Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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3
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

59. Fantasmas contra el alba (Marta Navarro)

Amanece. La cenicienta luz del alba quiebra poco a poco la negrura de la noche y una sombra de sonrisa rompe un instante la mueca de sus labios. La esperanza combate a muerte contra el miedo, una lágrima tirita en sus pestañas y un redoble de tambor resuena atronador entre su pecho. Debe ser valiente, lo sabe, pero está tan asustada…

Agarra con fuerza la mano de su padre y pregunta de nuevo:

⸺¿Seguro que llegaremos pronto, papá?

⸺Claro, cariño −traga el hombre el desconsuelo anudado a su garganta y le guiña un ojo− muy pronto, ya lo verás.

Una madre acuna con dulzura a su bebé. Las siluetas de diez hombres aterrados se recortan a la tenue luz de la mañana. El borde del bote de goma cabecea entre las olas y a punto está de zozobrar. Aún no hay tierra a la vista.

58. La sombra de un destello (Juana María Igarreta)

Cuando terminó de recortar las últimas estrellas, Clara cerró la puerta de la escuela y salió. El camino hasta su casa estaba salpicado de desvencijadas farolas, cuyos tímidos haces de luz apenas lograban restar oscuridad a la noche.
Clara andaba presurosa, intentando centrar sus pensamientos en las tareas a realizar en clase para ultimar el festival de Navidad. Desde que llegó de la ciudad, una sensación de desasosiego se había adueñado de ella. Le estaba costando habituarse al clima adverso del lugar y al carácter sombrío y distante de aquellas gentes. Hasta las miradas de los niños, que no alcanzaban la veintena, adolecían de ese brillo que imprime la alegría cuando preside la infancia.
La casa cedida a la maestra estaba en el ejido del pueblo. Cuando la alcanzó, un destello inesperado iluminó la puerta y su mano en el momento justo que introducía la llave en la cerradura. Se volvió todo lo rápida que le permitió el miedo, pero sus ojos inmensamente abiertos tan solo percibieron la noche cerrada.
Al día siguiente, Elea, la alumna más joven de la clase, sorprendió a la docente diciéndole: “Clara, ¿tú también te irás sin despedirte?”.

57. Oscuridad (Javier Puchades)

Me despierto con el estallido de un trueno. Me incorporo en la cama. Por más que busco, no encuentro mis zapatillas. Me levanto descalza. Cuento mis pasos. Tropiezo. Algo me sentó mal anoche. Debieron de ser las copas que tomé en ese bar donde conocí a aquel chico.

Me apoyo en la cama. Vuelvo a acostarme. Noto la sábana empapada por algo viscoso. ¡Qué asco! Sigo palpando. ¡Dios mío! ¿Qué es esto? Toco a mi lado un cuerpo frío. ¿Quién es? ¿Dónde estoy?

Me giro en busca de mi bastón. ¡No está! Entonces, escucho una llave, una puerta, unos pasos que se acercan y unas voces que dicen: «Ahora vamos a acabar con ella. No hace falta que te tapes la cara ni que apagues la luz».

 

56. CLAROSCURO ( Godi Rasa)

La poca luz que entró en mi vida vino en forma de tormentas que apagaban y encendían un espacio tenebroso tejido con un caos de lamentos cotidianos. En una espera sin esperanza, otro cambio en mi destino apagó el albor de cualquier mejora futura. Arrepentimientos y excusas banales llenaron las hojas de un calendario en el que cada día era pero que el anterior. Y mientras mi escasa consciencia, atrapada en ese laberinto, luchaba por dejarse ir, un rostro difuminado contemplaba, a la sombra, su última hazaña.

55. Bajo tierra

Tassio se dedica al asunto de los huecos, le viene de familia. A Tassio lo metes dentro de un hueco y es el hombre más feliz del mundo. Para él la clave es excavar, no dejar de excavar, dejarse las uñas rasgando la arena con avidez (Pruebe usted a repetir la palabra “avidez” seis o siete veces seguidas y ya me cuenta) Tassio, decía, tiene clasificados hasta 37 tipos de huecos según su profundidad, el ancho, el largo, el aroma, la humedad e incluso el ángulo de la sombra que proyectan ¿Sabía usted que los huecos proyectan sombras, eh? ¿No? Pues tome nota.

El inconveniente de los huecos, claro, es la falta de luz: cuanto más profundos, más oscuros. Y cuanto más oscuros, más impredecibles: de la oscuridad no puede esperarse nada bueno.

A Tassio lo vieron por última vez a 26 metros de profundidad, visiblemente exhausto mientras rascaba compulsivamente con la uña del dedo índice el fondo de un hueco. Tratando de hacer un agujerito para encontrar otro hueco debajo del hueco anterior, imagino. Y no hemos vuelto a saber de él.

54. Factura

En el recibo de la luz, la simpática mascota de la compañía presentaba en un gráfico el gasto mensual. Así, si éste había subido ponía cara triste señalando la curva ascendente. Para no verlo afligido, el titular de la cuenta resolvió ahorrar. A partir de entonces, sustituyó su moderna vitrocerámica por un hornillo de gas, la lavadora por una piedra estriada, el televisor por un transistor a pilas. Tanto descendió el consumo que la empresa eléctrica prescindió de su gracioso símbolo en sus siguientes cartas.

