Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

30. Trotamundos – Luisa Hurtado González

De entre todos los viajes, el que más importa es el que se hace hacia atrás y hacia adentro. En mi caso, a primera vista, se ve una señora de unos cincuenta años, ancha de cintura y necesitada de un buen tinte; pero, si se profundiza, en sucesivas capas, puede encontrarse una mujer que se esconde en el baño para hablar con los espejos, una chica que mira al sol de frente y no guiña los ojos, una niña que persigue con la mirada los globos de la feria que deja que se le escapen entre los dedos, un bebé que crece deprisa y se transforma de un día para otro, y un alien, por decirlo de algún modo, saliendo del vientre de la fregona que se atrevió a compartir caricias con un ser extraño y verde.

Sin embargo, de ese viaje que es el mío, la última etapa nunca la cuento. Sé quién es mi padre, desde hace años me comunico con él telepáticamente; pero mi mundo, ponga como se ponga él, es este.

29. LECCIONES EXTRAESCOLARES (Belén Sáenz)

Había estudiado Magisterio y era la única en aquel pueblo que sabía hacer quebrados. Para mí —once años— era «La Chiflada». Llevaba turbante y una túnica aguamarina bordada con pavos reales. La raya negra le huía del párpado hasta el nacimiento del pelo. En el patio de la abuela, donde el banco de azulejos, nos servían la merienda antes de la lección. «Leche manchada con café para usted, caballerete». Yo me encallaba con la geografía y exigía más claridad a aquella boca de carmín marchito. Y entonces ella sonreía y me mostraba el pez dorado que se había tatuado en la Atlántida. O la llave de la tenebrosa prisión de Zenda. La gigantesca pastilla de jabón que robó del hotel en Brobdingnag. Un cartel de su recital poético ante el apuesto rey de Shangri-La. Era una gran narradora, si bien algo atolondrada. Cuando se agostaba agosto y notó que elevaba la mirada desde las turgentes magdalenas hacia las tetas de Fuenciscla, me paseó orgullosa por Macondo y Comala. Nunca soñé mejores viajes que aquellos. Tan vívidos son aún, tan evocadores, que, pese a consultar varios mapamundis y sonrojarme en algunas agencias de viajes, no renuncio a seguir buscando las Chimbambas.

28. Confidencias sobre raíles (Luisa Novelúa)

Dos hombres y un mismo destino. Dos billetes de tren y una conversación. Juan y Pedro intercambian anécdotas, muchas de ellas hilarantes, aunque hayan sido momentos incómodos, incluso dramáticos. Es lo que tiene viajar y conocer gente. Podrían escribir un libro entre los dos y se forrarían, dice Pedro, o planificar un crimen perfecto y deshacerse de aquellas personas que les amargan la vida, bromea Juan.

Una estación, dos números de teléfono, un hasta pronto. Cada uno retoma su camino. Pedro se dirige como un autómata hacia la zona comercial de la ciudad; Juan consulta en un mapa la localización de los monumentos más emblemáticos y callejea con la cámara de fotos colgada al cuello. Uno fantasea con la libertad del viajero; el otro, con el hogar que espera al viajante. Cuando al día siguiente se vuelven a cruzar, se saludan con una sonrisa y siguen de largo. Demasiadas confidencias y un inesperado rubor.

27. La maleta carmesí

Era roja y pequeña, con unas ruedas transparentes que transmitían liviandad. Sus cremalleras doradas tintineaban graciosas cada vez que la agitaba. Le bastaba con mirarla e imaginar su contenido: jamás se atrevió a abrirla. Había aterrizado en el Prat desde Cracovia, vía París. No tuvo corazón para dejarla allí, indefensa, dando vueltas infinitas sin ser recogida. Sintió el impulso  irrefrenable de adoptarla.

Dejó su trabajo y a sus amigos para viajar con ella por el mundo. Planificaba las rutas siguiendo una febril inspiración que no acertaba a reconocer como propia y se apresuraba a descender de los aviones para que nadie creyera que estaba abandonada en la cinta de equipajes.

Un día, camino de Múnich, un agente de aduana se empeñó en inspeccionarla. Mientras descorría temblando la cremallera, contuvo una inexplicable ira asesina que solo se disipó cuando el interior quedó a la vista.

Ni en sus más locos sueños habría adivinado que transportaba aquello.

El funcionario, decepcionado tras una detenida ojeada, cerró la maleta y le instó a avanzar en la fila. Él, estupefacto, decidió quedarse en tierra y dejar que continuara sola.

Aquel extraño y minucioso diario de viajes, escalofriantemente actualizado, sólo podía ser cosa del Diablo.

26. Dolor que canta -Calamanda Nevado

Gracias a Samuel que sigue muerto. Me  contesté mil veces que no hacía ese viaje por excitarlo. Quería ser yo,  leerme tres o cuatro libros en silenciosa concentración y no dormir a su lado.

