Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

43. Perdida en la ciudad

Piensan que siempre estamos ahí aunque varias veces al día —en la casa, de noche, un día nublado—, desaparecemos; y a veces ya no nos recuperan. Son tan insensibles que no llegan a echarnos de menos y el resultado es que el mundo está lleno de hombres sin sombra y sombras sin dueño.

Cuando perdí a mi dueña, hace ya muchos años, me mantuve escondida un tiempo, procurando no pasar por espacios abiertos en los que el sol pudiera revelar mi presencia, pero pasado un día decidí salir a buscarla, pero nunca la encontré. Anduve por las calles, me crucé con alguna persona que había notado que ya no le acompañaba su imagen, e incluso me topé con un joven que se fijó en mí y se acercó; pero no formábamos una pareja creíble y desistió.

Desde entonces me han visto deambular solitaria, a mí y a otras como yo. Aparecemos en cualquier esquina al atardecer, nos llaman fantasmas.

42. El dibujo

«Mi papá es muy alto y muy fuerte. Cuando me coge en brazos se despiertan las serpientes de sus bíceps. Los bíceps son esos cosos que si vas al gimnasio todos los días se te ponen muy gordos. Por las mañanas acompaño a mi papá hasta la esquina para verle marchar, y por la noche también voy, para verle llegar.»
Escribí todo esto debajo del retarto de mi papá que la seño nos mandó hacer, y le gustó y me puso una estrella. Pero Capucine dijo que era una mentirosa, que yo no tenía papá, y que por mentir se me iba a poner la cabeza del revés. La seño le dijo que se callase, y… y además Capucine es una estúpida: a los niños que mienten no se les pone la cabeza del revés, les crece la nariz.

41. ALTER EGO (Purificación Rodríguez)

¡Será posible! Acabo de cruzarme con un tipo por la acera y me ha mirado como si yo fuera una rata de alcantarilla, o una inmunda cucaracha. No me ha pisado porque llevaba prisa, pero se va a enterar.

Mmmmm…..A ver qué se me ocurre…..¡Ya está! Mi sombra siempre me obedece, la pobre, como si fuera mi alter ego, así que le acabo de pedir que se quede en esta misma esquina, quietecita en la pared, hasta que el tipo vuelva a pasar y, entonces, cuando me lo cruce de nuevo, me detendré a observar cómo es mi negra sombra la que lo mira esta vez, sin ojos, sin cuerpo, sin lógica. Desde la nada más profunda de la piedra.

Y veré el terror en su mirada, porque no podrá escapar. Lo perseguiré allá donde vaya y tome la dirección que tome. Hasta que desee no tener ojos.

Y si cree en algún momento que logrará darme esquinazo, es que no sabe lo ligeras que son las piernas de mi sombra.

 

40. Aceptación (Mar González)

Primero se apagaron las velas. Después se llevaron las flores, peluches y dedicatorias que, durante días, quizás semanas, ocuparon la acera.
Mucho antes, su nombre dejó de aparecer en los periódicos. Fue portada su desaparición, su búsqueda, las lágrimas de su madre, las multitudinarias manifestaciones… Nada durante un tiempo y, de repente, la fotografía de una lona negra cubriendo una camilla y, otra vez, las lágrimas.
Entonces llegaron las cinco etapas del duelo. O las cuatro. La depresión dura ya demasiado. Quizás se quede conmigo para siempre.
El psicólogo me recomendó volver a aquella calle. Tardé, pero volví. La vida discurría con normalidad sin ella.
Regresé con pintura y, ante la mirada atónita de algunos, dibujé su sombra. No es ella. Ella no está. Pero es lo que nos queda. Intenté captar su fragilidad, ese andar como flotando entre nubes y esa manera de girar la cabeza para seguir con la mirada todo lo que llamaba su atención.
Ahora, cuando paso por allí, yo también me giro para seguir viéndola todo lo que me permita la vista. De un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que no soy el único.

39. Paciencia, mi niña (Luisa Hurtado)

Juntos fuimos compañeros de juegos, no se nos olvida; aunque el tiempo haya hecho mella en mi cuerpo, este haya crecido y tú me mires, desde la esquina, sin saber qué separa al hombre en que me he convertido de la niña que aún eres.
Paciencia, mi amor. El tiempo seguirá pasando, un día cada día, y caerá sobre ti y seré testigo de cómo te conviertes en una mujer mientras el hombre que soy espera con una sonrisa a que la vida vuelva a unirnos.

38. La duda de la sombra (María José Escudero)

Míralo. Rígido y distante, sigue sin superar las desengaños de la infancia. Averiguar que los Reyes Magos eran los padres y que los bebés no venían de París, le dejaron marcado para el resto de su vida. Y se ha convertido en un ser tan reticente y suspicaz que también se niega a dar crédito al pronóstico de las nubes y carga siempre con el paraguas, por si acaso llueve. Tampoco puede evitar volver la cabeza hacia atrás cuando camina, ¿lo ves? Lo hace con frecuencia. Es tortuosamente cauteloso. Atento a posibles amenazas, contraataca con rapidez y se distancia silenciosamente ¿Te das cuenta? Siempre está alerta. Por eso, todos los días, me acomodo en esta esquina y le saludo con cortesía, pero sospecho que a este tipo nadie puede echarle el guante porque sólo aspira a protegerse de los golpes de la vida y no se fía ni de su sombra. ¿Tú crees que en algún momento será dichoso? Yo lo dudo mucho. Tiene miedo, y nunca me dará una oportunidad.

