Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

39. Paciencia, mi niña (Luisa Hurtado)

Juntos fuimos compañeros de juegos, no se nos olvida; aunque el tiempo haya hecho mella en mi cuerpo, este haya crecido y tú me mires, desde la esquina, sin saber qué separa al hombre en que me he convertido de la niña que aún eres.
Paciencia, mi amor. El tiempo seguirá pasando, un día cada día, y caerá sobre ti y seré testigo de cómo te conviertes en una mujer mientras el hombre que soy espera con una sonrisa a que la vida vuelva a unirnos.

38. La duda de la sombra (María José Escudero)

Míralo. Rígido y distante, sigue sin superar las desengaños de la infancia. Averiguar que los Reyes Magos eran los padres y que los bebés no venían de París, le dejaron marcado para el resto de su vida. Y se ha convertido en un ser tan reticente y suspicaz que también se niega a dar crédito al pronóstico de las nubes y carga siempre con el paraguas, por si acaso llueve. Tampoco puede evitar volver la cabeza hacia atrás cuando camina, ¿lo ves? Lo hace con frecuencia. Es tortuosamente cauteloso. Atento a posibles amenazas, contraataca con rapidez y se distancia silenciosamente ¿Te das cuenta? Siempre está alerta. Por eso, todos los días, me acomodo en esta esquina y le saludo con cortesía, pero sospecho que a este tipo nadie puede echarle el guante porque sólo aspira a protegerse de los golpes de la vida y no se fía ni de su sombra. ¿Tú crees que en algún momento será dichoso? Yo lo dudo mucho. Tiene miedo, y nunca me dará una oportunidad.

37. Esta lluvia (Carmen Cano)

Te marchaste de este hogar, despoblado para siempre sin tus brazos. Solo dejaste el eco de tu voz en los rincones y esta lluvia que atraviesa las paredes. A veces, en torno a mi cintura, bucean los peces erráticos de la tristeza.

Quizá algún día, cuando apenas me recuerdes, te persiga por las esquinas la sombra de la hija que no me diste.

36. Huérfanos

Fue desconcertante descubrir que mi sombra se había cambiado por la de una niña. De constitución fuerte, al principio me avergonzó que alguien pudiera advertir la discrepancia, pero resultó sencillo acostumbrarme. Ella se esmeraba en imitarme, y si le suponía un esfuerzo, yo la ayudaba adaptando mis ademanes a los suyos. Aunque no nos hablábamos, no tardó en ganarse mi afecto y llegué a quererla como a una hija. No sé decir si las sombras perciben el tiempo como nosotros, pero a mí se me hizo breve el que transcurrió hasta el día en que, al echar la vista atrás, comprobé que ya no me seguía, y entendí que había llegado el momento de dejarla marchar. Con todo, por extraño que pueda parecer, lo que más pena me da es pensar que en alguna parte haya una niña que pueda sentirse huérfana cuando mi antigua sombra decida que es hora de partir.

35. Cinco fechas cruciales (Rosy Val)

Pasan los años y sigo recibiendo cada 25 de marzo su fotografía. No me costó deducir que ese fue el día de su nacimiento. También, cada primer domingo de mayo recibo una postal, así como el día de su santo —el 11 de agosto—. Lo supuse en cuanto recordé que se llamaba Clara. Invariablemente en Navidad me envía una carta con su pedido a los Reyes Magos. Con impostados y pueriles trazos se dirige a Baltasar, aclarándole que como ha sido buena, le traiga la muñeca parlanchina.
No sé cómo consigue averiguar dónde vivo, pese a cambiar de domicilio me localiza siempre. Temo, que me persiga de por vida.

Voy camino de mi trabajo. Al doblar una esquina me percato de una silueta muy peculiar en la pared; una niña con la cabeza invertida que curiosamente me trae a Linda Blair…
¡Un exorcista —me digo al tiempo en que caigo que hoy es 1 de noviembre—, eso es lo que yo necesito!, que la retire, la expulse de mi vida… han pasado trece años… ¡que deje de martirizarme ya, joder!, ¡que yo no tuve la culpa de que su hija se interpusiera entre mi coche y esa maldita pelota!

