Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

3. EL OMBLIGO MÁS BELLO (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

─Amalio, corre en la bicicleta a casa de Don Ramón, que la criatura viene de nalgas, gritaba Elvira la partera desde el dormitorio alto convertido en sala de parto.

Para cuando Don Ramón aparcó su vespa 125 ya se oía el llanto del bebé. La habilidad de Elvira para atender partos era bien conocida en Cudeyo. Sus manos colocaban a la criatura de forma que encarase el canal de la vida de la forma más adecuada para el bien de criatura y de madre.  Dos generaciones de trasmeranos habían nacido en sus manos y ya comenzaba a dar luz a la tercera.

Tenía ojo certero para calcular el momento del parto. No faltó nunca a la llamada de sus vecinos y siempre contó con la admiración de Don Ramón y de todos los anteriores médicos asignados a la comarca.

Pero lo que perduraba en el recuerdo de todos sus nacidos era la peculiar forma que daba, como una firma de autor, a los ombligos mediante un nudo especial.

Mi prima Carmina, con el regocijo de los oyentes, siempre repite que su ombligo, al igual que todos los de los alumbrados por Elvira la partera, es el más bello de Cantabria.

2. LABIOPLASTIA – EPI

Un cartel en mi sala de espera pone que todas las vulvas son bellas.
Pero es cierto, que por los años o por los partos, la firmeza decae.
Una paciente me contó, que la estaban a punto de echar del trabajo.
En un club, terminaba su actuación con la introducción en su vagina de varias pelotas de ping pong que luego expulsaba con maestría.
Últimamente notaba falta de fuerza y parecía más una gallina poniendo un huevo.
La coloqué en posición ginecológica y me di de bruces con los belfos del camello de Melchor.
Me puse el guante de látex e introduje dos dedos preguntándole si le hacía daño, me sonrió y me dijo que hasta hacía poco, era capaz de quitarme el guante con su musculatura vaginal.
Hubo que operar. Reforcé las paredes y recorté con bisturí eléctrico las excrecencias de los labios.
Meses después, acudí una noche al club donde actuaba y me situé en la última fila, amparado en la oscuridad.
Estuvo gloria bendita y al final se quitó la braguita de lentejuelas, se introdujo las pelotas y disparó.
La que cogí al vuelo, la observé a la luz de la vela, ponía “I LOVE, DOC “

1. El ave del paraíso (Jesús Garabato)

Después de  comprobar la temperatura prevista para la jornada, pilló una cazadora ligera y salió hacia la oficina. Al ir con tiempo, decidió hacerlo por el parque para poder gozar, demorándose, de la incipiente primavera. El aroma de las flores lo puso de buen humor. La irrupción inesperada del apacible canto de un ave de vivos e hipnóticos colores hizo que se detuviera a disfrutar de semejante maravilla. Era tal su abstracción que no sentía ni el ruido alejado del tráfico, ni el bullicio de la gente, ni los correteos inquietos de los perros a su lado. Y el ave siguió  cantando.

Cuando, tras desvanecerse el sortilegio de aquel sonido,  se dio cuenta de lo tarde que era, aún tuvo tiempo de escuchar, antes de morir, como un chaval  se burlaba diciéndole a sus compañeros: «¡mirad a ese viejo medio alelado, debe hacer trescientos años que no se lava ni se cambia la ropa!»

102. AGUA

Sobre un fondo azul que se une con el verde mar del horizonte, se ve perfilado el paisaje de edificios, rocas, y aves que salpican de azabache el tierno color. El viento sopla sobre mi rostro y por instinto observo el cielo. Por el este se acercan a la carrera pequeñas nubes de color gris que van tragando el azul y cuando ya las tengo a mi altura, a modo de una pirotecnia sobrenatural, explotan desprendiendo estrellas grises y azulinas que se evaporan hasta la siguiente tanda. Inmóvil no dejo de observar el espectáculo, las nubes siguen corriendo a toda velocidad, pero la que ahora se aproxima es como una enorme capa del color de miles de topos juntos. Se desliza de manera lenta y soberbia hasta sombrear la luz, y las aves acaban mimetizándose en el apagado color. El mar ya es plomo y las olas baten nata. Sé que este manto descargará lluvia, y no me muevo. Sé que no estoy guarnecida para el aguacero, pero necesito que me empape, me sacuda, para que resucitar a mi espíritu sin energía. El agua borrará el paisaje, el horizonte, las aves, y así tendré la oportunidad de rehacerlo de nuevo.

