Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

66. Pérdidas

Julia se acomoda en su asiento. Frente a ella duerme una pareja madura. La cabeza de ella traquetea abandonada en el hombro de su compañero. Julia, con disimulo, los contempla. Tras tres matrimonios, ninguno duradero, sabe que no está hecha para compartir una vida; sí momentos, intensos tal vez, pero pasajeros. Se conoce y se acepta, pero a veces siente envidia de quienes son capaces de recorrer juntos su camino. Abre un libro. Se concentra en la lectura hasta que una sacudida del vagón la hace levantar la vista. Sus vecinos también la han advertido: ella se agita en sueños y él, sin despertarse, con la precisión que da la costumbre, le pasa el brazo detrás de los hombros y la estrecha contra sí. A través de la ventanilla la luz vespertina baña de placidez sus rostros.

El tren comienza a desacelerar. La mujer abre los ojos. Su expresión se tiñe de sorpresa e, inmediatamente, de azoro.

−Disculpe, por favor… es que…

−Nada que disculpar, señora −responde él, sobresaltado−. Espere, le bajo la maleta.

Julia la ve salir, sonrojada, nerviosa, recién expulsada del paraíso. Después mira al hombre un instante, lo justo para ver cómo lo estremece una desolación infinita.

65. Cruce de ví(d)as (La Marca Amarilla)

No imaginaba, cuando regaló aquel tren eléctrico, que acabaría entendiéndolo todo.
En un principio le pareció un juguete aburrido pero le fascinaba ver cómo disfrutaba su nieto; durante días observó cómo el niño viajaba a un sinfín de destinos, recogía a una multitud de pasajeros y manejaba una extensa red de vías, y todo este mundo cabía dentro de aquellos pequeños raíles circulares de monótono recorrido.
El abuelo acabó hallando la vida en aquel juego. Entendió que los trenes nunca pasan sólo una vez, ni tampoco el amor, aunque puedan tener un mismo inicio y un mismo final. Descubrió que las personas no somos los pasajeros, somos el tren, y que las vías las ponemos nosotros hacía un destino que sólo conocemos cuando llegamos a él.
A los pocos días, el abuelo cogió su bolsa del gimnasio y metió poca cosa, no le haría falta mucho más. Escribió una nota de despedida y después habló con Candela, que ya no esperaba esa llamada. Quedaron para ir a la estación y subir sin billete a su, quién sabe, viaje definitivo.

64. Latidos de Olvido (Marta Navarro)

Te pierdo. Sé que te pierdo. Lentamente. Sin remedio. Y tengo tanto miedo…
El puñal que atraviesa mi corazón, a cada instante se retuerce más y más y de tristeza y soledad, de derrota y desamparo, impotentes y heridos, amargas lágrimas lloran mis ojos.
Y sin embargo…
Eres tú quien pese a todo me rescata del dolor. De nuevo. Como siempre.
Sonríes y ya nada importa. El miedo, el cansancio, el frío, el futuro tan incierto… todo se desvanece.
Tomo tu mano. En silencio. Muda la súplica en mis labios por no truncar el hechizo.
Una ventana de visillos blancos filtra con dulzura el último sol de la tarde y un destello de felicidad, algo que no me atrevo a llamar esperanza, me asalta por sorpresa.
La sonrisa fugaz que por ensalmo ahuyenta de tu rostro el desconcierto embruja mi alma, mi corazón herido.
Se clavan tus ojos en los míos y, salvado un momento, sólo un momento, este abismo de olvido, siento de nuevo la magia que alguna vez −tiempo antiguo y dichoso− habitó mi mundo.
Eternidad robada al más cruel, al más obstinado e injusto, al más perverso ladrón de recuerdos a quien nadie se enfrentó jamás.

63. Extraños en un tren (Eduardo Solana Hernández)

Viajan solos, aunque les han correspondido asientos contiguos. Él empuja su bolso rojo y gastado hacia el fondo del portaequipajes y hace sitio para la maleta de ella, que se lo agradece con una sonrisa. No hablan en sus asientos, pero por casualidad vuelven a coincidir más tarde en el vagón cafetería y sonríen. Él insiste en invitarla a un café, ella lo acepta. Charlan. Descubren que su estación de destino es la misma. Vuelven a sus asientos (ahora el compartimento ha quedado vacío para ellos dos) y hablan de la ciudad a la que se dirigen, del futuro que esperan, nunca de lo que dejan atrás. Hay miradas sostenidas entre ellos, hay un roce de las manos, hay un gesto de asentimiento casi imperceptible y luego los labios que se juntan.
Así los encuentran los policías que, minutos más tarde, irrumpen en el compartimento sin llamar. A ellos dos el sobresalto les hace abrazarse más estrechamente. Los agentes murmuran una excusa antes de cerrar la puerta y continuar buscando al criminal por todo el tren. La descripción es demasiado vaga: viaja solo, con un bolso rojo muy gastado, y es capaz de cualquier cosa.

