Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

12. Desayuno en el centro de la ciudad (Manoli VF)

Me gusta desayunar en el centro. Perder mi identidad entre la gente, porque a nadie le importa el payaso de turno y no tengo la obligación de estar triste ni alegre. Me gusta entrar con mi cara de arlequín, sin que nadie se vuelva a mi paso. Sentarme en la larga barra del bar y pedir un café negro y un zumo de naranja de máquina. Fijar mi vista en la cafetera, en los platillos de café alineados sobre el mostrador, y olvidarme de que estoy desayunando. Olvidarme de que estoy sentado allí. Olvidarme de que sigo siendo un payaso.

11. Noticia helada (Blanca Oteiza)

Afuera el invierno abraza a quienes desafían a la nieve. Los abrigos alineados dan la espalda a quien sólo busca un rato de calor. La espera se hace larga en las tardes oscuras. Al espectáculo hace tiempo que no asiste la gente. El declive se hace patente en la mirada perdida del actor. Es triste, tanto que las lágrimas borran el maquillaje que esconde su sonrisa. Para el resto de rostros es invisible, pasan a su lado sin percatarse de su soledad.
Le doy unas monedas extra al camarero y le indico que se cobre el café que apura el payaso. Éste me mira sin saber si reír o llorar. En el maletín llevo los documentos que autorizan el derribo del circo. El solar que deje será rellenado por lujosas oficinas.
La carpa espera en la fría esquina.

10. Principios

Era la quinta mañana que sucedía. El mundo se había vuelto loco. O eso, o Richard  había empezado a poner algo raro en las magdalenas. Algo que hacía que la gente se disfrazara de personas normales, grises y vulgares, para salir a la calle. Increíble.

¿Dónde estaban los duendes traviesos, las bailarinas de claqué, los piratas cojos, las reinas moras, los enanos saltarines o los niños gato? Por un momento estuve a punto de caer en la tentación de pedir algo para mojar en el café. Tenía hambre. Pero decidí que no me arriesgaría a hacer nada que pudiera impedirme ser yo mismo.

9. Turkey Dinner

Es un buen precio. Me parece bien que hagan ofertas de este tipo, sobre todo sabiendo que no todo el mundo puede permitirse una cena de «Acción de gracias» como Dios manda. La señora mayor que hay a mi derecha, por ejemplo. Está contando las monedas para pagar el café. Lo llevará justo. ¿La esperará alguien en casa? Lo dudo.

Me gusta observar a la gente que viene a esta cafetería. La mayoría tiene prisa, no sabe disfrutar de su tiempo. Llevan una vida gris, deambulando de aquí para allá, poniendo mala cara sin un motivo aparente. Qué pena. Deberían saborear cada instante de placer que emana de esa taza que sujetan entre las manos. Y sonreír. No cuesta tanto.

Yo gano si tú sonríes. Yo sonrío aunque tú no lo hagas. Regalo sonrisas y acepto monedas. ¿No me das? No pasa nada. Sonreiré igual.

La soledad me devora las entrañas como una alimaña insaciable, a la que solo puedo frenar con la esperanza de que esto cambie. Siempre hay alguien que está peor, ¿no? Esta noche tampoco me espera nadie. Pero, al menos, sí llevo sesenta y nueve centavos.

8. EL CALOR DEL AMOR EN UN BAR (Modes Lobato Marcos)

Regento una cafetería, o algo parecido.

En algunas ocasiones se transforma en un confesionario y escucho al empresario arruinado que apostó todo al rojo y no al negro, o a la anciana, madre de cuatro hijos, que pasará las Navidades en compañía de su único gato.

En otras, se mimetiza con una oficina de objetos perdidos y aparece la mujer que perdió su trabajo la tarde que el jefe se encaprichó de su cuerpo, o el payaso que extravió su alegría bajo toneladas de tarta y maquillaje barato.

Y así, día tras día, tras día, tras día…

Por eso hoy he decidido hacer barra libre, y sé que cuando la clientela deguste el «Desayuno del Chef», mi local sufrirá una nueva metamorfosis.

Y se convertirá en una morgue.

O algo parecido.

