mago, con una túnica blanca y una melena que le llegaba a los pies. Sancho, sin embargo, era la viva estampa de Harry Potter. Uno montaba en un dragón, el otro, en una escoba.

Los expertos más cualificados, disimulando su asombro, revisaron cada ejemplar, observando que, aunque el estilo se mantenía, el protagonista no se dedicaba a leer libros de caballería, sino sagas fantásticas, siendo su favorita El señor de los anillos. Tantas aventuras en lugares irreales le hacían perder la cabeza e ir en busca de tierras inventadas a matar seres que no existían. En su primer viaje, tras realizar un hechizo, lograba convertir unos molinos en gigantes, a los que al fin, después de cinco siglos y para sorpresa de Sancho, conseguía derrotar.

 

33. MEMORIAS DE PLATÓN (Rafa Olivares)

Desde que la descubrí de lejos, seguida por su esclava de compañía, Yalena monopolizó mi pensamiento. Su estilizada figura, delicados ademanes, serena belleza, edulcorada piel y suave mirada anidaron en mi mente alimentando un único anhelo: toda mi vida por un instante con la suya.

Tras varias semanas acechando sus paseos por el ágora, embelesado con sus andares que destilaban pureza y virtud, ensimismado en absorber las esencias de su estela, ocupado en interpretar los pliegues de sus túnicas y absorto en sustraer notas sueltas de su voz, mi fervor por ella había crecido como palmera en vergel.

Conocedor de su estado célibe, y ávido de esperanza, decidí lapidar mi timidez y provocar un contacto que me abriera su corazón. Para ello recurrí a lo que con acierto mejor cultivaba: la prosa. Escribí a Yalena una extensa misiva con las palabras más bellas y ocurrentes de que fui capaz para desvelarle la profundidad de mis sentimientos y la intensidad de mi amor. Un sirviente se la hizo llegar con discreción y la ansiada respuesta no tardó en llegar. En una nota escueta, con aromas de azahar, pude leer: «serán 300 tetradracmas y la cama».

32. Gluglú

Sentí molestias en la boca mientras tomaba el aperitivo. Con gusto me hubiera arrancado la dentadura postiza allí mismo. Pero no dije nada a mis amigas. Los veinte años al lado de Ramiro me entrenaron para disimular frente a cualquier mal trago. En cuanto regresé a casa, me la quité. ¡Qué alivio! Y al momento escuché una voz armoniosa y profunda pidiendo socorro. Aunque imaginé la presencia de un espíritu, no sentí miedo —si fuese mi difunto sonaría como una chicharra—. “¡En el vaso!”. Entonces vi al hombrecillo, con sus gritos de barítono, encaramado en lo más alto de la prótesis dental, casi cubierta por el agua. Acerqué el dedo y le salvé la vida. Para mi asombro, no me dio ni las gracias. Al contrario: exigía y exigía. Me ofrecí a prepararle un baño relajante —una de las obligaciones de su lista infinita—. Le pareció correcto. Abrí el grifo del lavabo y eché sales aromáticas. Primero, coloqué el tapón sobre el desagüe con la misma exactitud que cuando perdí el anillo de casada tubería abajo.

Al día siguiente, me compré unas gafas progresivas antes de entrar en la cafetería. No quiero más sorpresas entre los frutos secos.

31. A VUELTA DE CORREO (Belén Sáenz)

—No remolonees. Esos hombres viven en los intestinos de la tierra, sin otra luz que sus carburos. Ayúdales con las cartas.

Lo cierto es que padre conseguía parroquianos para su taberna y yo, por haber ido a la escuela, recibía tebeos y un cachorrillo al que abrazar cuando me asaltaban imágenes de derrumbes en las galerías. A algunos les avergonzaba admitir que sólo se escribían con su madre, así que les atendía en una mesa apartada. Como un confesor, llegué a saber demasiado sobre el funcionamiento de los cuerpos y las almas para mi edad. Ismael, sin embargo, no ocultaba su insistencia en cartearse con Marilyn Monroe. Había risas cuando le tarareaba la canción de Los caballeros las prefieren rubias, contoneándome como si llevara puesto aquel vestido rosa. Un día se ofendió.

