Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

40. IRREPETIBLE (Nani Canovaca)

Me fui a la cama muy cansada. Me dormí de inmediato porque no recuerdo haber dado vueltas en la cama como otras veces. De pronto me despertó algo  Sé que me levanté y me sobresalté. Al estar la luz apagada, no sabría decir si en el suelo había agua, o si era algo viscoso y muy frío lo que noté bajo mis plantas. La impresión me erizó el bello, ya que la inseguridad me produjo un vértigo nunca antes conocido. Quería llegar a la llave de la luz. La tenía a escasos centímetros de la cama, pero estaba tan desorientada, que no sabía si girarme hacía la izquierda o la derecha, solo notaba un frío glacial y un pánico que me paralizaba. Intenté moverme, hacer algún movimiento y sobre todo, escuchar, pero tan solo noté un extraño roce en mi cara, lo mismo que cuando entro al desván y tropiezo con alguna telaraña crecida al paso de los años. Cuando conseguí articular mi brazo, apartar lo que me rozaba  y tocar la pared; di la luz y allí estaba.

Siempre original, solo repite la tarta. ¡Aunque creo que la felicitación de este año, es un poco heavy!

39. Boquita de ¡oh!

¡Mamá! ¡Mamá!

Cuando alcé la vista sobre el libro,  ante mis ojos se desarrollaba una escena propia del costumbrismo playero de años atrás. Un niño pequeño abrazaba con dificultad una sandía enorme y corría en busca de su madre para enseñarle semejante tesoro pirata enterrado en la orilla de la playa.

En su inocente carita se dibujaba una preciosa boquita de ¡oh!  asombrada ante aquel inesperado hallazgo. Yo pensaba que era imposible no empatizar con aquel crío que había provocado una amplia sonrisa en mi rostro imaginando que tal vez en su mente infantil habría pensado que las sandías crecían allí, pero instantes después  los dueños del “tesoro” corrían por la arena tras el pequeño ladrón.

Casi de un manotazo arrebataron la sandía de las manos de la madre del niño con muy malos modos y sin dar tiempo a sus educadas explicaciones, en un pis pas desbarataron  las ilusiones del niño y de paso marcaron en mi rostro una descolgada  boca de ¡AH! ante la sorpresa de tal comportamiento. ¿En serio? Una cala de sandía para todos , ése hubiera sido mi final para esta historia.

38. Uno de los nuestros

–Últimas tardes con Teresa –dijo el recién llegado–.

Accedió al recinto porque esa era una contraseña válida.

Después de la última catástrofe, la biblioteca se alzaba como el único edificio más allá de la zona contaminada. A él llegaban damnificados en busca de refugio. Solo les exigíamos la combinación de palabras que les abriese la puerta. Luego, el abrigo de los libros haría el resto. Cuando creían recuperarse, volvían a su mundo hasta la próxima recaída. Había quienes se incorporaban a nuestro empeño y así conseguíamos ganar adeptos. Por aquel entonces las campañas de promoción de la lectura, como escudo contra los agentes tóxicos, eran un vago recuerdo sepultado bajo pantallas mutantes, voces pretendidamente salvadoras y promesas de felicidad a la vuelta de la esquina.

Lo que nos asombró de este náufrago que venía desde tan lejos –Sancho se llamaba– es que, tras confesar sentirse mohíno y confundido, añadió que entraba en este lugar sagrado para reencontrarse con la sabiduría y el alivio que antaño le proporcionara su llorado compañero de fatigas.

37. Frank despierta

El pequeño Frankensteinchen abrió los ojos de par en par, como un ciego que no viera los focos que deslumbraban su piel pálida y temblorosa por debajo de la que parecía bullir un pajarito. Frankensteinchen era un creación hecha de injertos con cerebro de político, piernas de futbolista retirado y corazón de poeta enamorado. El engendro, nacido de una conjunción científica y cósmica, capaz de hibridar un ser que sería más que la suma de sus partes, susurró una frase, bien medida y acompasada, convocando una rueda de prensa. Luego, soltó un gritito agudo, se liberó de cables y salió por piernas. Se esfumó. Un milagro dentro de otro milagro. Tres horas después, tras —como más tarde desvelarían unas cámaras de seguridad— retozar en un prado rebosante de margaritas, compareció puntual ante los medios. El mundo entero pegado a pantallas móviles, televisores y aparatos sincronizados. Una babel de traductores y ciudadanos ansiosos contenía la respiración esperando escuchar sus declaraciones difundidas por todo el planeta. Un poeta con cerebro de dirigente, extremidades de acero, pulmones entrenados en el do de pecho, forjado por científicos de élite, suponía una gran esperanza para la humanidad. En verdad, sus palabras causaron sorpresa y asombro.

