Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

31. La mujer de la estación (Javier Ximens)

 

Todas las tardes baja a la estación convencida de que volverá arrepentido. Pero ella lo hará sufrir, pagará por estos años sin una carta en la que pida perdón o dé razones. Todas las tardes, desde Oropesa a la estación, con alas de esperanza cuesta abajo, para regresar cuesta arriba con el peso de la frustración. Cuando llega el tren procedente de Madrid, envuelto en vapor y chirridos de llanto, pasa las manos por los pliegues de su falda, se estira la chaqueta, alza la barbilla, el corazón se le acelera, y ella se bate entre la ilusión y el temor. Los vecinos del pueblo, acostumbrados a su uniforme de viuda, la ven como si fuera el jefe de una estación de luto. Durante un tiempo trató de disimular, que si entretenimiento, ver gente diferente, observar las parejas tras los cristales. Pero ya no finge. Ella está esperando a su prometido, aquel joven que le juró amor y felicidad, y que un día desapareció sin decir adiós.

Mas ese joven no volverá porque nunca se fue, sus restos descansan no muy lejos de allí, en una fosa cerca del cambio de agujas.

Algunos, en el pueblo, lo saben, pero callan.

 

30. Recuerdos perdidos

Hemos hecho este trayecto infinidad de veces, nos gustaba en verano aprovechar el buen tiempo y acercarnos a aquella ciudad que tantos recuerdos nos traía.
Ella estaba trabajando en el hospital militar como enfermera y a mí me tocó hacer la mili allí. Estaba destinado a farmacia y tenía que atender los suministros que necesitaban. Por eso cuando venía ella, si no era algo muy urgente, le decía que tenía que pedirlo a otro almacén, más que nada para hacerla volver.
Esto y otras cosas, se las conté a lo largo de este recorrido, mientras contemplábamos los verdes paisajes y contábamos vacas.
Por eso ahora, que se ha quedado dormida, puedo llorar sin que me vea, al ver que no reconoce nada de todo lo que le muestro y pone la misma cara de sorpresa que cuando le contaba las anécdotas por primera vez.
Hemos perdido los colores de nuestro paisaje, pasando al blanco y negro de nuestra juventud, esperando el próximo fundido en negro.

29. INSEPARABLES (Pilar Alejos)

En el vagón del tren se acuna el silencio mecido por su vaivén. Los últimos rayos de sol atardecen tras la ventanilla. Han comenzado el día con un madrugón, al que ya no están acostumbrados, tras pasar una noche agotadora por la emoción del viaje. Se dirigen a revivir su luna de miel en su cincuenta aniversario. Imaginan que esos lugares habrán cambiado con los años, como su amor. Ahora es más tranquilo, menos apasionado, pero mucho más grande y tierno.

A todos los pasajeros se les ve ensimismados en sus asientos, aislados en su burbuja de soledad, salvo a ellos. Permanecen adormecidos en su abrazo. Encajan a la perfección en su ternura. Ella recostada sobre su cuerpo. Él la rodea con sus brazos protectores entrelazando las manos. Sus cabezas reposan, la una sobre la otra, unidas por un mismo sueño. Suspiran a la vez, como si sus corazones latieran al compás tras toda una vida juntos.

Ajenos a lo que ocurre a su alrededor, no reparan en aquella mochila negra que alguien ha ocultado bajo sus pies. En su interior el tiempo parpadea mientras, de manera inexorable, avanza la cuenta atrás.

28.Ventana y pasillo

Hoy, cuando el tren atravesaba Córdoba, ella se ha acurrucado junto a un hombre de unos cincuenta años, pelo corto y que duerme plácidamente. Ligera, ha deslizado su cabeza hacia el hombro con un movimiento tan natural que parecía llevar toda la vida haciéndolo. Como cada vez que se abraza a un pasajero, antes ha sacado con suavidad el billete que él guardaba en el bolsillo de su chaqueta y solo ha abierto los ojos cuando ha pasado el revisor. Hacen buena pareja, ahí, sentados en el vértice inestable del desencuentro. Ella siempre elige a tipos con los que no desentona, se mimetiza con la imagen de la esposa que podría ser y los abandona antes de que despierten. La semana pasada eligió a un señor de barba plateada; ayer, a un hombre de negocios redondito y calvo que empezó a cabecear antes de salir de Chamartín. Lo único que ellos comparten es su capacidad para dormir durante todo el viaje. Por eso compro dos plazas, dejo vacía la del pasillo y coloco el billete en el bolsillo de mi chaqueta. Eso sí, con el borde asomando tan solo unos milímetros, para no parecer desesperado.

