Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

44. INFANCIA (Nani Canovaca)

Inconfundible el olor que desprendía la ropa recién tendida o cuando se metía entre las sábanas limpias, frías y recién planchadas; era como volver al remanso del vientre materno. Todo se relacionaba y quedaba unido en un mismo paquete. Siempre le contó ella que el jabón casero era el que ejercía el milagro, pero bien sabía  que había algo más, algo que se llamaba madre y que incluía amor y dedicación. Algo que resultaba suave y delicado a pesar de aquellas manos broncas, agrietadas y cargadas de faenas domésticas, labores en el campo y sogas restregadas, bien para lanzar y recoger el cubo dentro del pozo, retorcer y trenzar espartos en los días lluviosos, apilar alpacas y pleitas, cargar serones, subir y bajar cargas al pajar, hacer limpiezas después de las cosechas y para colmo, cuando fueron pequeños aún le quedaban ganas en las noches veraniegas, de recortar en los periódicos atrasados anuncios de juguetes o ropa del Corte Inglés, coserlos con alfileres y cuando ya entrada la noche, hacer que aquello se moviera con ayuda de una linterna para crearles la ilusión de estar sentados en una silla del cine de verano, mientras sorbían un tazón de leche migada.

43. » Mi secuencia favorita»

Dos meses después de su fallecimiento, regresando del cine de verano, mi hermano Fermín y yo descubrimos que mi madre pidió ser enterrada cerca del río. Por desgracia, los adultos de mi familia optaron por seguir los cánones establecidos.

Al día siguiente, mi tía Julia tendía la colada, tranquila por cumplir la promesa de casarse con mi padre y hacerse cargo de nosotros. Cuando me levanté, mi hermano ya había volado rumbo al parque. Decidí quedarme en el jardín dibujando los bucólicos paisajes de “El hombre tranquilo”, primera película que me dejaron ver completa la noche anterior. Sobre las doce, Fermín regresó acompañado de una vecina y con sus manos manchadas de barro. Al parecer, había intentado escarbar la tumba de mi madre con el fin de cumplir sus últimas voluntades. Mi tía abandonó sus ocupaciones y se acercó a Fermín con la seguridad de quien intuye los entresijos del espíritu. Por más atención que puse, no conseguí descifrar sus palabras. Sólo recuerdo que, tras la improvisada pantalla blanca, aparecía ante mí una nueva secuencia del film de John Ford y que, gracias a su rostro difuminado en sombra, imaginaba que era mi madre la que continuaba procurándonos sus atenciones.

42 . RECUERDOS DE CRISTAL

Hoy no ha venido nadie a visitarme, a pesar de ser sábado. Mientras otros han  disfrutado de la presencia de nietos e hijos, yo  he tenido que desollar las horas haciendo acopio de fuerzas, a pesar de lo mucho que éstas me fallan ya, y presumir de entereza, cuando ni siquiera he sabido deletrear jamás esa palabra.

Y no, ser analfabeta no ayuda a que los desprecios duelan menos, o  a que la frontera entre lo correcto y lo que no, se desdibuje en la niebla de la ignorancia. Como tampoco ayuda a quitarme esta pena, el olor a ropa limpia que sube desde la lavandería. ¡Cómo echo de menos los días de colada cuando mis hermanas y yo bajábamos al río con mi madre a lavar las pocas piezas de ropa que teníamos, con el jabón artesanal que hacíamos nosotras mismas! A veces quisiera ser sábana para secarme al sol, mientras otros contemplan mi blancura. Pero tan sólo soy una vieja más. a la que todos contemplan con lástima, que desvaría más de lo que habla y calla más de lo que piensa.

 

41 . CUENTOS Y CUENTAS DEL ASERRADERO (Amparo Martínez)

Hace 1 año, 2 meses, 3 semanas, 4 días y mi dedo índice que padre nos abandonó. Desde entonces, madre no me señala con el suyo. Además, inventa cuentos para consolarme por mi doble pérdida. ¡Como si, todavía, fuera aquel mocoso de 12 años!

Érase una vez un dedo acusica, metomentodo; un dedo ni largo ni corto, ni gordo ni flaco; un dedo marimandón y sabelotodo, orgulloso y presumido. A la menor oportunidad se estiraba, para ser el primero en contestar, en salir voluntario, en señalar culpables, en exigir silencio, en probar todas las tartas. Hasta que un día, de tanto moverse de izquierda a derecha y de derecha a izquierda (¡no, no, noo, nooo!), se desenroscó de la mano y salió volando hacia las nubes. Ahora, es feliz haciendo cosquillas a los nubarrones que les cuesta llover, o agujereando la niebla para que el sol se asome.

