Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

85. NÁYADES SUPERVIVIENTES

Hace no mucho tiempo los campos parecían jardines. Cualquier pedazo de tierra, por pequeño que fuese, era fértil. Los ciclos estacionales eran rutinarios Los ríos corrían bulliciosos y las fuentes brotaban con vigor. Las gentes no sólo cuidaban sus propiedades sino el medio en el que vivían. Las náyades se sentían mimadas y ellas a su vez protegían el preciado líquido en el que habitaban. La armonía se sentía, se respiraba.

No se sabe bien cuándo el perfecto equilibrio comenzó a desmoronarse. El primer signo fue la presencia invasiva de zarzas y malas hierbas. Le siguió una inactividad  colectiva, que giraba la cabeza para no ver esas manchas disonantes. La exuberante maleza comenzó a expandirse libremente. Las plantas crecían sin control y pugnaban entre ellas por conseguir luz y alimento. Las aguas se tornaron turbias, espumosas, aceitosas e incluso pestilentes.

Las náyades, otrora vivarachas y locuaces, comenzaron a languidecer. En la misma medida en que ellas dejaban de hacer elegantes volteretas y traviesas cabriolas el agua perdía su capacidad de oxigenación. Las náyades se fueron debilitando y sólo algunas, las más fuertes, sobrevivieron. Localizarlas hoy es tan arduo como encontrar una fuente de aguas cristalinas.

84. Wendy

Su tiempo se agotó, con dulzura en el aire la magia se desvanece y ya muy próximo se advierte el momento de marchar. Aunque… tal vez… ¿Y si al fin no resultara ello preciso? ¿Y si hallara el modo de esquivar tan tristísima partida?
Entre la ilusión, la fantasía, el deber y la razón, la niña se debate indecisa mientras, a lo lejos, la luz de una ventana para ella siempre abierta aguarda con paciencia su regreso. Al oído un rumor de campanillas, un susurro muy dulce y muy bajito que dolorido le murmura: <<Nunca jamás olvides>>. Un dedal sobre su pecho, cerca, muy cerca, del corazón. Para siempre en su recuerdo, quizá muy pronto diluido entre sus sueños, un muchacho de sonrisa pícara y valiente que a duras penas oculta el dolor que sus ojos gritan. Y una despedida: <<Segunda estrella a la derecha, ya sabes, todo recto hacia la mañana. Siempre allí te esperaré>>.

83. EXTRAÑOS EN LA LADERA (Nani Canovaca)

Las plantas no necesitaban riego porque había diluviado, pero yo sí que precisaba acercarme a verlas. Era algo vital para seguir en la tarea cotidiana. Sabía que la recovera no me engañó cuando me vendió las semillas y me dijo que no eran como las otras de temporadas anteriores. Después de la intensas lluvias recibidas, tenía la certeza de que algo se habría transformado así que me asomé tapada con mi viejo chubasquero y comprobé como habían crecido una ramitas de las que salían unas protuberancias donde suponía saldrían hojas y más tarde, los capullos de mis maravillosas plantas. Al día siguiente ya los capullitos apuntaban con cierto colorido en los extremos, de donde al tercer día, empezaron a emanar personajillos delicados y variopintos. Algunos tenían alitas y volaban alrededor de las plantas, otros llevaban en sus manos notas musicales que eran con lo que se identificaban. Desde entonces, no estuve nunca sola, no me faltó música, ni alegría por doquier. Tuve que adiestrar al gato y al perro, porque al principio quisieron lamerlos y alguien podría salir mal parado pero más adelante, formamos una gran familia junto a los que supieron aceptarnos y conseguir descubrir un mundo de ensueño.

82. La madriguera (Mónica Rei)

El mago Wonderland va desgranando sus trucos de ilusionismo. Los clásicos, los que nunca fallan y el público espera de un veterano como él. Ni estatuas de la libertad que desaparecen ni personas que viajan en el tiempo y en el espacio. Espejismos no. Trucos familiares, acogedores. El número con el pañuelo que crece sin fin y luego, en un plis plas, desaparece. O algún clásico de cartas como el del as de corazones que retira del mazo y, sin saber cómo, vuelve a la baraja.  Por supuesto, el inevitable del cajón en el cual el mago corta a su ayudante en varios pedazos para que luego ella salga incólume y tan contenta.

El del conejo en la chistera no. A ese truco se niega en redondo. El maldito conejo blanco. Ese no lo hace desde aquella vez en que se le complicó tanto. Si solo fuera el conejo… , pero es que detrás del conejo salió el gato y detrás del gato la niña y aquello ya no hubo forma humana de pararlo.

