Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

2. Invisibles (Jesús Garabato)

Tanto tiempo aguardando y, esta misma tarde, Hope me dijo que, mientras se tomaba un café en el Sweet tear, pudo ver como alguien colgaba un cartel, solicitando candidatos experimentados para una nueva empresa de gestión de cobros. Demasiados años pasaron desde mi último trabajo remunerado y, a mi edad, ya no me veía con fuerzas para intentarlo de nuevo. Fueron muchos los desengaños. Aun así, me obligué a acudir a la cita anunciada. Hope, también, había comentado lo extraño del horario, ya que los interesados deberíamos presentarnos en la cafetería a las tres y media de la madrugada y aguardar unos minutos la llegada de un representante de la empresa. Pensando en que podría ser lo adecuado, me vestí una vez más con el uniforme de The Sad clown, lo único que consiguió darme alguna alegría en estos últimos años, regalando sonrisas a los niños ingresados en el hospital, y me vine caminando.
Sentado ante la barra, cojo el abandonado pocillo que encuentro sobre el mostrador, extrañamente frío y aún manchado de carmín, y me pregunto por qué no habrá nadie en la cafetería. Solo me resta, entonces, aguardar esos minutos.

1. EXPIACIÓN (Ángel Saiz Mora)

Sabe que para pasar desapercibido lo mejor es llamar la atención. Cierto que le miran al entrar en el bar, pero pronto se vuelve invisible. A nadie le asombra nada en esa ciudad.

Pide un café y espera. Aparece una mujer con problemas. Ella se siente mejor al transmitir sus inquietudes a un desconocido que sabe escuchar. Tiene ese don: todos confían en él sin importarles su atuendo. Hoy es payaso, otros días doctor, o policía.

Él también podría contar cosas, como la última vez que robó una cartera. Aunque lo hizo con limpieza su dueño se palpó el pecho de forma instintiva, luego empezó a sentirse mal y murió a sus pies. En la cartera había algo mejor que el dinero. Quiso entregársela a sus allegados, pero aquel infortunado no tenía parientes ni amigos.

Se despide con su sonrisa de arlequín triste, algo menos al imaginar el rostro de la mujer cuando descubra en el bolso una generosa cantidad, que costeará la operación que su hijo necesita.

El televisor recuerda que hoy se cumple una semana desde que la lotería entregó el mayor premio en la historia de EE. UU. Sigue sin conocerse al misterioso beneficiario del boleto ganador.

117. Fugitivos

De este lado hace frío, siempre, aunque del otro la luz sea primaveral o tórrida. Acechamos envidiosos vuestro mundo y, aunque soléis asomaros al nuestro en soledad, sabemos que allá las manos a veces tiemblan al rozarse, los besos son húmedos y los abrazos ahuyentan el miedo. A veces una piedra, un disparo, un terremoto nos permiten escapar, dejando a uno de vosotros prisionero en las esquirlas de la frontera rota. Años de vigilancia nos permiten desenvolvernos con naturalidad −saludar al portero, atender a los clientes, compartir las noticias−, pero algo nos delata: un recuerdo de cristal en la voz, la inversión de la ligera asimetría del rostro. Algo que solo perciben quienes deberían querernos y que les provoca un rechazo instantáneo. Y así, condenados a la soledad en compañía, seguimos siendo lo que siempre hemos sido, el gélido reflejo de un ausente.

116. La Bella Durmiente

Cuando el hada madrina llegó al castillo y entró volando por la ventana en la habitación de la princesa, supo al momento lo que necesitaba aquella joven que dormía plácidamente.

Agitó su varita  y ante ella apareció.

El enorme dragón se acercó a la cama donde yacía la princesa y con su cálido aliento acarició su mejilla.

La princesa , soñolienta, abrió los ojos perdiéndose en el verde intenso de esa mirada que la acechaba. Se incorporó, sonrió agradecida al hada madrina y alzó los brazos.

El dragón la asió con mimo entre sus garras, y en la ventana desplegó sus alas desapareciendo en el horizonte.

 

115. Amor libre (Nieves Torres)

Fue un sueño cumplido. Cuando la traje a casa solo podía pensar en lo felices que seríamos. Adapté las comidas a sus necesidades y tiré la pared que comunicaba el baño con el dormitorio, para poder verla desde la cama. Volvía a casa corriendo cada día después del trabajo solo para verla, le cambiaba el agua con frecuencia, le leía mis cuentos y ella parecía feliz. Pasaron tranquilas las primeras semanas, pero pronto empezó a palidecer, su pelo se oscureció y ya no volvió a sonreír.