37. Esta lluvia (Carmen Cano)

Te marchaste de este hogar, despoblado para siempre sin tus brazos. Solo dejaste el eco de tu voz en los rincones y esta lluvia que atraviesa las paredes. A veces, en torno a mi cintura, bucean los peces erráticos de la tristeza.

Quizá algún día, cuando apenas me recuerdes, te persiga por las esquinas la sombra de la hija que no me diste.

36. Huérfanos

Fue desconcertante descubrir que mi sombra se había cambiado por la de una niña. De constitución fuerte, al principio me avergonzó que alguien pudiera advertir la discrepancia, pero resultó sencillo acostumbrarme. Ella se esmeraba en imitarme, y si le suponía un esfuerzo, yo la ayudaba adaptando mis ademanes a los suyos. Aunque no nos hablábamos, no tardó en ganarse mi afecto y llegué a quererla como a una hija. No sé decir si las sombras perciben el tiempo como nosotros, pero a mí se me hizo breve el que transcurrió hasta el día en que, al echar la vista atrás, comprobé que ya no me seguía, y entendí que había llegado el momento de dejarla marchar. Con todo, por extraño que pueda parecer, lo que más pena me da es pensar que en alguna parte haya una niña que pueda sentirse huérfana cuando mi antigua sombra decida que es hora de partir.

35. Cinco fechas cruciales (Rosy Val)

Pasan los años y sigo recibiendo cada 25 de marzo su fotografía. No me costó deducir que ese fue el día de su nacimiento. También, cada primer domingo de mayo recibo una postal, así como el día de su santo —el 11 de agosto—. Lo supuse en cuanto recordé que se llamaba Clara. Invariablemente en Navidad me envía una carta con su pedido a los Reyes Magos. Con impostados y pueriles trazos se dirige a Baltasar, aclarándole que como ha sido buena, le traiga la muñeca parlanchina.
No sé cómo consigue averiguar dónde vivo, pese a cambiar de domicilio me localiza siempre. Temo, que me persiga de por vida.

Voy camino de mi trabajo. Al doblar una esquina me percato de una silueta muy peculiar en la pared; una niña con la cabeza invertida que curiosamente me trae a Linda Blair…
¡Un exorcista —me digo al tiempo en que caigo que hoy es 1 de noviembre—, eso es lo que yo necesito!, que la retire, la expulse de mi vida… han pasado trece años… ¡que deje de martirizarme ya, joder!, ¡que yo no tuve la culpa de que su hija se interpusiera entre mi coche y esa maldita pelota!

34. EL TIEMPO VERBAL DE LA LLUVIA (A. BARCELÓ)

Hacía tiempo que no llovía y ya casi no recordaba el placer de respirar el aire purificado, de sentir la reencarnación de las nubes salpicando su piel en forma de chispas de vida. Su existencia había quedado varada en una especie de letargo agonizante. Le perseguía un recuerdo que no dejaba de alejarse. Se detuvo y miró a su espalda. Algunas veces, creía percibir que ella estaba cerca. Imaginó que iba a aparecer allí mismo, de repente, al otro lado de la esquina. En aquel instante, de manera inexplicable, pues conocía aquel poema, pero nunca habría sido capaz de recordarlo palabra por palabra, comenzó a recitarse en su cabeza “La lluvia” de Jorge Luis Borges. Con el último verso, cerró el paraguas y, dejándose empapar, siguió adelante.

Ella, por fin, también pudo continuar su camino.

33. Somos (Mar Horno)

Cada persona es más una parte de su cuerpo que otra. El amante es más su corazón que su cabeza. El corredor es más sus piernas. El científico, su cerebro. Yo, por ejemplo, soy mis manos. Ese yo, más vivo que yo mismo, está en el tacto de mis yemas. Ese arrastrarme por la noche hasta el patio cuando llueve para hundirlas en la tierra húmeda y olorosa de las macetas. Ese aletear de dedos para llamar a horas intempestivas al timbre del vecino para tocar con suavidad las teclas de su piano. Ese leve estremecimiento cuando una sostiene el mango y la otra acaricia el filo mientras la sangre se escurre por el desagüe. Ese ocultarse en los bolsillos, miedosas, cuando vemos algún fantasma. Desde hace unas semanas nos sigue el de una niña. Su sombra no quiere venir, aunque viene. Después se queda escondida en la oscuridad del zaguán. Yo le saco un platito de leche y ella se lo bebe como un gato. Cada día se lo pongo más cerca de la puerta para conseguir que entre. Como la primera vez.

31. ORFANDAD (Mariángeles Abelli Bonardi)

“El guardián me hizo permanecer de pie en un descampado que se encontraba junto a la puerta. El sol de las tres de la tarde proyectaba con nitidez mi sombra sobre el suelo.”

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami, p.93

 

Cuando emergió del lago, el recuerdo del cuchillo del guardián, desgajándola de su cuerpo, empezó a dolerle menos.

Se aproximó a esa ciudad, que nunca había visto, y caminó pegada a los muros. Acaso recalaran allí todas ellas, las desgajadas, para darse consuelo. Para darse cuenta de que su orfandad no era el fin, sino el principio de su propio mundo. Un mundo sin murallas, ni atalayas, ni guardianes que temer… Un mundo a su medida. ¿Pero cuál era la medida de una sombra? Quizás la respuesta la tuviera ese hombre, el del paraguas, que caminaba indeciso, como buscando algo…

Con apenas un vistazo, ella supo qué. Se acercó despacio, le besó la nuca y, delicadamente, fundió sus pasos con los de él.

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