Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

63 – Aura

El aire roza mi piel y me balancea. Su calidez me seca. Extendida sobre la cuerda  que me sostiene y me iguala a otros compañeros de secado, divido el pequeño entorno natural que nos rodea.

En un lado, una madre reprime con el dedo y sus labios, algo que un niño ha hecho. Éste la mira obediente y en silencio. Sus sombras se dibujan en mi interior, recordando a las pantallas de cine al aire libre del verano. No entiendo lo que le dice, ni aquello que ha pasado pero los gestos arrugados de la madre y la cara asustada del niño pueden indicar que ha sido grave.

En mi otro lado,  un hogar de piedra y unos pasos acercándose. Un hombre corpulento e impregnado de heridas físicas y otras, que se intuyen, incurables. Como en las películas de verano, lleva una ametralladora en sus manos.

El viento es cálido y nos acuna con suavidad. Desearía que fuera más fuerte para arrancarme y poder avisarles pero no puedo…

Unas balas atraviesan mis entrañas e impactan sobre la cabeza del niño y el abdomen de la madre. Su sangre me mancha. Todo huele a pólvora y muerte.

Sólo el soldado sonríe.

62 – Ropa blanca

 

La Domi lleva en la cabeza una cesta enorme llena de sábanas y toallas. Los lunes viene a casa de mi abuela a recoger la ropa para lavarla. Yo me voy con ella y me agarro a su falda para no caerme bajando la pendiente que lleva al río.

En la orilla hay una losa inclinada donde ella, de rodillas, frota las sábanas. Si hace calor, me deja meterme en el agua y la ayudo a lavar. El fondo del río está suave y se escurre pero a mí me gusta.

Si se tienden las sábanas enjabonadas sobre las matas, ¡el sol las pone blancas! Es por el jabón que hace mi abuela en el patio. Cuando lo hago con ella me advierte de que tenga cuidado porque la sosa que ella mezcla con agua y aceite me puede quemar. Yo remuevo con cuidado hasta que cuaja.

Mientras la ropa se blanquea al sol, la Domi y yo comemos pan con chorizo y bebemos agua  de la fuente del Madroño que está muy cerca.

Mañana  viene mi padre a recogerme. Dice que tengo que ir al colegio para hacerme mayor. No sé cómo explicarle que yo no quiero ser mayor.

 

61 – SOMBRAS CHINESCAS

Mi vecina tendía la ropa al atardecer, cuando ese calor estival parecía detenerlo todo, hasta la virtud. Apenas colgaba la colada en el tendedero de afuera, el aire se llenaba de un tentador aroma a jabón, y la brisa, juguetona y pícara, empujaba la sábana contra ella y se ceñía a todo su cuerpo, dejando solamente sus piernas por debajo de esa pantalla. Librándose de aquel húmedo abrazo, solía desprenderse también de su propio vestido, que tendía en el alambre mientras ella misma se dejaba acariciar por la luz de la luna y de alguna farola que proyectaba su sombra sobre el lino del jardín. Entonces su figura en blanco y negro se cepillaba el cabello al aire, se untaba de crema perfumada y soñaba, bajo mi mirada clandestina, con cosas que la hacían suspirar. Al cabo de un rato, seguramente aliviada por el aire del jardín, entraba en casa sin siquiera cubrirse, pero antes comprobaba de reojo si en el visillo de aquella ventana del seminario mi agitada silueta seguía espiándola.

60 – ENCARNA LA BATANERA

Otro cumpleaños y aún prisionero, pensó mientras observaba sus fotos colgadas de un simulado y coqueto tendedero.
Le desagradaba aquella exhibición con la que su mujer quiso sorprenderle. Momentos privados, improntas, con un supuesto valor muy alejado de su realidad.
Se sintió mal al ver aquella fotografía que años atrás había quemado, desconocía que hubiera copias.
Acompañaba habitualmente al río a su abuela paterna, con la que vivía, ella torcía y retorcía sus sábanas hasta sacar de ellas un blanco luminoso, infinito, casi imposible.
Mientras escuchaba las historias fantásticas que le contaba, descubrió que el tacto de aquellos lienzos húmedos sobre sus piernas desnudas, producían en él sensaciones indefinibles y placenteras.
En el silencio de la siesta, desnudo y envuelto en el hilo blanquísimo, extraño y transformado, seducía, sin saberlo, su propia imagen frente al espejo, nervioso e impaciente.
Una tarde su éxtasis infantil se transformó en terror al escuchar de boca de su abuela que le cortaría los cojones si volvía a ensuciar sus sábanas.
María, su mujer, lo besó y le preguntó si era feliz, pero no lo era. Su felicidad se evaporó aquella tarde, como el agua en la ropa tendida.
La batanera aún lo vigilaba amenazante.

