Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

24. Estrella (fuera de concurso)

Nació en verano, una noche de luna llena. Su madre necesitó que le abrieran las entrañas para que pudiera salir, porque tenía los bracitos largos, las piernas cortas y un cuello como de tortuga acuática. Su simetría asteroidea inspiró su hermoso nombre, pero le acarreó un estigma difícil de superar.  Más allá de conseguir una inigualable voltereta lateral y ser capaz de hacer cálculos infinitesimales de cabeza, la criatura resultaba bastante torpe, lo que, sumado a su figura desgarbada, la convertía en blanco fácil para las burlas y el rechazo.

A mí me fascinaban su armonía matemática, su fragilidad y el  misterioso capricho que la cruel naturaleza había perpetrado con su cuerpo. Consciente de que jamás encontraría a nadie como ella, invertí tiempo en convencerla de que era alguien especial que merecía mucho amor: el mío.

Y la amé. Durante años. Hasta que cambió. O cambié. Hasta que su anatomía pentamérica dejó de parecerme extraordinaria y su habilidad aritmética terminó por irritarme. Hasta que ella se fue encogiendo y la expulsé de mi galaxia. Hasta que una noche de invierno sin luna se volvió fugaz, atravesó una ventana  y aterrizó sobre un suelo azul celeste, más estrellada que nunca.

23 La cicatriz

Cuando me abro la camisa ante el espejo puedo contemplar una enorme cicatriz en mitad de mi pecho. La repaso y la palpo una y otra vez, desplazando arriba y abajo la yema de mi dedo: es la línea que me identifica y define. Luego cierro los ojos y en apenas unos instantes recuerdo aquellos dos faros que me deslumbraron, mis manos aferradas al volante intentando apartarme, un golpe seco que hunde la chapa, dar vueltas rodando mientras caigo por una ladera, el sonido de sirenas, los bomberos, la ambulancia, el hospital y de nuevos unas luces sobre mi rostro hasta que pierdo la conciencia y me duermo…

La cicatriz de mi pecho, lejos de hacerme imperfecto me devuelve una nueva imagen de mí mismo reparado y a salvo, convertido en un nuevo ser. Es por eso que cuando me abro la camisa ante el espejo, acaricio agradecido esa línea inconfundible que me devolvió la vida.

21. Autorretrato (fuera de concurso)

Soy el peor verso de Bukowski atrapado en la última frontera, los girasoles secos de un lienzo regado con la sangre vertida por la oreja de Van Gogh. Soy la lluvia que interpreta sobre las alcantarillas una pieza de Michael Nyman, las gotas que golpean la basura como teclas de piano. Soy el David de Miguel Ángel exhibiendo el miembro excesivo de Príapo, la fruta pequeña y madura que se aparta en las cosechas. Soy el niño que llora el primer día de colegio, al que le arrebatan el bocadillo en el recreo, el que pierde a la chica de sus sueños por no atreverse a decirle que la quiere. Soy el niño que abandonan sus hijos en una gasolinera del barrio de Hortaleza y que muere, años más tarde, en un banco recién pintado de un parque solitario. Soy, y siempre he sido, el muerto en un bautizo, la novia en un entierro, el recién nacido en la boda forzada de dos adolescentes. Soy el que siempre llega tarde a la hora de la cena, el último en aprender a amarrarse los zapatos. Soy un lagarto sin camisa, despanzurrado otra vez,  en el asfalto caliente de una carretera comarcal.

20. Retrato a lápiz (Adrián Pérez)

La tenía justo enfrente, así que pensó que la perspectiva era ideal para dibujarla antes de que abandonara el tren. Buscó en su cuaderno la primera página en blanco y comenzó a trazar su silueta: melena rizada, hombros redondeados, cintura ancha. Cuando alzó la vista, el contorno de la mujer había empezado a desdibujarse, a perder sus límites. Continuó esbozando los ojos, la nariz y la boca, que segundos después se evaporaron de su rostro. Por último, detalló con su lápiz las manos protectoras y el fular portabebés. De manera irremediable, la criatura chocó estrepitosamente contra el suelo del vagón. Solo la megafonía anunciando la siguiente parada logró enmascarar el espeso llanto.

