Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

93 – Trucos contra el frío (Patricia Collazo)

Empezar por los pies, me recomendabas de pequeña, cuando me negaba a meterme en el Cantábrico. Vas entrando de a poco, aclimatándote. Pero ahora no hay olas, y en cambio, una enorme superficie de agua plana y silenciosa se extiende bajo mis plantas descalzas, que cuelgan sin tocarla.

Sé que estoy soñando. Jamás he usado la tobillera que adorna mi pie izquierdo. Sin embargo, no me animo a estirar el empeine y hundir los dedos porque temo volver a experimentar ese frío que sentí cuando marchaste.

Ahora, he conseguido confinar el frío en mi pecho y ya no me envuelve entera. La sicóloga dice que debo transitar el duelo. Y tal vez el duelo sea esta extensión inabarcable de agua.

Empezar por los pies, me repito. Y comienzo a caminar. Mis plantas se hielan al contacto con el agua, pero no se hunden. Tenías razón. Se van aclimatando. Ya puedo mirar tu llavero colgado en la entrada sin llorar, y contestar a Juanma cuando pregunta por ti.

Que si algún día lo llevaré a pescar, dice. Como hacía el abuelo. Y yo me hundo hasta las rodillas para irme aclimatando, antes de prometerle que en un tiempo, seguro que sí.

92 – RETO

Nunca he sentido más vértigo que el día que me dejé convencer para tirarme al agua. De cabeza, me dijeron. Sin miedo.

Es lo que tiene lanzarse al mar sin saber nadar. El esfuerzo ridículo de las primeras brazadas sin control, el cursillo acelerado a base de ahogadillas, el orgullo de remontar una ola que creía insalvable para descubrir que detrás viene otra aún mayor.

La angustia de hundirme hasta casi tocar fondo. El terror de sentir los pulmones llenarse hasta el límite y escupir lágrimas cargadas de salitre. Reunir el coraje para salir a flote, coger una bocanada de aire que me permita resistir un poco más.

Aún sigo en el agua, haciendo piruetas imposibles en la rompiente. Esperando a que alguien se asome a este embarcadero, aprovechar para subir a tierra firme y secar al sol el reguero de las tormentas sobre mi piel.

Planeando cómo ganarme su confianza, inyectarle el gusanillo del desafío y, en un descuido, darle el empujoncito que necesita para tomar el relevo.

91. Blanco como el mar

Esos no son mis pies. Están pegados a mis piernas, pero no son míos. Los míos caminan por la playa tras de ti, siguiendo una linterna que nos hace señales. Estos otros cuelgan a dos palmos del agua, pensando si sería mejor resbalar y desaparecer en la negrura de un mar insensible. Mis pies andan rápido. Los tuyos se hunden en la arena. No quieres que nadie nos quite el sitio y cargas con nuestro hijo en brazos. Has pagado. Se han quedado con todo el dinero y me has pedido que les deje usar mi cuerpo para que pueda venir el niño también.

Cierra los ojos, mi vida. Estaré bien.

Esos no son mis pies. Los míos, mojados y fríos, suben a la barca. Que no llore, has dicho poniéndolo en mi regazo.  Sus piececitos y los míos temblando juntos. Huérfanos de tierra.

No, no son míos. Mis pies habrían calmado su llanto, habrían luchado cuando alguien  lo arrancó de mí. Tú habrías luchado también.  Pero tuvimos miedo.

Ya no llora.

Esos no son mis pies, ya no. Los míos saltaron al agua inútilmente. Y los suyos, pequeños, blandos. Silenciosos.

Cierra los ojos, mi vida. Estarás bien.

90 – «Tal vez me quede»

Piensas que me estoy yendo, así, dando pasitos con estos pies que tanto te gustan.

Pies que me apoyan, firmes, a los que les gusta caminar siempre descalzos, pies todoterreno.

Temes que me vaya; me imaginas siempre a tu lado, porque estos pasos seguros sirven para orientar tu vida también.

Tu andar es torpe, tropiezas y así no avanzas. No te das cuenta de que tus pies, como los míos, pueden saltar y esquivar cualquier obstáculo; eliges enfadarte y dar patadas.