36. VIDA INTERIOR (Domingo Jiménez Lacaci)

Llevaba algún tiempo con cierta pesadez de estómago, y todo encajó cuando el camarero me preguntó qué quería de tapa con la caña. Aceitunas iba a decir, pero de mi boca salió otra voz y pidió tortilla. Estupefacto me comí la tortilla, que además estaba seca, y decidí acercarme al ambulatorio.

No hay duda, dijo la ecógrafa, tiene usted un hombre dentro, añadió mostrándome la pantalla. Eso es un disparate, contesté. Pues es un disparate con bigote, dijo señalando en el monitor el mostacho entre mis costillas. Vaya tranquilo, a veces pasa. Si no le habla, se aburrirá y se largará cuando menos lo espere. ¿Y dolerá?, pregunté. Nada que no arregle un Paracetamol, no sea quejica. Ay si ustedes tuvieran que parir…, me dijo levantándose.

Disciplinado, nunca le di conversación, pero él soltaba opiniones de aquello que se hablara. No entendía el fuera de juego y sus ideas políticas eran opuestas a las mías, así que me hizo pasar algún mal rato con los amigos.

Hoy pedí aceitunas, él tortilla, y una tercera voz pidió boquerones. Voy en el taxi a Urgencias a ver si me los sacan, y si no fuera posible, al notario a firmar el proindiviso.

35. La primera vez

En cuanto oyó el portazo de cada mañana se dirigió al vestidor de su madre. La casa vacía, la habitación llena de sol. Le temblaban los dedos. Buscó en el cajón de la lencería un corpiño. Se puso un vestido entallado de terciopelo. Con el carmín rojo púrpura dibujó el contorno de los labios. Los aplastó contra el espejo. En la superficie de la luna del armario quedó marcado un corazón. Dio un paso hacia atrás y se puso a girar como una peonza. Que la puerta se abriera de improvisto y que en el umbral apareciera mamá perpleja, los ojos inundados de mar, con eso no contó. La mujer se adentró en el cuarto. La voz baja y quebrada. Acertó apenas a preguntarle: —Pero hijo ¿qué haces? Él no contestó, ni ella dijo nada más. Lo estrechó con todas sus fuerzas y lo llevó con dulzura a su regazo. Supieron entonces que les quedaba un largo camino por andar.

34. Los tiempos están cambiando

Samuel Echevarría, el gran coleccionista de arte moderno y famoso crítico de literatura fantástica, falleció el mes pasado. Entre sus últimas voluntades se encontraba la donación a la biblioteca pública de todos sus ejemplares de El Quijote, exactamente cuarenta y dos. El viernes se instaló una estantería con tintes futuristas, en homenaje al donante, donde se colocaron ordenados por su fecha de edición. Al día siguiente, en las cubiertas, don Alonso Quijano apareció vestido de mago, con una túnica blanca y una melena que le llegaba a los pies. Sancho, sin embargo, era la viva estampa de Harry Potter. Uno montaba en un dragón, el otro, en una escoba.

Los expertos más cualificados, disimulando su asombro, revisaron cada ejemplar, observando que, aunque el estilo se mantenía, el protagonista no se dedicaba a leer libros de caballería, sino sagas fantásticas, siendo su favorita El señor de los anillos. Tantas aventuras en lugares irreales le hacían perder la cabeza e ir en busca de tierras inventadas a matar seres que no existían. En su primer viaje, tras realizar un hechizo, lograba convertir unos molinos en gigantes, a los que al fin, después de cinco siglos y para sorpresa de Sancho, conseguía derrotar.

 

33. MEMORIAS DE PLATÓN (Rafa Olivares)

Desde que la descubrí de lejos, seguida por su esclava de compañía, Yalena monopolizó mi pensamiento. Su estilizada figura, delicados ademanes, serena belleza, edulcorada piel y suave mirada anidaron en mi mente alimentando un único anhelo: toda mi vida por un instante con la suya.

Tras varias semanas acechando sus paseos por el ágora, embelesado con sus andares que destilaban pureza y virtud, ensimismado en absorber las esencias de su estela, ocupado en interpretar los pliegues de sus túnicas y absorto en sustraer notas sueltas de su voz, mi fervor por ella había crecido como palmera en vergel.

Conocedor de su estado célibe, y ávido de esperanza, decidí lapidar mi timidez y provocar un contacto que me abriera su corazón. Para ello recurrí a lo que con acierto mejor cultivaba: la prosa. Escribí a Yalena una extensa misiva con las palabras más bellas y ocurrentes de que fui capaz para desvelarle la profundidad de mis sentimientos y la intensidad de mi amor. Un sirviente se la hizo llegar con discreción y la ansiada respuesta no tardó en llegar. En una nota escueta, con aromas de azahar, pude leer: «serán 300 tetradracmas y la cama».