81. ESPERANDO A AUGUSTO (Isidro Moreno)

«Ser o no ser, esa es la cuestión», se preguntaba Aureliano Buendía ante el pelotón de fusilamiento y con los ojos vendados cuando percibió que violentamente lo asían por el brazo y lo izaban hasta la grupa de Rocinante para huir junto con D. Alonso Quijano.

Habiendo llegado a Barataria, fueron recibidos por Le Petit Prince, quien con regia calma les condujo ante el Capitán Nemo pues, al parecer, eran invitados a su mesa colmada de ricos manjares. Aureliano, escéptico como siempre, preguntó al Principito dónde estaba el tal Nemo y la mesa de viandas, a lo que el joven príncipe, de rostro angelical y manto de armiño, le susurró al oído que «lo esencial es invisible para los ojos».

El examen de literatura había comenzado hacía un buen rato, pero la noche anterior en vela, las anfetaminas y el sueño le confundían sobremanera y en su folio de examen sólo había escrito una línea: El Ingenioso Hamlet, que viajó veinte mil leguas por un pequeño planeta y durante cien años en solitario…

Miró al estrado buscando inspiración y seres reales para alejar sus fantasías. Sin embargo, sólo pudo constatar que el dinosaurio aún no había llegado.

IsidroMoreno

 

80. YO NO CREO EN LAS MEIGAS, PERO…

Del día que te ahorcaste, apenas recuerdo nada. Los silencios de la casa, inundados por el crujir de la madera bajo los pies del dueño de la funeraria. Que era enorme. Y tuerto. Eso sí que lo recuerdo. Y que no te descolgaron hasta que llegó el juez de paz, que no vino hasta que no acabó su partida de dominó. Lo esperé a tu lado, con la vista fija en tus zapatos de domingo. Pensando en por qué llevabas el izquierdo desatado. O por qué te habías atado el derecho. También recuerdo que no fui capaz de levantar la vista más allá de tu cintura. Tus piernas colgaban inertes. Me entró el absurdo deseo de empujarlas para provocar un movimiento pendular y cadencioso, como el de esos tentetiesos con los que juegan los bebés.

No recuerdo nada más.

El tuerto te llevó a la habitación. Y nos quedamos allí solos. Fue en ese momento, cuando vi tus ojos abiertos.

Supongo que a los muertos no les queda más que eso. Una imagen congelada en la retina. La última que han visto. O la última que hubieran deseado ver. Y allí, dentro de tu pupila, estaba ella.

Haberlas, haylas.

 

 

 

 

79. BOSQUIHUMANOS

Apostaron por detener la caravana en un precioso claro que se abrió ante ellos . Valeria y Pablo, con sus 8 y 10 años respectivamente eligieron junto a su padre las bicicletas para disfrutar del entorno. Mientras, la madre y el pequeño Enol de cuatro añitos, optaron por colgarse las mochilas y emprender una pequeña  excursión. Volverían todos  para la cena.
El niño se maravillaba de todo lo que acontecía durante la marcha, un ordenado ejército de hormigas desfilando con paso marcial, unas ardillas que apenas logró ver por la rapidez de sus movimientos y un escuadrón de pájaros emitiendo sonoros trinos. Lo que no sabían era la cantidad de ojos que les vigilaban durante el camino de vuelta, como queriendo asegurarse de que no tendrían sorpresas. Los niños ya dormían. Sus padres desde afuera, observaban cómo el sol escondía su cabeza en el horizonte tras nubes anaranjadas. Enseguida palideció el cielo y perlas líquidas de rocío vistieron de plata la hierba.  El bosque ya  era un clamor de silencio, el descanso de sus moradores estaba en buenas manos, el centinela de los sueños jamás dormía…menos aún con invitados.

78. Año 2020. Game over (Pablo Núñez)

Entre ecos de disparos, gritos, llantos, los niños han perdido la infancia y han olvidado la magia. Los seres que acompañaban sus sueños han desaparecido, y los que sobreviven se han refugiado en un tugurio camuflado por la sombra de la muerte donde sienten, por primera vez, el dolor de lo real. Cenicienta ya no quiere ser princesa y ha cambiado sus zapatos de cristal por somníferos que le hagan olvidar el presente. Blancanieves busca otra manzana para volver a sentir la paz eterna. Los hobbits se pelean con los elfos mientras los enanos de Narnia, los únicos felices, se besan sin pudor ahora que por fin han salido del armario. Campanilla alterna con brujos y Gandalf le pide una caricia a cambio de un anillo ennegrecido por el odio. Caperucita canta un blues de Howlin’ Wolf, con la voz rota, poseída por el alma de su difunto lobo. Peter Pan y Garfio balancean sus cabezas al compás de la música, al tiempo que ahogan en ron recuerdos oxidados de viejas batallas. Esperanzados, brindan por el futuro, pues aún creen que comerán perdices. No sospechan que en menos de once palabras, colorín ¡fuego!, colorado ¡sangre!, su cuento se habrá acabado.