19. KINTSUGI (Paloma Casado)

Une con mimo los pedazos del jarrón heredado de sus antepasados que por torpeza ha dejado caer. Sabe que después del barniz dorado lucirá unas cicatrices brillantes que lo harán más hermoso. Son similares -reflexiona- a las arrugas de un rostro. Ambas: cicatrices y arrugas hablan del paso del tiempo, al igual que los jardines construidos para la observación de las estaciones del año. Sin embargo, a las nuevas generaciones solo parece interesarles el esplendor de la primavera o la productiva madurez del verano.

Hoy ha sido su último día de trabajo, mañana cumplirá 80 años. Sabe qué futuro le espera a una anciana que ha dejado de ser parte del engranaje social para convertirse en una carga, en alguien anónimo condenado a la soledad. Hace tiempo que decidió la forma más honorable de celebrar su aniversario: se levantará a la misma hora de siempre y tras asearse y vestirse con su mejor kimono visitará a su marido en el cementerio. Después dirigirá sus pasos hacia el pequeño bosque cercano que siempre le gustó. Allí, en el lugar más recóndito, buscará un árbol antiguo con una rama que no se deje vencer.

18 LA ETERNIDAD (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Aquella noche me costó conciliar el sueño. El hermano L.M. me había visitado.  Intentaba el lasaliano, tras interrogarme sobre mi vida, demostrarme que yo tenía “vocación”. Sinceramente yo no la veía por ninguna parte. Evidentemente aquel fraile estaba haciendo una ronda de “pesca” entre los alumnos, concentrados en los anuales “ignacianos” ejercicios espirituales.

Daba vueltas en la cama como las que daba la hormiguita de la gigantesca canica de acero que por la tarde nos habida descrito el jesuita F.G.S. Esa obrera de la familia de las formicidaes rozaría con sus patitas los átomos del metal hasta que allá en la eternidad lograra desgastar el último reducto del núcleo de aquella bola. Eso era la eternidad del cielo o del averno que yo podría elegir según me decidiese a encontrar en lo recóndito de mi ser esa “vocación” que, repito, yo no la veía por ninguna parte.

Qué devoción, qué espiritualidad derramaban aquellos frailes en la casa de ejercicios de la ciudad de Vitoria. Más que andar, levitaban en nuestra presencia.

El lasaliano L.M. y el Jesuita F.G.S no se quedaron contemplando el trabajo de aquel insecto. Después de 1975 colgaron las sotanas y se metieron en el Partido Comunista.

17. Las mejores vistas

Como cada domingo, Antonio pone rumbo al viejo faro. Está a poco más de un kilómetro pero, a su paso, le lleva un tiempo. Al llegar dedica un rato a meter las botellas y las latas vacías en la bolsa de basura, deleitándose con el aroma de las madreselvas que crecen salvajes por todo el perímetro. Después rodea la vieja mole. Afortunadamente hoy no hay pintadas, limpiar la última le costó muchísimo. Pasa sus arrugados dedos por las grietas, le alegra ver que en algunas están brotando margaritas. Coge una y la prende en su solapa.
Tras concluir la minuciosa inspección, decide subir. Aunque la puerta desapareció hace años, ha de esforzarse para pasar por debajo de la cadena. Sube lentamente los ciento seis escalones y llega casi sin aliento, pero la ausencia de cristales ayuda a que el viento le recomponga. Por fin, se sienta a contemplar el mar y a observar a las gaviotas. Allí arriba es la persona más feliz del mundo.
Suspira, sin saber que aquel será su último atardecer. Su hijo Manuel, preocupado por la tardanza del viejo farero, le encuentra en el suelo, inerte, con la palabra paz escrita en su rostro.

 

16. Hogar Azul

El tiempo y avatares varios han ido dejando cicatrices, agujeros, zonas oscuras, eriales,…  tanto en mi superficie como en mi interior.

