Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

85. No se le conocía novio

Las había mejores, pero cumplía y nunca faltaba. En tres años jamás había enfermado. Tampoco se le conocía novio, quizá porque tenía una personalidad excéntrica y a veces hacía cosas raras. El martes pasado, cuando el señor partió a trabajar, comenzó a barrer el recibidor y siguió barriendo el descansillo y las escaleras, hasta el zaguán. ¡Hay quien se excede solo por dejar mal a las demás!, le grité, vomitando un oscuro runrún por el hueco de la escalera.

El miércoles a mediodía, entre las dos y las dos y cuarto, se asomó cuarenta y seis veces al balcón, con esa mirada triste, tan suya, atrapada al final de la calle. Las conté. Salía a sacudir colchas, a despeluchar la escoba, a refregar las persianas, a sacar las plantas, a otear las nubes, a sopesar el viento… A las siete y trece salió a vaciar una bolsa de agua caliente y mojó a la señora que regresaba cojeando del podólogo. Estaba siendo severamente amonestada por ella cuando apareció el señor, que, ejem, siempre llegaba a esa hora. Pase a mi despacho, le dijo severo. Y ella pasó. Nerviosa. Alisando su uniforme. Recomponiendo su pelo. Sonrojada. Sonriendo, la muy descarada.

84 . Alfombra voladora

 

Desde la ventana de nuestra torre de marfil, como cada mañana, observo cómo te diriges calle abajo a tu puesto de trabajo. Caminas despacio con un imperceptible balanceo al que te obliga tu pierna derecha, pero lo haces con paso seguro, pues sabes que te estoy mirando; te detienes, te giras y alzas el brazo agitando la mano, sin más, sigues andando. A pesar de que no me ves, correspondo al saludo con la mía que sostiene un paño azul, lo agito hasta que empequeñeces y desapareces absorbido por la multitud. No llegas a distinguir la mueca que los labios han trazado sobre mi boca, una sonrisa disimulada.

Y es este instante el que anhelo cada día, en el que en soledad puedo soñar e imaginar. No quiero ser Julieta añorando a Romeo. Ni una soñadora de sueños. Ni estar muda ante los dioses. Y menos una mujer atormentada por no ser princesa. Quiero agujerear tu red y escapar hasta un océano infinito, en el que la única posibilidad que tengas para encontrarme, fuese que te transformases en alfombra voladora surcando los aires hasta penetrar en nubes en libertad.

83. ERROR DEL GPS

Al submarino le falló el GPS. Escaparon peces de colores, calamares y algas cuando emergió de las aguas gélidas del mar y acarició una góndola.Ella sacó su medio cuerpo de mujer por la escotilla y no acertó a disculparse. Su vergüenza era mayúscula y no la supo esconder al ver los ojos de cine del gondolero. Él no reaccionó ante tal hermosura.
Trás su encuentro casual empezaron su rutina después del desayuno. Ella le gritaba-nos vemos a las tres-, él sonreía y se quedaba mirando hasta que el submarino se sumergía entre globitos de agua sin espuma. Habían decidido casarse cuando ella pudiese bailar fuera del agua.

82. La tondue (Manuel Menéndez)

Recuerdo nítidamente el último instante de felicidad plena que viví. Asomada a la ventana despedía a Hans que doblaba la esquina rumbo a su cuartel. Pocas horas después mi fuerte y joven amante agonizaba, tras haberle arrancado de cuajo una bomba casera aquellas poderosas piernas que tanto me hicieron gozar al entrelazarse con las mías. Aquel día pensé que había agotado mis lágrimas. Pronto la vida se empeñó en demostrarme lo equivocada que estaba.

Al mes siguiente llegó la liberación de París. El júbilo inundó las calles, pero no era suficiente. El pueblo también quería venganza y alguien decidió que el enemigo éramos nosotras: las mujeres que habíamos cometido el pecado de amar a alguien nacido en otro país. Fui insultada, golpeada y arrastrada desnuda por las calles. Mis vecinas me escupían, los niños reían y los hombres me lanzaban miradas lascivas. Tras una farsa de juicio público me raparon mi hermosa melena negra mientras ellos camuflaban su deseo y ellas su envidia gritando un conjuro universal: ¡PUTA! Puta por ser bella. Puta por amar. Puta por vivir.

Mis cabellos crecieron de nuevo, mi fe en la humanidad yace aún esparcida por aquel suelo de París.