El suspiro intelectual con el que me lancé se extinguió cuando al cabo de unas horas  observe aquel mar turquesa,   esos bailoteos sensuales de aldea que estrechan la cintura y mi rostro con flores gualdas y rosas colgadas. Decidí poner mi lectura a descansar en la playa nudista.

Corría por  la arena  observando la comitiva  de cuerpos, cuando choqué con los  pechos y  perros de una pintora. Nos hicimos reproches mutuamente hasta que se levantó y se fue. Comenzó a presionarme el estómago como en momentos claves.  Examiné la realidad, y me negué a mordisquear la suerte, quedaban diez  días para regresar al tajo y debía librarme de  entrañas tontas.

Mis tripas no se rendían   ante aquel encantamiento.  Yo sí. El tiroteo, sin silenciador, de miradas lo comenzó ella. El alborozo lo pusimos las dos.

Un horizonte nos reprochó  distraídamente: -Cuánto vais  a esperar.-

Y desplegué    enormes alas en   mi vejez.  Antes  de ese  premio nobel contemplaba el poniente y el naciente con peluca, y sola.

 

25. Teorías gélidas (Rubén José)

Llenaba la maleta con sumo cuidado, con los miedos propios del primer viaje. Sabía que no era por gusto, tampoco por iniciativa propia, solamente por necesidad; el motor primitivo del ser humano.
Cuando depositó la última prenda en la maleta la cerró con delicadeza, como cuando se dice adiós al ser que amas.
Miró la estancia y quiso que cada rincón de aquel lugar se le quedara grabado a fuego en su retina, para poder obtener consuelo cuando las fuerzas le flaquearan.
Cerró la puerta de su casa, se subió al taxi y le indicó al conductor que le llevara al aeropuerto. Allí cogería un vuelo a Siberia, para llevar a la práctica una teoría que desarrolló en la universidad; si quería mantener su plaza y su sueldo, no tenía otra opción.
Según subía al avión pensaba, con lágrimas en los ojos, que la próxima teoría sería en algún lugar del caribe.

24. RELEYENDO A MONTERROSO

Era la primera vez que realizaba un vuelo transoceánico. Me aconsejaron dormir para paliar el jet lag. Antes de subir al avión, tomé varios güisquis, acompañados de somníferos. Aquel cóctel estaba causando efecto. Le solicité a la azafata  una almohada, cogí un libro de mi mochila y me puse a leer.

La aeronave era un maremágnum. El pasaje, la torre de Babel. Por los auriculares escuchaba algo relacionado con un asteroide y las pantallas mostraban imágenes de un dinosaurio. En el hilo musical sonaba el “Pizzicato-Polka” de los Strauss. Caí en un gran sopor.

Entre la bruma de los sueños, comencé a escuchar: ¡Mayday! ¡Mayday! El estómago se me iba a salir por la boca. Parecía subido en una montaña rusa. Algo me golpeó en la cabeza. Luego un impacto, como cuando te tiras de un trampolín. Un silencio hueco… La oscuridad…

Y al despertar, el dinosaurio todavía estaba allí.

 

23. En cautividad (Nuria Rubio González)

Desde la distancia, Lana contempló al nuevo inquilino. Pese a estar privado de alimento por olvido del dueño, el pececillo parecía feliz, desplazándose dentro de aquella redonda y pequeña cárcel de agua. Abandonó el sofá y anduvo unos pasos. Podía masticar la angustia. Deseosa de descubrir el secreto de tan envidiable dicha, clavó los ojos en Walter con mayor intensidad e imprudente cercanía, provocando, de forma involuntaria, la agonía del indefenso ser sobre un acuoso lecho cristalino. De pronto, percibió ese familiar ruido que anunciaba la inminente presencia de Peter en casa. Corrió hacia la puerta y se arrojó amorosamente en sus brazos. Él reaccionó con desconcierto y fría indiferencia. Lana, nerviosa, comenzó a dar vueltas por aquel reducido espacio en el que permanecía presa gran parte del día. Exhausta, se desplomó sobre su propia orina, con la correa de paseo apretada entre los dientes y el vacío comedero rozándole el hocico. En sus dilatadas pupilas, nadaban vivaces pececillos, en limitado pero jubiloso viaje circular. Lejanamente, con la mirada perdida, el anciano Peter deambulaba por los ensombrecidos senderos de su memoria, intentando recordar la identidad de los dos extraños que yacían en el suelo.

22. SIN RETORNO (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ)

No estaba demasiado grave, pero aquella noche en la U.V.I., llena de cables, vías y monitores, me dio por pensar que quizá me había llegado la hora de vivir ese extraño pero reconfortante tránsito del que tanta gente hablaba, tras haber estado a punto de morir.

