Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

22. Ironías del destino

Adiós a las cartas perfumadas de incienso. No más sesiones calibrando gestos, indagando miedos y ansiedades, reforzando certezas. Fuera los amuletos tangibles. Todo se había evaporado como el humo artificial con que ambientaba su gabinete. En las redes sociales tendría un nuevo espacio. El equipo y la conexión inalámbrica corrían de su cuenta.

Lo que más le incomodaba era el periodo de descompresión. Según le aclararon, ese paréntesis le serviría para reinventarse. Como los artistas, pensó. Él no era del gremio, aunque se preciaba de sus interpretaciones: de confesor, psicólogo, mago, curandero, hipnotizador o experto en pleitos y trucos contables.

Lo habían instalado en el sector C, sección cuarta. Las estancias estaban aisladas, pero le llegaba el runrún. Creyó identificar mensajes sobre el fin del mundo, gritos de furia indiscriminados, consignas contra la ciencia y la historia, promesas de soluciones drásticas. Confiaba en que el poco espacio disponible y la restricción de movimientos fueran el único peaje que tuviera que pagar. Y que sus convecinos ya no gritarían cuando se solucionaran los problemas de cobertura. Mientras tanto, él echaba de menos la vieja consulta en la que incluso llegó a prestar su voz a los muertos.

21. A la i hay que pillarle el punto

Estás contenta: es tu cumpleaños. En un café de tu calle te comes una caña de crema con un cortado y concluyes que va a ser un cumpleaños con c de colosal. Corres al colmado y compras clavo y comino para cocinar un cuscús. De camino a casa coincides con Iván, el interino de inglés de tu instituto. Le cuentas que es tu cumpleaños y te invita a una infusión en el Izmir. Consientes incómoda, porque intuyes que Iván es inmaduro, quizá inestable.

Iván coge el coche, comentáis la cartelera de cine. Pero en la intersección conduce hacia la izquierda. Inquieres, porque el Izmir no está a la izquierda. No contesta. Te inquietas. Insistes. Iván calla. Coge una carretera comarcal. Tu cerebro conspira contra ti, conjura imágenes de un cuerpo en la cuneta.

Tu cabeza cede al caos: aún en silencio, Iván para el coche junto a una zona arbolada y, por sorpresa, te tapa los ojos con un antifaz. Te ayuda a salir, guía tus pasos. Estás bloqueada, el corazón se te sale por la boca.

Os detenéis. Te quita el antifaz.

Hay una cabaña con cadenetas de colores. Catorce compañeros del centro te cantan una canción de cumpleaños.

20. EL TURIFERARIO (Jesús Alfonso Redondo Lavín»

Tengo que reconocer que me “jodía” que aquellas quinceañeras revoltosas de mi barrio cuchichearan entre sí llamándome “el niñito de misa”.

Todos en mi pandilla íbamos a misa, era obligado en aquellos años 60 del pasado siglo. Eran los tiempos del “Dúo Dinámico”, un poco antes de los pantalones de campana y de la llegada de las canciones con un inglés ininteligible que macarrónicamente traducíamos de los “LPs” de los Beatles.

Aquella “Semana Santa” el párroco quiso que participásemos en los oficios. Por mi aspecto de buen chico me asignó el papel de Cristo. Respondí con cara de solemne humildad ante un Pilatos preguntón aquello de “Tú lo has dicho”. Y en otra función me asignó, el mencionada presbítero, el oficio de turiferario. Levantabas con una cadenita la tapa del incensario decorada como el tornavoz de un púlpito rococó. Introducías en el seno del turíbulo un carbón vegetal en forma de gajo de naranja, lo encendías y cuando era brasa cernías en él dos cucharaditas de incienso. El cura no me vio dar aire al botafumeiro dibujando un círculo sobre mi cabeza.

Maldito fotógrafo. Decenas de copias de mi persona vestida de monaguillo armado de incensario circularon entre aquellas chismosas.