Ahora vengo a verla todos los días al acuario y solo nos besamos a través de un cristal, pero el brillo de sus ojos y el azul de su cola no pueden ser más intensos.

114. NOCTURNO

Los contempla con expectación pero con temor. Sabia que existían pero jamás los había visto.

Estaba prohibido, esa noche especialmente. Todo tiene que ser suceder en la oscuridad, en secreto,mientras duermen o lo fingen.
Se emociona con la novedad. Por fin podrá descubrirlos y contarlo. Debería ser un secreto, pero la ilusión le desborda.
Es la hora..Pasos silenciosos, observar sin ser visto, contar con la suerte y actuar.

Lo consigue .El corazón le desborda el pecho. Siente los latidos de la primera vez.

El jovencito deposita sus primeros regalos en la noche mágica. Ha sustituido al pobre rey ya anciano.
Los niños, esos seres que acaba de vislumbrar, sueñan plácidos, quizás con él, el de la corona más reluciente.

Es su primera misión y cuando regresa y sube sobre su camello se siente flotar, como un chiquillo.

A lo lejos la estrella sigue brillando.

113. Magía y amanitas

Sentada en una rama de roble se entretiene limpiándose las alas con su varita. Desde su atalaya observa al muchacho. Lleva una cesta de setas con níscalos y rebozuelos junto a otras setas venenosas, cortinarios y amanitas ¿Qué extraño? ¿Cómo se habrá equivocado? se pregunta. Sin pensarlo, alza su varita y dispara un certero hechizo para liberar el cesto de la muerte.

Abstraído por la búsqueda,  no repara en ella. Está ciego de preocupación. Al pueblo han llegado unos hombres que quieren probar la existencia de la hadas . Pero antes de salir de caza, han pedido cenar el suculento plato de setas típico de la región. Sin dudar se ha ofrecido para ir a buscarlas. Añadirá una pequeña dosis de las venenosas junto con las comestibles para que siga creciendo la leyenda de este lugar maldito. Esta noche cazaremos comentaban en la cena, lo conseguiremos decían mientras se dirigían al bosque sonriendo al muchacho.

Despertó aterrada en un diminuto frasco de cristal. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo podían verla aquellos hombres de ciudad si…? Pero al reparar en el muchacho comprendió. Sólo quién comía amanitas venenosas y sobrevivía, adquiría el don de verla brillar en la oscuridad del bosque.

112. Inmortal (María Elejoste – Mel)

Una tarde más se acurruca en su rincón de la más alta torre del castillo. Desde su atalaya divisaba toda la comarca, cientos de leguas en derredor,  los pastos del norte con olor a hierba recién cortada, el trajín de los pueblos del valle y sus gentes, y el galopar  de los caballeros que se dirigían a palacio a rescatar a la bella princesa. Ahora la oscuridad y el silencio envuelven el torreón.

Suspira y abre su cofre de recuerdos: Un trozo de espada quebrada del príncipe valiente, el único que consiguió sortear el foso y enfrentarse al temible dragón.  Murió abrasado,  como otros cientos, pero solo a él le recuerda porque fue el que hirió a la bestia.  También está la corona de la bella durmiente,  aún brilla un poco, aunque su dueña se apagó hace ya siglos soñando con un rescate que nunca llegó.

Se frota la cicatriz, tose volutas de humo que ennegrecen sus antaño brillantes escamas y de sus grandes ojos amarillos por primera vez en su vida resbala cálida, una lágrima de dragón.

111. CANDELA (Yolanda Nava)

Va a hacer un año de lo de Candela. La nota que dejó está tan manoseada que pronto será ilegible. No importa. Nos la sabemos de memoria. Que se va a un lugar mejor y lo hace en buena compañía, que estará bien. Que nos quiere.
Los días de viento llegan a nuestra casa, desde el río, extraños sonidos, voces cargadas de lamentos en las que intuimos a Candela, pero cuando salimos fuera esperando encontrarla no hay nadie y solo se escucha el silbido natural del viento entre los árboles.
Ya no le hacemos caso. Cuando sopla muy fuerte, papá sube el volumen de la tele, mamá enjuga el torrente de lágrimas azules con las que siempre la llora en el pañuelo que nunca termina de bordar, y yo intento aplacar el aguijoneo de mi conciencia. Una promesa es una promesa, me repito, y si aquel tipo era capaz de convertir un pañuelo en una paloma, no tendría problema en hacerla cruzar el río pese a que no sabía nadar.

