Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

02 BUENA SUERTE – EPI

El universo se ha ido reduciendo hasta quedar convertido en una habitación. Y en ella, la única ventana es la del ordenador. Todas las mañanas un paisaje diferente, el salva pantallas, en algunos estuvo y le parece que fue en otra vida. Siempre abierta, siempre iluminada. Es el último nexo con el exterior, con sus amigos y con su familia. Ya maneja la aplicación Tallk y puede hablar con sus seres queridos.
Está cabreado porque en el Congreso se sigue debatiendo la ley de la eutanasia y no se dan cuenta de los que ya no pueden más. En su asociación, “Adela “, los que pueden, comparten sus angustias.
El sentido del oído no lo ha perdido y su vello se eriza al escuchar en el pasillo un ruido que le recuerda cuando las uñas rascaban la pizarra de su escuela.
Percibe los cuchillos y las uñas pasar por el yeso y cómo el chirrido va en aumento hasta llegar a la puerta.
El doodle de esta mañana le avisó, viernes 13, y se da cuenta del escenario, ya no va a necesitar de ninguna ley, su pupila se dilata de alegría.
La puerta se abre de golpe.

01 EL BUZO

Nada. Ella no sabe nada. Y yo… nada diré, aún. En el fondo todo pierde su gravedad. Prefiero saltar al agua las pocas veces que me queden como si fuese un pez más. Se trata de estirar los huesos hasta afilarlos como espinas y apoyar las aletas en uno y otro lado, propulsándose con un inapreciable movimiento de cabeza que corrija el impulso. Lo demás es fácil. Enfriar algo más esta sangre inválida y dejar de respirar. Y olvidar como un pez. Olvidar por no tener nada que recordar. Y huir de la superficie amenazadora. Descender veinte metros. Cincuenta. Cien. Y aprovechar la efímera cordura de pez buscando la manera de convertirme en esa roca cubierta de anémonas, de esponjas y coral, que guarde en cada fisura hermosos abanicos de gorgonias doradas, y en cada covacha colonias de erizos y cangrejos. Y quedarme allí. Protegido de corrientes incómodas y de las cansinas oscilaciones de olas y mareas. Quieto. Para siempre. No debe ser nada complicado, en el fondo.

93 El coleccionista

Colecciono apliques de pared. Mi primer hallazgo lo obtuve en un vulgar hotel cuyos pasillos estaban salpicados de unos pulcros y plateados apliques rectangulares. Había algo hipnótico en aquellas líneas paralelas discontinuas. La noche antes de abandonar aquel antro, desmonté uno de esos artefactos y lo guardé en la maleta, entre la ropa sucia. Fue así como inauguré mi colección. Luego hubo más hoteles, cada vez más exclusivos, ascensores elegantes de ejemplares golosos, recepciones de edificios deslumbrantes, casas de alcurnia a las que tenía acceso bajo cualquier excusa. 

 

Todas las amistades y conocidos que tienen la ocasión de contemplar mi salón de las luces, quedan completamente fascinados. Eso me hace sentir bien. Pero por alguna extraña razón, cuando me quedo a solas, cada vez las enciendo con menos frecuencia. Especialmente desde que me mudé a mi nuevo chalet, a las afueras de la ciudad. Tiene un inmenso jardín y por las noches casi pueden tocarse desde allí las estrellas. Me paso las horas observándolas, con un creciente deseo.

92. Cuerda de mástil

Desde las barbas de una pluma, a la lengua de un fósforo vago, va goteando el cuenco de sopa que habrá de tomar, acometido por tropezones de notas hielo encauzados a encender las azanquilladas fes. Resbala después una verdad, salpicándolo todo, disuelta, cree, en el caldo. A las puertas de la voz, prendida en la comisura, cuelga una sonrisa torcida; al nacimiento de un brazo, una muy vieja guitarra. Repetidos años, a doble fila, están recorriendo el firme, por delante de la chapa de las botas, dirigiéndolas al relente de la calle, en el cruce de gentes, sobre el sitio de nadie, hasta el paso parado. Con la frente hacia el azul, no se ha dejado embromar y ha descubierto edificios que construyen mercados de altura soberbia que ocultan estelas. Al punto ha de volverse a los pies, y ante el fin de un camino, en la hora tardía, va a retorcer la sonrisa a la luz de artificio y al rasgueo de su haz, a pensar cómo se puede soñar sin cielo, sin estrellas. Y se va.

