Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

113. Bolívares

Todo comenzó cuando tomé aquel tren nocturno. Había un único asiento disponible junto a un tipo ojeroso y desalineado. El susodicho me confesó que le pagaría un millón de dólares a quien fuera capaz de darle una mano. “Si no es nada ilegal, cuente conmigo”, le dije socarronamente. “Ciento por ciento legal”, me respondió, y entreabrió la maleta que llevaba sobre sus rodillas. Estaba atiborrada de dólares. Nos miramos por un instante, y el tipo me pasó la maleta y se marchó. Desde entonces todas las mañanas despierto en un tren distinto, en una ciudad distinta, en un país distinto. La maleta me proporciona todo lo que necesito: dos mudas de ropa, un cepillo de dientes, una vianda. Incluso algo de dinero chico. Pero del millón de dólares ni noticia. Supuse que el truco radicaba en la ardua tarea de ahorrar el dinero chico. Lo que nunca supuse es que la maleta entraría en un caprichoso bucle por aquel país y que me obligaría a ahorrar en su moneda.

 

112. El de los dos extraños en un tren

Había escuchado mil veces el del indio gorrón, pero en versión gangosa y en boca de aquel tipo ganaba muchísimo. Fue el primero de una larga retahíla. Yo, que había subido al vagón sin ganas de ver a nadie y mucho menos de que me hablaran, al poco de sentarme a su lado ya estaba riendo. Salvo por un par de conversaciones intrascendentes, pasamos así el viaje entero, contando chistes –incluso yo me animé a contar alguno–, tan enajenados de todo que cuando quisimos darnos cuenta él se bajaba en la siguiente. Decidí contarle entonces uno cortito, a modo de adiós, pero rompiendo de repente con su anterior simpatía ni me prestó atención. Se levantó y cogió sus cosas, se despidió escuetamente y se fue. Por la ventanilla lo vi salir. Parecía otro, y no solo por el abrigo y el sombrero; en su semblante se podía leer que todas aquellas historias graciosas, que durante largo rato fueron ocupando su pensamiento, habían desaparecido ahora por completo, cediendo su lugar a otra algo más seria: la de uno que baja del tren y avanza despacio —anhelante y temeroso— buscando una mirada entre el bullicio del andén.

111 . El Viajero Inmortal

El hombre siempre estaba en movimiento bajo la luz del firmamento nocturno. Cruzaba carreteras comarcales, atravesaba campos de trigo y maíz, se deslizaba por calles vacías de pueblos donde la gente se alejaba del mundo terreno a través del confuso velo de los sueños, se perdía en bosques de árboles señoriales…. Siempre viajaba hacia septentrión, rastreando a Polaris, la orgullosa cabeza celeste que deslumbraba a los viajeros con su blancura, la guardiana que los guiaba en la noche, el fuego inagotable de una antorcha divina…. Y despuntando el alba en su verde boreal, cuando la aurora destellaba sobre los suelos nevados, el hombre cavaba un agujero en la nieve, bajo las ramas más frondosas de cualquier árbol que encontrara en su camino, y se cobijaba allí, y entonces era él el que dormía. Pero en sus sueños seguía su camino, pues era el Viajero, y no podía parar de caminar porque el Tiempo no paraba de correr, y él debía caminar detrás de él como el viejo amigo que lo persigue, aceptando el hecho de que no quiera irse a dormir, pero aceptando también que debe obligarle a hacerlo para que renazca de sus cenizas porque debe volver a correr.

110. EL TREPADOR

No había cumplido los tres años y el pequeño Kibwe se aupaba ya a los árboles del mango y la papaya como una ardilla. Poco después aprendió a subirse a las palmeras con cuerdas de liana protegiéndole los pies y, encaramado en lo más alto, se ganaba la vida cantando canciones swahilis a los turistas que le ofrecían dólares a cambio de cocos maduros. No podía parar de trepar. Una vez se quedó dormido y siguió escalando más allá de la copa. Cuentan que repetía en el vacío los mismos movimientos gimnásticos, que apretaba las nubes como si las ordeñase, hasta que se volvió una mancha negra en la espesura de la noche.

Kibwe regresó muchos años después, lleno de arrugas y trozos de meteorito incrustados en los cabellos blancos.

– ¿Cómo es el universo? –le preguntaban fascinados los chiquillos.

–Empinado –respondía él con voz reseca.

Pasó los años siguientes escarbando un agujero, cada día más profundo. Cuando dejó de verse el fondo, se ató a la cintura una cuerda y pidió que lo descolgaran y le cubrieran de arena.