27. Sin guion

Siempre me ha gustado el teatro, de niña me disfrazaba mientras veía las películas de Sofía Loren y de joven hice algún casting, aunque sin mucha suerte. Tuve hijos, tres, y entre pañales y papillas soñaba que era la protagonista de un musical. Pero la vida pasó, empecé a peinar canas y enviudé, mis hijos crecieron y partieron buscando un futuro mejor. En invierno siempre les entra la morriña y me compran un billete de tren para que vaya a pasar una temporada con ellos, y ahí estaba yo, entre traqueteo y desconocidos. Un breve buenos días y ya la ayudo con la maleta dieron inicio al viaje. No dudé en apoyar mi cabeza en su hombro cuando me lo pidió, y hacerme la dormida, lo de entrelazar nuestras manos fue improvisado. Aquellos señores se acercaron, echaron un vistazo y continuaron su búsqueda por el resto del vagón, allí no había ningún anciano que viajara solo. Acarició mi brazo y me indicó que ya podía incorporarme y que estaba muy agradecido. Le sonreí, y nos pusimos a charlar de la vida. Ni la Loren lo hubiera hecho mejor, y aquel señor tampoco tenía nada que envidiarle a Vittorio Gassman.

26. Tal vez soñar

Ella, con las piernas llenas de arañazos y moratones en las rodillas, corre de un lado para otro, se sube a las sillas y a la mesa, se remanga su vestido evasé de encaje inglés, para saltar sobre las piezas de plástico que hay distribuidas sobre el suelo a modo de rayuela. Grita y canta con el pelo despeinado y los quiquis casi deshechos. Él, sentado en el centro de las vías, sigue ensimismado la trayectoria de la locomotora del Union Pacific, escucha las voces de la hija de la amiga de su madre y mordisquea con desgana la merienda. La niña, agotada de intentar atraer la atención de su nuevo amiguito, corre a por su pan con chocolate y se sienta junto a él.  La cadencia redonda del convoy por fin les adormila, hasta que acaban los dos acurrucados en la alfombra.

Una voz de hojalata que anuncia la próxima estación les despierta. Se miran a los ojos todavía vidriosos y a las sienes de un extraño color blanco. Sonríen y, mientras piensan lo deprisa que ha pasado todo, se vuelven a dormir esperando que este tren alcance su destino.

25. Quién es?

¿Quién es?.
Que tan bien huele.
Su olor me transporta a los orígenes del regazo de mi madre y los brazos de mi padre.
Su profunda y tranquila respiración hace que me sumerja en los confines de Morpheo.
Lo poseo con mi brazo, sin poseerlo. Liviano candado.
Sueño.
Con largos paseos cogida de su mano.
Sus ojos cargados de cercanía me miran con pasión.
Sueño con sábanas húmedas, largos gemidos, espasmos sin control.
El paraíso me abraza.
Una ventana se entreabre.
El traqueteo del tren se detiene. Se separa suavemente.
Mis excitados labios sonríen al quedarme sola.
Vuelvo a la paz.
Nuevamente sonrío al despertar.
No sé nada de él.
Y, sin embargo, lo sé todo.

24 ESPAÑA, AÑOS 50 (Paloma Casado)

Subieron al tren a medianoche en una estación perdida entre las brumas. En mi duermevela los escuché susurrar antes de que cayeran dormidos uno en brazos del otro. La primera luz de la mañana pareció sumergirlos en una atmósfera dorada que les excluía del resto del mundo, como si fueran un mismo un organismo en el interior de su crisálida.

Les observaba fascinada pensando en cómo me gustaría que mi madre se pareciese a esa mujer plácida y hermosa y abandonase ya su luto y su amargura. También en cuánto debía de echar de menos los abrazos de mi padre. El golpe de la puerta abortó su sueño y mis ensoñaciones. Eran los guardias que venían a pedirnos los documentos de identidad. La barbilla de ella temblaba cuando él les entregó los suyos.

Tras mirarlos con atención, les ordenaron levantarse para acompañarlos.

–¿Por qué se los llevan? –pregunté en un murmullo.

–Cállate, hija, no es cosa nuestra.

