Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
0
horas
2
2
minutos
5
0
Segundos
1
2
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

54. Marina

Una madrugada cayó en mis redes… O eso pensaba yo. Aceptó gustosa mi invitación a bailar. La profundidad abisal de sus ojos azules, la radiante sonrisa coralina, la suave brisa producida por sus movimientos y la manera de mecerme con el tono de su voz, fue lo que me atrapó a mí. Esa primera noche también descubrí sus besos.

Lo que no estaba a la vista era mucho más valioso, más grande… Tenía una personalidad iceberg. Se quedó en mi vida tan sólo unos meses. Conocí su lado más tempestuoso y también su cara más afable. Navegué por su cuerpo, me asomé al perfil de sus acantilados, disfruté recalando en sus más íntimas calas. Un día, mientras visitábamos a unos amigos, se asomó a la ventana del salón y, según sus propias palabras, sintió que había encontrado su verdadera identidad. Quiso llevarme consigo, pero fui un cobarde. No me atreví a destrozar mi matrimonio, siguiéndola. Se despidió con un simple beso que me dejó un bouquet de salitre. Aquel día, a mí me dio vértigo su misteriosa inmensidad y ella supo que no podía echar raíces.

53. El pueblo silencioso

El día que murió Félix, el viejo pescador, su sirena, a la que todos creían muda, comenzó a entonar un canto melancólico y se negó a irse de su hogar. Los hombres parecieron despertarse entonces de un profundo letargo, y al querer responderle con sus voces oxidadas, las mujeres se armaron de uñas y coraje para enganchar las olas que rompían en la playa más cercana y poder arrastrarlas hasta la vivienda del difunto. Por la noche, la marea alta terminó su trabajo mientras ellas amarraban a los maridos con sus cuerpos de mujer tras la llave del dormitorio.

A la mañana siguiente el pueblo volvió a amanecer en calma. Una marca húmeda en la pared, bajo la ventana desde la que a ella se la oía cantar, delataba dónde había llegado el oleaje. Las mujeres dijeron que el mar pudo haber recuperado lo que le pertenecía, pero cada una se aseguró sellando algunas noches más los oídos de su hombre con palabras de novia enamorada que adormecían el eco de aquella voz. Y aunque ellas no tardaron en enmudecer, la rutina se encargó de cercenar los días poco a poco, poco a poco, haciendo olvidar también su silencio.

51. Volveré (Carmen Cano)

Él partió una madrugada. En sus ojos, la querencia del mar; en la banda de babor, el nombre de su adorada.

-Escribe. Te esperaré.

Cada amanecer ella se asomaba a la baranda azul del balcón. Al principio llegaban cartas desde playas de arenas finas, puertos remotos y acantilados azotados por las olas. Las palabras de amor sabían a inmensidad, a brisa cálida o a dulces bahías.

Una mañana halló en su baranda el rostro astillado del mascarón de proa. Su corazón quedó sin timón ni remos. Soñaba con oleajes, con mares de espuma amarga. Pero descubrió una estrellla prendida en la balaustrada y otro día, un caballito y, más tarde, caracolas con el rumor del océano.

Ahora pasea descalza por el muelle.

-¡Ahí va… la loca del náufrago!

Su amante submarino la colma de extraños peces, de ramos de posidonia y de lejanos corales. Ella desoye las voces ajenas y hace sonar las conchas de sus collares. Es dichosa porque se sabe la novia del ahogado que siempre vuelve.

50. La otra Elena (towanda)

Tres cabellos, su cepillo de dientes y algún objeto especial de la difunta. Para evocar sus recuerdos. La empresa aseguraba satisfacción absoluta .

Estaba ansioso por abrirlo, pero aguardé que Candela regresara del colegio. Desenvuelto el fardo, quedé paralizado. Era idéntica. Quizás, el pelo más largo o los ojos, aunque copias exactas, me parecieron distintos. Alegres. Candela se aferró a su pierna sin dejar de llamarle ‘mamá’. Esa noche permanecí mudo, examinándola fascinado. Acostó a la pequeña y se dirigió a la alcoba. Nervioso, fingí dormir. Ella me besó.

Al amanecer, quiso salir a nadar. La otra Elena dejó de hacerlo hacía años. Dije sí a nadar; a bailar desnudos sobre la hierba; a volar cometas; a manosearnos bajo la mesa; a comer palomitas; a hacerle y deshacerle el amor… A todo.

