Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
1
horas
0
4
minutos
0
2
Segundos
1
9
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

60. Espectadores (Rafael Loscertales)

Al mediodía, todos se paran y miran al cielo. Esperan con la boca abierta a que hoy, de nuevo, pase el hombre que vuela. Y lo hace: hoy vuelve a pasar. Nadie parpadea. Se dan codazos y, atónitos, señalan hacia arriba. Siguen la trayectoria con sus índices y dibujan el vuelo. De pronto, escuchan un disparo y el hombre que vuela es el hombre que cae. Los dedos le acompañan en la caída, cruzan el horizonte y, al final, apuntan al suelo. Se acercan y, sin dejar de señalarlo, se congregan alrededor del hombre que gime. Desde su pequeño cráter de asfalto, el hombre que agoniza los mira y pide ayuda. Nadie mueve un dedo hasta que el hombre que muere deja de respirar. Es entonces cuando todos se giran y guardan las manos en los bolsillos mientras se alejan del hombre olvidado.

59. Epifanía (Virtudes Torres)

Con la moda del turismo dark gente morbosa acude al castillo esperando ver un supuesto fantasma, cosa que nunca ocurre. 

Cuando todos se marchan, el viejo lord, último inquilino del lugar, se dispone a degustar su jerez favorito, mientras recuerda cómo fue su regreso acaecido cuando uno de esos turistas rompió una valiosa botella de edición limitada.

Un estallido de colores cobre y oro devolvieron la luz a sus ojos vacíos. 

El sonido de cristales al chocar contra el suelo modularon ondas sonoras en sus oídos faltos de sensibilidad.

Sus neuronas olfativas se llenaron de un olor dulce, apetecible con recuerdos pretéritos ya olvidados.

Su esencia se iba configurando, vista, oído, olfato, lo iban dotando de una energía primigenia.

Tras muchos ensayos logró dominar el tacto.

Recuerda con placer cuando se sirvió una copa de Gran Reserva que, apenas rozó sus labios, hizo reaccionar su paladar dotando a todo su cuerpo de pura energía. 

 

58. El día del Juicio

El apocalipsis, con su bestia escarlata, sus jinetes y sus siete ángeles derramando siete plagas desde siete copas, me sorprendió con un dedo de raya blanca en el pelo y las uñas descascarilladas. Enseguida comprendí que no podía unirme a la fila de la derecha, donde se alineaban los impolutos bienaventurados, dispuestos a alcanzar la gloria. Tampoco me veía en la otra, en la que se apelotonaban los repugnantes condenados. Al fin, uno de los ángeles trompeteros vino a resolver mis dudas:
-¡Usted, al limbo!
Estuve a punto de reclamar, decir que ese lugar ya no existía, que el Papa lo había suprimido. ¡Qué equivocada estaba! Desde entonces sigo aquí, en el limbo, como si nada: llevo los niños al colegio, hago las faenas de la casa, echo un polvo los sábados con Julián, y todos los viernes voy a la peluquería y a la manicura. Por si hubiese otra oportunidad.

57. Espiral (Toti Vollmer)

Cuando nos ven en la fila de la sopa cambian de acera y nos miran con asco, pero sepan que cualquiera puede quedarse así, en la calle. Un día tienes trabajo y el otro lo pierdes porque te acusan de hablar solo, la familia te da la espalda porque ¡hasta cuándo!, los acreedores reclaman la nevera y el televisor, no hay dinero para las medicinas, se te acumula la deuda del alquiler, te botan a patadas aunque hayan menores, y eso que se supone que la ley los ampara, pero aquí no hay ley ni amparo. Amparo es la morena que ocupa el otro banco de la plaza, la que no sabe cómo quedó sin techo, solo que un día tenía trabajo y al otro lo perdió por estar hablando sola, la familia le dio la espalda porque ¡hasta cuándo!, los acreedores le reclamaron la nevera y el televisor, no había dinero para las medicinas, se le acumuló la deuda del alquiler, la sacaron a patadas, le quitaron a sus hijas,  y así… Pobre Amparo. Odia la sopa.