59 – LEALTAD ETERNA (Pilar Alejos)

Aquella mañana supe que había llegado el momento de separarnos. Comprendí que ya no volverías a buscarme para compartir secretos, ni nos abrazaríamos las terroríficas noches de tormenta porque nos asustaba la oscuridad. Nunca más seríamos cómplices en aquellas travesuras que tanto nos divertían; aquellas que enloquecían a toda la familia al no encontrar a los culpables, por lo que pasaban a formar parte de los misterios por descubrir. Cada recoveco de la casa nos servía de escondite y se convertía en nuestro territorio conquistado donde solo había lugar para los dos.

Contemplé la escena mientras luchaba por soltarme, intentando huir para protegerme de aquel sol radiante sin conseguirlo. Me sentí impotente al no poder librarte de la bruja de tu madre. Te había pillado “in fraganti” y amenazaba armada dedo en alto con castigarte si no confesabas. Sabía muy bien qué era lo que más temías: permanecer encerrado. ¡Lo que habría dado yo por evitarte esa humillación!

Soportaste el encierro durante todo el verano. No lo dudaste. Jamás me delataste ni reconociste que me buscabas para salvarme. No tuve escapatoria. Ella me había lavado sin saberlo, tendiéndome luego al sol entre todas aquellas sábanas blancas.

58 – Un sol oblicuo y rojo

  1. De niños no soñamos con nuestra infancia. Soñamos cuando ya es tarde. Escarabajos, piedras tersas y lagunas dormidas. Observar entre cortinas a la maestra y arriesgar a quedarte ciego. Primeros bailes: una mano aquí, la otra acá. Un, dos, tres… Besos tras el pajar, tras la iglesia, tras cada ráfaga de viento desheredado.
    Mamá fingía cada noche leer nuestro único libro mientras yo simulaba dormir. Papá era distante y duro como la eñe en el teclado de aquella vieja Hispano Olivetti. «La eñe», le llamábamos. Con su peluquín descolocado, flotando.
    Llevaba ya tiempo sin esconderse para beber.
    Acumulábamos oraciones masculladas sin fe y ausencias que nunca precisaron justificación entre tanto óxido. Ocho embarazos, cinco hijos, dos cruces ladeadas.
    Pero algunos días las lágrimas regresaban a los ojos y las ramas de los árboles tocaban sus raíces. Había flores blancas sobre la mesa vacía y la música de alguna radio cercana ocultaba los gemidos del bosque.
    Hoy sueño un sol oblicuo y rojo queriendo dejar su caricia azafrán, efímera, sobre cada partícula. «La eñe» dormitando sobre su butaca. Nuestros gestos lejanos, secretos entre sábanas mansas. A las ocho en la estación. Saldrá a y cuarto. Si yo no llego, sube tú.

 

57 – BRIGADA ANTIGARABATO (Alberto Moreno)

 – ¡Suelta el lápiz ahora mismo, chaval, y mantén las manos donde yo pueda verlas!

A pesar de la expresión aterrada del crío, a la teniente Maroto, disfrazada de tía Angustias para la ocasión, no le tiembla la voz. Sabe que el mundo perdería el equilibrio sin agentes especiales como ella. O sin las brigadas antimarionetas, antimímica, antitarareo… Partes vitales de un plan global que evita que a los niños les crezcan pájaros en la cabeza.

De repente, su móvil vibra estrepitosamente. Debe bajar rauda de la azotea y acudir, junto al resto de patrullas, a acorralar a lo que parece ser una nave espacial. Apostada tras su coche, el corazón le late estrepitosamente. Las armas se cargan, apuntan los tanques, rugen los helicópteros. Sin embargo, cuando la compuerta se abre, del artefacto tan solo emerge un simple muchacho. Un joven flacucho, con gorro, que emite soplidos con una especie de palo con agujeros. ¿No será…? No, no puede ser, debe ser eliminado, piensa Maroto. No, no puede ser, debe ser eliminado, piensan el resto de agentes.

Pero nadie dispara. A cambio, todos los pasos comienzan a encaminarse, alegres, bailones, en pos de aquello tan dulce, tan cautivador.

De aquello que creían extinguido.

56 – Ref. – sábanas de matrimonio (240 x 270cm)

No es preciso lavar las sábanas para usarlas por primera vez. En caso de urgencia, basta con sacarlas de la funda de plástico, hacer la cama y tumbarse sin miedo.

Las sábanas están fabricadas con un tejido especialmente indicado para el contacto directo con la piel humana, un tejido al que no le afectan las manchas de sudor, ni tampoco las de otros fluidos corporales como saliva, lágrimas o sangre. Las manchas desaparecerán usando los productos adecuados, aunque en algunos casos puede ser necesario lavar a mano y frotar con insistencia.