Semanas después, la encontré asomada al balcón. Tenía medio cuerpo fuera y acariciaba aquella manta infantil. Mirando como el otro otoño… Temí que todo se repitiera. Que los viejos demonios hubieran emponzoñado ese objeto especial que yo mismo elegí… Grité. Desesperado. Exánime. Presa del terror. Como entonces.

Se giró despacio. Estremecida. Dijo haber sentido un impulso extraño por volar, pero, oyéndome temblar, supo que ese recuerdo no le pertenecía.

49. COMO LA GRACE KELLY (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

─ Un nuevo día de primavera. Este año será diferente. Mi suerte va a cambiar. Siento que la fortuna me ronda. Me escogerán en el casting. Luciré modelos de modistos ilustres. Se enamorará de mí un futbolista famoso o un actor de moda o un político con futuro. Nadie tiene la elegancia de mis andares. Seré la reina de las pasarelas. Seré portada de revistas del corazón. Viajaré al otro lado del mar.

─Que me dé el sol en la garganta, en el sitio en que se juntan mis clavículas, en ese hoyo donde dicen que anida el alma. Que el aire del mar llene las branquias de mis pulmones. Soy un pez volador sobre lagos azules.

─ Irene, espabila, que vas atrasada ─tronó la voz autoritaria de la gobernanta.

Vuelta a la realidad. Otro día más y la leche de las ilusiones derramada por el suelo y la herrada caída, rota, desvencijada de tablas y herrajes.

─Lagos azules, sí, azules. En mi vida solo habrá un lago, el que llena el cubo de esta fregona. Camarera de piso, una kelly de 400 habitaciones al mes a dos con quince euros cada una, con horario de entrada pero no de salida.

48. VACUIDAD

Embozada en una gruesa bufanda de lana gris mi hija recitaba, como en un susurro, el mantra de Yakir Aharonov. Yo la escuchaba en silencio. La seguí con la mirada cuando con decisión abrió las contraventanas, curioseó unos instantes a través del cristal y con un movimiento liberó los ventanales que se desplegaron de par en par. Fuera, gruesos copos como algodón se descolgaban suavemente del cielo. Ella salió al balcón engalanado. En la calle la multitud aplaudió y un joven desenfundó su cámara y llevándosela al rostro hizo una foto. «Aquí se la dejo, ha quedado muy bien» y la acepté guardándola con todo cuidado.

¡Om!

Al atardecer un aire cargado de polvo acarició paramentos, buscó huecos entre los sillares y recorrió estancias. Llenó de caracolas una plaza sin vida. Los perros no ladraban, las torres estaban arruinadas y el cielo era azul. «Soy prisionero de este presente porque hay un futuro» pensé.

Y la rueda giró una vez más.

Unos arqueólogos de hábiles dedos limpiaron aquel pequeño tesoro: la imagen de una bella mujer mitad pez que sonreía desde el principio de los tiempos. Entonces decidieron llamar a aquella tierra, en su honor, el Mundo de la Sirena.

47. Sobre todo, gracias (Javier Palanca)

Sí. Tengo teorías que no suelen conjugar con la mayoría, más bien con casi nadie. Y no sé por qué es. Tal vez un mal golpe que me di en la infancia, y no recuerdo, o porque ya venía así de fábrica.

Algunas me las han comprado mentes algo destarifadas que se aproximan a la mía, pero la de que el suicidio se debe realizar en el gran momento de tu vida y no en el más miserable, nadie parecía entenderla.

Pero justo hoy, Carla, mi mejor amiga, se ha lanzado desde el balcón y se ha dejado engullir por la eternidad tras despedirse de su mejor amante en su día más preciado.

Por un lado, me congratula que se haya ido feliz y por otro que alguien por fin me haya entendido hasta tal punto. Y ahora mismo, me embarga una alegría desbordante.

 

46. Naufragios

Fui su sirena y no tenía que esforzarme. Nadábamos en el mismo agua; las corrientes abisales nos llevaban a retozar en los bancos de coral. Trenzados entre sargazos nos cruzábamos en la singladura matutina con ondinas y ninfas nacaradas de cabellos medusa. Pero sus ojos de Neptuno enamorado nada más seguían la estela de mi aleteo sinuoso. Recorrimos a dúo los siete mares, descubrimos cuevas de piratas, robamos de sus baúles rebosantes las perlas negras, nos emborrachábamos de burbujas de ola. Vestida de posidonia y escoltada por un banco de emperadores apareció un día cualquiera una nereida que le nubló los sentidos. En la deriva perdí casi todas las escamas. Aprendí en la calma chicha a quedarme en la orilla; me entretenía con las doradas, jugaba al escondite con los hipocampos, a veces buscaba caracolas en los fondos marinos, pegaba con espuma estrellas de cinco puntas en un libro de sal, escribí poemas en la arena, redacté la enciclopedia del mar. Desbravado y manso, con ojitos de tritón volvió después de la tempestad a buscarme y no quise. Yo ya era otra.