91. A la luz de las velas (Pablo Cavero)

Tras quitarme la tupida venda de los ojos atisbé el habitáculo en la oscuridad. Mis pupilas se adaptaron a la tenue luz de las velas, lo mismo que mis huesos a la humedad. El techo era bajo en una única estancia de dimensiones reducidas. Con el transcurso de los días, poco a poco, mis miedos y mis odios se han diluido. Nos hemos ido contando nuestras vidas. Hemos congeniado. El encapuchado siempre me ha tratado con ternura y hasta me río con sus ironías. Para mi cumpleaños me ha regalado mi tarta favorita y poemas de Lorca que me recita con su voz, ésa que ahora deseo a mi lado en cada instante. Ha accedido a quitarse el pasamontañas. Reímos. Nos besamos. Está decidido. Viviremos juntos en mi ático. Declararé que me fugué, como Julieta con su Romeo, lejos de la tiranía de mis padres y sus riquezas. Afirmaré que quise convivir con él en este zulo a luz de las velas.

90 Absolución

La persiana bajada a media asta solo deja entrar en la habitación un rayo de sol extraviado. El hombre de la cama es el mismo de entonces. El que me confinaba a oscuras, sin comer ni beber durante días en el desván, después de haber tapado el tragaluz con tela asfáltica. Son todavía esos ojos grises y fríos con los que daba las órdenes en silencio. Y ahí están las manos de dedos huesudos que quedaban marcados en la carne después de una bofetada. Pero el cuerpo enclenque y arqueado, la mirada perdida, los labios de palabra temblorosa no son lo que eran. Me pide tímido un vaso de agua. Dudo. Aun así, se lo acerco e incluso le regalo una caricia. Se toma unas pastillas. Recostado se queda de nuevo traspuesto. Adivino fuera el cenit por la fuerza de los destellos en el suelo. Abro la ventana, corro la cortina para dar paso a la claridad diáfana que lo inunda todo.

89 AL ALBA (Pilar Alejos)

Saben que no tienen nada que hacer. Que ha llegado el temido momento. Las perchas se balancean inquietas dentro del armario mientras la maleta ajada permanece oculta detrás de la puerta. Los zapatos vacíos tiemblan debajo de la cama sin atreverse a salir. Todos permanecen en estado de alerta hasta que oscurece y se hace el silencio. Entonces, las prendas se sacuden el miedo que las amordaza en su encierro y, junto al calzado, preparan el equipaje para su huida a ninguna parte. Se deslizan de puntillas hacia un destino incierto intentando no hacer ruido. Temen ser descubiertos y se estremecen al rememorar su historia, escrita con tinta de dolor y cicatrices. Cargan ya con demasiada humillación como para tener que pasar por esta situación de nuevo.

Pero, deben darse mucha prisa si quieren aprovechar la ventaja que les ofrece la oscuridad. No pueden perder un segundo ni para derramar lágrimas ni para sentimentalismos. Apenas les queda tiempo para ponerse a salvo junto a su dueña. Pronto amanecerá y, con los primeros rayos de luz, regresarán para ejecutar su desahucio.

88 Volaban y volaban (María Rojas)

Cuando mi abuelo miraba el cielo veía ovnis. Le decían que era un viejo loco, que imaginaba majaderías. Él, confundido, renunciaba a la luz de sus ojos y se sentaba en un banco del parque a oír volar pajaritos.
Ahora los que ven ovnis son los resabidos pilotos del Pentágono.
El abuelo hace años que está chupando gladiolos, y no puede defenderse.