56. Efecto bumerán (Pilar Alejos)

Suena el despertador. Aunque mi cuerpo se niega a ponerse en pie, me levanto un día más. A pesar del calor, llevo ropa amplia, de manga larga. Prefiero eludir preguntas incómodas que no deseo contestar. Me despido de mi madre con un beso, como siempre. No la quiero preocupar. Salgo a la calle arrastrando los pasos. Cuando llego al colegio, el corazón se acelera, me falta el aliento, la frente, empapada de sudor y las piernas empiezan a temblar al traspasar la puerta. Allí están ellos, esperándome a la entrada, intimidándome. Sus miradas de odio anticipan lo que me espera. Sé que me lloverán los golpes, los insultos y las amenazas, que amordazan para que no hable. Aun así, mi intención es ignorarles y pasar desapercibido. Intento escabullirme aprovechando el bullicio de los demás, pero no tengo ninguna posibilidad de escapatoria. Me persiguen por los pasillos hasta lograr acorralarme en el baño.

Sin embargo, desconocen que hoy el miedo cambiará de bando. Sus caras desencajadas por un gesto amenazante adquieren una mueca de sorpresa cuando mis balas tiñen de cólera su silencio.

55. Encuentros

En el silencio de la noche el traqueteo de la camioneta que recorría el pueblo sonaba como el mordisqueo de una rata. «Guárdalo por si me pasa algo», me dijo al oír el chirrido de los frenos frente a la puerta. Entre lágrimas, tumbada en la cama del hospital, mi abuela me contó esta historia y me pasó el testigo de su infructuosa búsqueda: un pequeño botón nacarado. Hoy frente a la excavación lo recordaba con dolor y esperaba cerrar este capítulo de nuestra familia. Mi madre no quería saber nada: «Bastante tuve con ser la huérfanita roja» decía. Era una de las muchas historias que siempre han sobrevolado por los pueblos de la zona como un buitre hambriento. En torno al hoyo un grupo de habitantes de los alrededores aguardábamos en silencio para identificar los restos. Cuando me llegó el turno bajé. Entre aquel amasijo de huesos no tardé en identificar el cadáver que conservaba la camisa cuyos botones confirmaban que era mi abuelo. Entonces oí un llanto desgarrador a mi espalda y al mirar descubrí sorprendido una mujer muy parecida a mi madre. Con precaución alargaba su mano en mi dirección mostrándome un botón exactamente igual al mío.

54. ACTA EST FABULA (La Marca Amarilla)

Tras una jornada agotadora de trabajo (de aquellas que algunos comerciales conocen, siempre de aquí para allá, de una ciudad a otra, con el coche como segunda, tercera, o cuarta residencia…) lo que menos le apetecía era llegar a casa y encontrarse en el sofá a su mujer… y a su suegra.

 

Se quedó petrificado cuando las vio charlando tan animadas, su mujer reaccionó sirviéndole un güiski de su marca preferida, y su suegra sonrió sorprendida, siempre pensó que él no bebía alcohol.

 

De la conversación que mantuvieron recuerda muy poco, su mujer dijo estar sorprendida porque él nunca le había dicho que tenía una tía lejana, y su suegra comentó que estaba asombrada por la casa tan bonita que tenían y por esos dos niños preciosos a los que no conocía.

 

Él no salía del pasmo ante aquella situación digna de cualquier vodevil sobre la vida de un torpe bígamo, a pocos días de dejar de serlo.

53. Solo tú sabes de mi enfermiza cobardía

Se conocían como si se hubieran parido el uno al otro. No en un día cualquiera sino en alguno de esos de Luna de sangre, o, si el tiempo no fuera más que una mentira, en el preciso momento en que Osgood le dice a Jerry “Bueno, nadie es perfecto”.

Los miércoles eran sagrados en el bar de Lucio. Llegaron a acudir recién operados de varices o el día en que una de sus parejas había dicho que tenían que hablar imperiosamente.

