Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

102. Sin ataduras (Esther Cuesta)

Me despedí en el rellano y al llegar al portal, ya la añoraba. Apenas había caminado unos pasos cuando giré la vista hacia su ventana y allí estaba, maravillosa sorpresa, cual ninfa seductora, despidiéndome con un pañuelo. Por un instante, deseé colocar el lienzo en mis ojos y evitar así que la locura de su bello rostro me hiciera regresar a ella de inmediato. Hasta mí llegaron la brisa marina y el olor salobre de las olas. Lancé un beso al aire y retorné resignado a mi camino, la cabeza gacha, las manos en los bolsillos. De repente, unos pies marchando alegres me llamaron la atención; pertenecían a un hombre bien parecido que, con una sonrisa franca y sus dos brazos extendidos, saludaba en la dirección que yo acababa de dejar.

El corazón me dio un vuelco y la angustia de la duda me abrumó; fue entonces cuando escuché la maravillosa tonadilla que siempre me atraía hacia ella.

101. EL COLECCIONISTA (Sara Lew)

Se quebró la noche y no fue el trueno el que dio el aviso. Un chillido agudo traspasó las paredes y la densa lluvia. Bajo el cartel de neón del burdel, las gotas formaban remolinos iridiscentes en los charcos y diluían la sangre que se escapaba del cuerpo amputado de la víctima.

Al llegar la policía, dos testigos admitían haber visto a un hombre alto huir por una de las calles aledañas, aunque nada dirían sobre la agresión que habían presenciado. Ante lo inexplicable, la gente calla. Eso lo sabía bien el inspector García, que no tardó en relacionar este caso con otros recientes, como el del anciano con aspecto de elfo al que habían arrancado las orejas.

Por la mañana las nubes se habían replegado cuando García se acercó a la casa de la joven asesinada. Una cola de sirena se secaba al sol. Ante una taza de té, la madre admitió que llevaba tiempo detrás de aquel desalmado que mutilaba a miembros de su comunidad, pero que ya no habría que preocuparse por él. Fue entonces cuando el inspector reparó en los pantalones largos de mezclilla que colgaban del tendedero. De ellos sobresalía un pie.

100. Complejos (Joel González)

“Los designios del amor” me respondió mi padre cuando le pregunté por qué yo no tenía piernas. Años más tarde, en su lecho de muerte me contó que se había enamorado de una hipocampo al poco de casarse con mamá y como resultado nací yo. Como ya sabrás, no soy la única híbrida a la que han dado a luz en la ciudad, pero sí la única a la que han dejado vivir, supongo que es una de las ventajas de que mi madre sea la condesa de Villatoro. La condición que el monarca le puso a mi padre para no matarme era mantener mi parte animal en el más absoluto silencio, así que crecí ocultando mi identidad entre enaguas, carrozas, celosías y carnavales. Recuerdo que la primera vez que fui a ésta pensé que mientras todos se enfundaban en un disfraz, yo me quitaba el mío para enseñar mi verdadera identidad. Me costó entender que, al final, todos usamos la festividad con el mismo objetivo. Desde entonces salgo cada mañana a saludar al balcón con una alfombra que me dibuja tal y como soy, tal y como todos debemos vivir. Sin ocultarnos.

99. La Mirada

 

Soy coleccionista de miradas y también un voyeur de sentimientos, por eso cuando entré en el Central aquella me cautivó. He anotado luz en miradas, odio contenido y brillo en ojos de placer fingido. He escalado muros para observar resignación en pupilas de todos los colores, he medido la tristeza que conlleva el sufrimiento de quien no encuentra esperanza. He dibujado la dicha del padre que por primera vez mece un vástago en sus brazos y la de una madre que reza por su hijo ausente. He escrutado almas cavernosas para sellar el silencio en lúgubres miradas, he sentido frío y las he encajado rocosas que me hirieron, pero aquella mirada perdida era insondable para mí.
Sentando en la barra del bar, su mirada magullada portaba cicatrices, perforaba el ambiente. Era la definitiva resignación de quien no cree tener futuro, una puerta a la oscuridad, al vacío, a la derrota. Pero la sorpresa que sentí al ver completada mi colección cayó en el abismo de su ojos. Entonces comprendí que su mirada no una novedad para mí, lo que estaba viendo no era otra cosa que aquello que se reflejaba en el espejo de mi dormitorio cada mañana al amanecer.

