Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

44. SIEMPRE VIAJARÁS CONTIGO MISM@ (Modes Lobato Marcos)

Me fui mientras dormías.

Caminé hasta las entrañas del planeta, mordí cada costilla del pasado, abracé los puntos cardinales de la noche.

Y vi búfalos en llamas asolando Central Park, rocas milenarias en los mares de la Luna y bosques arrasados en la esquina de Tunguska.

Sí, me fui tan lejos que ni el tiempo pudo encontrarme.

Pero, veinte años después, aún tiemblo cuando pierde tu equipo.

 

43. LA MALETA

Hay viajes que te llevan a conocer y disfrutar de otras ciudades, otros te transportan a la paz. La primera vez que te maltratan con insultos, crees que no volverá a pasar y sigues día tras día con esa relación. Vuelve a suceder y perdonas, vas perdonando. Pero son tantos… que no te los mereces. ¿Por qué a mí? Él una persona educada, de clase social media.

Te has hecho mayor, cuarenta años de tu vida, intentando hacer ese viaje, coges fuerzas y vas a unos grandes almacenes a comprar «la maleta», la más grande. Son tantas tus pertenencias, demasiadas las cosas que hay que meter dentro. Tu miedo por un futuro incierto, porque tú no eres persona, eres una mierda y sigues viviendo con un maltratador.

Hoy han sido demasiadas las palabras salidas de tono. Basta de complejos (tan poco vales que no podrás salir adelante) Vuelves a los almacenes, la has visto, es pequeña. Tendrás que hacer poco esfuerzo al levantar, es ligero el equipaje, son tan pocos los recuerdos buenos. Un viaje, donde vuelvas a quererte, a ser persona. Viajar a ese lugar donde perderás «el miedo» a los miedos.

41 – Di: ajá

Saluda con naturalidad, como si no hubiera transcurrido todo un año desde el último encuentro. Sacúdete las horas de viaje en coche con una sonrisa. Mírala con timidez, o quizás con deseo, esperando a que deje de hablar con sus amigas y te preste la misma atención que el verano pasado.

Estás nervioso y tus dientes apenas pueden permanecer escondidos. Ella no te mira. Su melena ha desaparecido y sientes sus labios más gruesos, más tentadores y azulados. Sin embargo, sus ojos se han degradado.

Salúdala: qué hay.

Aquí, contesta.

Ellas ríen. Cúbrete con el flequillo los granos de la frente. Ella no los va a recordar. Esconde tu regalo, sabes que no es el momento. Guarda los pétalos latiendo en la palma de tu mano izquierda hasta que vuelva a sonreírte con la melena.

Siéntate junto a ella. Reprime las ganas de decirle que en este tiempo no has estado con nadie. Acúnalas en la misma palma de la mano que la ofrenda que trajiste. Ellas hablan del poliamor, del gluten y la lactosa, del coitocentrismo.

Siéntete perdido. Ahoga lentamente los pétalos de la amapola. Quizás para el próximo viaje, piensas, mientras la brisa iza tu flequillo.

Di: ajá.

40 – Y llegó el final…

Una sirena resquebraja la noche portuaria. Mientras,  los viajeros se acomodan.

El barco, cual torre de babel tendida sobre las aguas,  parte rumbo a oriente; tres mil personas agitan los pañuelos despidiéndose de su vida cotidiana.

Acunados por el vaivén del mar;  nobles y villanos,  prohombres y gusanos, compartirán  temporalmente su destino, mientras agitan  las caderas en clase de salsa.

El sol les uniforma con un elegante tono dorado que lucirán, cual medalla, a su vuelta.

Cada día, en cada  puerto, el barco vomita su preciosa carga volviendo a engullirlos al caer la tarde.

El periplo concluye en mismo lugar en que comenzó  y entre prisas y sonrisas se produce la diáspora.

Cuando la sirena vuelva a aullar anunciando otra la  partida de  otra remesa humana, nuestros amigos, ataviados con corbatas, buzos, delantales o uniformes,  regresaran a su vida, ansiosos por contar a propios y extraños sus experiencias.