19. TIEMPOS DE ESCASEZ

Y mucha mala hostia, tanta que ya no le quedan motivos ni fuerzas para volver a enfadarse. Cada vez extraña más aquellos tiempos cuando en forma de oblea y acompañándola con un buen sorbo de vino dulce, con más que sobrada alegría y los mofletes enrojecidos frente a sus muchos feligreses que atendían entonces sus oficios, todos las saboreaban a medida que iban soltando el acumulado y repetido lastre que los enturbiaba. Ahora, sincerándose, no puede escudarse en aquello de “con la Iglesia hemos topao”, esa con la que lleva muchos años sacrificando la vida por los demás y donde las pocas monjas que van quedando en el convento, que horneaban también ricos y variados dulces y panes, no encuentran ya a nadie que les regalen aquellas buenas harinas de antaño.

18. Su momento

Desde que los nietos son mayores, la cena familiar de Navidad incorpora una nueva tradición iniciada por una torpeza de cuñado, una estúpida indiscreción acerca de la primera cita íntima de los abuelos.

Cada año la narración se enriquece con más detalles: la casualidad de quedarse solos en la casa, un vecino que apareció de forma inesperada, el ladrido de los perros, un jarrón de porcelana hecho añicos…

Al abuelo le cansan las nuevas versiones y se levanta de la mesa con cualquier excusa. La abuela es más paciente y, al cabo de un par de anécdotas, se escabulle en cuanto puede para reunirse con él.

Sin que los veamos, se sientan un instante en la cocina, cogiéndose las manos y se miran como nunca, como entonces.

16. La pequeña de siete hermanos

Ni gritos, ni portazos, ni un correr por el pasillo. Nadie en la casa, todo en silencio. La niña sintió una sensación de libertad tan extraña como deseada, algo que nunca había experimentado.

Entró en el dormitorio de su hermana Carmen, la mayor. Tuvo suerte porque el armario no estaba cerrado con llave. Comenzó a probarse la ropa nueva que ella heredaría, después de Rosa, su hermana anterior.

Con el vestido rojo y las sandalias de tacón parecía mayor, aunque tuvo que meterse relleno en el escote.Ya sin trenzas y con los labios pintados se sentó frente al espejo cruzando las piernas y entornando los ojos. Mientras se fumaba un cigarro imaginario imitando aros de humo, comenzó a leer algunas cartas que su hermana guardaba entre la ropa interior. La mayoría eran de Fernando, el chico más guapo que ella había conocido y que cada vez que coincidían le guiñaba un ojo sacándole los colores.

¡Y qué cosas decía el muy picarón!

Leía en voz alta, disfrutando de cada frase, de cada palabra. Solo tuvo que sustituir el nombre de Carmen por el suyo, Elena.

15. Cita a ciegas (fuera de concurso)

La lavadora ruge, el ordenador crotora, el despertador barrita, la mantequilla se derrite sobre el pan caliente. El orgasmo es un plato que se sirve frío en un bar de las afueras. Manel espera en la estación al expreso de las nueve. Las vías son una cremallera por la que se acercan las dos mitades de un tren de vasos de cristal. Una mitad de Marina viaja en uno de primera clase. Comparte departamento con la hija mayor de una mofeta, que huele bastante mejor de lo dicen, y con un basset hound, con sombrero y gabardina, que no para de roncar desde que salieron de Río Negro. La otra viaja en un vagón de mercancías junto a grullas de papel, nubes de azúcar y sonajeros parlanchines. A la hora exacta se vuelven a reunir en el andén tres de Shittovizza. Manel las ve siendo ya una sola: su piel azul de salamandra, su traje de plástico reciclado y un pez plátano en el ojal de la solapa. El amor es una lata de conservas que se abre, por primera vez, en el asiento de un cine de verano.

14. Amor animal

He vivido siempre con la simbiosis entre la calma y el nerviosismo, ella se alimenta de él y él se deja arrastrar por ella, el resultado es una apatía insoportable.
Sin embargo, el pasado veintinueve de febrero, ella entró por la puerta de mi tienda. El nerviosismo actuó solo y  cuando ella, cabizbaja y casi reptando, apoyó su cabeza sobre mi pie,   la recogí del suelo abrazándola contra mi pecho. Su ronroneo me permitió sentir la calma sin ningún otro aderezo.