110. Hongos mágicos.

Siempre es allí, imagínense, rumor soporífero de un arroyo, paisaje idílico y mi predisposición innata a la melancolía y la ensoñación, todo hay que decirlo, y empiezan a brotar. Es como un trance del que creo ser consciente pero que no puedo frenar, o no quiero, no lo sé.

No lo comento mucho por ahí, por si atar me quieren, y menos aún dejo que los lean, no fastidies. Me dicen que son las musas unos, los duendes y ninfas del lugar otros, e incluso algún hongo de por ahí y sus ligeras esporas pudiera ser.  Ni idea, francamente, yo sólo sé que de vuelta llevo el cuaderno rebosante de letras, de vida.

¿Mirarme en los charcos pequeños es locura?
No, locura es mirar intentando buscarte,
es mirar a mi alrededor y no hallarte.
Locura es vivir sin amor, no tocarte.
Mi loco amor que da vueltas y no para,
ni un segundo para su locura.
Quisiera detenerlo para poder contemplarlo,
no puedo, o no quiero, es una locura.
Vivir por vivir es morir sin tu dulzura,
amarte es mi pasión, mi locura…

 

Esto van a ser las dichosas esporas esas, fijo que son alucinógenas.

109. MORDIDA

Sentado a la máquina me parecía un dios creador de mundos. Sus dedos, ágiles sobre las teclas, desataban un estruendo de percusiones metálicas. A su ritmo, la linotipia escupía mayúsculas, minúsculas y signos de puntuación que, como soldados, formaban en hileras perfectas hasta completar una página. “¡Es magia, abuelo!”, gritaba yo desde el asombro de mis ocho años. Y entonces él me instruía en su magia con palabras misteriosas: magazín, lingotes, matrices… Pero la que más me fascinaba era “caldera”, aquella marmita en ebullición  cuya hambre se saciaba con plomo.

La advertencia de no acercarme a ella llegó tarde ese día: un chisporroteo de metal fundido me salpicó la mano. El agua del cubo siempre lleno para estos casos vino al rescate y, sobre el escándalo de la linotipia y mis llantos, mi abuelo sentenció: “Ahora ya sabes que la magia muerde”.

Desde entonces, una constelación de cicatrices minúsculas me tatúa en la mano la memoria de mi abuelo, y quiero pensar que también su herencia: alguna vez me ronda un rumor de dientes y, sentada al silencio de otra máquina, me atrevo a hacerla escupir letras con mayor o menor fortuna.

A mi abuelo Paco

108. Errores, enanos verdes y trueques (towanda)

Cada suceso trascendental de mi vida aconteció por error. El primero, que papá y mamá se conocieran porque quedaron enganchados. Al poco, nací yo. Radiante hijo único hasta que pergeñaron darme una hermanita, en lugar de la bici que durante meses demandé.

Compartir mi cosmos con aquella llorona, me ensombreció.

Y que mis padres me nombraran hermano-canguro, el día de su aniversario, añadió otra torpeza a la lista.

Cuando les vi alejarse, destrocé mi hucha y corrí hacia la tómbola. Compré dos boletos. Arriba del todo, la bicicleta más majestuosa del mundo. El primero no resultó premiado. Recé, cruzando los dedos. Con el segundo, conseguí una estúpida máquina de coser.

Regresaba a casa hundido, arrastrando aquel pesado cacharro, cuando un tipo bajito y saltarín, vestido de verde, con sombrero de tubo de estufa, me propuso algo al oído. Mi mayor error.

Los años siguientes residí en diferentes centros. Aislado. Con severos terapeutas. Nadie creyó mi historia. Mis padres, tampoco. Debían odiarme porque jamás recibí sus visitas. Pasado el tiempo supe que huyeron cuando mamá enloqueció.

Cada septiembre regreso al pueblo. Continúo buscando a aquel enano cabrón para deshacer el trueque. Necesito devolverle la maldita bici y recuperar a mi hermana.

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