Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

54. Principios (Mar González)

Todo tiene un principio. Fue en aquella cafetería de carretera donde nos conocimos. O, quizás, mucho antes, cuando me marché de casa y tuve que buscarme la vida sirviendo mesas.

Bueno, digamos que fue allí. Dijiste que estabas de paso, pero volviste puntualmente cada miércoles durante varios meses antes de invitarme a salir. Eran otros tiempos.

Quizás todo comenzó realmente el día que me cogiste en brazos para atravesar el umbral de aquella puerta. Ese piso destartalado y con papel floreado en las paredes que acabamos de dejar. Juntos lo fuimos convirtiendo, poco a poco, en nuestro hogar. Tres hijos, tu madre hasta que falleció, después los niños de la mayor… Mucha vida, risas, lágrimas y esfuerzos con los que no conseguimos pagar todas las facturas.

Puede que el principio sea ahora. El traqueteo de este tren que me acuna apoyada en tu hombro, como tantas veces.  Es el pequeño, quien se fue más lejos, el que ahora tiene un sitio en su casa.

Algún día, todo tendrá un final. Algún día. Ahora solo buscamos un nuevo comienzo

53. El último tren

Al coger aquel tren, sabían que ya no regresarían. Lo vivido en aquella ciudad formaría parte de su historia. Sólo la añorarían.

Al subirse, sabían que sólo se tenían el uno al otro. Que sólo ellos podían sostenerse y acompañarse en el futuro desconocido que avanzaba, veloz, por el ventanal del vagón.

Tras comprar los billetes se les dibujaron lágrimas en sus ojos cansados que resplandecieron las arrugas que vestían sus rostros, nublándoles la mirada y el paisaje de la estación.

Al dejar sus maletas en el vagón, recordaron la ropa que no llevaban, los zapatos desgastados que calzaban y los hijos que jamás lograron tener, aquellos que nacieron sin vida.

Antes de sentarse y dejarse vencer por el sueño, sabeedores del largo viaje que emprendían, se miraron el uno al otro. La misma primera mirada pero con más vivencias e historias compartidas. La misma mirada brillante de cuando se conocieron siendo unos niños.

Se besaron y se sentaron mirando al futuro. Ella posó su cabeza sobre su hombro y él la rodeó con su brazo. Se durmieron bajo el susurro de los combates y la sangre dejada atrás y de las palabras:

TE QUIERO

que siempre se decían.

52. Sin billete de vuelta

 

Pasaron  una noche furtiva en el hotel y cruzaron varias veces el umbral de la pasión. Cuando la tregua se formalizó a la mañana siguiente, sumergidos los dos en la bañera, Maxim, aficionado a las velas perfumadas y los encuentros románticos, le propuso una vida en común. Ella le regaló una sonrisa, y la mañana siguiente, somnolientos y muy juntos los dos, emprendían un inolvidable viaje en tren para establecerse en la lejana casa de Maxim.  Ella cerró los ojos, mientras un extraño fuego consumía su sueño.

Poco o nada imaginaba ella que las velas que Maxim encendía años atrás, a altas horas de la madrugada,  invocaban a dolorosos recuerdos de la mujer que amó hace años, cuyo nombre aun escucha en sueños y que todavía late en las muros de la casa que iban a compartir.

Ignoraba que el recuerdo de su ex amante atraparía a Maxim para siempre, y que ella, la mujer enamorada, arrastraría, día tras día, unos celos enfermizos para los que no compró  billete de vuelta.