101 Genes de contrabando

Por años, los había dividido una línea imaginaria que nadie tomaba en serio a la hora de establecer relaciones entre ambos  pueblos, Hasta que los gobiernos desviaron arroyos y ríos para crear una frontera infranqueable, un brazo de agua  que impidió el tránsito de las especies silvestres, partió el abrazo de los árboles y separó amantes y familias enteras a cada lado del límite. Muchos, enloquecidos, corrían en busca de un paso de tierra seca,  donde ahora solo había agua, para llegar al otro margen. Cada día se amontonaban en la costa los cadáveres azules de personas y animales. A pesar de la vigilancia y la prohibición, unas botellas camufladas en el añil de la corriente, llegaban hasta las playas para fertilizar el amor a la espera del reencuentro. Al drenarse la masa acuática a petición de las poblaciones hermanas, los jóvenes se hallaron de vuelta con sus parejas y sus hijos e hijas concebidos gracias al intercambio de material genético a través de la frontera.

100. Todo al azul

Se empeñó en llamarlo Azul porque le recordaba al mar. Nunca supe por qué, la verdad, pues el perrillo era bajito y marrón chocolate, pero le dejé hacer. Lo cierto es que a Azul le encanta bañarse en la playa en cualquier época del año, como a ella, y pasear por la arena, retozón.

A mí me llamó «amor» casi desde el principio. La primera vez me atraganté al oírlo pero disimulé y no dije nada. Le dejé hacer y la verdad es que siempre me ha hecho reír y somos muy felices juntos.

Desde que la operación no salió bien está un poco triste así que Azul y yo hemos decidido darle una sorpresa. Siguiendo sus instrucciones vamos a llevarla a ese restaurante nuevo junto al mar (por fin uno con rampa), para que pueda disfrutar del sol de invierno en la terraza y acariciar las patitas con arena de Azul. Seguro que vuelve a sentir el mar aunque ya no pueda verlo. Y cuando yo coja su mano sabrá que llevo una de las camisetas azules que siempre me regala, me dirá algo ingenioso y volveremos a reírnos juntos. Seguro.

99. AZULADA (Edita)

 

Esperábamos un niño y fue recibida en azul. El presupuesto familiar no daba para improvisar una canastilla rosa y tuvo que empezar a vivir entre ropas y paredes celestes. La presentamos a la familia como Mario. Hasta bien entrado el invierno, no la sacamos a pasear en su carrito para poder taparla totalmente, evitando así que algún espabilado descubriera la trampa. Al llegar a casa y liberarla del envoltorio, comprobamos que su carita compartía color con la manta protectora. No le dimos importancia: la tela, sin lavar previamente, habría desteñido. Pero sí nos extraña que, habiendo pasado ya varios días, siga sin respirar…

 

 

98. Katina (Toribios)

Katina lo recordaría toda su vida con aquel impoluto terno azul marino. Había vuelto hacía poco a la ciudad de su infancia, tras veinte años, un hijo y un matrimonio fracasado. A veces los pies piensan por nosotros, así que la habían llevado al paseo aquel del primer beso, tras los setos que bordeaban el parque. Y lo vio. Más que a él a su traje azul, que lucía sonriendo, como si llevase todo este tiempo esperándola. Recordó de golpe aquella tarde, a sus diecisiete, en el oscuro palco del Teatro Principal, viendo « La mujer indomable ». De ahí, de Liz Taylor haciendo de Catalina, le venía el nombre. Para él sería siempre ya Katina. Y ahora, después de tanto tiempo, lo tenía delante con el mismo traje aquel de los domingos. Durante el instante que él la sonrió pasaron por su mente las imágenes de un futuro feliz a su lado. Risas, recuerdos, días de sol, los amigos de entonces. Luego, se encendieron las luces y se impuso la realidad, dio media vuelta y le dejó atrás con su jersey astroso y su litrona. 

97. The Bluest Blues (Manuel Menéndez)

Me gustaría volver a contemplar el mar. Recordar aquel azul radiante que marcó nuestras vidas antes de oscurecerse y volverse negro.

El día en que nos conocimos te dije que tus ojos eran dos pinceladas a mitad de camino entre el color del cielo y el de las olas. Nos reímos, nos besamos, me enamoré. ¿Te enamoraste tú también? Creía que sí cuando te pedí matrimonio, poniendo en tu dedo aquel anillo de aguamarina. No tenía la menor duda cuando recorriste el pasillo de la iglesia, radiante con tu vestido turquesa. Pero pronto llegaron los recelos. Las ojeras de mis noches de insomnio fueron cambiando la tonalidad. Luego vinieron las marcas púrpuras que empezaron a cubrir tu piel, fruto también de mi amor, aunque no lo creyeras. Tu mirada se llenó de sombras y con ella también mi cabeza. Cuando los hombres de azul marino derribaron nuestra puerta era tarde.  Me resultó curioso observar el contraste entre el azul grisáceo de tu cuerpo y el más pálido del pijama de los sanitarios que intentaron en vano reanimarte.

