Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

3. PELIGRO INMINENTE (María José Viz)

Juan y Andrés tomaron un buen almuerzo, con buen vino, en la Bodeguilla de San Roque.  Bastante perjudicado, Juan se despidió y, bajo la lluvia fina y persistente de Santiago, continuó por la Algalia de Arriba, dispuesto a llegar a la Praza de Cervantes y volver al piso compartido. Al día siguiente debía retomar las clases en la Universidad. Cientos de veces tuvo que pasar por esa angosta calle, pero nunca se sintió inquieto al hacerlo, hasta esa tarde gris. Al llegar al cruce con San Miguel dos Agros, vislumbró la sombra de una persona. Levantó su paraguas para ver mejor. Se trataba de una niña, que lo observaba de manera extraña. Juan, intimidado, avanzó, girando la cabeza, para ver qué hacía ella. Entonces, horrorizado, pudo ver el destello de un largo cuchillo en sus manos. Lanzó un grito, tiró su paraguas, y corrió sin detenerse hasta la Praza Roxa. Empapado y nervioso, llamó a Andrés, que se carcajeó al escuchar la curiosa historia de la niña asesina.

2. Tiempo de silencio (Jesús Garabato)

«¡Maldita sea tu estampa!» Mamá ya  me había avisado de que, al fin, ibas a volver; aunque solo fuera con un permiso de fin de semana. Yo no te echaba de menos. En realidad, casi ni  te recordaba;  aun así, ella solía hablar muy bien de ti, de la labia que tenías, de lo mucho que la habías querido, de que a pesar de que eras un buen estudiante  te viste obligado a  abandonar Medicina, de lo que  ─por vuestro bien─  le aconsejaste hacer…  A veces, acordándose de ti,  la oía llorar tirada sobre  la cama. Siempre tuve la impresión de que lo que deseaba era que,  algún día, pudiésemos estar los tres juntos.  Y ser una familia.

Esta mañana vi  cómo llamabas a la puerta, cómo mamá te abrió contenta, cómo entrabas ya bebido, cómo te enfadaste al verla con su vestido más bonito, cómo la insultabas, cómo le pegabas, cómo la matabas y cómo te marchabas. Con pesar, yo también  he de  abandonarla.  Desde hoy, serás tú quién me presienta.

 

1. EL PROCESO (Rafa Olivares)

Llueve ligeramente y Harry Gallagher, distraído, está llegando a casa. Ha doblado la esquina y, una vez procesada en su mente la imagen que acaba de ver dibujada en la pared, vuelve su mirada sin terminar de creer el escorzo imposible del dibujo. La figura de una niña, que le recuerda a la hija de los O’Leary, a quien hace días que no ve, parece dirigir los pies en una dirección y tronco y cabeza en la contraria. No sabe Harry que su gesto, entre curioso y sorprendido, acaba de desencadenar un proceso por el que, sin poder presentar oposición, será irremisiblemente atraído por el muro que absorberá el volumen de su cuerpo y dejará impresa en la piedra su silueta en negro, con torso y piernas en orientación distinta. Quizás mañana, algún vecino, entre curioso y sorprendido, gire su cabeza por un dibujo imposible que le recuerde a Gallagher.

106. «Lágrimas y Risas» (fuera de concurso)

Buaaaá

¿Por qué llora ese mocoso?

Me molesta escucharle, ¡que me deje disfrutar de este maldito café!

[…]

No está tan rico, además quema.

Buaaaá

– ¿No callará?, no quiero mirarle. ¡Diantre de niño!

Buaaaá

–  ¿Y su madre?, se queda tan tranquila hablando con su amiga; ¿no ve que su hijo está llorando?

 

– ¿Pero nadie va a calmar a ese crío? Todo el mundo está a lo suyo, parecen estatuas.

 

El payaso hace una extraña mueca.

– Nunca falla, esa cara les encanta.

El chiquillo empieza a reír.

La verdad es que es muy majo.

Ruido de sorbo.

Ummm, este café está delicioso.