98. Era ella (Pepe Sanchis)

Esperaba con ansia el mes de julio. En el acuerdo de separación con mi mujer era el mes que podía disfrutar de nuestra casa en la playa. Mejor dicho, en la cala. Porque aquella costa no era de playas de arena, sino de rocas y cantos redondos, escondidos tras frondosas pinadas. Me gustaba ir a primera hora de la mañana. A las siete ya estaba en mi rincón favorito. Y allí coincidía con ella. Todos los días. Como si me esperase. Desnuda de cintura para arriba, sentada, jugando con las pequeñas olas que llegaban a la orilla. A prudente distancia, sin molestarla, yo la miraba, la admiraba. Tanta belleza…

Y una tarde, en un pueblo vecino con nombre femenino de mascota y apellido del río que lo atraviesa, la volví a ver. Asomada a un balcón que lucía una tela participante en un concurso de arte textil. Miraba al infinito, pensando quizá que a la mañana siguiente nos encontraríamos en el mismo lugar de nuestro pequeño paraíso.

97. Evolución    (Virtudes Torres)

Desde que la linda Coral llegó al pueblo todos beben los vientos por ella. Una mirada, un gesto, una sonrisa y al más hombretón le tiemblan las piernas.

Todos esperan embobados a que Coral salga a la ventana a sacudir la tela de raso plateado. Algunos disimulan desde sus coches para ver sin ser vistos. Otros aguardan en el bar de la esquina, tras los cristales, consumiendo el tiempo con charlas inocuas, anodinas e insípidas, hasta verla aparecer.

Los más decididos y menos temerosos esperan frente a la casa sin importarles estar en boca de las beatas que, por su parte, también otean ocultas detrás de los visillos.

Coral sacude la tela y diminutas escamas transparentes caen sobre la acera, dejando en esta un destello de brillo tornasolado. Por la noche en el local de estriptis alegrará aún más a esos hombres vestida de sirena varada.

Después, desnuda frente al espejo, se reirá mientras recuerda su pasado, cuando todos esos fantoches se burlaban de ella, antes de que evolucionara su cuerpo, antes de que cambiara el nombre de su DNI Carlo por el de Coral.

 

 

96. Dragón(a) (Anna López Artiaga)

Los días de lluvia no sale al balcón. Intuyo su sombra, trajinando con la fregona tras los visillos; pero no se asoma, y yo me acabo el café y regreso al despacho cabizbajo. Ya sé que no es una princesa —pertenece a esa estirpe de mujeres que se salvan solas—, pero me gusta soñar que un día reuniré valor para enfrentar sus ojos y dejar que sea ella quien me rescate.

Cuando hace sol, repasa los cristales con la bayeta. Y canta. Ya sé que no es una sirena: su voz no hipnotiza marineros errantes. Pero yo encallaría sin dudarlo en sus caderas y me ahogaría entre sus muslos, cada noche. Los días de sol, me tomo el café frío y mi jefe se mira el reloj mientras vuelvo a mi cubículo.

Hoy no ha ido a trabajar. En su lugar, otra muchacha sacudía con determinación la alfombra. Mi café ha quedado huérfano en la barra, al saber que ayer el encargado la arrinconó, en el cuartillo de las escobas, decidido a cobrar su parte de ese contrato precario. Dicen que había productos inflamables, que no saben cómo…

Yo sé que los dragones existen. Y espero, mirando al cielo.

95. Mrs. Dragon (Mónica Rei)

Esa será nuestra señal. Saldrás al balcón y sacudirás el paño como si espantaras escrúpulos.

Yo acudiré a tu llamada como siempre, ávido de tu presencia y cien veces humillado. Subiré sigiloso la escalera, esperaré agazapado en la oscuridad del descansillo hasta que te dignes a abrirme la puerta, recibiré las migajas que quieras darme, me asiré a tu cuerpo como una lapa y, mientras me susurras al oído palabras hipnóticas, te suplicaré otra vez que lo dejes, que él no te quiere como te quiero yo.

Esperaré tu llamada al otro lado de la calle.

¿Sabes una cosa amor?, a veces, cuando te observo desde lejos, tú también me pareces un monstruo.

94 . Cenizas mojadas

Que sepas que ya no quiero ser sirena. Me corté el pelo a lo garçon y me pinto, como en los viejos tiempos, las uñas de los pies de rojo vino… Me volverías a llamar loca. Alargando la o con la sonrisa abierta. Yo me defendería con mi risa, y entonces tú…

Entonces tú no estás, y yo, en esta tierra seca, sin mar y sin salitre, me asomo a la ventana y sueño olas.