Asumo que tengo que pagar por mis pecados. Pero ojalá no tuviera que hacerlo llevando un mono naranja el resto de mi vida.

96. Arrebato azul Calamanda Nevado

Apoyé la cabeza en el hombro de la chaqueta azul de mi hermano y sentí una clavícula frágil  que  emitía un ruido hueco. Le resbaló  por la boca algo de saliva,  aparté la cara por temor a  mancharme y me  alejé de su cuerpo sonriéndole tristemente.  Luego, mirándolo de cerca, me pareció  solitario, mal conservado y apático.  No le dije palabra, y aunque no me  apeteciera pedírselo, estábamos solos en casa,    lo invité a merendar. Mientras   tomábamos café,  queso azul y algo de fruta lo  miré cómo si lo viese por primera vez. Comía ávidamente, casi sin detener los alimentos en la boca, un temor absurdo, un presentimiento,  me quitó vigor; nunca antes,  observándolo, fui consciente  que una gran vena muy azul le surcaba el lado izquierdo del rostro y se le agarraba al cuello, dándole un aire como de sufrimiento y consumir sangre. Alguna vez, siendo   jóvenes, a pesar de tomar el sol le encontré,  después de beberse  unos cuantos vinos tintos, las mejillas descoloridas y las ojeras muy azules.  Siempre fue difícil de conducir  y  procuré evitar  los comentarios y los  encuentros.

-Menudo inocente estás hecho- le escuché de pronto-, ¡a ti te tengo que espabilar yo!-

-¿Entrenándome?-

94. DIALOGO ENTRE DOS AMIGAS (J.A. Iglesias)

—¿Como estás hoy?…Pareces mas animada.

—Es Navidad, ahora al menos, no habrá diferencia entre mis hijos.

—»Tus hijos», ¡hay tus hijos!

— ¿Que quieres decir?…Somos eternas amigas, siempre has influido en mi, dándome equilibrio y estabilidad. Por favor háblame con franqueza.

—Lo haré. Me acogiste cuando nací, seguimos creciendo juntas. Yo sigo igual, pequeña, solitaria, con mis vestidos casi monocromático. Tú en cambio, tan bella, tu mirada de cambiantes azules, piel rosada o morena, vestida de múltiples arcoíris, llena de riqueza y salud.

Luego pariste,» Kaines y Abeles», entre todos te convirtieron en lo que ahora eres. Ellos son la causa de tus males, de ese cáncer que te consume.

—Cambiaran, no todos son así.

—El amor de madre no te deja ver. Se enriquecen sin perjuicio, les da igual tú y los demás. Los incautos te defienden sin convicción excusándose de no poder hacer nada.

—¿Como los conoces tanto?

—Los observo desde mi posición.

—¿Fueron a verte?

—Alguna vez. Perdona, pero prefiero no tenerlos cerca.

—Querida,¿seguirás conmigo hasta el final?

—Buena amiga, te acompañare hasta el final de tus días.

—Pero Luna, cuando ocurra, ¿que será de mis hijos?

—Querida Tierra, me temo que ellos morirán contigo

93. EL GRAN AZUL (Javier Puchades)

Desde pequeño, Índigo se vio atraído por el mar, pese a vivir en el interior. Tal vez fuese por sus lecturas infantiles: «La isla del tesoro», «Veinte mil leguas de viaje submarino» o por las películas de piratas. O también pudo ser, por contemplar aquel inmenso manto añil al mirar las fotografías que guardaba en un álbum.

Convenció a su madre para tomar la primera comunión con un traje de marinero de un azul intenso. Nunca olvidó su doce cumpleaños. Ese verano le habían prometido que irían de vacaciones a la playa. Pero justo, a principios de julio, murió su padre. Con el tiempo, se buscó una novia de nombre Celeste, porque le recordaba el mar. Luego, las circunstancias de la vida le impidieron cumplir su sueño.

En cuando se jubiló, se apuntó a un viaje que iba a un hotel de la costa. Al llegar, nada más bajarse del autobús, se dirigió a la playa atraído por el rumor de las olas. Quedó obnubilado ante aquellas aguas turquesa, que le llamaban. Fue tal la fascinación que comenzó a meterse mar adentro. La emoción le hizo olvidar que no sabía nadar.

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