—Chaval, tan listo que te crees, ¿no sabes que el grafito y los diamantes son primos hermanos?

Para hacerme perdonar, llevé la carta a la estafeta. Pasaron semanas hasta que volví a verle. Sacó un sobre y exhibió el remite como un naipe ganador: Norma Jeane Baker, 12305 5th Helena Drive, Brentwood, Los Ángeles. Aquel verano estuve ahorrando toda la paga para apuntarme a una academia de inglés.

30. 1977 LAS PALMAS DE GRAN CANARIA. MI PRIMER MUERTO O NO. EPI

Recuerdo como si fuera hoy, el timbre de la puerta.
– Mi teniente, orden de Gobierno, tiene que certificar la muerte de un legionario retirado, he aquí la dirección.
Tomé el mandato de sus manos temblorosas y cerré.
Mi primer destino y marrón. Cogí el maletín de médico y la caja de los fallecidos, espejo, linternita y aguja larga.
Un edificio vetusto colonial y una pensión en la quinta planta sin ascensor.
Con mi uniforme caqui, en agosto y con la humedad del mar, llegué empapado.
Me abrió una mujer oronda con bata boatiné y rulos.
De un pasillo largo y oscuro fueron apareciendo sombras, espectros de un pasado mejor, que se fueron sumando al cortejo y al llegar a la puerta del difunto me volví. Quietos todos.
Entré y cerré.
Una luz mortecina dibujaba a un legionario en la cama bocarriba y con su chapiri puesto.
Me senté a su lado un buen rato. Abrí el maletín. Tiré del párpado y la linterna me enseñó una pupila dilatada.
Al tomarle el pulso, notaba el mío acelerado.
El espejo en su boca no se empañó.
Cogí la aguja y con fuerza se la clavé en el muslo.
La borla giró.

29. VECINDARIO (Paloma Casado)

Desde que llegó para alquilar el tercero B, supimos que era uno de esos jóvenes amables que nadie relacionaría con un acto luctuoso. Habíamos visto muchas veces en televisión a los vecinos de un delincuente contar ante las cámaras que el presunto siempre les saludaba y que llevaba una vida normal. Y es que los peores nunca levantan sospechas para ojos poco entrenados. Pero a mamá y a mí, que no se nos escapa nada de lo que pasa tras la mirilla, esas idas y venidas en horarios no habituales, esas visitas de gentes de diferentes sexos y edades, esos ruidos nocturnos y, sobre todo, ese color de piel, nos pusieron en la pista de que probablemente se trataba de un psicópata, un traficante o un terrorista.

Nos agradeció que le invitáramos a tomar café y el pastel de frambuesa que degustó con glotonería antes de quedarse dormido. Después nos afanamos en una tarea que no era nueva para nosotras, ya que el mundo está lleno de indeseables. Al resto de los residentes no les sorprendió demasiado que el nuevo inquilino se marchara sin despedirse y enseguida lo olvidaron. Porque en estos tiempos que vivimos, nadie conoce a nadie.

28. El vendedor (Susana Revuelta)

No había domingo que no vendiese alguno de aquellos trastos que se amontonaban en su tenderete. Todo tipo de cachivaches exhibía, a cual más oxidado, deslucido, inservible o roto.

—Esta escoba sobrevivió a una quema de brujas —afirmaba el melenudo sin temblarle la voz—. Y esta alfombra voladora, recién llegada de Oriente, todavía podría recorrer distancias cortas, pongamos que de aquí allí —decía mirando el muro del cementerio. Y ya estaban dos viejecillas sacándose del bolso el monedero.

Luego mostraba una varita mágica y una lámpara maravillosa, ¡menuda imaginación! El tío todo el rato enseñando cacharros inútiles e improvisando. Yo hasta la hora de comer no tenía nada que hacer, así que me quedaba por allí, disimulando una sonrisa cada vez que algún incauto compraba alguna cosa.

Aquella mañana se fijó en mí, y señalando con un dedo mi calva, cogió un tarro transparente con un potingue dentro y dijo que era un crecepelo muy bueno. Me quedé perplejo cuando me dijo el precio, pero me fui a casa superfeliz, deseando probarlo frente al espejo.