62. Expreso de ida y vuelta

Un tren sale a las 6:30 de la mañana de Madrid, destino París, y transporta a dos amantes convencionales. Tras un café en el coche restaurante, el viajero y la camarera se casan en primera clase y deciden que, antes de la próxima escala, engendrarán un hijo. El bebé crece a velocidad uniformemente acelerada, consentido por todos, incluido el revisor. Atravesando la frontera, se culpan por mimar tanto a un adolescente que se asoma por las ventanas. En territorio francés, el joven, se emancipa en un vagón de clase turista repleto de muchachas. La pareja, agobiada por el recorrido de un túnel de reproches, decide separarse justo antes de llegar a París. Él argumenta que son las 23:00 horas, que necesita tiempo para reflexionar. Ella contempla retomar su relación encubierta con el revisor. En la cafetería del coche restaurante, el treintañero no le quita ojo a la nueva camarera y solo puede pensar en no perder el tren, en invitar a la joven a un café en el trayecto de vuelta.

61. CONTEMPLACIÓN

Dos ancianos, sentados en el banco del parque, bebían los últimos rayos de sol del día. Tomados de la mano respiraban ensoñaciones de toda una vida y mirándose a los ojos imaginaron ese viaje que nunca realizaron.

Se sintieron transportados a un vagón de segunda que protegía su intimidad en compartimentos forrados de madera. Y su atención fue secuestrada por una ventana, que cómo un escaparate enmarcado en plata, se abría al deseo:

Ella observaba fascinada la Vía Láctea: inconmensurable, brillantísima, fantástica. Girando sobre su centro como si obedeciera el dictado de Coriolis, como si fuera un desagüe inconcebible de materia y vida.

El olía las flores que la primavera había vertido sobre el valle. Las montañas más altas lo rodeaban y se miraban en un profundo lago azul. Todo un mundo surcado por sendas de belleza incontestable y arroyos de aguas claras y puras.

Y tan embebidos estaban en los paisajes, tan inmersos vivían su fantasía que no vieron llegar el revisor. Ese hombre alto coronado con la gorra bordada que anunciaba su potestad. Ese traje gastado que atraía todo el polvo del vagón.

-Billetes por favor. Gracias ¿Caballero, sabe usted que se baja en la próxima estación?

60. Omaha Beach (Ginette Gilart)

Cada año en el mes de junio emprendían el largo viaje desde su pueblo en Minnesota hasta un lugar en Francia llamado Colleville-sur-Mer. Como otros padres y familiares visitaban las tumbas de sus hijos, maridos o novios fallecidos durante el desembarco del famoso día D. Les aliviaba un poco sentirse rodeados de seres heridos como ellos con quienes podían compartir su pena.
La vuelta al país se hacía pesada y dolorosa. Cuando por fin se sentaban en el tren de cercanía, ella caía rendida y apoyada en el pecho de su marido se dormía. Él le pasaba el brazo por encima del hombro y la acercaba más pero no se dormía, solo dormitaba, los recuerdos le asaltaban y temía los siguientes días cuando su mujer no pararía de llorar.

59. Valeria y su historia

Valeria todos los días a las 7:45 horas llega a la estación. Los tacones, pronto resuenan en el anden, acompañados de voces, prisas y del traqueteo de alguna maleta. Valeria coloca sus gafas, aguza sus oídos, como en sus tiempos de cine con su marido. En pocos minutos se enfrasca en la vida de Doña Alma, sin más, le cotillea que enviudó hace tres meses. Sus hijos se la rifan por su pensión. Doña Alma casi pierde el tren, mientras enseñaba a Valeria fotos de sus nietos. La dueña de un caniche, en su trasportín, le cuenta que van a casa de su hija. Después de viaje con el IMSERSO. Su hija se empeña en que se eche novio «a mi edad»-fíjese-.Una chica altísima, la embiste con su lima, le explica que tiene las uñas frágiles, a pesar de tomar levadura. A carcajadas le dice que beber cerveza «no funciona». Paqui, la limpiadora, se une con su saludo diario, le susurra, a hurtadillas, que lo de su marido, ¡menos mal! es benigno y, por fin, se va la tóxica de su hermana a Valladolid. Valeria se va un día más con las neuronas abarrotadas de historias que ahuyentan su soledad.