7. DE VUELTA (Eduardo Martín Zurita)

Lo primero que hice al salir de la cárcel fue comprarme un traje de payaso. Odiaba aquel uniforme tan gris, tan triste, que tuve que vestir años y años. La noche la pasé en un cilindro, hueco, de hormigón. Espalda contra espalda, el hombre tubular olía a sobacos, peor que mi compañero de celda. No obstante, conseguí no desvelarme. Soñé con la ciudad; con decirle a la gente: «Estoy aquí por buena conducta, amigos».

En la perfumería me maquillaron de payaso. El espejillo me chivó que mi gesto continuaba dominado por la angustia.

Entré en un bar para degustar felicidad. Tuve que conformarme con un café. La gente, como antes, no hacía más que mirar el horizonte del televisor. Al arlequín, ni puñetero caso. «Aquí me tienen», grité, «Soy una bella persona». Y nada. Bueno, mi vecino de barra, un tipo tosco con gafas oscuras y cargado de hombros, torció la cabeza hacia la izquierda. Apuré el café, haciendo mucho, muchísimo ruido. La boca me sabía asquerosa. El chepudo cayó fulminado y la popular ni se inmutó. Un camarero tecleaba apurado en el móvil mientras yo esperaba tranquilamente a la policía. El mango de la cucharilla estaba lleno de sangre.

6. Nadie conoce a nadie

El café está frío. Como el pavo. Como las salchichas que vende el negro Sam en el puesto ambulante de la esquina. Así lo pone en su carromato destartalado, «prueba las salchichas del negro Sam, las mejores de todo Brooklyn». Y las vocea mientras se toca el paquete con su enorme mano de antiguo recolector de los campos de algodón. «¡Charly!», «¡Charly!», me llama cuando paso y el puesto está vacío, sin conocer mi nombre ni mi cara, con la familiaridad de quien abre un agujero en sus recuerdos. Sin saber siquiera si me gustan las salchichas. Entonces dibujo en mi cara una sonrisa alegre de payaso y me excuso con un gesto divertido que provoca en el negro una enorme risotada que me acompaña hasta la cafetería; que persiste entre el ruido de la loza y las comandas; que guarnece el insípido emparedado y endulza cada trago de un café cargado en exceso. Que me aísla, por así decirlo, de la indolencia de los demás clientes. Dejo sobre la barra los sesenta y nueve dimes que me separan de Actlantic Avenue. Todavía no llueve. «¡Charly!,¡Charly!», grita el negro. Y me acerco, ahora sí, a premiar de rodillas su entusiasmo.

5. TRAS LAS BAMBALINAS (Rafa Olivares)

Eran tiempos difíciles. También para Harry Stevenson, actor, aunque hacía tiempo que no pisaba un escenario. Sin embargo, podía decir que trabajaba en lo suyo. Bien temprano, se levantaba, se maquillaba, se vestía de clown o de guerrero del antifaz y se iba al encuentro de su objetivo del día para acompañarle durante toda la jornada. Sí, estaba contratado por El Cobrador del Frac –que tampoco es que se caracterizara por el rigor y la puntualidad en el pago de salarios– y su labor consistía en llamar la atención por su atuendo para avergonzar y presionar al moroso a quien seguía. En sus tediosas horas repasaba sus propias deudas: tres semanas de pensión, varias copas en el bar de Tom, las notas pendientes en distintas panaderías y supermercados del barrio… Y la manutención de su ex, que parecía haber desistido de seguir reclamándole. Cuando cobraba, apenas le llegaba para renovar los créditos más perentorios.

Hoy, mientras al lado de su señuelo, tomaba un café que dejaría a deber, Harry meditaba sobre si alguna vez podría verse en la misma situación. Se tranquilizaba pensando que iba irreconocible y que, con alguien similar al lado, nadie sabría nunca quién era quién.

4. Carretera y manta (Esperanza Tirado)

Se aproximan las fiestas navideñas. El trabajo aumenta, aunque este año no hay demasiado. Por eso hay que hacer más kilómetros, a pesar de que la gasolina está más cara. Pero hay que vivir y cuidar los unos de los otros.

Llegamos a una ciudad con un gran descampado cerca. Que los niños puedan venir con sus padres a pie. En coche jamás se acercarían. Los ricos no vienen al circo. Si acaso lo compran, y después lo venden o lo dejan morir.