¡Pobre madre! No sospecha lo orgulloso que estoy de mi mutilación… Tras la paliza que la dejó inconsciente, padre se lanzó a sacudirme a mí. Pero, no perdí el dedo índice en el forcejeo -como cree madre-, sino en alguno de los 5 cortes transversales que le practiqué a ese cabrón.

40. Sombras de vida

Mi niñez ya es una sombra, mi madre ya es una sombra.  Entre las sombras recuerdo cuando mi madre me reprendía, cuando me consentía, cuando me estimulaba, cuando respondía a mis preguntas sobre su música favorita; porque conocí a Juan Arvizu, a Pedro Infante, a Margarita Cueto, a Juan Legido, a Alfonso Ortiz Tirado… al lado de su radio siempre encendida.  Con el padre ausente, por trabajo, la madre era mi referente y yo era su sombra, a donde quiera que fuera, me iba yo.

Vemos ahora proyectados sobre un lienzo esos años de la niñez y los revivimos; jugamos con las sombras de nuestros amiguitos de infancia; veneramos las sombras de nuestros primeros maestros, de los que sí asumieron su papel de maestro; nos complacemos en la sombra de nuestro primer amor; temblamos con las sombras de nuestros fracasos.  De repente, nos hacemos conscientes de la sombra que estamos proyectando hoy a la luz del mañana.

39. Emociones incontrolables (Aurora Rapún)

Aran era su mejor amiga. Solo se veían en verano en el pueblo de los abuelos, pero una vez que se encontraban no se separaban ni a sol ni a sombra. Por las mañanas, el primero que se levantaba iba a casa del otro para desayunar. Se pasaban el día recorriendo el pueblo y los alrededores. Iban al río a tirar piedras, a bañarse, a descubrir escondites y a cazar zapateros. Siempre se estaban riendo. Daba gusto verlos.
Un día, Aran llamó a la puerta de su casa triste y compungida. Su padre le acababa de informar de que había sido ascendido en su trabajo y de que tendrían que trasladarse a vivir a Australia.
Esa noche, y todas las siguientes Mario se hizo pis en la cama. Su abuela tendía las sábanas recién lavadas en el jardín e intentaba calmar su pena hablándole de futuros encuentros y utópicos viajes que lo llevarían al país en el que iba a vivir su amiga.
Hoy por fin, después de veinte años, Mario va a viajar a Australia. Se ha despertado emocionado y sorprendido al descubrir que, bajo su cuerpo, unas sábanas húmedas y calientes, evidenciaban la emoción del próximo reencuentro.

38. Sábanas (Asun Gárate)

El día que mi madre se suicidó, desayunamos juntos en su cama. Tortitas con sirope de chocolate. Yo manché las sábanas, pero ella dijo “no importa, cariño” y casi sonrió. No parecía más triste que otros días, solo igual de triste. Lavó las sábanas en la pileta, las colgó en la cuerda del jardín y a media mañana ya se habían secado. Sin embargo, siguieron tendidas hasta que las recogió alguien que vino a nuestra casa después del entierro.
Tuve que hacer la maleta e irme con unos parientes de la ciudad. Entre las pocas cosas que me llevé estaban aquellas sábanas y dormí en ellas todas las noches del resto de mi niñez. Luego me convertí en un muchacho horrible y las guardé.
Soy embustero, ladrón, camorrista. Soy alcohólico. Hoy me han dado una paliza en un callejón, dejándome roto por dentro y por fuera. A duras penas he logrado llegar a la pensión donde vivo. Sé que no aguantaré mucho tiempo. He sacado las sábanas de la maleta, las he puesto en la cama y me he acostado. He vuelto a mancharlas, pero mi madre ha dicho «no importa, cariño».