32. Gluglú

Sentí molestias en la boca mientras tomaba el aperitivo. Con gusto me hubiera arrancado la dentadura postiza allí mismo. Pero no dije nada a mis amigas. Los veinte años al lado de Ramiro me entrenaron para disimular frente a cualquier mal trago. En cuanto regresé a casa, me la quité. ¡Qué alivio! Y al momento escuché una voz armoniosa y profunda pidiendo socorro. Aunque imaginé la presencia de un espíritu, no sentí miedo —si fuese mi difunto sonaría como una chicharra—. “¡En el vaso!”. Entonces vi al hombrecillo, con sus gritos de barítono, encaramado en lo más alto de la prótesis dental, casi cubierta por el agua. Acerqué el dedo y le salvé la vida. Para mi asombro, no me dio ni las gracias. Al contrario: exigía y exigía. Me ofrecí a prepararle un baño relajante —una de las obligaciones de su lista infinita—. Le pareció correcto. Abrí el grifo del lavabo y eché sales aromáticas. Primero, coloqué el tapón sobre el desagüe con la misma exactitud que cuando perdí el anillo de casada tubería abajo.

Al día siguiente, me compré unas gafas progresivas antes de entrar en la cafetería. No quiero más sorpresas entre los frutos secos.

31. A VUELTA DE CORREO (Belén Sáenz)

—No remolonees. Esos hombres viven en los intestinos de la tierra, sin otra luz que sus carburos. Ayúdales con las cartas.

Lo cierto es que padre conseguía parroquianos para su taberna y yo, por haber ido a la escuela, recibía tebeos y un cachorrillo al que abrazar cuando me asaltaban imágenes de derrumbes en las galerías. A algunos les avergonzaba admitir que sólo se escribían con su madre, así que les atendía en una mesa apartada. Como un confesor, llegué a saber demasiado sobre el funcionamiento de los cuerpos y las almas para mi edad. Ismael, sin embargo, no ocultaba su insistencia en cartearse con Marilyn Monroe. Había risas cuando le tarareaba la canción de Los caballeros las prefieren rubias, contoneándome como si llevara puesto aquel vestido rosa. Un día se ofendió.

—Chaval, tan listo que te crees, ¿no sabes que el grafito y los diamantes son primos hermanos?

Para hacerme perdonar, llevé la carta a la estafeta. Pasaron semanas hasta que volví a verle. Sacó un sobre y exhibió el remite como un naipe ganador: Norma Jeane Baker, 12305 5th Helena Drive, Brentwood, Los Ángeles. Aquel verano estuve ahorrando toda la paga para apuntarme a una academia de inglés.

30. 1977 LAS PALMAS DE GRAN CANARIA. MI PRIMER MUERTO O NO. EPI

Recuerdo como si fuera hoy, el timbre de la puerta.
– Mi teniente, orden de Gobierno, tiene que certificar la muerte de un legionario retirado, he aquí la dirección.
Tomé el mandato de sus manos temblorosas y cerré.
Mi primer destino y marrón. Cogí el maletín de médico y la caja de los fallecidos, espejo, linternita y aguja larga.
Un edificio vetusto colonial y una pensión en la quinta planta sin ascensor.
Con mi uniforme caqui, en agosto y con la humedad del mar, llegué empapado.
Me abrió una mujer oronda con bata boatiné y rulos.
De un pasillo largo y oscuro fueron apareciendo sombras, espectros de un pasado mejor, que se fueron sumando al cortejo y al llegar a la puerta del difunto me volví. Quietos todos.
Entré y cerré.
Una luz mortecina dibujaba a un legionario en la cama bocarriba y con su chapiri puesto.
Me senté a su lado un buen rato. Abrí el maletín. Tiré del párpado y la linterna me enseñó una pupila dilatada.
Al tomarle el pulso, notaba el mío acelerado.
El espejo en su boca no se empañó.
Cogí la aguja y con fuerza se la clavé en el muslo.
La borla giró.

29. VECINDARIO (Paloma Casado)

Desde que llegó para alquilar el tercero B, supimos que era uno de esos jóvenes amables que nadie relacionaría con un acto luctuoso. Habíamos visto muchas veces en televisión a los vecinos de un delincuente contar ante las cámaras que el presunto siempre les saludaba y que llevaba una vida normal. Y es que los peores nunca levantan sospechas para ojos poco entrenados. Pero a mamá y a mí, que no se nos escapa nada de lo que pasa tras la mirilla, esas idas y venidas en horarios no habituales, esas visitas de gentes de diferentes sexos y edades, esos ruidos nocturnos y, sobre todo, ese color de piel, nos pusieron en la pista de que probablemente se trataba de un psicópata, un traficante o un terrorista.

Nos agradeció que le invitáramos a tomar café y el pastel de frambuesa que degustó con glotonería antes de quedarse dormido. Después nos afanamos en una tarea que no era nueva para nosotras, ya que el mundo está lleno de indeseables. Al resto de los residentes no les sorprendió demasiado que el nuevo inquilino se marchara sin despedirse y enseguida lo olvidaron. Porque en estos tiempos que vivimos, nadie conoce a nadie.

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