– ¿Se ha dado usted cuenta de lo listo que es? ¡Fíjese!

No contesta pero tampoco le importa.

Otra mueca y estalla en risas. El payaso con él. La alegría le impulsa a dar cabriolas y volteretas. Todo el café aplaude y ríe.

La madre observa con sorpresa a su pequeño imitando las caras que el payaso le dedica sólo a él.

Paga y sale satisfecho, diciendo en voz alta: “Este niño tiene madera

Al doblar la esquina se siguen oyendo las risas que ahora no provoca él….

🙂

 

105. R.I.P. (Fuera de concurso)

Apuró el cafe dejando la taza en la barra.
Observó nuevamente a los clientes.

El traje lo había alquilado la víspera. Escogió de payaso exclusivamente porque la chaqueta era amplia.
Por la mañana se maquilló. «Ridículo» se dijo, observándose en el cuarteado espejo.
Pero eso carecía de importancia.
La vida le resultaba insoportablemente dolorosa.
Vivir no era ya una alternativa.

Bajó lentamente del taburete.
Desabrochó el abrigo arlequinado. Sacó las dos armas automáticas.
Descargó su letal sinfonía.
La última bala se la guardó para él.

Descanse en paz.

(Pablo Hernández)

104. THE MISSING CLOWN (Fuera de concurso)

Ante el caso resuelto, el comisario de policía se siente aliviado y espera restaurar su credibilidad profesional tan degradada en los últimos meses.

Se ha excarcelado al domador, principal sospechoso de la desaparición del payaso.

En el centro psiquiátrico se comunica la noticia a la madre que, aunque sólo lleva dos meses encerrada, cada día incrementa su paranoia, creyendo que será raptada y asesinada, al igual que su hijo.

También, a raíz de la sospechosa desaparición, el director del circo se vio obligado a vender su negocio y su forma de vida, en una transacción ruinosa.

Al comisario, su esposa le había enviado una foto por whatsapp, pues la cara del payaso en la cafetería turca, le recordaba a la foto que su marido exponía en el mural de casos pendientes.

El clown, sintiéndose perseguido, asustado y vagando por la tercera avenida, se entregó en comisaría, donde testificó su huida del circo, sus deseos de independencia y de alegrar la vida a los transeúntes, regalando sonrisas.

Mientras declara, una lágrima surca su cara enharinada y confiesa la decepción sufrida al comprobar que con su fuga, su traje de payaso y su sonrisa pintada, sólo consigue transmitir una pena insondable.

 

IsidroMoreno

103. A ras de suelo (Adrián Pérez Avendaño)

La cosa siempre funciona igual. No importa si es un chiste en mitad de un vagón de metro, una canción de rima fácil bajo un sauce llorón o una concatenación de onomatopeyas, a cual más graciosa. Al principio, la gente lo recibe con cierto recelo pero a los pocos segundos aparecen las primeras sonrisas, las sonoras carcajadas, los silbidos de aprobación y los aplausos interminables. Y suele ser en este punto, una vez concluida la actuación, cuando las miradas se dispersan y alguien se da cuenta. Y enseguida los codazos, el murmullo, las bocas rígidas, el taconeo nervioso, el perceptible sonido de las gargantas tragando saliva, los ojos temblorosos. Y es que no es fácil contenerse ante un payaso sin zapatos.

102. CONSUMO RÁPIDO

Es una cafetería de sillas calientes, como tantas otras. Sus taburetes acolchados y blancos apenas suspiran unos segundos de aire antes de que otras nalgas los ocupen. Consumen. Nadie mira a nadie. Excepto él. Pero hoy tiene una mueca agria y los ojos tristes. “Ni siquiera así” piensa. Siguen, siguen sus vidas, cronometradas, sin desviar la mirada a sus lados, concentrados en su taza de café humeante, en su bollo, en su refresco azucarado. Nadie mira a nadie. Excepto él, con su mejor traje y su maquillaje más laborioso, buscando un gesto de complicidad, una sonrisa, un instante de encuentro en el vacío. Pero no. Nadie mira a nadie. Se consume tras sus párpados blancos el amago de una lágrima huidiza.