Por una semana todos olvidaron que “cada uno es cada cual”

39 – Con la mochila al hombro

Hay que viajar ligeros, sin la carga de la pesada muda, con poco dinero, con la sonrisa como única vestimenta; ese ligero y suave movimiento de boca que suele abrir corazones. Caminado o en bicicleta, el medio de transporte no importa. Sin prisa, arribarás al primer poblado, buscando el mercado y los aromas del café recién hecho. Te recibirán los primeros sazones de la sal y la pimienta con los trozos de carne, en ese breve instante, cuando pruebas el primer bocado comulgaras con la tierra en un festín de sabores tan entrañables como el amor. El torrencial ruido de los comensales y vendedores te parecerá una opereta que inundara tu alma y estómago. Sigues tu camino, y sentirás de repente el sublime deseo de bañarte, sacudirte el polvo y remojar el cansancio en el Atlántico. Terminarás el día y conocerás el alojamiento más fantástico del mundo, puede ser el mullido césped o la suave arena, incluso la banca de algún parque, protegido por un techo estrellado, la cual se ensanchara al ritmo de tu respiración. Solo entonces tu chaqueta deshilachada, tus zapatos viejos se adormilaran junto a ti para caer en el dulce y pesado sueño de los vagabundos.

38 – Rumbo al crepúsculo (Pablo Núñez)

Dio más de cien veces la vuelta al mundo en busca de una guerra donde sucumbir a la pérdida de los sentidos. Un mal de amores anclado en su pecho le había desbaratado el corazón, llevándose por delante su cordura en el mismo tormento. Sin embargo, le acompañaba un halo de desencanto que impregnaba las batallas en las que tomaba parte y los contendientes, derrotados por el aroma, suspendían las hostilidades sin condiciones mientras enterraban las armas. Hastiado de no encontrar un camino sin futuro, quiso cambiar su suerte cruzando el océano en una nave que transportaba ataúdes de caoba. Antes de esconderse en uno de ellos, escribió en la tapa un epitafio indescifrable al mezclar el desorden de las lenguas que llevaba aprendidas. Nadie penetró en las entrañas de la bodega donde el quejido de las velas, desgarradas por el tiempo, rompía la monotonía de un silencio sepulcral. Cuando dejó de respirar, supo que la muerte se había saltado los trámites agonizantes del sufrimiento. Convencido de que su destino le tenía reservado el vivir en un presente eterno, salió a cubierta, se agarró al timón y, desde entonces, navega en aquel barco sin alma y tan errabundo como él.

37. OH LÀ LÀ

Pronto estaremos paseando juntos por una de esas avenidas iluminadas. Te gustará tanto como a mí, ya lo verás. En la puerta de la agencia de viajes, hay colgado un cartel de París de noche. Deja su maleta en el suelo. Su amigo, que se ha sentado cerca, observa fijamente cómo acerca un dedo y repasa el contorno de la Torre Eiffel, al tiempo que va susurrando: “Oh là là, oh là là”. Te va a volver loco el “pain au chocolat”, dice sin mirar a esos ojos que esperan. Suspira. Luego, se agacha, recoge todas sus pertenencias y echa a andar en busca de un cajero. Napoleón se levanta, menea el rabo y lo sigue pegadito a su abrigo.

36. De vacaciones en la sala cuatro

A Remedios le gusta el mes de julio cuando Charo se va a su pueblo para ayudar a la hierba.

—¿Podrás con las dos salas, con la tuya y la de Charo? —le pregunta cada año el encargado al ver la hoja de turnos para las vacaciones—. Siempre pasa igual con esa mujer, que si quiero julio para ayudar a la familia, ¡y nosotros aquí con más visitas que nunca, a jodernos!

El hombre protesta por protestar. Sabe que nunca hubo problemas estando Remedios para sustituir a su compañera.

Son la seis de la tarde. El museo acaba de cerrar sus puertas. Ya no queda nadie. La mujer apaga las luces de su sala, la tres, la de los coleópteros, y pasa a la de Charo. Limpia las vitrinas de huellas de dedos, luego las abre y se sienta en una esquina de la sala para contemplar el revoloteo de las mariposas hasta que, cansadas, decidan volver a sus alfileres y se espeten sin una sola queja.

—Mañana, otra vez —les dice entonces Remedios, —que yo también tengo que volver.

Sin una sola queja.

35. EN TIERRA MAYA

Un joven delgadísimo nos da golpecitos en las rodillas con una vara en la guagua: «¡Apretaditos!» Me arrimo a mi vecina de asiento, una india maya que viaja a Chichicastenango para vender su artesanía.

