Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

06. NADA MÁS QUE LA VERDAD (Paloma Casado)

Tiembla cuando, desde el banquillo de los acusados, sus ojos se fijan en ella. Es ya una mujer adulta, pero esa mirada intimidatoria tiene el poder de reducirla a ninfa en una metamorfosis inversa. Se encoge dentro del traje que ahora parece quedarle grande y duda si tendrá fuerzas para denunciar en su presencia el acuerdo leonino que él le impuso: “será nuestro secreto”.

En su fuero interno maldice sus buenas dotes para la gimnasia, así empezó todo. Era demasiado joven para comprender el significado real de esas caricias “paternales” o esos azotitos cariñosos que él le dedicaba tras los entrenamientos. Si hacía algún gesto de rechazo, la enfrentaba diciendo: pero, tú ¿qué te piensas? Y ella bajaba la cabeza para ocultar el rubor que la abrasaba. Poco a poco las argucias del depredador fueron en aumento. Aparecía en las duchas para “valorar los cambios hormonales” en sus crecientes senos o en el vello púbico, para después hacerse acariciar “eso” que se agrandaba y escupía bajo la presión de sus manitas.

Ahora, las palabras: “zorra, ¿a ti quién te va a creer?” resuenan en su cabeza mientras con un hilo de voz jura decir la verdad, toda la verdad.

 

 

05. UN POCO DE AMOR (Ángel Saiz Mora)

Las alarmas de los coches no distinguen entre robo y vandalismo, pero anuncian que algo sucede. A esos decibelios excesivos se suman los de las sirenas de los furgones policiales. El ambiente, tiznado de neumáticos que arden, solo puede ir a peor. Las gentes de bien sienten escalofríos tras cada tintineo de escaparates estallados.
Jóvenes que descargan rebeldía y frustraciones ante una sociedad que no garantiza su futuro, que protestan por alguna causa que sienten prioritaria. Agentes cargados con el peso de restablecer el orden público.
La figura que aparece es tan inconcebible en ese polvorín que todos quedan paralizados. Llega sin prisa hasta la barricada de contenedores. Su quietud imprevista sosiega el escenario. Podrían verse las bocas abiertas de asombro de no ser por los pañuelos en la cara, que finalmente desatan para probar lo que les ofrece. Confundidos, con algo de vergüenza, como niños cogidos en falta, los alborotadores optan por retirarse de forma pacífica. Los antidisturbios también, al tiempo que respiran con alivio.
Hay cosas que nadie debe saber. Esa viejecita entrañable, que repartió pastas caseras con ayuda de un andador, es la nueva mediadora especial contra la violencia urbana.

04. Mil pedazos.

   Los primeros rayos de sol me despiertan, me cuesta abrir los ojos y me duele muchísimo la cabeza. No recuerdo haber bebido mucho en la fiesta de ayer sin embargo tengo los síntomas de una resaca monumental.

   Estoy en un descampado, tirada sobre mi propio vomito, mi ropa está rasgada y llena de barro, por las piernas me chorrea una mezcla de orina, semen y sangre.

   Intento incorporarme,tengo el cuerpo tan dolorido que me es imposible, estoy confusa y desorientada.

   Imágenes borrosas empiezan a venir a mi cabeza.

   Fiesta, música, alcohol y Guille con sus amigos, mirándome.

   Me veo a mi misma bailando provocativamente, hacen un círculo a mi alrededor, me siento una diosa.

   No me acuerdo de mucho más, me invitaron a una copa y poco después ya no era dueña de mis actos. Recuerdo las risas, los golpes y las bruscas penetraciones de uno tras otro. Una vergüenza atroz inunda todo mi ser.

   Tengo que intentar llegar a casa, las lagrimas no me dejan ver, solo deseo ducharme con agua caliente y jabón, tomar todas las pastillas que tenga a mano y caer en un profundo sueño que me haga desaparecer

03. EL ANHELO Y LA AUSENCIA (Sara Lew)

Se llama Branco. Una sutil oscuridad lo rodea. No es la desesperación del que está dentro del pozo, sino la tortuosa serenidad del que ha salido de él.

Aunque aparenta caminar sin rumbo, sus pies lo devuelven siempre al mismo sitio: un mirador en lo alto de la ciudad donde se reúnen los jóvenes a beber por la noche, y que a esa hora de la mañana tiene el aspecto de un vertedero.

Branco se apoya en la barandilla y contempla aquel paisaje urbano como si buscase algo familiar en la distancia. En los días excepcionalmente claros logra ver en lontananza la cruz de la iglesia a la que suele acudir su madre los domingos, y los días de melancolía.