101. El método (Juan Antonio Vázquez)

Cualquier día al uso, enfundado en mi traje de chaqueta y corbata, apuro el café, me acomodo el catálogo debajo del brazo y espero junto a la puerta; en el ángulo ciego. Como allí no me ven, cuando aparecen les repiqueteo el hombro: todos se giran para recriminarme que les he dado un susto de muerte. Entonces solo me queda desplegar mis dotes de vendedor avezado y llevarlos a mi terreno: vamos a alguna mesa vacía y les enseño el muestrario con las fotos de los destinos que siempre han deseado. A veces cuesta, pero al final cerramos el trato. Les informo que el vuelo sale esa misma tarde, les acompaño a hacer la maleta y luego al aeropuerto. Es en la escalerilla de mi avión privado que caen en la cuenta de todo lo que dejan atrás: mujeres, amigos, familiares… Ahí les doy mi tarjeta de visita: salgo yo con la guadaña. Dejo que aten cabos y ya está hecho. Con los niños es más fácil, pero esos días odio mi trabajo: me acerco, les sonrío y les tiendo la mano; siempre me la dan y nunca se extrañan de que nadie me mire aunque vaya vestido de payaso.

100. Lo único que quiero es un bocadillo de calamares

Se había difrazado de gnomo, de torero, de bailarina de ballet, de drag queen e incluso de Lola Flores, pero nada daba resultado. Hoy había hecho el último intento, con un disfraz de payaso que pensó que sería la solución perfecta, pero todo había sido inútil. Por mucho que intentara llamar la atención, el camarero no le hacía ni caso. Y él seguía queriendo su bocadillo, puñetas.

99. TRAFICANTES DE SONRISAS (M. Belén Mateos)

Todo cambió en el pueblo el día que apareció un mohíno marchante interesado en las sonrisas que se repartían en cada esquina de cada calle, en cada cafetería, en cada encuentro amoroso, en cada balcón cuajado de brotes de alegría.

El alcalde siempre había sido un amargado codicioso, un envidioso de las risas y los colores, un individuo gris, un payaso.

El siniestro y oscuro visitante le ofreció traficar con ellas, venderles a los tristes pueblos lindantes, una porción a precio de cosecha, de la que él se quedaría un 60% y el resto iría a su granero personal. El regidor aceptó encantado pero no contaba con la picardía del negociante, que en cada entrega se quedaba con el doble de lo dado y con las tierras de provecho.

Tras varios meses, ya no había límite entre unos campos y otros, entre los residentes y los próximos. Todo era un gran solar blanco y negro, todo era pesadumbre.

Ahora, sólo el sonido de la guillotina, en la plaza principal, hacía sonreír a los lugareños y convecinos.

98. LEICA BLUES

En el Lower East Side hoy el viento muerde como pirañas de acero rápido.  Yo, con la correa de la Leica por única bufanda, sigo pateando el barrio en busca de lo que mi director llama una buena foto: la basura morbosa que nutre nuestro periodicucho. Pero sólo he conseguido un par de mendigos mugrientos y un borracho vomitando en la esquina de Norfolk. Nada nuevo en esta ciudad, donde sueños y preservativos rotos fluyen juntos por las alcantarillas.

Con las manos heladas entro al bar de Joe. Está atestado, como siempre: secretarias pizpiretas, mujeres maduras que perdieron a la vez el amor por sus maridos y la receta de la tarta de arándanos, oficinistas de traje gris y vida a juego. Desde mi mesa hago una foto a la barra, por entretenerme mientras espero la comida. Justo cuando disparo, el flash atrae la mirada de un hombre. Lleva una americana raída, un sombrero deformado por la humedad y el fracaso pintado en el rostro. Un pobre payaso más, pienso mientras ataco el estofado humeante.

Sin mucha convicción, me digo que quizá haya suerte cuando revele las fotos. A veces, casi por casualidad, captan la verdadera esencia de algún fulano.

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