Tus piedras me alcanzan y yo, con tanto dolor, dejo de encontrar el sentido.

Mientras, tú intentas sortear la rabia porque sabes que me estoy yendo y no quieres verme marchar, sabes que me estoy yendo y para evitarlo tienes que cambiar, que necesitas mis pasos para caminar.

Si lo consigues, tal vez me quede.

89 – Repicando palmas -Calamanda Nevado-

Nos entendemos. Vamos  a nuestro antojo y  me comprende. Sabe que me gusta  llegar al  final del embarcadero, sentarme en los tablones,   asomar los pies desnudos y mover el culo. Entonces se frota contra mí, me adormilo y   al despertarme aún jadea. Después me trata como una niña; quiere  besarme,  deslizar su mano debajo de mi falda para hacerme reír, y  avisar con voz acelerada si viene alguien. Nos llevamos bien el aire.

Soñaba con una lámpara rosa y unos geranios blancos, y con cara inocente me hizo entrar en el comedor y subirme   al balcón. Ahí estaban las macetas, agigantadas por las sombras rosas de la lámpara, y el vértigo.

Cuando se levante de siesta,  al anochecer, nos divertiremos en la bahía; es su cumpleaños. Lo celebra por primera vez. No quiere que le regale,   pero  voy a darle una foto de mis pies con el  mar de suelo;  se correrá. También  le cantaré cumpleaños feliz en caló y echaremos un baile  gitano.  Dará varazos  para  escribir dentro de un corazón grande  su nombre y el  mío en mi espalda;  terminaremos tumbándonos  en  la arena.

Pasaros;   y si rebuznáis, miráis, limpiáis,  tocáis el tambor, o jadeáis; será flipante.

¡Miroooness!

88 . La dulce piel de los ahogados

Hay historias del fin del mundo que describen cómo olas de veintisiete metros tragan grandes buques y devuelven a la orilla tesoros hundidos.

Al lanzar la piedra sobre las aguas, rebotó tres veces y se hundió. Me pregunto si esas ondas que se extienden cruzadas sobre la superficie serán olas descomunales para los zapateros de agua, para las libélulas que pululan siempre entretenidas. Se superponen como una melodía líquida de caricias en la piel, dulces y sinuosas como los labios que deseé besar cuando nos divertíamos en baños compartidos. Son las mismas que un día accidental de verano nos separaron para dejar un gusto desabrido de vacío y alga. Me sorprende que algunas ondas sean tan difíciles de traspasar, tan obstinadas como esas piedras que tiras al lago, que yo devuelvo siempre y tú nunca ves.

87 . A Marte

Recuerdo tu beso húmedo en la punta de mis labios. Y recuerdo también el frescor de los pies mojados, chapoteando en el agua… No sé porqué pienso en esto justo ahora y justo aquí: a 20 días de casa y a 189 días de la estación espacial. ¿Me habré precipitado? Sé que no: si me asomo a la ventana de la nave veo un mar de oscuridad como el del estanque y me siento como en casa. Y el silencio me envuelve como un océano suave que me acaricia el corazón.

Hace tiempo que no me sentía así de bien. Contigo los silencios cada vez eran más largos, cada vez más fríos; como un orvallo de soledad y tristeza que calaba, lenta y persistentemente, hasta los huesos.

Aquí arriba sólo faltas tú aunque no creo que te eche de menos. Si eso pasa me bastará con pensar que aunque esté en marte sólo estoy a tres minutos luz (siempre luz) de ti.

86 . LA NINFA

Mientras me ahogaba, reclamado por la corriente que se encrespaba junto al molino, los acordes de la muñeira y la algarabía del campo de la fiesta seguían llegando hasta mis oídos. Tras la última bocanada pude verla, cómo se deslizaba sobre la superficie, abriéndose paso entre la bruma que había brotado a causa del calor excesivo de aquel veinticinco de julio.

Con todo el cuerpo sumergido, con los pulmones repletos de líquido y a punto de estallar, me encomendé a la yema de mis dedos para que alcanzasen la punta de sus pies, que permanecían suspendidos como único salvavidas a una cuarta escasa del agua.