13. Una mañana perfecta

La mañana había amanecido gris y amenazando lluvia, pero a Amancio, a quien gustaba tanto el invierno, le pareció un buen día para salir a pasear. Sin dudarlo y mientras canturreaba, desayunó, se vistió, se enfundó la vieja gabardina, cogió el paraguas y salió.

Las nubes oscuras del día anterior habían descargado durante la noche porque la calle estaba mojada y los baches de la carretera llenos de charcos. Nada más salir del portal un coche pasó a toda velocidad y salpicó su recién lavada gabardina: «parece que Ayuntamiento aún no arregló los socavones…» se dijo paciente.

Apenas llevaba unos minutos caminando cuando un fuerte viento comenzó a soplar y una nube caprichosa descargó sin tregua. Amancio se dispuso a abrir su paraguas pero el viento volvió del revés las varillas, y sin darle tiempo a refugiarse, acabó mojado como una sopa: «es lo que tiene la lluvia, que moja» dijo mientras se secaba la cara con un pañuelo…

Diez minutos más tarde y después de caminar a duras penas unos doscientos metros desde su casa, Amancio regresaba empapado pero feliz: «una mañana perfecta para caminar» se dijo a sí mismo satisfecho y esbozando una ligera sonrisa…

12. Olas contadas

Que la temperatura del agua esté a unos 13 grados centígrados y el color del cielo de un gris marengo que amenaza desastre, no es el escenario ideal que yo había montado en mi cabeza cuando me apunté, entusiasmada, a la escuela de surf.

Tampoco soy capaz de cumplir con el consejo principal de la primera lección: Mirada siempre al frente, en dirección a la playa y las piernas firmes sobre la tabla.

Y, muy importante: NO contéis las olas. La Vuestra, la Buena, llegará.

Demasiadas pelis de surfers hawaianos bronceados, surcando enormes olas azul turquesa espumeante al ritmo de los Beach Boys.

¿Cuántas son demasiadas?, me pregunto, mientras ‘Surfin’ U.S.A’, suena en mi cabeza, martilleando mis pensamientos. Pero sigo en el agua, temblequeando, agarrada como una lapa a mi tabla protectora. Que no me salva de un nuevo revolcón en dirección al fondo del océano. Y vuelta a la orilla.

Al agua, patos. El profe me mira, animoso. Estoy de pie en la tabla. Viene una ola enorme y… ‘Yeah, everybody’s gone surfin’

11. La mirada del viento (Juan Manuel Pérez Torres)

Huyendo del bullicio de la ciudad, Sofía suele pasear de parque en parque. Un día de abril, caminaba con su bastón, guiándose por los sonidos y olores que la rodeaban, y mientras perseguía aromas florales, el piar de un gorrión la detuvo en seco. Una especie de pio pio, o de trino, que escuchaba incesante, parecía demandar su atención y decidió seguir aquella melodía dejándose guiar por el gorjeo. Acercándose, tropezó con un banco y, al sentarse, sintió la cadencia de la brisa en su flequillo a la vez que la calidez del sol acariciaba su rostro. Justo en ese momento, un niño se acercó corriendo, intentando controlar una cometa de colores brillantes que acabó enredándose en el bastón de Sofía. El niño se disculpó y ella, sorprendida, se rió.
¿Te gustaría ayudarme a recogerla? le preguntó ella, y juntos, comenzaron a desenredar la cuerda. Mientras lo hacían, el niño le habló sobre sus sueños de volar, y Sofía, con su voz suave, le contó historias de cómo el viento podía llevarlo a lugares lejanos, incluso aquellos imaginados. Resuelto el enredo, el chaval voló corriendo la cometa y el gurriato, revoloteando, saltó piando hasta las manos abiertas de Sofía.

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