Cerré los ojos y me dispuse a concentrarme en encontrar el famoso túnel con una gran luz al final pero, tras un buen rato de no ver nada, ni por fuera ni por dentro, y ya casi muerta, pero de aburrimiento, decidí dejar tan sobrenatural experiencia para otro momento y abrí los ojos de nuevo. Total, aún era joven para emprender ese viaje del que no se vuelve.

¿Por qué tuve que abrirlos? Y, sobre todo, ¿Por qué me empeñé en cerrarlos antes?

Sin apenas darme cuenta, resulta que había recorrido el túnel, pero al despertar no vi ninguna cálida luz, umbral de la felicidad y el descanso eterno, sino el frío horror de la Nada, de la absoluta y devastadora Nada.

Aún estoy perdida en ella, encerrada en este jodido manicomio.

21. NO CULPO A LA TORMENTA

Recuerdo que aquella noche llovía copiosamente. Las previsiones meteorológicas eran poco alentadoras, pese a lo cual papá no canceló su viaje a Montpellier. Según nos contó, tenía que entregar el cargamento de acero al día siguiente si quería conservar el puesto de trabajo. Y es que, por circunstancias ajenas a su voluntad, el expediente laboral de Antonio “ Risas” ya contaba con ciertas manchas. Desde que entró a trabajar en la empresa, le llovían las críticas por su excesivo celo a la hora de preparar las cargas. Los jefes le achacaban retrasos; preferían cumplir a rajatabla los tiempos, aun a riesgo de perder material por el camino, al no ir bien acoplado en el camión.

Tras la cena, un breve descanso y numerosos besos de despedida, mi padre arrancó el trailer. Advertí algo diferente, tanto en su mirada como en su modo de besarme. Me quedé pensativo mientras la imagen de ese gigante se desvanecía en mi retina. Por supuesto, ni mamá ni yo nos quedamos tranquilos. Nunca olvidaré la cantidad de oraciones que, rosario en mano, rezó a lo largo de la velada.

Llevaba pocos kilómetros recorridos cuando sucedió lo que más temíamos. Un infarto se lo llevó. Maldito dinero…

20. Poquito a poco y por partes (towanda)

Enamorarse de un viajante conlleva riesgos. Siempre sospeché que atesoraban amores, que escondían distintas vidas en sus ojos de cartón…

Sucedió, prácticamente, al tiempo. Primero, apareció aquella mujer con las niñas haciendo preguntas. Les vi hablar. Cuchicheaban. Reían. Sentí tanta rabia. Al poco, papá desapareció.

Empapelamos el barrio de carteles y, por complacer a mamá, contacté con un grupo al que ambos, amantes de lo paranormal, admiraban. Requirieron permanecer cerca de sus cosas y les acomodamos en el salón. Son excéntricos: han atiborrado todo de velas, de cámaras infrarrojas. Pronuncian palabras extrañas y emiten sonidos guturales para abrirnos los chacras. «Elegguá, Elegguá», tararean aferrando nuestras manos mientras danzamos en círculos.

En una sesión, la médium ha desempolvado un espejo. Tras poner los ojos en blanco, exhaló un grito. Insistía en que había visto cómo papá, en forma de rayo, se introducía dentro. Mamá se desvaneció. Aunque afligida, jamás la he visto tan entregada.

Afirman que estamos cerca. Que pronto encontrará el camino. Por nada del mundo quisiera enturbiar sus ánimos, porque les he tomado cariño, pero debemos retomar nuestras vidas.

Esta mañana, he decidido retirar algunas piedras del jardín y comenzar a desenterrarlo. Pero poquito a poco y por partes.

18. EN RUTA

Tranquilamente se instala en la butaca de orejeras y con gesto ceremonioso abre su maletín de cuero rozado en las esquinas y un tanto desvencijado, como él mismo. Saca el primero de los cuadernos, el más gastado. Las primeras páginas relatan aquel primer viaje realizado junto a su padre, para enseñarle la profesión. Ya entonces Andrés era preciso y meticuloso en la recogida de datos. Junto a la información puramente comercial había comentarios relativos a las comidas que degustaban, el paisaje que los acompañaba o la impresión que le causaban las personas que su padre le presentaba.

¡Cuántos rostros y cuántos nombres le asaltaban! Miguel el de los ultramarinos, Felisa la dueña de la ferretería, Carmen y sus exquisitas comidas caseras.

Clientes, amigos, facturas pendientes, Marisa, el nacimiento de Jorge, la hipoteca de la casa…su vida profesional y personal se mixturan. Tras balances, ganancias y deudas se vislumbra una tupida red de conexiones humanas.

Andrés, visiblemente emocionado, cierra el último de los cuadernos. Este periplo vital lo deja emocionalmente extenuado.

Con la lucidez que da la experiencia, suspira satisfecho de no tener que haber lidiado con aplicaciones informáticas, buzones de voz ni mensajes de wasap.

 

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