53. Forever Young (Pablo Núñez)

Cuando Susana sale del baño con la fregona, Tomás se levanta a duras penas del sofá y agarra su andador, mientras yo aprieto el paso apoyado en el mío con la esperanza de que el reuma me deje ganar esta vez. Pienso que la casualidad de que su hora y la mía siempre coincidan es, como mínimo, sospechosa; sobre todo por las miradas de reojo que me echa desde que ella entra a realizar la limpieza. Convencido de que lo hace para fastidiarme, avanzo con todas mis fuerzas por los pasillos blancos mal iluminados por tubos fluorescentes. Algunos parpadean débilmente hasta que se apagan, igual que nuestros corazones en este último recodo de la vida. A cámara lenta, me voy acercando a la meta y, aunque me saca media cana, todavía puedo adelantarlo por la izquierda. Justo en el momento del esprint final, Susana ve nuestros andares inciertos, se vuelve, da tres golpecitos a la puerta y dice: «Un, dos, tres, pollito inglés». Nos quedamos quietos entonces olvidando los problemas de próstata, nuestra eterna competición por ser el primero en saludarla, ver de cerca la chispa que desprende su mirada, y nos balanceamos como columpios en nuestros destellos de infancia.

52. Fotógrafo de angelitos (towanda)

Con la boca cerrada, el pelo engominado y un trajecito de gala es como están más guapos. Para estas ocasiones, por el mismo precio, tengo uno de almirante con sus puñetas almidonadas y distintas condecoraciones a elegir. Lo podría arreglar la modista si le quedara grande. Por supuesto, este tipo de fotografías reclaman una luz cenital. El efecto viento, que tanto le gusta a la mamá, es caro, pero da movilidad a los cabellos y frescura y dinamismo a la instantánea. Va en gustos, pero el viento me pide a gritos una luz frontal en tono pastel. Siempre aconsejo los ojos entornados porque otorgan más viveza, algo de color en las mejillas y un ligero brillo en los labios. La fotografía es tremendamente caprichosa y agradece estos matices cromáticos. Sin lugar a dudas, aplicaría luces puntuales para iluminar solo esas pequeñas partes. En las manos, algunos padres piden un rosario, otros prefieren crisantemos y los hay que desean inmortalizar a sus pequeños con la Biblia. Si decidieran Biblia, una iluminación contra cenital desde abajo quedaría ideal. Admito cualquier tipo de sugerencias, pero es urgente que tomen una decisión cuanto antes porque pasado un tiempo comienzan a oler.

51. LA ÚLTIMA PELÍCULA (Isidro Moreno)

El perfume de mi madre. El olor a pis en la clase de los parvulitos; la cegadora luz de verano en los campos amarillos de trigo. Las felices vacaciones escolares; siestas obligadas, largos días de juegos en la calle; las bicicletas. Mi piel trigueña bañada en el río. El primer amor; el instituto; larga vida por delante; las aulas de la facultad; el mundo se nos quedaba pequeño; otro amor y el futuro aún parecía muy lejano. Boda, trabajo, familia, nostalgia de juventud; penas y alegrías; hijos, nietos; nostalgia de vida. Despedidas de unos, adioses a otros. Dolor, pérdida, nostalgia por todo. Soledad.

Todavía, las últimas luces del atardecer traspasan la ventana y alcanzan mi lecho. Alguien que no conozco, con bata de plástico, gorro y mascarilla, me toma la mano. Una luz blanca y deslumbrante se me aproxima, voy hacia ella.

Silencio. FIN.

49. ESA LUZ QUE SE APAGA (Pepe Sanchis)

 

Habría sido difícil adivinar el escritor que se escondía bajo el seudónimo “Raimundo”. Soltero y solitario, realizaba una colaboración mensual en el suplemento cultural de aquel periódico de provincias. Como enviaba sus escritos por correo electrónico, nadie conocía su verdadera identidad. Tenía una forma peculiar de contar historias, buscando siempre la parte alegre de la vida, con un toque irónico, que gustaba a los lectores.

Por eso, resultó extraño aquel relato del mes de julio, tan alejado de su estilo habitual, donde su personaje, después de una ruptura amorosa, fallecía en su casa, habiendo cerrado a cal y canto puertas y ventanas.

Aun así, nadie preguntó por qué en agosto no apareció su relato.

Ni relacionaron el fin de sus historias con la noticia que a principios de ese mes apareció en el periódico, cuando unos vecinos habían alertado a la policía debido al olor que desprendía el interior del 7A, donde vivía ese rarito de Raimundo.

48. Cien años bajo cero (Fuera de concurso)

Al principio fue la luz, intensa y blanca, el mayor obstáculo, obligándome a cerrar los ojos de nuevo y a intentarlo una y otra vez hasta que aquel brillo cegador de cuanto me rodeaba fue desvaneciéndose como la bruma al avanzar el día, descendiendo sobre las cosas que lo emanaban hasta volver a formar parte de ellas, de su contorno primero y su materia después, y acabar definiéndolas en toda su nitidez y contraste. No fue cosa de un rato, sino de días, y todo lo que en ellos pude ver y hacer permanecerá por siempre en mi recuerdo envuelto en un aura ultraterrena.

Nada más salir de la clínica fui a verlo. Me recibió en una silla de ruedas. Casualmente cumplía ciento treinta años, ochenta más que yo, o treinta menos, según se mire. Lo imaginaba así. Nos miramos callados, y hasta temerosos, como si un abismo nos separara. Todavía torpes, mis manos de mamut rebuscaron en el bolso y sacaron un paquetito. «Felicidades», le dije finalmente al entregárselo. Pude ver entonces su respiración agitarse. E incluso una chispa de ilusión infantil en sus ojos al abrirlo. La misma que cuando le traía algún juguete al volver del trabajo.

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