81. Cómo conocí a mi esposa (R. L. Expósito)

Yo deambulaba por el barrio y ella abría las ventanas de un balcón. Me atrajo su descaro al asomarse: agitaba un trapo sucio, llovían las pelusas y miraba hacia otro lado. Me senté en un banco en la acera de enfrente y saqué mi cuaderno de bocetos, pero apenas hice los primeros trazos, ¡ella se metió de nuevo en casa! Recuerdo mi inquietud. Recuerdo que esbozaba de memoria. También recuerdo… que ya me costaba olvidarla.
Todavía dibujaba cuando regresó y colgó del pasamanos una alfombra. ¿La imagen estampada? Una cola de sirena. ¿Y su cuerpo? Como estaba justo encima, lo ponía ella. Dejé escapar una sonrisa mientras capturaba entre mis redes, de papel y carboncillo, cada escama de tan insólita quimera.
«¡Con qué vigor sacude el polvo!», pensaba embelesado…
Solamente cuando se tomó un descanso, advertí que teníamos un público imprevisto: ¡eran gatos! Estaban por todas partes y acechaban con sigilo y avidez, albergando la esperanza de cazar al vuelo media sardina gigante.
—Largo de aquí, yo la vi primero —les dije en voz baja, pero sus maullidos de protesta resultaron delatores; ella nos miraba—. Idiotas, puedo darme por pescado.
Y ambos, al escuchar aquello, reímos un buen rato.

80. ELEGIDA

Llegar a ser Primera Ministra en un mundo dominado por hombres le había costado sangre, sudor y lágrimas, pero al final lo había conseguido. Desde su incorporación, muchos años atrás, a las juventudes del partido, su entrega, sacrificio y renuncia habían sido constantes, y tras años de perseverancia, tesón y esfuerzo, de evitar zancadillas, ardides y trampas, había conseguido llegar a lo más alto.

 

El balcón, engalanado con mimo para la ocasión, estaba preparado para su primer discurso. Las decenas de miles de votantes congregados en la plaza corearon al unísono su nombre cuando la vieron aparecer. Sonrió y saludó con su pañuelo de tul ondeante. El movimiento del pañuelo fue suficiente para que el francotirador calculara la velocidad del viento. «Corto mandato», pensó y apretó el gatillo. La bala atravesó limpiamente el holograma astillándose contra la pared. Tres disparos casi simultáneos acabaron con la vida del francotirador. Demasiados años de traiciones a sus espaldas como para no estar prevenida.

79. Cantos de sirena

Una mirada, una sonrisa, un baile, una caricia. Fugaz, remoto, dulcísimo espejismo de un amor que hasta aquellas tierras la condujo. Atrapada para siempre en su leyenda, impasible y resignada, ella oculta su derrota. Y recuerda… Tal vez, en secreto −ahogado y profundo rumor de sollozos− su añoranza sueña. Cangrejos y caballitos de mar, algas y olor a sal, arenas blancas, arrecifes de coral, vaivén de olas que vienen y van.
Hasta el fin del mundo marchó su príncipe a buscarla. No importaba la distancia ni los riesgos del camino. Y cuando al fin la encontró, de una ilusión con pasión se enamoró.
Intentó quererla. No fue capaz.
Cubierta ahora su alma está de escamas. Encogido su cuerpo de frustración y desaliento. Tristezas, desconsuelos y abandonos, de espuma inundan sus ojos. Antes de nacer −amargo conjuro− en su garganta mueren las palabras. Y, en silencio, en la opresiva, siempre insomne, quietud de sus noches, a la perversa hechicera que su juventud, su inocencia y su alegría un mal día por embrujo secuestró, sin fe ni esperanza, suplica el milagro de su canto y el regreso de su voz.

78. Hechos

Por más que pueda pecar de larga, admito que me gusta esta primera frase: “El sol estaba alto en aquel luminoso día de abril cuando la supuesta sirvienta apareció en la ventana y buscó al cabecilla del plan entre el palpitante bullicio del mercado”. Como tampoco me desagrada esta otra: “La joven remedó sin quererlo la figura de una doncella marina cuando, según lo convenido, señaló graciosamente la ausencia de los dueños”. Se nota que ha leído usted y que algo le ha aprovechado, circunstancia aplicable también al fragmento final, quizá mi favorito: “Seguido de cerca por su fiel y atenta cohorte de secuaces, el nunca vigilado como es debido Fabián, el Serio, atravesó sin titubeos la transitada calle, olorosa a alquitrán y pescado frito, momentos antes de que el señor y la señora González, para su desgracia tras una dichosa y confortable vida, regresaran inopinadamente a su hogar”.
No obstante, permítame decirle que su estilo, si bien posee algunas virtudes, adolece de concreción, cosa que ayuda muy poco en la consecución de nuestros objetivos; así como sugerirle, por idénticas razones, y por enésima vez, que en lo sucesivo adecue su prosa al lenguaje propio de un informe policial.