Ella ignora que el cuerpo de su hijo se halla bajo aquel mirador, casi al final del barranco, encallado entre unas ramas y oculto bajo los escombros que han ido lanzando los albañiles de una obra ilegal.

Branco se siente agotado, ansía que su madre rece por el descanso eterno de su alma, sin embargo se la imagina orando con devoción para que regrese a casa sano y salvo. Sabe que ella nunca perderá la esperanza de encontrarlo vivo.

01. PRIMEROS AUXILIOS

Nada más llegar a las instalaciones, descubrí la desaparición del maniqui de prácticas que solemos usar en nuestros cursos. Lo hablé con el instructor y nos pareció interesante solicitar voluntarios entre los alumnos para que representaran al ahogado.

Anselmo aceptó al momento. El monitor fue explicando la técnica con unas primeras insuflaciones que resultaron claramente ostensibles. El pinzamiento de la nariz. La maniobra frente mentón. La elevación del pecho. Y luego comenzaron las risitas entre ellos, los comentarios al oido, hasta parecer evidente que la respiración de la víctima, más que normalizarse, entraba en manifiesta agitación. Tras la quinta repetición del ejercicio pedí a los demás alumnos que me acompañasen fuera.

Nos hemos dedicado a pasear por el pasillo sin mirarnos, sin hacer ningún tipo de comentario, aunque no podríamos decir que “en el más absoluto silencio”. He pensado que si no salen en unos minutos, sería conveniente iniciar alguna práctica dentro de la piscina.

98. Recién horneado

Quinientos gramos de harina, dice vertiéndola sobre la mesa, treinta gramos de levadura fresca, trescientos mililitros de agua tibia, —y, cuando dice tibia, sumerge la punta del dedo índice y sonríe—. Los labios se le llenan de una pulpa carnosa, como de mango. Me esfuerzo en no mirarle la boca y en cerrar la mía. Hace calor aquí, con el horno encendido. Intento concentrarme en sus manos, que se hunden en la mezcla de harina y agua, removiendo, apretando y estirando, envolviendo, acariciando. Espolvorea un poco más de harina sobre la mesa y divide la masa en dos, en cuatro, en seis bolas. Las hace girar por parejas, una en cada mano, modelándolas a su antojo, ahora en un sentido, ahora en el contrario. Siento que me estoy mareando. Entonces me mira directamente a los ojos y pregunta: ¿quieres probar?

En el autobús de vuelta, mi compañero de asiento habla a gritos con la profesora, al otro lado del pasillo. El resto de alumnos ríen y se lanzan proyectiles de pan. No me apetece participar en su guerra —me parece infantil— y  me hago la dormida, con la bolsa de panecillos sobre el regazo, todavía caliente.

97. PRIMERAS VECES

“Sin calcetín”, escuchó. Azorado, se agachó para quitarse con disimulo los calcetines negros que se había dejado puestos. “Sin calcetín”, repitió el director mirando insistentemente a su entrepierna. Las risas ahogadas en el set y la mirada burlona de su compañera le hicieron sentirse extrañamente vestido. Balbuceó cuatro disculpas mientras se descubría el miembro viril pero ya nadie le escuchaba y se encontró, en medio de toda aquella gente, demasiado desnudo. Le dolía la cabeza y se empezó a sentir mal; la borrachera se le estaba pasando. Su compañera le agarró del brazo y le empujó sobre la cama deshecha bajo los focos. Se puso encima de él y le besó metiéndole la lengua hasta la campanilla. Él intentó seguir su ritmo pero le costaba. ¿Cómo había sido tan imbécil de apostarse algo así? Había que repetir la toma otra vez. Pidió agua y ella le acercó un vaso. Sin mediar palabra se sentó a horcajadas sobre él y empezó a mordisquearle la oreja. Entonces, sin darle más opción, le metió  dos dedos llenos de polvo blanco por la nariz mientras le susurraba al oído: “Regla número uno, novato: lo que se empieza, se acaba. Espabila, hoy tengo prisa”.

96. RUIDO DE BALAS (Isabel Forteza Castaño)

El brillo de la luna se refleja en la piel morena de sus cuerpos sudorosos, fundidos en un torbellino de lodo y pasión, tras el cañaveral que crece a la margen del río.

Del odio de sus linajes enfrentados brotó su amor prohibido, sin imaginarlo, sin comprenderlo, sin buscarlo, con solo cruzarse la profunda negrura de sus ojos.

El eco de la infamia discurre por la vereda hasta el poblado de chabolas. Allí, al fuego de la hoguera, la ira prende bajo la barba crecida y cana. Por la deshonra de su niña gitana, el patriarca clama venganza. Pistola en mano, sus pesadas botas tronchan las cañas, los sueños de los amantes y su desnudez devastada.