37 . Los reprochadores

Hay quien siempre juzga de un modo inclemente las acciones de otras personas, aún a sabiendas de que no hay nada que censurar. Señalan aquella mota de polvo en una grifería que brilla como un espejo o con la excusa de haberlos probado mejores, desaprueban un plato suculento. Mi familia, por el contrario, acepta las cosas tal como vienen. Mamá tolera los reproches resignada, unos están arriba y otros abajo, murmura a menudo. Mi padre se consuela diciendo que en realidad esa gente critica en los demás lo que no les gusta de sí mismos. Entonces me acuerdo de cuando la señora regañó a mi hermano al intentar coger una prenda del tendedero. El pobre me vino llorando porque ansiaba taparse para evitar las burlas por su pie fantasma. Aunque respeto mucho a papá, me cuesta creer que la señora también tenga un enorme vacío en la pierna más allá de la rodilla.

 

35. CULPABLE UNIVERSAL

Acostumbrado a ser considerado el responsable de todas las travesuras, Marco agachaba la cabeza cada vez que un dedo acusador le señalaba.
¡Estaba harto de ser el culpable universal! Y eso, que sus inquisidores habituales proclamaban a quién quisiera oírles, que él era un chico maravilloso: inquieto, divertido, con iniciativas y siempre alegre.
El pequeño no entendía como su madre y su abuela -las personas que más solían reprenderle- le acusaban de manchar la ropa del tendal; de romper los cristales de las ventanas; de atacar con frecuencia a las mascotas de la granja e incluso de comerse el chocolate y los pasteles de la despensa.
Pero, ¿cómo iba a hacerles entender a aquellos adultos cerriles que esas pequeñas diabluras eran obra de su hermano Agustín?
La única vez que se atrevió a acusarlo lo enviaron a la Iglesia. Le exigieron que se confesara con el señor cura mientras no dejaban de persignarse. Cuando osó decírselo, Don Amadeo le llamó blasfemo:
– Marco, hijo, ¿cómo puedes acusar a tu hermano muerto? Reza diez Padrenuestros y veinte Avemarías. A ver si regresa la razón a esa cabecita loca y dejas de acusar ya a fantasmas que solo tú puedes ver…

34. PARASOMNIA, PARA QUÉ (EPÍFISIS)

Durante varios años, en el orfanato, la cuidadora, se acercaba sigilosamente a mi cama y retiraba de golpe la ropa de cama. Muchos días, la mancha amarillenta delataba que me había hecho pis.
Las risas y los dedos acusadores aún me persiguen y no he conseguido hacer todavía una vida normal. Durante toda la jornada las sábanas y el colchón de lana se iban secando y el escarnio duraba durante el estudio y en el recreo.
Por la noche, el olor y la humedad retrasaban mi sueño, eso y los ruidos del dormitorio, pues mi meada era la única defensa cuando los chicos mayores abusaban de mi cuerpo. Muchas veces me pillaron dormido y entonces las vejaciones eran asquerosas. Entre varios me sujetaban y me tapaban la boca y otros me sodomizaban o se corrían en mi cara.
Las duchas me aterraban, me llamaban gorrino y todo eso era para ser menos apetecible a los sátiros de mis compañeros del hospicio.
Recuerdo las reprimendas mientras se oreaban las sábanas al viento y yo, sin poder decir nada pues mi vida correría peligro. Ahora soy profesor de primaria.

33. BUENAS COSTUMBRES

Mi infancia y la de mis hermanos están llenas de recuerdos prohibidos. Nuestra madre insistía en que ciertas diversiones eran exclusividad de las mujeres de la casa. Pero nosotros, que habíamos salido rebeldes, barríamos a escondidas, nos colábamos en la cocina a fregar los platos a la hora de la siesta y fantaseábamos con pasar el día entre fogones.

Merecía la pena arriesgarse, pero el castigo si nos pillaba era cruel. Nos mandaba a jugar al fútbol en el jardín y, cuando ya teníamos las botas embarradas, nos hacía entrar por la puerta principal y ponerlo todo perdido de fango. Recuerdo las risas de mis hermanas limpiando de rodillas el salón y las escaleras mientras nosotros las mirábamos con envidia, sin nada divertido que hacer el resto de la tarde.

El día que mamá nos descubrió tendiendo las sábanas al sol se enfadó tanto que nos amenazó con contarle nuestro vicio a todos los amigos. Ya nos podíamos olvidar de encontrar una novia como Dios manda, menudas eran las chicas de nuestro pueblo.

Pero nos corregimos a tiempo y nos casamos los tres. Y así seguimos. Apartados de las tareas domésticas, honrando su memoria, aguantándonos las ganas.

 

 

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