34. EL TIEMPO VERBAL DE LA LLUVIA (A. BARCELÓ)

Hacía tiempo que no llovía y ya casi no recordaba el placer de respirar el aire purificado, de sentir la reencarnación de las nubes salpicando su piel en forma de chispas de vida. Su existencia había quedado varada en una especie de letargo agonizante. Le perseguía un recuerdo que no dejaba de alejarse. Se detuvo y miró a su espalda. Algunas veces, creía percibir que ella estaba cerca. Imaginó que iba a aparecer allí mismo, de repente, al otro lado de la esquina. En aquel instante, de manera inexplicable, pues conocía aquel poema, pero nunca habría sido capaz de recordarlo palabra por palabra, comenzó a recitarse en su cabeza “La lluvia” de Jorge Luis Borges. Con el último verso, cerró el paraguas y, dejándose empapar, siguió adelante.

Ella, por fin, también pudo continuar su camino.

33. Somos (Mar Horno)

Cada persona es más una parte de su cuerpo que otra. El amante es más su corazón que su cabeza. El corredor es más sus piernas. El científico, su cerebro. Yo, por ejemplo, soy mis manos. Ese yo, más vivo que yo mismo, está en el tacto de mis yemas. Ese arrastrarme por la noche hasta el patio cuando llueve para hundirlas en la tierra húmeda y olorosa de las macetas. Ese aletear de dedos para llamar a horas intempestivas al timbre del vecino para tocar con suavidad las teclas de su piano. Ese leve estremecimiento cuando una sostiene el mango y la otra acaricia el filo mientras la sangre se escurre por el desagüe. Ese ocultarse en los bolsillos, miedosas, cuando vemos algún fantasma. Desde hace unas semanas nos sigue el de una niña. Su sombra no quiere venir, aunque viene. Después se queda escondida en la oscuridad del zaguán. Yo le saco un platito de leche y ella se lo bebe como un gato. Cada día se lo pongo más cerca de la puerta para conseguir que entre. Como la primera vez.

31. ORFANDAD (Mariángeles Abelli Bonardi)

“El guardián me hizo permanecer de pie en un descampado que se encontraba junto a la puerta. El sol de las tres de la tarde proyectaba con nitidez mi sombra sobre el suelo.”

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami, p.93

 

Cuando emergió del lago, el recuerdo del cuchillo del guardián, desgajándola de su cuerpo, empezó a dolerle menos.

Se aproximó a esa ciudad, que nunca había visto, y caminó pegada a los muros. Acaso recalaran allí todas ellas, las desgajadas, para darse consuelo. Para darse cuenta de que su orfandad no era el fin, sino el principio de su propio mundo. Un mundo sin murallas, ni atalayas, ni guardianes que temer… Un mundo a su medida. ¿Pero cuál era la medida de una sombra? Quizás la respuesta la tuviera ese hombre, el del paraguas, que caminaba indeciso, como buscando algo…

Con apenas un vistazo, ella supo qué. Se acercó despacio, le besó la nuca y, delicadamente, fundió sus pasos con los de él.

30. ASIDEROS DE ESPERANZA (Salvador Esteve)

El monstruo cubrió de oscuridad otra familia, y una niña desapareció.  En su lugar, dejaba una muñeca con la cabeza girada ciento ochenta grados.  Era su firma, su impronta de poder, en un juego de sádica locura.

Los días iban pasando, y el tiempo fue arrastrando los años.  Con el alma encogida, la madre anduvo su vida, otro hijo la necesitaba.  El padre, profesor de matemáticas, ya no podía enseñar, veía en cada niña los ojos de su hija.  Atormentado, seguía buscando.  Nunca cejaría, jamás.