Una vez limpias, secas y planchadas, hay que proceder a doblar las sábanas. Para ello, se juntarán las esquinas opuestas haciéndolas coincidir con cuidado, repitiendo la operación tantas veces como sea necesario (al principio cuesta más trabajo que la doblez sea perfecta, pero luego es más sencillo). Cuando alcanzan un tamaño pequeño y manejable, las sábanas se puedan guardar en un cajón de forma permanente, incluso para siempre.

Nótese que, si bien todas las labores anteriores son más fáciles de realizar entre dos personas, para guardar las sábanas en el cajón solo hace falta una de ellas.

55 – El riesgo de vivir

No lo haré.

Porque esas cosas no se hacen. No se debe.

Ahora que he tomado la decisión de negarme otro reto, tendido en esta cama que se ha vuelto un desierto, una sabana, un océano carente de olas, te asomas a mi momento ortegaygassetiano y te instalas en las arrugas de mi frente. Consigo la inacción de los recuerdos, aíslo un fotograma de la tira que me devuelve mi niñez cuando se apagan las luces debajo de mis párpados. Inmovilizo tu figura y el temblor de mis piernas, paralizo tu dedo amenazante y silencio tu voz. Ninguna lágrima encierra mis excusas, ninguna madeja de frases lía mi pequeña conciencia, ni nunca más, ni cuando sea grande, ni algún día, ni cállate, ni muérete, ni mi deseo de morirme y que sufras por mí y te duela la culpa del  dedo inquisidor, esas explicaciones y amenazas tan adoctrinantes.

Ahora que te has callado, que tus dedos dejaron de ser dedos, que no me he muerto para castigarte, que tú te has muerto para jubilarte de madre, paro el pasado debajo de mis párpados, como una foto en blanco y negro.

No lo haré. Tienes razón: esas cosas pueden ser peligrosas.

54 – TAREAS

Me encanta dejarme llevar por el olor a limpio de las sábanas blancas, mientras las cuelgas en el jardín para que se sequen antes de que desaparezca el sol. Lo haces cantando siempre tu canción favorita, que habla de amores pasajeros.

Te ves de nuevo radiante mamá, sólo tú puedes ser tan hermosa, tan especial, que hasta me dejas ayudarte para que te canses menos. Antes habías hecho la comida, limpiado toda la casa; luego te esperará planchar.

Papá se fue hace tanto tiempo que no recuerdo ya el día, será porque aún soy pequeño y no mido bien el tiempo.

Pero no me regañes otra vez porque no hice bien todos los deberes del colegio. Sé que no tienes tiempo para dedicarte a ello conmigo. Papá lo hacía tan bien.

53 – Ay, Dolores, Lola, Lolita

En este mundo, Dolores, debes tener claras dos cosas. Que el dinero abre muchas puertas. Y que algunos hombres con dinero son especialmente atractivos y seductores; pero en ocasiones, por esas mismas razones, resultan muy peligrosos. Ya que pueden hacer que pierdas la cabeza. Y el dinero.

No me mires así, Lola. Cuando seas mayor lo entenderás mejor.

Anda, ayúdame a doblar las sábanas y podremos descansar y tomar el sol en las tumbonas del jardín. Este invierno ha sido muy duro. Tanto frío no es nada bueno para mi delicada piel.

Vaya, ahí llega el vecino de enfrente en su nuevo Mercedes descapotable. Qué moreno está ya…

¡Ay, Lolita, hija mía! Deja de hacerle muecas, no seas tan descarada. ¿Qué te acabo de decir?

Entra en casa de una vez. Deja de chupar esa piruleta. Y ni se te ocurra ponerte el bikini rosa.

52 – Otros tiempos (Marta Navarro)

Tenía el gesto grave, la piel mate, muy seca, surcada por arrugas profundas como tajos de cuchillo, los párpados hinchados a causa del hambre, del frío y la falta de sueño. Apenas dormía, comía poco, mal, siempre a destiempo. Arrastraba su mirada una resignación honda y antigua, un cansancio de siglos, su corazón una dureza nacida de la mezquindad de los tiempos, de la costumbre de la miseria, de la más absoluta pobreza. Jamás nadie la vio llorar ni de sus labios escapó una queja. Seis criaturas colgaban siempre de sus faldas. Seis criaturas a las que alimentaba, vestía, cuidaba si enfermaban… Seis criaturas a las que nunca apretó fuerte contra el pecho ni sentó jamás a sus rodillas, con las que nunca bromeó al calor de la lumbre mientras pelaba judías o patatas ni enseñó a coser coloridos muñecos con retales y trapos, a las que nunca en noches de llanto consoló al dulce ritmo de una nana. Seis criaturas a las que jamás golpeó y de ningún modo maltrató pero a las que tampoco nunca abrazó y pocas, muy pocas veces, besó. Se llamaba Juana. Así la recuerdo. Mi madre. Y aquellos −ácidos, doloridos, amargos− otros tiempos.

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