58. La fotografía del doctor Padilla

En el club de fotografía se van a asombrar. Ha quedado perfecta. Ya la veré bien en casa, pero creo que podré presentarla al concurso. Y cuando les cuente que ha sido con la cámara del teléfono no se lo van a creer. Ojalá pudiera dedicarme a esto y dejar el sanatorio de una vez. Es buenísima: una pareja viajando en tren, dormidos, abrazados y relajados, y el paisaje que se insinúa por la ventanilla.

Ella estará ida después de un día sin medicación, aunque duerma. Y él… él nunca está así de tranquilo en el hospital. Allí está tenso siempre. No me importa ir a los cuatro bares del barrio de vez en cuando a buscar a los que les da por escaparse. Además, los taberneros ya los conocen, nos avisan, los entretienen mientras llegamos y no les dan alcohol. Pero esta vez se han largado del todo y para colmo en pareja. Y vaya pareja.

Ya estamos llegando. Nos están esperando con la ambulancia en la estación. Mejor espabilo primero al doctor Padilla, que supongo que me ayudará con ella si se despierta nerviosa.

57. SUEÑOS SIN DESTINO

Desde aquel marzo siempre vistieron igual, siempre la misma sonrisa en sus rostros, los mismos planes de futuro pero en trenes con distintos destinos, siempre la misma rutina, ella se relajaba sobre su hombro, el perdía la vista a través de la ventana y le contaba aquellos viajes a Europa que nunca pudieron realizar, le susurraba al oído como disfrutarían de sus nietos  aquellos días que jamás llegarían. Desde aquel marzo, noche tras noche el estruendo de la barbarie lo despierta del mismo sueño y de una vida que le había cambiado para siempre. Ella murió con aquella sonrisa angelical sobre su hombro, él totalmente destrozado, logró escapar del amasijo de hierros en el cual se había convertido aquel tren por la ventana que tantas veces le sirvió de pizarra para imaginar su futuro.

Ahora intenta disfrutar los días con sus nietos, siempre recordándola y teme que llegue la noche porque sabe que volverá a montarse de nuevo en otro sueño sin destino.

56. Ser felices

Se sentaron, abrazados y tranquilos, en un compartimento de segunda. Ningún pasajero les acompañaba.

Permanecieron ensimismados, ajenos al murmullo de voces que provenia del pasillo.

Dormitaban, siguiendo el monótono chirriar, para ellos armonioso y acompasado, de las ruedas rozando los raíles de la via.

Un año preparando el viaje con la ayuda de un ordenador, sus férreas voluntades y constante empeño en alcanzar sus sueños.

Habian pasado de sentirse victimas, a poder gestionar sus propias vidas.

A medida que los meses transcurrían aumentaba, para bien, su baja autoestima porque, sencillamente, buscaban ser felices.

Poder disfrutar de actividades sencillas. Pasear, abrazarse, mirarse, o, simplemente charlar tomando un café sin testigos pululando alrededor.

Odiaban  que les recordasen lo que tenían que hacer o tomar, a todas horas.

El tren aminoró la marcha.

En quince minutos llegarían al destino.

Por primera vez, ninguna enfermera les esperaría en la estación del balneario.

Sólo necesitaban las dos mochilas pequenas y sus cuatro muletas que reposaban en el portaequipajes del vagon.  (más…)

55. JUNTOS

Es sólo el ruido de los raíles al compás de los segundos que pasan, y pasan, dejando transitar el vaivén, otro, de la vida, juntos. ¿Por cuánto tiempo, mi amor?

Vamos a no sé dónde, quizás camino del epílogo, o por el contrario volvemos para reencontrarnos con el prólogo; tal vez el pináculo, de nuestras vidas, juntos. ¿Para cuánto tiempo, mi amor?

Dejémonos llevar, ya trascenderá, en algún tiempo, instante o no. Mejor que no llegue nunca, para poder seguir siempre… más juntos.

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