51. Nunca el último viaje (Luisa Hurtado)

Es muy posible que la próxima parada sea la última, que se nos acabe el tiempo; pero mientras tanto estamos juntos, envueltos en la piel del otro. A nuestro favor está la vejez, somos los que más sabemos de vivir, de disfrutar de cada día como si fuera el último y de esos placeres pequeños que marcan la diferencia. Poco importa que cada minuto nos acerque quizás al final si ante nosotros hay un paisaje que podemos mirar juntos, que tengamos la piel surcada de arrugas si en ella se queda atrapada la caricia del otro, que nadie comprenda que siempre hay una oportunidad más para apurar cada instante.
El tren se acerca a la estación, en ella estarán nuestros hijos esperándonos, enfadados y sin hablarse, incrédulos; incapaces de comprender este amor que nos ha empujado a huir de ellos, de su incomprensión. Bajaremos del tren despacio, juntos y sonriendo, nos verán felices y quizás no alcancen a ver que nuestro corazón volvió a ser joven y que por él volveremos a escapar una y mil veces de la vida que han decidido para nosotros, esa en la que estamos tan solos y que ya no queremos.

50. Volver

Volver a pisar aquellas calles que un día estuvieron llenas de voces y risas  familiares. Y en las que ahora sólo hay ecos de un pasado ya lejano.

Volver. Para unir tus huesos con los de los tuyos, formando un enorme ovillo inacabable de nombres e historias, que siguen envolviendo y revolviendo recuerdos.

– ¿Estás segura de querer volver?

–Lo estoy.

– Ya queda menos. Durmamos un rato. Pronto descansaremos del viaje.

– Sí, esa es mi intención. Que, por fin, todos descansemos en paz.

49. DIONI & CLARI (Isidro Moreno)

—Al aeropuerto. ¡Rápido por favor!  —Dijo con la voz entrecortada por la excitación nerviosa.

Con máscaras de Dalí, a golpe de pistola, habían atracado la sucursal bancaria.

Al cabo de tres horas, la pareja de enamorados permanecían en la terminal de llegadas del aeropuerto ante la cinta de equipajes y rodeados de policías con perros.

A ambos no les cabía más tormento en sus cabezas ni palpitaciones en el corazón. El atraco al banco, la policía vigilando, las maletas que tardan, los perros olisqueando, los amigos de la partida que empezarían a echarles en falta… La maleta que por fin se divisa al inicio de la cinta; el disimulo ante policías y perros. Ya sólo un taxi más hasta la estación de trenes.

Al subir al vagón, la pareja de octogenarios fugados por amor en busca de una nueva vida, apreciaron gran alivio que duró hasta comprobar que la maleta no era la suya. Esta solo contenía ropa deportiva. En su maleta viajaban sus escasas ropas, sus muchas esperanzas, sus sueños y el botín del atraco.

Con el traqueteo del tren ambos empezaron a enumerar lo que aún poseían:

Ya sólo se tenían el uno al otro.

Y se durmieron.

 

IsidroMoreno

48. TODO LO DEMÁS (P. Hidalgo)

Me gusta ver abrazados a mis padres. Puedo suponer que tengo el pelo rebelde de mi progenitora, y las manos grandes como las del hombre que la conquistó. Imaginar que el ladeo de mi cabeza al andar, o la forma de cruzar las piernas tienen su origen en los genes maternos. Hasta conjeturar que ser llorona y friolera, o este peculiar tono de voz que tengo, puede venir de los paternos, como el resto de parecidos que se esconden por mi cuerpo, pies planos, dientes pequeños, piel oscura. Pero de lo que no me cabe la menor duda es de que todo lo demás, lo que de verdad me importa, es fruto del amor de este hombre y esta mujer, que duermen en el tren que nos lleva a conocer a mi familia biológica.

47. EL TREN DEL DESTINO (A. BARCELÓ)

Cuando entró en el compartimento, un hombre y una mujer ocupaban los dos asientos contiguos de la derecha. Saludó cortésmente, colocó el equipaje en su lugar y se acomodó en su plaza, justo enfrente de ellos. La señora le observaba con silencioso asombro, el mismo que mostraron sus ojos al cruzarse con los de ella.

El caballero sentado junto a la dama resultó ser un representante de perfumes que no paró de hablar ni un momento durante todo el viaje y que cuando llegó a su estación de destino recogió sus maletas, regaló una muestra de perfume a la señora, se despidió de ambos y se apeó del tren.