Claro que te reirías si me oyeras narrarte mi vida siendo pez. … pez de profundidades, rastrero de fondos submarinos, con mis ojos redondos y morritos inquietos, absorbiendo partículas grises con la esperanza de un trocito de ti.

Ser pez y encontrarte y decirte en el idioma de los peces, glub, glub, dicen que dicen, que guardo el mar en las pupilas para que sigas habitando en mí.

93. PIEL DE ARLEQUÍN (Yoya M. Alonso)

Noah nació en tierra firme, aunque bien podría haber brotado de la fina arena del mar. Mi esposa murió al dar a luz, mi niño no…¿o tal vez sí?. Una rara enfermedad congénita,  imposible de detectar con los precarios recursos médicos de la isla, se cebó en él. Gruesas escamas poblaban cada centímetro de su piel. Luego, sus ojos, su nariz, sus labios; todo fue mutando hasta hacer desaparecer todo vestigio de humanidad. Tras cuatro años respirando sin estar vivo, encerrado en las cuatro paredes de su dormitorio, se ablandó la muerte. Ha venido a rescatarlo, ya es libre. Desde mi barca deposito su cuerpo en el mar, vuelve a sus orígenes. El fuerte oleaje deja su piel satinada como la de un delfín. Le veo saltar y sumergirse de nuevo varias veces. Por primera vez también logro ver su risa. De vuelta a casa, observo el tapiz que desde hace años cuelga de nuestro balcón. Tengo los ojos rotos de tanto llorar, pero sé que la vi. Durante unos pocos segundos la tela y ella fueron una. Luego se perdió en el horizonte. Tras él.

92. Vuelos (Patricia Collazo)

Paloma creció en un alféizar. Su madre la dejó una tarde sentada en la trona mirando hacia afuera para que se entretuviera. Era día de limpieza general. Una cosa llevó a la otra: quitar cortinas, sacudir alfombras, pasar en la oficina ocho horas diarias, limpiar alacenas, bajar la ropa de verano, embolsarla con naftalina para volverla a subir, planificar la cena de Nochevieja, tener a los mellizos, preparar las comidas para la semana…

Cuando se quiso acordar, Paloma tenía dieciocho años, tonteaba con el chaval del puesto de flores de la esquina, y se negaba a ir a dormir al cuarto.

Su madre no podía creer que esa beba regordeta que había sido hasta hacía nada, se hubiera convertido en una adolescente monosilábica.

Algo he hecho mal, se repetía cuando olía a tabaco o se encontraba con el florista semidesnudo en su pasillo de madrugada.

Al final, Paloma consiguió alféizar en un piso compartido con una cantidad insondable de jóvenes.

Vuelve a casa los domingos. Se lleva los tupers y cambia ropa sucia por limpia.

La madre la despide procurando no hacerle recomendaciones. El nudo en su estómago se acentúa cuando entra en la sala y ve su alféizar vacío.

91. LA FIESTA DEL VIEJO

El gentío permanecía embelesado en la balconada. Desde ella se contemplaba el puerto pesquero. Estaba engalanado con tiras de banderines multicolores, al igual que los pequeños barcos pesqueros, botes y todas las calles. La muchedumbre silencio la conga. Al desplegarse la banderola, estampada con el descomunal pez, se dejó oír una sonora exclamación. La brisa de la mar, emulaba coletear y tener vida a aquella figura idealizada de pez. Parecía querer escapar, resistirse a la barandilla semejando a un anzuelo o sedal. El barrio de la Habana Vieja, el puerto, casi todo el Malecón, fue invadido por rumbas, mambo, salsa, guaguancó… Por cada callejuela, taberna y  bodeguilla, corría el ron, los mojitos y daiquiris. El día de fiesta, más popular, solo había hecho que empezar. Un año más se homenajeaban por ser lo que eran, pescadores. Recordaban a Santiago, viejo pescador que hace ya mucho tiempo, pescó el marlín más grande que se haya visto. Le mantuvo tres días de lucha con la mar, la presa, los tiburones y consigo mismo. Logró llegar a puerto con la cabeza y el espinazo bien limpio. «De 18 pies de la nariz a la cola». El viejo descansó soñando con los leones marinos.

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