El mercado es un bullicio de colores, mientras que en el interior en penumbra  de la iglesia comienzan a dejarle ofrendas al santo. Vestido con traje de chaqueta y un puro en la boca, se halla rodeado de licores e incienso. «Pídanle un esposo que no tome y que no les pegue. El santo cumple.»

En el lago Atitlán comemos en casa de Yalit. Mientras damos cuenta de los frijoles, nos contempla de pie, como una madre complaciente. Su hijastra Rosalinda nació sordomuda. Le daban miguitas de pan al loro y las que no comía eran para la niña, para que aprendiera a hablar. Pero lo hizo antes el loro. Por eso Rosalinda está interna en un colegio de la capital y ella ofrece comidas para pagarlo.

«Parecen gringas porque son blancas, pero hablan muy bien el español.»

Cuando nos retiramos a dormir, no sé si hemos viajado a otro continente o a las desbordantes páginas del realismo mágico.

34. Tormenta perfecta (Blanca Oteiza)

Las hojas en blanco descansan aguardando los nombres de ríos, montes y ciudades aún sin colocar. Fue una tarde de tormenta, cuando una ráfaga de aire previo a los primeros truenos abrió la ventana y se llevó las letras. Desde entonces los mapas han quedado inconclusos. Voy buscando el lugar donde descansar del viaje indefinido por senderos que no sé a dónde me guían queriendo acabar con la mudez de la cartografía que porto de compañera. En mi mochila guardo la esperanza de quien reza cada noche mirando las estrellas, en los bolsillos escondo la ilusión de los niños en la noche víspera de reyes. Camino por bosques, cruzo arroyos y deambulo por pueblos cuyo nombre no conoce nadie.
El aire agitado me abraza con fuerza haciendo volar mi sombrero, en la lejanía se escuchan los primeros truenos mientras las nubes grises me cierran el paso. La oscuridad se cierne a mi alrededor cuando la lluvia comienza a caer sobre mi cabeza, pero es una lluvia diferente, ésta no moja. No es fría ni cálida, son letras de todos los tamaños y colores imaginables. En mitad de la tormenta un arcoíris letrado se pasea por el horizonte adornando mi destino.

32. Viaje de familia

Cambiamos. Después de aquel viaje ninguno de nosotros volvió a ser el mismo. Ni Mario. Ni los chicos. Tampoco yo. Aprendimos a vivir mirando hacia otro lado, a olvidar, a esquivar los ojos de los otros al hablarnos. Agosto se convirtió en un mes maldito. Beto se encerraba en su habitación a escuchar mis viejos discos de la Janis, de Led Zeppelin, de Patty Smith, de los Stones. A retuitear fotos y frases obscenas. Nando se pasaba el día en el gimnasio. Algunas tardes volvía con heridas en la cara o en los brazos, con los nudillos desollados, con la mirada olvidada en un semáforo. Mario me llamaba siempre desde la oficina. Una reunión de última hora. La visita inesperada de un cliente. Balances, inventarios, cierres. Volvía tarde, oliendo a Chanel rancio y a whisky de garrafa. Debía creer que me chupaba el dedo. O le daba igual sencillamente. Yo, a pesar de estar de vacaciones, procuraba mantenerme ocupada. Me dedicaba a la casa, a preparar las clases del curso siguiente. A veces leía o encendía el ordenador para perder el tiempo en Facebook. Entonces caía en el error de revisar las fotos, de intentar descubrir qué nos había pasado.

31. El sueño de Deyemira

Mamá fue a conseguir comida y nunca más regreso, una bala le corto el camino de vuelta a casa. Entonces cogí a la pequeña Deyemira y decidí escapar, Ala nos protegió del fuego cruzado de la ciudad en llamas, de la sed al cruzar el desierto, de las olas del mar en la noche màs oscura, pero no nos pudo librar de la codicia de los hombres.
Y mucho antes de llegar a ninguna parte, nos quedamos ancladas en tierra de nadie, en donde no podíamos avanzar pero tampoco podíamos volver.
Y allí bajó abrasadoras lonas de plàstico, quemadas por un sol ardiente, soñaba mi hermanita con mundos helados en donde sólo existía la noche y en donde la luna flotaba sobre un cielo pintados de intensos colores. La hija del desierto soñaba con auroras boreales…..Entonces supe cuál sería nuestro destino, mucho antes de que nadie lo escribiera . Mientras los niños duermen Dios traza en ellos la ruta de su viaje …Dos años después llegamos a Finlandia.

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