45. Circularidad de los sueños

Nadie repara en aquel hombre sentado en la terraza de la cafetería que maneja el lápiz con movimientos suaves y precisos. Trazo a trazo reproduce hasta el último detalle de la vivienda abandonada que tiene enfrente. Pese a ello, solo es capaz de desterrar la sensación de que el dibujo está incompleto cuando añade una figura femenina, a la que su imaginación atribuye el hechizo de una sirena. Sin que nadie se percate, una mujer asoma por la ventana de la casa con la mirada puesta en los restos de esa antigua cafetería clausurada hace ya tiempo. Un anhelo imperioso le invita a cantar una oda al amante con el que fantasea. Su voz es de las que subyugan sin remedio. Cautivo de aquellas notas, aparece un artista con lápiz y papel en mano.

Nada de esto advierten los transeúntes que diariamente cruzan ese espacio entre la cafetería y el caserón. Como tantas otras cosas, pasan desapercibidos, transitando hacia destinos sin futuro, abarrotados de sueños que siempre acaban igual que empiezan.

44. «Un instante de Eternidad»

¿Creéis acaso que importa que me mire? ¿Si me dedica o no su despedida?

¡Pues os equivocáis!

Es mi dicha tener la ocasión de haberla descubierto, saber que existe, sentir la plenitud de su vida en mi interior.

Vivo para capturar su esplendor; todo perfección, tanta, que consigo palpitar extasiado al unísono.

Me embriagan sus emociones como si fuera ella.

 

¿Sabes quién es?

¿Quién soy?

¡Quién eres!

¿Qué te motiva, qué te impulsa?

 

Yo lo sé, mi meta es disfrutar la belleza que respiro.

Es mi utopía.

Experimentar un instante d’éternité.

LLUEVE (Fuera de concurso)

Cuando era una niña colocaba un vaso grande de cristal en la repisa de la ventana. El vaso se llenaba de agua fría.
Ahora en mi región llueve poco -pero muy poco- Algunas veces el cielo se pone de color gris con nubarrones, que ocultan el sol. Entonces se oye una tormenta de truenos y algún que otro relámpago !Pero de agua nada!
Mi región es de secano, así la llaman, sus montes escasos de árboles frondosos -algún que otro pino- lo que más abunda es una vegetación de tomillo, romero, algunos palmitos. En mi juventud los campos estaban sembrados, llenos de flores silvestres, amapolas y margaritas.
Últimamente nos aparece una niña con nombre de «LLUVIA», vestida de negro, escondida en una calle y desde la esquina nos quiere mirar, pero no nos mira.
Entonces me viene a mi el recuerdo de esa película de Gene Kelly «Cantando bajo la lluvia». El arreglado con sus zapatos, americana ceñida, nos baila con su paraguas, en esa escena vemos como cae la lluvia pero su ropa intacta, no se moja. Así está mi región, que es tan poca la lluvia que cae, que ni moja, ni empapa.

43. EL TAPIZ (Paloma Casado)

Hay una imagen de ese día. En ella se ve a la mujer en una ventana de la que cuelga el tapiz que representa la cola de un pez. Se podría fabular con la ensoñación de una sirena, pero esta es la historia del tapiz.

Lo compró el hombre más poderoso de la comarca encaprichado de su dibujo. Amante de los animales marinos, Don Salvatore odiaba a los periodistas.

Como poseía un sentido el humor refinadamente macabro, envió a la redacción del diario que informaba de sus oscuros negocios, no una cabeza de pescado envuelta en un ejemplar del periódico, sino el periódico envuelto en la cabeza de pescado resultante de dividir en dos la tela. El director entendió enseguida la amenaza y también el resto de la ciudad al encontrar la otra mitad colgada en su mansión.

Ahora nos fijamos en la criada que se asoma a la ventana; está esperando ver aparecer a su patrón. Entonces deberá avisar al comando que está colocando algo dentro de la casa. No han querido darle detalles, solo que antes de una hora determinada salga con cualquier excusa y corra hasta la estación para coger un tren. El primero que pase.

Nuestras publicaciones