87 PROTOTIPO

La luz viaja a casi trescientos mil kilómetros por segundo, dice la voz. Mientras, me ajusto el mono y el casco. La papilla de Nacho también se estrelló a la velocidad de la luz contra mi cara esta mañana. Como sus risas al vestirle. Me pongo el cinturón de seguridad. Los inversores van sentándose mientras la voz sigue explicando las bondades del proyecto: conseguiremos llegar a Marte en poco más de cuatro minutos, a Júpiter en treinta y cinco y a Saturno en una hora y veinte. Hoy probamos con la luna: un segundo y medio de ida, un segundo y medio de vuelta… si todo va bien. Empieza la cuenta atrás. Pienso en el beso que nos hemos dado esta mañana. Diez. En las manitas regordetas de Nacho. Nueve. Todo va según lo programado. Ocho. Con suerte estoy en casa para cenar. Siete. Aunque tú estabas un poco enfadado conmigo. Seis. Dices que no entiendes por qué asumo este riesgo. Cinco. Que una ingeniera como yo podría tener un trabajo más tranquilo. Cuatro. Por los tres. Tres. Por Nacho. Dos. Hoy voy a la luna en un segundo y medio. Uno. Y, con suerte, vuelvo. Cero.

86. ENTRE TINIEBLAS (Belén Mateos)

Siempre esa manía de entrecerrar las persianas, correr las cortinas, dejar una enfermiza luz en toda la casa.

Al alba terminaba de entornar toda luminiscencia, todo silencio que agonizaba en una penumbra sin regreso al día.

A oscuras, con ese líquido aceitoso del candil, procuraba evitar las sombras reflejadas en nuestra vida, en la hiriente tersura de la tristeza.

Un blanco y negro rompía la razón, un dolor exorbitado en su mirada era pánico al brillo de la mía.

Me abandono, la abandono. Me sumerjo en la ofensa de la tiniebla, me baño en esa playa desierta que tirita en las hojas de su cuerpo, entrecierro la celosía y regreso a la noche que es mi ciclo en la voz de su capricho.

Hoy un pájaro se ha posado en el ángulo umbrío de mi balcón.

 

 

85 No es el mazo sino el fuelle

Míralo, otro que quiere ser poeta. Lo estás viendo delante del ordenador mientras piensa. Te extraña que tarde tan poco en ponerse a escribir. En unos veinte minutos ya lo tiene. Lo recita en voz alta y te tranquilizas. No solo te parece que lo ha hecho como si leyera el periódico sino que has escuchado un poema de pocas luces.

Luces, eso ha sido cosa tuya. Y te llevan a los faros de un camión. Y acabas de repente en la cabina del conductor. Lo ves feliz, es lo que quiso ser desde pequeño. Y te adentras en sus pensamientos: La carretera, una cremallera. Se va abriendo delante de mí y se cierra detrás. Pasado, viento que no te dará en la cara. Presente, ráfaga que está y desaparece. Futuro, el lápiz en mi mano. Todo es quietud en movimiento. Soy luciérnaga aunque el campo quiera ser baldío.

Baldío, eso lo ha pensado él. Y ahora tú, ante una nueva página en blanco, quieres conectar a padre y a hijo en un sublime soneto.

Llevas tres horas.

¡Vete a dormir si puedes!

84 De experimentos y conclusiones

De puntillas, estiro los brazos todo lo que puedo y saco el plato del microondas donde puse la tableta de chocolate, sin el mecanismo de rotación. Pero, con el temblor de manos y de cuerpo, doy un traspiés y estropeo el experimento con el meñique derecho. La siguiente vez que lo intento, con otra tableta, estoy tan concentrado en ese dedo que meto el pulgar izquierdo. “¡Miércoles!”, refunfuño. Así no impresionaré a Marina para que estudie conmigo.

 

Mira que me pareció fácil el ejercicio cuando lo explicó la seño. Lo tengo todo apuntado en mi libreta: “Para calcular la velocidad de la luz, hay que poner la potencia del microondas a tope veinte segundos. Después solo hay que medir la distancia entre los puntos derretidos más alejados entre sí con la regla, multiplicarla por dos y luego por la frecuencia del microondas”. 

 

Sin embargo, el aparato está demasiado alto para mí. Igual que Marina, que me saca un par de cabezas. 

 

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