–El suelo siempre me produjo vértigo –confesó a modo de despedida–. Aunque supongo que con el tiempo terminaré por acostumbrarme.

109. La puerta

Ha pedido al camionero que hace unas horas lo ha recogido a la salida de esa otra ciudad que lo deje a las afueras de ésta, se ha despedido de él y ya se dirige hacia el descampado que ha divisado, entre la gasolinera y los pabellones abandonados. Camina en línea recta, con huesuda determinación, seguido por el carrito que descapota cual prestidigitador cuando llega donde quería llegar. Entonces despliega sobre el terreno los dos largueros articulados y los une al travesaño superior a punta y martillo, eleva y asienta el cerco completo con cuatro escuadras para después rematar el umbral con el felpudo; por último, saca el portafolio de un lateral, equilibra su vieja pajarita y espera a que sus clientes de nariz arrebolada se vayan acercando a él, intrigados. Es un vendedor experimentado, paciente, y se asegura de que estén todos allí antes de llamar al timbre. Sabe que hace mucho que no escuchan uno. También entiende que, a veces, el primer valiente se demore un poco más de lo habitual en decidirse a abrir la puerta, en preguntarle qué se tercia, buen hombre. El tiempo justo en acostumbrarse a estar, de nuevo, a ese otro lado.

108. VACACIONES AL INFINITO (Nani Canovaca)

Le ha costado, pero al fin lo ha conseguido. Ha pasado tiempo hasta ahorrar lo suficiente. Su ilusión es salir de Madrid, hacer escala en París, seguir hacia Düsseldorf donde nació, continuar a Bremen y allí visitar a los que fueron sus padrinos y que apenas recuerda físicamente pero sí, por las descripciones de su progenitor; llegar hasta Hamburgo para dejar un ramo de flores en el lugar donde enterraron a su gemela Berta, reunirse con Fran su primo y juntos pasar a Polonia con el objetivo de conocer el campo de concentración de Auschwitz. Es la ilusión que los dos parientes han ido fomentando en las distintas vacaciones pasadas en el pequeño pueblo donde viven los abuelos; saben que en dicho lugar reconstruirán la historia del bisabuelo Antonio y le darán sentido a las lágrimas que siempre escondía de las miradas infantiles, pero que siempre empaparon aquellos dos diminutos corazones.
Hoy, con la calina agosteña almeriense se coloca la mochila, se ajusta la gorra y sube a su amada bicicleta para empaparse de paisajes, emprender las vacaciones más deseadas de toda su existencia y cerrar un ciclo.

107. EL VIAJE PLANEADO (M.Carme Marí)

Acostumbrada desde hace años a la compañía de la soledad, Pilar habla sola a menudo.

-Tendré que ir pensando qué ropa llevarme. Estaré allí una semana.

Pasa la mano por las prendas del armario, sopesa opciones. Lo decidirá más tarde, ahora será mejor descansar un rato. Sale del edificio y se sienta en un banco al sol, junto a otra anciana. Le comenta a Adela, mientras se recoloca el pañuelo en el cuello, sobre la visita a su hijo que está en Suiza, irá en breve, en cuanto llegue el verano. Pero Teresa, que no Adela, piensa que antes llegará Navidad.

Interrumpe la conversación una joven con uniforme que le acerca el teléfono, tiene una llamada.

-…Irene, ¿vendrás un día de estos, hija? Así me ayudas a encontrar la maleta, que me hará falta para ir a Suiza a ver a Jaime.

-La maleta se quedó en la casa del pueblo, mamá, pues en la residencia no la necesitas. Y Jaime estaba en Suecia pero volvió a Madrid hace unas semanas. Este mes buscará un hueco para venir a verte.

Irene contesta con calma, como los días anteriores, aunque sabe que mañana mantendrá exactamente la misma conversación con su madre.

106. LIBRE DE EQUIPAJE

Me enamoré de él el día que llegó vendiendo enciclopedias de viajes. Le abrí la puerta: “estos bombones para la chica más bonita de este barrio”. Ni siquiera caí en que se los llevó de vuelta y seguramente ofrecería la misma caja a cualquier otra vecina….. Yo era así de inocente. Me contó que había viajado por todo el mundo y yo me lo creí, me hubiera creído cualquier cosa que me dijeran aquellos ojos tan azules como el océano que aquel caradura había dicho cruzar tantas veces.
Al final, además de comprarle un par de enciclopedias me casé con él emprendiendo así el peor de los viajes: el de un matrimonio infeliz. Apenas estaba en casa y cuando lo estaba no miraba para mí, a no ser para protestar por las comidas.. Un buen día -bueno en el sentido en que pasó algo que me hizo reaccionar- me amenazó con la mano en alto mientras aquellos ojos azul cielo se convertían en tormenta.
A los pocos días le dejé una nota: “El mundo es muy grande y la chica más bonita de este barrio, por fin, va a conocerlo. En la nevera tienes una sopa de 5 letras: ADIÓS”.

