Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

19. Hurto

Un hombre de cierta edad dormita recostado en la ventana del tren. La mujer apoya la cabeza sobre su hombro con mayor cautela de la que desearía, para no despertarle. Observa su mano con ademán clandestino, casi como una voyeur. Un anillo evoca décadas de cariño y probablemente también disputas y algún período de hartazgo, quién sabe, los recuerdos y las quimeras siempre acaban por desdibujarse. Por unos minutos el mundo le pasa desapercibido y se reconoce dichosa. Cuando parece que el hombre se revuelve a punto de regresar de su letargo, ella se levanta con sigilo y cargando una pequeña mochila que encierra todo lo que le queda en la vida, se dirige a una puerta para bajar en la siguiente parada. Sentada en la estación, espera la oportunidad de robarle a otro desconocido un fugaz momento de intimidad.

 

18. Viajeros en tránsito (Carmen Alonso)

“Tengo derecho a ser feliz”, se repite a sí mismo.

Han viajado juntos pero, a partir de aquí, seguirán caminos distintos. Hace un rato que él le contó sus planes. La tuvo que sujetar cuando ella gritó, le insultó y golpeó con los puños hasta que, ya sin fuerzas, se durmió en sus brazos.

Ella, compañera de una etapa pasada, es fuerte, siempre lo ha sido, saldrá adelante. La madre de sus cuatro hijos, la joven abuela de su nieta bonita, saldrá adelante.

“Tengo derecho a ser feliz”, repite como un mantra intentando dormir. Tiene cincuenta y ocho años y está increíblemente enamorado. Su mente rebosa de imágenes de vida futura, de juventud, de risas, de la energía vital que contagia su nuevo amor.

¿Tengo derecho a ser feliz?, se pregunta mientras su pensamiento va quedándose vacío.

El teléfono vibra en su bolsillo.

Con cuidado para no despertarla mira el mensaje.

“¿Se lo has dicho, amor?”

Ella, dormida, gira su cabeza hacia el otro lado. Él echa la suya hacia atrás para tragarse sus lágrimas y, temblando, responde al mensaje:

“Perdóname, amor. No puedo hacerlo”

Y en el tren, ya casi al fin del trayecto, consigue dormir.

17. La llegada (Alvaro Abad)

La hipnótica entrada del tren al andén hace olvidar la tediosa espera. Saltar entonces al vagón y correr hasta encontrar tu asiento. Nada hay más emocionante para un niño que comenzar un viaje. Un largo viaje. El viaje. En tren. Mi tren. Mi viaje. Mi antes. Mi gran prisma metálico repleto de recuerdos vitales que ya acelera sus chirriantes ruedas.

Unos ojillos abiertos y curiosos  traspasan la enorme ventanilla escrutándolo todo. El fugaz exterior empapa mi absorbente interior. Ojala suene la bocina en el túnel. ¡Bien! Cambiar intrépido de vagón y retornar temeroso. Pequeñas estaciones de pequeños pueblos suceden a enormes estaciones hasta que la noche convierte las ventanas en espejos.  Mágico momento para imaginar las vidas de los demás pasajeros. Algunos ya duermen, parecen ausentes.  Recorrer el largo y estrecho pasillo hasta llegar al compartimento intentando cómicamente conservar el equilibrio. Dormir sobre el suave traqueteo de la litera. Despertar al amanecer. Llegar, al fin, a la última estación.

Un niño sube entusiasmado al vagón galopando entre piernas y maletas.

-“Perdón, señor”, se disculpa mientras me alcanza el bastón derribado. Y sonreímos. Quisiera desearle suerte,  decirle que disfrute del viaje, que acaba pronto. Pero sale corriendo,  intentando encontrar su sitio.

16. SOLOS-BAKARRIK (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Durante aquellos cinco días de angustia en el Centro Hospitalario Provincial a nadie llamaron y nadie los echo en falta. Sus hijos, Josechu cumpliendo condena en el Dueso y Meli desaparecida tras dar aquel portazo.

Los cirujanos la abrieron, se miraron, alzaron la vista hacia el techo del quirófano y cerraron.

Tras serle dada el alta emprendieron resignados el camino hacia su pueblo.

En el compartimento, ella, cansada y alelada por los fármacos se acurrucó en el regazo de su Antonio y él la rodeó con sus brazos.