 

El paraguas le protegía de la lluvia, pero nada protegía a su hundido corazón.  Estaba envejecido y cansado, pero continuaba aferrado a la esperanza.  De repente, volvió el rostro y vio la silueta oscura en la pared, un grafiti de aliento. La cabeza girada ciento ochenta grados no podía ser una casualidad. El secuestrador seguía marcando su ego como orina de un depredador marcando su territorio.  Pero lo que le motivó para continuar hasta encontrar a su pequeña, fue el curioso símbolo que acompañaba a la silueta, ∃.  Grabado por el monstruo o cincelado por erosión divina, no importaba, de inmediato comprendió su significado matemático: “existe”.

Su hija estaba viva y pronto besaría sus ojos.

29. Planos superpuestos (Mercedes Marín del Valle)

Era temprano y amenazaba lluvia, Wilson Escalera, tosió aparatosamente, luego abrió su viejo paraguas para protegerse de la humedad y del viento. Al escuchar unos pasos cercanos y el click de una cámara fotográfica, giró instintivamente su cabeza.
La fotografía se hizo viral en segundos. Un hombre a cubierto de una lluvia inexistente, echaba la vista atrás, observando, al parecer, una silueta femenina pintada sobre la pared.
Bajo el hashtag #niñadegoma, se barajaron toda suerte de motivaciones:
Que si era su sombra infantil, que si veía en la figura a la hija que abandonó un día, que aquella alcantarilla guardaba algún misterio, que se trataba de un niño monaguillo, que se sentía muy solo y ansiaba que la silueta cobrara vida…
Wilson bastante descontento con el protagonismo que le estaba convirtiendo, sin desearlo, en la estrella del día, escribió bajo seudónimo “polvoeres”:
Si observáis con atención, veréis que ella y yo no estamos en el mismo plano y que, de ningún modo podía verla desde el lugar donde me encontraba, sin embargo, sabía que estaba cerca porque me persigue desde hace unos meses. Nunca sé si viene para quedarse o se va definitivamente. Unos días me promete vida y otros…

28. La sombra de Clara (Juana Mª Igarreta)

Elijo muy bien las calles por las que me muevo. Procuro que estén poco transitadas, aunque ello me suponga hacer largos recorridos para llegar a los sitios. Pero ella siempre se las apaña para sorprenderme en cualquier esquina.

Aquella tarde, mientras los demás esperaban fuera, yo me colé en el internado. La mayoría de las alumnas estaban pasando el puente con sus familias. A Clara nadie había ido a recogerla. No era la primera vez que nos veíamos y me costó muy poco convencerla. De hecho, cuando la llevábamos en la furgoneta camino de la bajera, no me soltó la mano ni un momento. Pero yo era de los más jóvenes y no tenía poder de decisión.

No conservo aquellas amistades. Sin embargo, la imagen de esa chica de cuerpo menudo vestida de colegiala, que vive en esa misteriosa sombra de cuello volteado, me persigue.
Tengo que acostumbrarme a pasar de largo, sin volverme. Igual que aquel día cuando, esquivando la mirada de sus ojos suplicantes y obedeciendo órdenes, me fui a casa, consciente de que los gritos ahogados en una boca sellada no traspasan las paredes, y para el mundo exterior no existen.

27. Uno por uno

No hacemos bien al mirar hacia atrás cuando caminamos, ni es bueno que nuestros fantasmas nos persigan y, apostados en una esquina, nos hagan mirar hacia atrás cuando andamos, ni es bueno ir hacia atrás en el tiempo cuando pensamos en nuestros fantasmas, ni es bueno que nuestros fantasmas vayan hacia atrás cuando se acuerdan de nosotros… No, no es bueno, ni es bueno saber que podría volver a ocurrir.
Pero cómo hacemos para quitarnos de encima la culpa, la vergüenza y el miedo de haber convertido en sombra, ahí, en esa misma esquina, a alguien que poco antes merendaba pan con chocolate y repasaba con nosotros la tabla de multiplicar…

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