(Fuera de concurso)

 

27. La tía, sorprendida, miró a sus sobrinos. (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Un ictus dejó a Isidoro mudo, parapléjico y confuso. Negocios de coloniales y unos contratos con el ejército lo colocaron en una holgada posición que le permitió casarse con Juliana, una belleza del Valladolid de los años en que aún Cuba era española.

Seis meses duró aquella tortura. No había forma de entenderle, y esto llenaba de iracundia los ojos de Isidoro y de desesperación a Juliana. Ni el cura lograba entender el porqué de aquellas reiteradas cabezadas apuntando con la barbilla al cuadro de la Virgen.

─Se ha vuelto muy devoto, comentaba Juliana.

Fallecido Isidoro, a Juliana, el local comercial, la casa y unos fondos en el banco, le parecieron muy poco, para lo que ella pensaba. Tuvo que alquilar la casa a unos carniceros, e irse a vivir con sus sobrinos a los que por falta de los propios siempre mimó como hijos suyos.

Una mañana le dijeron a Juliana, que los matarifes habían dejado la puerta de la casa abierta saliendo de ella apresuradamente. Juliana y sus sobrinos entraron. Sobre la mesa del comedor, vuelto hacia abajo, con la tela cobertora rasgada, se encontraba el cuadro de la virgen. Tres monedas de peseta estaban enganchadas al bastidor.

26. Golpe de gracia

La tía Herminia está sumida en una profunda tristeza desde que su novio la abandonó una tarde de verano. Le confesó que amaba a otra mientras disfrutaban del día junto al mar; de modo que él se fue por donde vino y ella regresó a casa con todos los bártulos. Fue tal el disgusto, que al llegar se enroscó sobre sí misma como una caracola y mantuvo su ostracismo durante los siguientes cuarenta años.

Semejante abandono de espíritu ha hecho que hoy la parca viniera a buscarla, y al entrar se llevara por delante el perchero donde seguía colgada la bolsa de la playa, aún intacta. La toalla ha salido volando, y de ella han caído un kilo de arena, su corazón roto, los hijos que nunca tuvo, los sueños perdidos, y una enorme pelota azul que ha golpeado a mi tía en mitad de la frente.

Todos nos hemos quedado mudos de la impresión. Menos ella, que ha dicho algo sobre recuperar el tiempo y ha salido camino del paseo marítimo. Ahora nos preocupa la muerte, que se ha quedado con un palmo de narices y mira de reojo a mi madre, que parece al borde del colapso.

25. CONTACTO (Mødes)

Esta mañana vi la urna abierta y tus cenizas esparcidas por el suelo del salón.

Y entre ellas había un cenicero roto y restos de mis colillas.

Quizá me estoy volviendo loca, pero ahora no dejo de llorar.

Y es que creo que anoche quisiste darme un último beso de despedida.

24. NI 200 PALABRAS MÁS (Juan Manuel Pérez Torres)

Estaba cansada de que cada día amaneciera para mí tan enredado, que el mal humor siempre orbitara sobre mí y que los ámbitos que ocupaba cada instante no fueran, siquiera, hospitalarios. Pero aquella mañana… desperté creativa; al menos, ocurrente. Lo cierto es que durante el rato que estuve en el baño (ducha, peinado, en fin, ya sabes) permanecí callada, no desperdicié ninguna palabra. Ahorré todas mis expresiones. Quiero decir que no guardé solo las palabras, también los gestos y demás señales que representaran un sentimiento, un pensamiento o una idea. Luego, en la cocina, lo pasé todo por el molinillo, lo puse en la cafetera y tras unos minutos, se oyó el esperado silbido del café, que fue lo primero que escuché de buen rollo. Deseché (en silencio todavía) la idea de elegir la de siempre y cogí otra taza, una más apropiada para aquel aventurado desayuno.

Por fin, al inclinar la cafetera para llenar el tazón, vi que lo primero que se vertió fue un asombroso y aromático «buenos días». Al instante noté que los amables gestos flotaban solícitos sobre su rostro y que las letras, libres, poblaban con arábigas volutas nuestros silencios y, felices, nos ofrecían nuevos significados.

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