105. ELLA VIAJA SOLA

 

Estoy agotada. Esto de despertar cada día en un lugar diferente me deja el cuerpo fatal. Pero el mundo es tan ancho y redondito que dan ganas de comérselo como una bola de chicle, saborearlo y masticar su jugo. Ningún lugar, por remoto que sea, tiene secretos para mí. Conozco sus recovecos, nado como pez en el agua y a vista de pájaro es cuando ya nada se me escapa. Aunque a veces he de reconocer que parezco más una piraña en el desierto o un camello en Alaska. Sin duda, lo que más me gusta es pasear, deambular sin sentido de un sitio a otro, conocer gente interesante y vivir experiencias tan increíbles que ni yo misma las creo. En ocasiones surgen contratiempos; como una tormenta o un fallo en los motores del avión. Solo entonces tiemblo y me revuelvo como una lagartija. Pero ahí está mi marido, roncando a mi lado, para despertarme y reprocharme los movimientos bruscos y los monólogos. Dice que así no hay quien descanse para ir a trabajar. Yo entonces me doy la vuelta, cierro los ojos y agradezco que él no me acompañe en los viajes.

104. COSECHA

Llevaba viajando por medio mundo muchos años, vivido en varios países y en todos ellos encontrado la horma de su zapato. De todos ellos llevaba recuerdos en su mente y en su cuerpo; momentos inolvidables, andanzas recorridas con pasión y sosiego, heridas de guerra en su piel en forma de arrugas porque al final los años no pasan tampoco en balde. Su andadura parecía no tener fin, hasta que un día volvió a sus raíces, ya muy secas, y ahí se encontró con la realidad: había nacido un día para sembrar en el mundo semillas, pero había olvidado regar lo suficiente la primera, sembrada aquel mismo día.

103. A la deriva (Marta Trutxuelo)

El día va levando anclas y la oscuridad comienza a desplegar sus velas en mi gabinete. Mi cuerpo reposa en el diván que escuchó tus lamentos, pero mi mente surca el océano de mis cavilaciones. Enciendo un cigarro y tomo una fotografía de la mesilla. Tu imagen se pierde entre las olas que forma el humo. El juicio ha sido digno reflejo del mejor teatro de variedades. ¡Menuda feria! Guardé con celo el secreto profesional, tanto que mi testimonio como experto en psiquiatría resultó ser la mayor mentira de mi carrera. Pero gracias a él, el acusado ha sido absuelto y tú has recuperado la sonrisa. Tu rostro, observándome desde la fotografía, me recuerda que seréis tú y él quienes zarparéis a la conquista de una nueva vida, y yo tendré la compañía del grueso sobre que me entregaste antes de despedirnos, que me avisa que mi barco, aún a riesgo de naufragar, ha iniciado una peligrosa travesía y seguirá navegando inexorablemente por las turbulentas aguas de la corrupción.

102. VACACIONES EN LA COSTA (Margarita del Brezo)

Querido padre:

Por fin estamos en la costa. El viaje fue más complicado de lo previsto. Belinda sufrió una indigestión, ya sabe cuánto le gusta el pescado, y Rosaura se lastimó el hombro arrastrando su pesada maleta, como es tan presumida…

El hotel es precioso, del color de las gaviotas, y con unas puertas que se abren solas al acercarte. La calle está plagada de bares, ¡y todos llenos, no vea qué ambiente! Desde luego hambre no vamos a pasar. También hay infinidad de tiendas con sombreros y cremas para protegerse del sol, libros blandos y alargados con muchas fotos y flotadores enormes que, por lo visto, son la última moda. Belinda ha comprado uno con forma de delfín y ya son inseparables. Rosaura no ha podido resistirse a una pamela de flores. Y yo le llevo unas postales del pueblo. Le van a encantar.

Por la tarde estuvimos en la playa. La gente se quedó petrificada cuando nos quitamos la ropa. ¡Cualquiera diría que no han visto nunca una sirena! Después de nadar un par de largos, nos fuimos a pisar asfalto, ¡es divertidísimo!

Le seguiremos contando.

Ah, no olvide tomar sus pastillas.

Su hija que le quiere

Norberta

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