─ Cloti, cariño, siempre hemos estado de acuerdo en partir juntos. Cuántas veces hemos dicho aquello de: “No te marches antes; que yo no pene. No te vayas después; que tú no sufras”.

Y, ambos, abrazados, en aquel vagón del tren, pasaron de largo todas las estaciones, incluso la suya.

En la estación término, el revisor alarmado llamó a emergencias del 112.

Un doctor del SAMUR examinó los cuerpos descubriendo en sus bocas un fuerte olor a almendras amargas y los restos, cual monedas de tributo a Caronte, de unas pastillas. Leyó el informe médico y tres recetas de fármacos paliativos que encontró en las manos de ella y confirmó los fallecimientos.

 

15. VIAJE CON NOSOTROS (Rafa Olivares)

Apenas falta media hora para el final del viaje y, como guía y responsable del grupo, recorro cada vagón haciendo recuento, despidiéndome de todos y dando las últimas recomendaciones. Algunos se encuentran en el vagón cafetería celebrando el regreso, el resto en sus asientos, charlando, leyendo o repasando las curiosidades del programa para contarlas a los familiares que les esperan en la estación. Esta vez vuelvo satisfecha. Las impertinencias han estado por debajo de la media. Solo dos llamadas al médico; una por el típico empacho de bufé y otra por olvido en la toma de las pastillas del azúcar. Al margen quedan las habituales quejas por la calidad de las comidas o por el abusivo precio de las excursiones opcionales.

Cuando llego ante Arcadio y Carmena, septuagenarios que dormitan abrazados, no puedo evitar una sonrisa de ternura. Recuerdo que llegaron solos y se conocieron al comenzar el viaje. Congeniaron enseguida. Al venir desparejados, les tocó compartir asientos en autobuses y mesas en restaurantes. También bailes en las verbenas nocturnas. Habitación solo durante los últimos tres días. Cierto celo profesional me inspira un esperanzado deseo: «Lo que el Imserso ha unido que no lo vayan ahora a separar sus cónyuges».

14. DUDAS Y CÁLCULOS (Belén Sáenz)

Doce minutos de desamparo gestual en el andén. Un café furtivo de la cantina entre súplicas y fotografías arrugadas. Seiscientos kilómetros a ambos lados de la barrera lingüística. Al fin se han dormido abrazados como unos novios, exhibiendo un perfil que quizá disfraza su crueldad, el horror. El traqueteo es tentador, pero mantengo la palma sudorosa en contacto con el metal de la culata. Miro su cara, sin nombre ni nacionalidad para mí. Me recuerda a un profesor que nos arrebataron a mitad de lección, entre Machado y Lorca. La mujer reposa su mano confiada sobre él, como hacía mamá en la rodilla de padre. Seguro que también hace bizcochos deliciosos. Los campos agostados han mutado en bosques entristecidos por la guerra y temo el momento en que habré de entregarlos en la frontera, sin preguntas, a hombres con abrigo de cuero y metralleta cruzada. Pero algo habrán hecho. Tienen que haber hecho algo terrible y la recompensa me sustentará hasta el año nuevo. Un estreno que ellos no verán, aunque quizá no sea demasiado tarde. Si permaneciesen así, sin mostrarme esos ojos suyos de hielo gris, me bajaría en el siguiente apeadero conformándome con el reloj y los pendientes.

13. COCHE 3, ASIENTOS 7 Y 8

El hombre sube al cercanías en la estación de cabecera, con su maletín de oficinista cargado de documentos que nunca llevan su firma.

La mujer se monta en el apeadero del pueblo donde trabaja envasando conservas, porque no encontró otra forma decente de llevar dinero a casa.

Desde que el azar los hizo coincidir, hace ya tantos años que no recuerdan cuántos, realizan juntos el viaje hacia sus respectivos destinos.

Ella, de vuelta a su vida de familia y de tareas interminables en un hogar que antes estaba lleno de niños que ya son adultos, pero aún siguen bajo su techo.

Él, de regreso a su existencia de solterón, sin más aficiones que la partida de dominó con los amigos y la redacción de unas cartas desesperadas que jamás se atreve a entregar.

Como todos los días, aprovechan el trayecto para compartir confidencias mutuas; para saborear con avidez de adolescentes esos cuarenta minutos de afectos encubiertos; para dejarse adormecer por el traqueteo del tren, que los lleva sin remedio a una realidad plagada de sueños no cumplidos.