Muchos han intentando conquistarme; y hasta aniquilarme, me atrevería a decir. Modelando mis imperfecciones a su antojo, han vivido obsesionados algunos.

Por más que desde pequeños se les enseña que solo estoy yo, que no hay recambio.

‘Cuidaremos de Ella’, cantaban algunos. Benditos tiempos inocentes…

Pocos lo hacen. Y así me estoy quedando, de un azul paliducho que a veces da lástima. Para otros, a pesar de todo, sigo siendo hermosa y única.

Yo no me he quedado calladita ante ciertos desatinos. He protestado de mil maneras. Aunque hacer entrar en erupción a los volcanes me sube la temperatura una barbaridad, y luego no hay quien me aguante con los sofocos. O con sequías, que cuando ven que se me desescama el terreno parece que reaccionan.

Tampoco he solucionado nada con maremotos, terremotos, epidemias varias… Me he llevado la peor parte. Hay quien no escuchará nunca mi latido.

A pesar de los pesares, los quiero a todos por igual. Aquí tienen su Hogar Azul.

Los que ya se fueron. Los que ahora están. Y los que un día llegarán.

15. YA LO DECÍA BILLY WILDER (Toribios)

Que “nada es perfecto” lo sé desde que vi a los diez años la película. Y lo vengo repitiendo desde entonces. Pero lo de esta mañana casi me hace dudar. Limpiaba yo un besugo cuando… Pero vayamos al principio.

A los veinte años me enamoré de Adelina. Fue en un semáforo, frente a una joyería. Eso marcó nuestra relación hasta el punto de que, desde ya, sentí la necesidad de cumplir con lo de “un diamante es para siempre”.  Empecé a ahorrar a escondidas y, por fin, en nuestro décimo aniversario pude alcanzar mi sueño. Pero tuve la desdicha de abrir el estuche en plena calle, y el preciado bien cayó por una artera alcantarilla.

No le dije nada, claro. Y ahora, diez años después, esto. O sea, el diamante en la tripa del besugo. Con cara de ídem me quedé. Solo falta el “The end” y el beso, me dirán. Pues no, porque Adelina me dejó de aquella, por manirroto.

¿Y si la busco y se lo cuento?

No me creerá.

¿O sí…?

14. Mimi, mi muñeca perfecta.

Volvíamos del aeropuerto, recogíamos a papá que regresaba de Japón.

Mi madre se adelantó para abrir la casa, yo me giré para ir al coche en busca de mi muñeca, siempre iba con ella a todos lados. No recuerdo nada más, sólo un estruendo y un dolor inmenso en la pierna. Desperté en una habitación de hospital con mi padre llorando a mi lado y un dolor en la pierna que ya no estaba.

De repente mi vida de niña cambió, tuve que asimilar mi prótesis, la falta de mi madre, el dolor de un padre muchas veces ausente y la carita de Mimi, que había perdido un ojo aquel fatídico día. No voy a decir que haya sido fácil, pero han pasado ya veinte años.

Hoy le he dicho a mi padre que vamos a cenar a un restaurante japonés que han inaugurado cerca de casa.

“¿Qué es soba, udon, ramen..?” No entendía de la carta más allá del sushi, mi cara era un poema ante esos platos de arcilla con los bordes irregulares, el restaurante no era precisamente barato…. Y entonces él, sonriendo, me explicó qué era el wabi sabi y juntos entendimos nuestras vidas.

 

13. Shunkan (Instantes)

Lluvia en la rama.

Se funde con la yema

la gota inerte.

 

Se abre la flor

y sus tiernos estambres

desprecia el fruto.

 

Brota redonda

la manzana en Aomori,

y tú tan lejos.

 

«Tú eres yo», dije.

Pasan largos los días

y olvido mi nombre.

 

Refleja el mar

el alto cielo azul:

me hundo en su seno.

 

Nos dan la muerte

los mismos dioses crueles

que nos reencarnan.

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