77. La suite 218

Marié estaba alojada en el Hotel Saint Andre de París; sus primeras horas en la ciudad las había dedicado a acicalarse con esmero,quería estar perfecta. A la hora prevista se asomó al balcón- engalanado, como muchos otros, con el estandarte del cuerpo de infantería de dragones- y buscó a su novio entre los militares que pasaban. Deseó que el desfile acabara pronto para poder estar a solas con él; se había gastado todos sus ahorros en aquella espléndida suite.

Horas después, Jean Paul llamaba a la puerta de la 218. Marié se entregó como nunca antes lo había hecho, y cuando despertó … el dragón ya no estaba allí.

76. Silbidos delgaditos de ausencias (María Rojas)

Pasarán volando las mariamulatas y yo te seguiré soñando. El viento herirá las hojas de los plataneros y tú no llegarás. El huracán revolcará la armonía de la arena, y yo ansiaré cada vez más tu sabor a madera de chonta.
Seguiré mi vida de ciudadana mutilada. Los días pésimos me pondré a parir boas constrictores de bocas negras que vivirán tan solitarias como yo. Los días pasables armaré figuritas adornadas con papelillos volantines y las lanzaré al aire. Los feriados me asomaré al balcón y te haré señas con telas ilustradas alusivas al regreso, y te silbaré dulce, tan dulce como los recuerdos que guardamos en el pueblo, de los que hace años echaron a correr muertos de miedo.

75. RUMORES

El día de la tormenta, mi hermana se pasó la tarde asomada al balcón. Parecía esperar algo que no acababa de llegar. Yo nunca la había visto ir a la iglesia, pero a ratos la escuchaba repetir frases, como una letanía. Juraría que estaba rezando.

Cuando llegaron al pueblo las noticias del naufragio del único pesquero que había salido a faenar, se encerró en el dormitorio y dejó de comer. Durante días no hizo otra cosa que llorar y leer las cartas que guarda bajo llave en el cajón del armario. Nunca me responde si le pregunto, pero yo sé que son del chico que vivía en la casa del puerto, porque huelen a pescado y a bajamar. Igual que ella cuando regresaba de madrugada, subiendo los escalones de puntillas.

Yo creo que ya está mejor, ha recuperado el apetito y a veces incluso se ríe. Anoche dormimos juntas en su cama, como si todavía fuéramos pequeñas. Al amanecer me ha despertado un sonido saliendo de su tripa: sobre un chapoteo de olas rompiendo en la orilla, se escuchaba un canto de sirena huérfana.

 

74. Las memorias de don Matías (Juana Mª Igarreta)

Don Matías, un rico y solitario octogenario, contrató a Lucía para que tomara nota de sus memorias. Quería contar al mundo su apasionante vida acontecida en diferentes países de Oriente. La joven permanecería junto al anciano hasta que este relatase el último capítulo de sus vivencias.
Día a día, mientras don Matías reverdecía emociones con cada recuerdo, Lucía modelaba sueños en el horizonte de su futuro.

Una mañana, llamó a la puerta un vendedor de alfombras tocado con turbante. La muchacha, contagiada por el embrujo de las historias del este, se vio irremediablemente atrapada bajo la turbadora mirada de ojos profundos como pozos del apuesto mercader. Él, avezado en artes amatorias, percibiendo el candor y la inexperiencia de ella, le sugirió que eligiese una de sus alcatifas. Se la regalaría a cambio de que le permitiera conocerla. Lucía, aceptando la oferta, escogió un modelo decorado con una criatura marina de larga y escamosa cola. Cuando el anciano se hubiera dormido, ella colgaría la alfombra del alfeizar de la ventana.

Al día siguiente, entre bostezo y bostezo, preguntó Lucía a don Matías:
—¿Cuántos días quedarán para finalizar sus memorias?
—Tantos como noches necesites para disfrutar de tu nueva alfombra —contestó él.

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