La respuesta de mi madre debió parecerle correcta a uno de los guardias porque sonrió de medio lado y tras recorrer con una mirada amenazante al resto de los viajeros, empujó al hombre y a la mujer hacia la puerta.

23. PAISAJE DE INVIERNO (Mariángeles Abelli Bonardi)

Afuera, todo blanco: el aire, los copos, la nieve acumulada.

Adentro, también blancura: las canas, la cartera, el cabezal del mullido asiento.

Manos entrelazadas, tierno abrazo… ¿Dormitan?… ¿Sueñan?

¿Soñarán afuera esos otros, los durmientes de las vías?

¿Van hacia el principio, o viajan al final?

Empuña la cámara: ¿Acaso algo de eso importa?

Las palabras, al fin y al cabo, nunca fueron lo suyo.

22. Fuera de álbum

Aún guardo en la memoria cómo el almíbar de la tarde caía lento sobre su melena, hasta llegarle a los ojos e inundarle la mirada con antaños. Sentadas a la mesa camilla abrimos la caja, ebrias de café, acompañadas por el reloj de pared cansado de tantas horas. Ella parecía una niña que desenvolvía un regalo de Navidad. Rescató del polvo las fotos, que eran recuerdos llenos de olvidos. Imágenes de trenzas y bata azul de escuela, comunión sin papá porque estaba enfermo, los domingos de patines, los agostos de vacaciones y tedio, mis hermanos odiosos, vestidos de fútbol, la abuela arrugada, escondida tras un pañuelo negro. En el remolino de retratos, una punzada. Mamá lozana, altiva, sentada en un tren, recostada en el hombro de un desconocido. Que quién es, quise averiguar. Una ola agridulce de sirope de lima en sus pupilas; escalofríos que le recorrieron el cuerpo. Maliciosa, con sus labios pegados a mi mejilla, me dejó en la oreja un susurro de miel furtiva. —Tu padre secreto— me hizo saber.

21. Ladrón de recuerdos

Estaban abrazados de cara a la ventanilla, absortos, sin darse cuenta de la presencia de aquel revisor omnisciente que se detuvo en la puerta, los miró sin soltar la cortinilla y guardó silencio para no interrumpir el gesto sublime de sus rostros. La pequeña manta había resbalado hasta el suelo dejando sus piernas entrelazadas al descubierto. Sujetaban, vacíos, los vasos del refresco que poco tiempo antes les había ofrecido. Estaban a punto de llegar al destino y no necesitaba picar unos billetes ya consumidos. Las imágenes, envueltas en un halo fantasmagórico, se deslizaban por la ventanilla. Las pupilas de los dos ancianos se agitaban convulsas empeñadas en proyectar todos sus recuerdos. El revisor se sentó frente a ellos con la gorra de plato sobre el pecho sin dejar de mirar al cristal. Las imágenes eran cada vez más imprecisas hasta que, poco a poco, sus ojos dejaron de moverse. El revisor se incorporó, caló su gorra y esbozó una sonrisa. Cubrió después sus piernas con la manta, recogió los vasos, cerró sus párpados y se alejó mascullando recuerdos.

20. SUEÑOS AMANTES

Una mujer subió al tren. Tomó asiento junto a un  hombre que estaba dormido. Miró el paisaje que se deslizaba por la ventanilla y, luego, a su desconocido acompañante, que mostraba una expresión serena y plácida. Ella también cayó dormida.

En el sueño, con su melena al viento, cabalgaba sobre un caballo azul. De pie sobre el lomo gritaba de entusiasmo. Él también soñaba. Conducía una camioneta por el desierto cargada de jaulas. Al descender una duna, las ruedas se atascaron. Varias jaulas cayeron.

En el tren, sin darse cuenta, ella se había ido reclinando hasta apoyar su cabeza en el hombro de él. El hálito perfumado de su respiración se coló en el sueño del otro, quien entonces tomó forma de ave y alzó el vuelo. Detrás le seguían los pájaros liberados de las jaulas rotas. Ambos sueños confluyeron en un oasis. De un lado venía una manada de caballos azules, del otro una bandada de aves exóticas. La chica se sentó en la orilla. A su lado se posó un ave y le rozó la mano con sus plumas.

Él la cogía por la cintura cuando los despertó el revisor. Sorprendidos y azorados se recompusieron en sus asientos.

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