Salvo los saludos, no se habían dirigido la palabra, habían estado observándose discretamente, fingiendo atender a la cháchara del viajante. Al quedarse solos, él ocupó el asiento libre a su lado y la rodeó con su brazo mientras ella se acurrucaba sobre su pecho. Todo ocurrió en silencio, con absoluta naturalidad: como si llevasen juntos los últimos cuarenta años, como si no les hubiesen obligado a separarse y construir una vida sin el otro; como si no necesitaran contarse nada para saber lo que vendría después de aquel inesperado reencuentro.

46. Travesía

Cuando se bajaron del tren, después de años de viaje, y comprobaron que no había nada, que nadie los esperaba, que ningún juez iba a premiarlos o castigarlos, se sentaron en un banco del andén, a esperar juntos la puesta de sol.

45. EL SENTIDO DE LA MARCHA

Es sabido entre los revisores del tren que los pasajeros de segunda que huyen de su tierra, a diferencia de quienes viajan por placer en primera, que no tienen ningún antojo similar, ocupan los asientos que miran hacia delante para aplacar las náuseas que sienten al ver desde la ventanilla cómo arden los edificios y se acuchillan los habitantes que se quedan atrás. Y aunque ante sus ojos se muestre un campo desnudo en invierno y el aire les hiele los dedos, bajan el cristal y, acurrucados, se adormecen para soñar con los manjares del vagón restaurante.

44. ¿VERDUGO O VÍCTIMA? (Petra Acero)

Rezonga y bufa como cualquier bestia. Monto en su cola. Siempre en el último vagón: el más alejado de la caseta del jefe de estación. Donde el revisor llegará tarde y “desbravao”. Traqueteo por su espinazo. Vigilo. Cuando me gusta lo que veo, me cuelo dentro. La pareja del penúltimo compartimento parece muerta. ¡De puta madre! Hay días en los que levantarse con el gallo tiene su recompensa. El reloj del viejo aparenta bueno. No llevan maletas. Me conformo con lo puesto. Meneo a la mujer. Su hombro de gallina clueca envenena mi mano. ¡Maldita judía! Empuño con rabia la navaja. Se despiertan sin sobresalto, como fundas huecas. “¡Si gritáis, os rajo!”. Sus miradas ovinas, me recuerdan otros ojos, otros vagones, otros miedos.

Deserto de mi silla (aguanta el envite con elegancia ergonómica). Deambulo por el apartamento. Entro en la cocina. Dejo escapar el agua (que corra por tuberías y cloacas hacia el río, el mar, otras costas: ¡la libertad!). Utilizo una copa de la noche anterior. La que no tiene carmín en los bordes. ¿Escrupuloso? ¡No! No te engañes, lector@. Los escritores (semitas o gentiles) bebemos de sombras e infamias, para escupirlas, después, más o menos noveladas.

43. MIGRAÑA (Edita)

Nada más desayunar, los destellos repentinos del aura auguran un mal día. Mi visión borrosa me impide leer la fecha de caducidad del Hemicraneal. Por si acaso, tomo dos comprimidos. Pocos minutos después, un dolor, tan impertinente como conocido, se instala encima del ojo derecho, antes de que la droga haya tenido tiempo de cumplir con su obligación. Habrá que resignarse y esperar. Apago el televisor, bajo las persianas y me dirijo a la cama, todavía sin hacer, acompañada de una palangana por si las nauseas no remiten.

Aunque las molestias se van haciendo soportables poco a poco, la ración doble de cafeína del medicamento me impide dormir. El futuro inmediato serán largas horas de inmovilidad, penumbra y aburrimiento. Como en las noches de insomnio, procuro ocupar el pensamiento con fantasías, mucho menos maltratadoras que las pesadumbres cotidianas. A veces, la creación literaria me salva. Recuerdo que tengo pendiente buscar ideas para el texto del concurso. Lo intento, pero, igual que en las semanas anteriores, no soy capaz de enfrentarme a la imagen propuesta como inspiración: esa pareja, aparentemente feliz, dormida y arropada por el traqueteo del tren, me trae recuerdos demasiado frescos.

Acerco la jofaina.

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