Una tarde, uno de ellos le entregó al otro un sobre lacrado con la condición de que no lo abriera hasta que se hubiera escapado de este mundo definitivamente.

El interrogatorio del receptor llegó hasta donde comprendió que su amigo era una muralla infranqueable. Más cerveza.

Se despidieron con el achuchón de siempre, sin que el dador pidiera ninguna promesa innecesaria.

Cuando Patricio rompió el sello, pudo leer: No te apenes por lo hecho, soy yo quien te ha utilizado y debo pedirte perdón. Solo yo conozco tú frenopática pulsión por descifrar enigmas más allá de cualquier otra cosa, llámese amor, amistad o cualquier otro sentimiento idolatrado.

Adoro tu locura y espero hagas lo mismo con la mía.

 

52. Sorpresa, sorpresa

En cuanto retiraron el panel, nos fundimos en un emotivo abrazo, incapaces de contener las lágrimas entre los entregados aplausos del público. Aquella no era la novia de mi adolescencia a la que hacia décadas que no veía. Estoy completamente seguro porque no existe. La inventé en la carta que escribí a aquel programa de televisión. De ahí mi cara de asombro cuando descubrí que había alguien al otro lado, alguien tan solo como yo.

51. LA MECÁNICA CELESTE

Mi tío Plácido leía el parte meteorológico con afán. Su interés por el tiempo que haría y no por el tiempo que pasaba indicaba que ya era viejo, por eso no quería sobresaltos. Si daban nublado, con el paraguas se acercaba al  cementerio; si no, boina en mano se sentaba horas en el mismo banco mirando al horizonte con la foto de una novia que tuvo en América. Ya lo llamaban abuelo, y él ya sabía que pronto lo llamarían difunto, por eso apreciaba la monotonía y el silencio. Una vez decidí seguirlo.

—¿A quién espías tú?

—He venido a verte, cascarrabias.

—Antes de palmar, ¿verdad? Pues me moriré cuando dejen de asombrarme las cosas. ¿Crees que a mi edad ya no me asombra nada? Pues sí, a mi edad me siguen asombrando la salida del sol y esta muchacha. Cuando ya nada me maraville, entonces me moriré, antes no. El sol, aunque monótono, es algo prodigioso.

Para sorpresa general, Plácido siguió muchos años más embobándose frente al mismo sol y al mismo retrato, hasta que un día, notando que ya no se sorprendía, se cortó las uñas, desempolvó un traje negro y se echó a dormir.

50. Terrores nocturnos

El niño no puede dormir sin comprobar antes si algún monstruo horrible se esconde debajo de su cama, dentro del armario, detrás de las cortinas o en alguno de los cajones. El ritual lo repite varias veces, hasta convencerse de que ni el más diminuto de ellos ha conseguido ocultarse en su habitación. Si alguna vez se levantase, saliese a escondidas y mirase en el cuarto de sus padres, descubriría al peor monstruo de todos, al que por el día finge ser su héroe y por la noche golpea a su mujer, apestando a alcohol y a inseguridades, descargando sus frustraciones contra quien le ama.

49. Confuso (Aurora Rapún Mombiela)

No me lo esperaba, la verdad. 

Listo, listo no he sido nunca. Y cierto es que tampoco me caracterizo por mi capacidad de observación, pero me he quedado patidifuso al enterarme.

¿Cómo no me he dado cuenta antes?

¡Qué atontao! Indicios había, claro, pero es que a “toro pasao” es fácil decirlo. Que si saludaba a la gente por la calle y nadie me respondía, que si pedía paso en las escaleras y no se apartaba ni Cristo, que si silbaba al perro y no venía moviendo el rabo…

Pero ¿quién iba a imaginarse esto? ¡La madre del cordero! 

A ver ahora con qué cara me planto delante de mi mama y le explico que me he muerto antes que ella. ¡Es que me mata! Os digo yo que me mata.

Nuestras publicaciones