11. Tan cerca

Viajamos. Tú y yo. Juntos. Acaricio tu pelo mientras dormitas sobre mi hombro. Me quedo embelesado contemplando el lunar que flota en el extremo de tu labio superior. Sí, la línea de tu boca es mi orilla, el único puerto al que quiero llegar. Pareces tan tranquila. Tan tú… Yo también dormito. Demasiadas horas en este laboratorio. ¿Sabes una cosa, Emma? Lo he conseguido. Por fin dejarán de juzgarme. ¿Quién es ahora el loco insensato? ¿El chalado de teorías descabelladas? Ayer también te observaba mientras empujabas a nuestra pequeña en el columpio del patio trasero. Fui a abrazarte, pero nuestra vecina chismosa me miró como si me dirigiese a un fantasma. ¡Ja! Si ellos supieran… Emma, por fin, por fin he conseguido recordar el futuro. Y tú estás ahí, sentada a mi lado. El traqueteo del tren acerca tu cuerpo al mío con saltitos nerviosos y alborotados. Te siento tan cerca, Emma. Tan cerca…

10. DESDE MI VENTANILLA

Una mañana otoñal decidimos unir nuestros destinos. Ligeros de equipaje subimos a un tren cualquiera y con los ojos cerrados comenzamos el camino, enamorados, abrazados, confiados y felices.
Sin mesura, reímos, comimos, bebimos, conversamos y dimos rienda suelta a nuestros deseos.
Después de varias estaciones sentiste calor, necesitabas despegarte un poco de mi abrazo. Fue entonces que los besos tomaron también distancia. No quería que te sintieras asfixiado.
Nos extasió el verde de los bosques y nos sobrecogió la inmensidad de los desiertos. Nos bañamos en los lagos más claros y nos embistieron las olas más juguetonas.
Las estaciones se sucedieron y un día sentiste mis pies demasiado fríos. Los alejé un poco para no molestarte y seguimos nuestro camino sobre praderas y berrocales. Antes de que pudieran engullirnos las arenas movedizas, me diste tu cartera para que comprara un billete que nos sacara de allí. Fue entonces cuando la vi. La tenías tú y yo me había vuelto loca buscando aquella fotografía.
No sabías el motivo por el que, una vez más, brotaban mis lágrimas. Habías olvidado que la guardabas.
No hizo falta nada más. Abrazados, confiados, abandonados, felices y adormecidos volvimos a subir al tren que nunca perdimos.

8. ALLÍ, DONDE TODO COMIENZA (Modes)

«Sigue durmiendo, mi amor.

Hoy celebramos nuestras bodas de oro y, como te prometí, te llevaré en silla de ruedas hasta la playa y, por primera vez, veremos el mar».

Y así, mientras el eco de mis pensamientos flotaba sobre el vagón, nuestro tren enfiló la curva «A Grandeira», cerca de Angrois.

7. Bajo tierra (Carmen Cano)

Marchaos a casa. Y no se os ocurra volver. No necesito compasión. Aquí me respetan. Algunos, incluso, me temen. He de mantener mi reputación de hombre duro, así que no necesito tus galletitas, mamá, ni que me montes una escena. Vamos, trágate esas condenadas lágrimas. Cuando salga, es posible que ya estéis bajo tierra, como esos malnacidos de los padres Dolan y O’Brien que nos destrozaron la infancia. Lo volvería a hacer. Una y mil veces. Alguien tenía que vengar al pobre Jimmy y a los que caímos en aquel infierno de sotanas… Ahora ya es tarde. Guardaos vuestra lástima y marchaos. 

No. No volverían. A Lotte le quedaba poco tiempo. De haberlo sabido, no habrían cruzado en tren varios estados. O, tal vez, sí.

6. La viva imagen del amor

Abrazados el uno al otro, de espaldas a la puerta de entrada, ella apoyaba su cabeza sobre el pecho de él. Ambos permanecían girados hacia la única ventana, de la minúscula estancia, con las cortinas descorridas para poder contemplar la belleza del bosque que rodeaba la cabaña. Eran la viva imagen del amor. Reinaba el silencio. Nadie se atrevía a romper aquella magia, cruzando el umbral. La luz, que atravesaba el cristal e iluminaba la palidez de sus cuerpos, junto al olor a gas revelaron la verdad. La carta de desahucio caída a los pies del sofá contó el resto.

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