No supe cómo me arrastró hasta la orilla, cuando, extenuado sobre el lodo, me despertó el croar de las ranas, lamentando no haber valorado las advertencias de mi madre respecto al peligro de bañarme solo en las aguas traicioneras del molino.

Aunque pasó el tiempo, nunca he olvidado, por eso, mientras en la aldea celebran el Santiago, yo regreso hasta el lugar en donde debí haber muerto. Lo hago por si ella aparece, para agradecerle que me salvase, y para devolverle la pulsera de tobillo que se quedó enredada entre mis dedos.

85 – Cómo me libré de mi esposa (R. L. Expósito)

—Pili, no lo hagas que ya tienes una edad —le dije—. Que te vas a dar un castañazo. —Había levantado el móvil—. Pili que te estoy grabando, ¡mira que lo cuelgo en internet!
Mi esposa bufó sonrojada, pero siguió apartando niños de la cola que subía al Tobogán Tubería del parque acuático. Deseaba tanto llevarme la contraria que llegó arriba, me dedicó una peineta y luego se lanzó, cual pirata al abordaje, sin imaginar el alboroto que causaría abajo: gente boquiabierta o riendo y ella venga pedir auxilio; los socorristas alarmados; una tropa de entendidos que discutían si tirar o empujar, también algún gracioso proponiendo que cortaran por lo sano; y los pies de mi esposa, que asomaban por el túnel de salida, unas veces quietos y otras pataleando.
—Pili, escucha, yo te quiero igual —mentí desde fuera porque parecía receptiva—, pero que sepas que has engordado en vacaciones.
Ella enmudeció. Solo cuando los bomberos la desatascaron, ya de noche, exigió salir de la piscina por su propio pie; el agua hervía a su paso y a mi lado murmuró:
—Date por divorciado.
Ahí dejé de grabar, no fuese a cambiar de opinión.

84 – VUELOS DE LA MUERTE

Venas de sódico pentotal imprecisa tortura de la puerta de par en par a estribor borroso de humanidad y recuerdos sobre el Río de la Plata rasga la garganta el aire con ocho mil pies y gritos en caída libre de viento y libertad. Liberación al fin.

83 . Recuerdos (Marta Trutxuelo)

Oía el eco del bullicio que hervía en el pueblo. Sentada frente al mar, su mente se columpiaba de recuerdo en recuerdo. Su madre, un rostro borroso, apenas reflejado en las cuentas de la pulsera que desde hace unos días ya no lucía en su tobillo. El último regalo de su padre. Sonrió amargamente; había sido el pago por su osadía, no debió acudir al festejo, no debió bailar con él. El clamor de las voces la sacó de su ensimismamiento. No tuvo tiempo para huir, como aquella noche. Entre la multitud, se abrió paso él, cabizbajo. Se acercó a ella y ofreció el contenido de su mano a la joven. Las perlas apenas eclipsaban el rostro sonriente de él ni la faz emocionada de ella al ver de nuevo engalanado su tobillo. El mejor de los regalos, el mejor de los recuerdos.

82. Secuelas

Los médicos lo achacan al accidente. Resulta que al principio estuve unos días sin notar nada de cintura para abajo, y ahora mis pies, debido seguramente a esa pausa sensitiva, parecen llegar tarde a todo. Es como si la realidad se les fuera mostrando sin previo anuncio de la mente, haciéndolos vivir en continuo desconcierto, sin acabar de entender una situación cuando ya están en otra distinta. De manera que el simple hecho de quitarme los calcetines, con la consiguiente alteración ambiental que eso implica, les pilla por sorpresa. Ni te cuento ya si los meto en el agua, camino sobre piedras o los hundo en la arena. Admito que hay algo de inocencia en su extrañeza, de infantil en su asombro, que me conmueve, y que por ese motivo les suelo prestar más atención de la que debiera. Mi afán por anticipar obstáculos y prevenirles cambios es tan desmedido que a veces me veo hasta dos pasos por delante de ellos. Es solo entonces que tomo conciencia de mi propio desamparo, sintiendo por momentos tal espanto que mis rodillas empiezan a temblar. Confundidas. Y comprendo que he vuelto a olvidarme de ellas.

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