95. Devórame otra vez (Pilar Alejos)

Nada más verla, me impresionó su elegancia, sus zapatos de tacón de aguja, que estilizaban sus piernas y tanto me excitaban; su manicura de uñas sofisticadas, pero salvajes; el maquillaje perfecto, de pestañas infinitas, que daban a sus ojos un cierto aire de misterio y labios carnosos con destellos de rojo deseo.

Apenas hablamos durante la noche. Dejamos que lo hicieran nuestras manos con su lenguaje de caricias. Enmudecimos, labio a labio, deseando devorarnos sin prisa. Nos convertimos en sombras que arden y se desdibujan a la luz de las velas. Embriagados por el perfume de nuestra piel, dejamos impresas nuestras ansias sobre aquellas sábanas de negro satén, como si fuéramos fotogramas en negativo de una pasión hecha cenizas. Y caímos exhaustos tras saciar nuestra sed de locura.

El amanecer, poco a poco, iluminó la habitación con su luz tenue, desvelándome sin máscaras, sin ropa ni complementos caros, su desnudez. Su largo cabello seguía ocultando su rostro, ahora sin maquillaje ni pestañas postizas. Aunque pude reconocer esa espalda única, tan distinta de las demás. Desde hacía años, la abrazaba cada noche mientras dormía.

94. Magistral

Yo cascaba piñas verdes piñoneras mientras caía la típica neblina de los atardeceres de invierno sobre el valle.

Masticaba esas semillas con regusto áspero cuando vi la sombra que se iba engrandeciendo mientras caminaba por la carretera que desembocaba en el pueblo.

Intuí una mujer con dos maletas que luego resultó ser una mujer con dos maletas.

El vestido rojo que caía sobre sus rodillas me llamó la atención, no solo por su cortedad sino también por lo vaporoso.

Vino a sustituir a doña Consuelo. A los hombres les pareció bien desde el principio, pero a las mujeres les costó aceptar a esa muchacha tan moderna de ciudad. Su simpatía y educación, junto a su buen hacer con los alumnos, acabó por cautivarlas.

Yo solo tenía trece años, pero me enamoré locamente.

Los días de clase, pasaba a recoger unas flores que le entregaba al entrar, ella me guiñaba un ojo y las cambiaba en su búcaro.

Cuando cumplí quince ya tuve que dejar la escuela para ayudar a mi padre en el campo, pero seguía dejándole el ramo en la puerta.

Un domingo, me atreví a llevárselas a su casa y me invitó a pasar. Me dio una clase…

 

93. BESTIARIO (IsidroMoreno)

Cada vez entiendo menos a nuestros lanzadores de palos. Que porque ambos seamos de raza Golden, porque tú seas preciosa, que yo sea un macho ejemplar —que lo soy—, se creen que pueden traernos aquí, en mitad de un huerto, bajo el sol de media mañana, para que forniquemos como salvajes, que te quedes preñada y que vendan nuestra camada para su beneficio.

Además piensan que somos tontos, que desconocemos el amor o ignoramos la pasión y el deseo. No solamente nos intentan aparear por la fuerza, sino que como no lo han conseguido, ambos se han tirado bajo la higuera quizás para demostrarnos como se hace. Ahora, mi dueña está gimiendo y chillando y el tuyo, tumbado sobre ella, jadea como un búfalo, pero si piensan que vamos a ir en su ayuda, están listos.

92. Parafilias

Desde que abrieron al público el jardín del museo, Adela dejó de venir con nosotras a jugar a la canasta. Sus visitas a la parroquia también se espaciaron hasta desaparecer. Todas sabíamos, aunque no nos gustaba comentarlo, que pasaba las tardes sentada al pie del Perseo que decoraba la pérgola leyendo en voz alta poemas de amor o haciéndose selfis mientras le acariciaba el tórax dulcemente curvado, las piernas elásticas o el culo firme. Aquel maldito  encaprichamiento no podía traer nada bueno. La noche más fría del invierno nuestra amiga abandonó su casa para reunirse con el objeto de sus desvelos y allí la encontramos a la mañana siguiente, el cuerpo huesudo abrazado al adonis de mármol. La cabeza de Medusa yacía en el suelo, ensortijada de serpientes, y el brazo musculoso que antes la sostenía rodeaba a una Adela rígida y blanca cuya fláccida desnudez solo se interrumpía por un tanga de encaje rojo. Y todo habría resultado entre ridículo y triste si no nos hubiera sido dado contemplar, bajo una impotente hoja de parra, la erección salvaje que lucía el mancebo.

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