77. PASE MISÍ

El “Pase misí, pase misá” nos arrebató a Cayetana. Ni siquiera dio tiempo a que escogiera entre el sol o la luna. Al meter la cabeza bajo las manos enlazadas de Purita y Jimena no volvió a sacarla por el otro lado. Fue como si se hubiera colado a través de una cortina invisible por la que desapareció, dejando tras de sí solo un olor de manzanas a oscuras. Las dos se quedaron balanceando los brazos ya sin sentido. Mirándose, mirándonos, mirándose otra vez, mirando hacia donde ya no estaba Cayetana. Ninguna entendíamos lo ocurrido ni supimos explicar nada más que esto a la directora, que aparentemente tampoco le dio mayor importancia y dijo que esas cosas pasan. Estuvimos días hablando de ello al acostarnos. Todas reconocíamos que llevaba tiempo muy rara, siempre pendiente de los haces de luz que entraban por los ventanales. Coincidíamos en eso y en que, conociéndola, ella habría elegido la luna. Estábamos seguras.

76. El espíritu de los libros Virtudes Torres

Amaba el silencio y lo encontró rodeado de libros. Podría decirse que “vivía” en la biblioteca.
Procuraba pasar desapercibido. Leía hasta altas horas de la madrugada.
En los libros de Teatro fue Don Juan, Hamlet, John Proctor, aunque su personaje favorito era El fantasma de la Ópera.
Luchó contra molinos con Don Quijote; fue pirata en los de Aventuras navegando por los siete mares; se sintió en su salsa cuando descubrió “Los piratas fantasmas” de William Hope Hodgson.
En el estante de Cocina vio un catálogo de espiritosos, donde se encontró a sus anchas; hasta que llegó al anaquel donde descansaban los libros Esotéricos.
Su curiosidad pudo más y, siguiendo las instrucciones, quiso hacer una ouija.
A la pregunta: ¿Hay alguien ahí?… apareció la bibliotecaria.

75. EN BUSCA DE LA MAGIA PERDIDA (Una historia real)

Me encontraba vacío, inmerso en una crisis interior que me asfixiaba. Llegué a sentir que me moría, me faltaba luz y me sobraban sombras. Necesitaba respirar nuevos aires.

«Todos necesitamos encontrar nuestro camino de baldosas amarillas», leí en internet. Me pareció una cursilería, pero respondí. Pregunté por el ser mágico que, cada noche,  hace realidad los sueños de los contadores de cuentos. Para mi sorpresa, obtuve respuesta. Me dijeron que impartía clases en un instituto de Madrid.

¿Sería cierto? Los visité todos, uno a uno, pero no estaba allí. «Se fue al norte», susurró el viento. Recorrí caminos, pregunté bajo la lluvia, me refugié en castillos de letras. Unas montañas me indicaron la ruta que debía seguir. Ascendí y bajé, me perdí y, por fin, encontré el sendero que me guiaba hasta él.

El Sendero del Agua.

Y, desde entonces, esta noche te cuento.

Para Jams

74. Dietas y tentaciones de Ulises

Se ató al palo mayor en un momento de cordura. ¡Dios, cómo le dolía el alma cuando empezaron los susurros y las olas agitaron el cascarón de su cuerpo! Cuando llegaron los perfumes que le atravesaron de parte a parte como un clavo hincado en la madera; cuando percibió el calor de su piel de terciopelo que convirtió sus poros en un bosque de falos enloquecidos; ¡Dios, cómo le dolía el alma! Maldijo aquel momento de cordura en que decidió sujetarse al palo mayor para no sucumbir a sus cantos de sirena, para no morder sus manos, sus brazos, su cuello; succionar sus ojos, sus tetas, su sexo; maldijo el momento en que tuvo que abandonar la consulta con los ojos de aquella ninfa inalcanzable clavados en su espalda. El pasillo era estrecho, demasiado estrecho para un cuerpo de ciento cuarenta kilos tan hambriento, tan sin voluntad. Estaba impaciente por comenzar la rigurosa dieta que le había recetado… o quizás no. Se detuvo. Se palpó los bolsillos como el que recuerda súbitamente algo y se dio media vuelta. Habían olvidado fijar el día de la próxima cita. Dejó la cordura sobre una silla del pasillo y entró en la consulta.

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