Mientras algunos colocan la carpa, otros vamos a la ciudad a por provisiones.

Hace frío. Me apetece un café caliente para alegrar mi existencia.  La mayoría piensa que la vida del circo es todo luces y alborozo. Pero es triste vivir así: sin un hogar estable, toda la vida en la carretera.

A veces me gustaría ser una persona común: levantarme temprano, trabajar en una oficina, leer el periódico mientras tomo el café de media mañana…

Esa imagen me angustia. Ya no quiero ser normal. Vuelvo a verme entre los colores de la pista mientras el trapecio se balancea encima de nuestras cabezas.

Me bebo mi café y dejo el taburete vacío.

 

¡¡ Pasen y vean… !!

3. LA ÚLTIMA FUNCIÓN (María José Viz)

 

Me siento en la barra atestada del bar. Espero unos instantes a que alguien repare en mi indumentaria. Nadie se gira.

Esta tarde, en el viejo circo, medio desvencijado, que inspira más pena que alegría, he tenido una actuación pésima, espantosa, la peor de mis veinte años de profesión. Nadie se rio. Ni siquiera pude percibir una leve sonrisa. El público parecía hecho de cartón piedra. Me acerqué a ellos e incluso me atreví a tocar el brazo de un niño. Estaba extremadamente frío. Hice lo mismo con el resto de las personas situadas en la primera fila. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Todos estaban helados e inmóviles. Entonces, corrí, desesperado, buscando la salida.

Sigo tomando mi café. ¿Qué puedo hacer? Me duele mi respiración. ¿Y si me acusan a mí? Yo no soy responsable de su muerte… ¿o, tal vez, sí?

2. Invisibles (Jesús Garabato)

Tanto tiempo aguardando y, esta misma tarde, Hope me dijo que, mientras se tomaba un café en el Sweet tear, pudo ver como alguien colgaba un cartel, solicitando candidatos experimentados para una nueva empresa de gestión de cobros. Demasiados años pasaron desde mi último trabajo remunerado y, a mi edad, ya no me veía con fuerzas para intentarlo de nuevo. Fueron muchos los desengaños. Aun así, me obligué a acudir a la cita anunciada. Hope, también, había comentado lo extraño del horario, ya que los interesados deberíamos presentarnos en la cafetería a las tres y media de la madrugada y aguardar unos minutos la llegada de un representante de la empresa. Pensando en que podría ser lo adecuado, me vestí una vez más con el uniforme de The Sad clown, lo único que consiguió darme alguna alegría en estos últimos años, regalando sonrisas a los niños ingresados en el hospital, y me vine caminando.
Sentado ante la barra, cojo el abandonado pocillo que encuentro sobre el mostrador, extrañamente frío y aún manchado de carmín, y me pregunto por qué no habrá nadie en la cafetería. Solo me resta, entonces, aguardar esos minutos.

1. EXPIACIÓN (Ángel Saiz Mora)

Sabe que para pasar desapercibido lo mejor es llamar la atención. Cierto que le miran al entrar en el bar, pero pronto se vuelve invisible. A nadie le asombra nada en esa ciudad.

Pide un café y espera. Aparece una mujer con problemas. Ella se siente mejor al transmitir sus inquietudes a un desconocido que sabe escuchar. Tiene ese don: todos confían en él sin importarles su atuendo. Hoy es payaso, otros días doctor, o policía.

Él también podría contar cosas, como la última vez que robó una cartera. Aunque lo hizo con limpieza su dueño se palpó el pecho de forma instintiva, luego empezó a sentirse mal y murió a sus pies. En la cartera había algo mejor que el dinero. Quiso entregársela a sus allegados, pero aquel infortunado no tenía parientes ni amigos.

Se despide con su sonrisa de arlequín triste, algo menos al imaginar el rostro de la mujer cuando descubra en el bolso una generosa cantidad, que costeará la operación que su hijo necesita.

El televisor recuerda que hoy se cumple una semana desde que la lotería entregó el mayor premio en la historia de EE. UU. Sigue sin conocerse al misterioso beneficiario del boleto ganador.

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