Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

91. Opera prima

La comisaria contemplaba satisfecha el desarrollo de la exposición. Enmarcadas en discretas molduras se exponían cincuenta chaquetitas de bebé tejidas a mano. Rosas, blancas, azules y beis, con dos colores o del mismo tono, a punto bobo, de arroz, con diferentes ondas y dibujos; todo el público coincidió en que eran auténticas obras de arte. Las había realizado Marga durante toda su vida para los hijos de los demás ya que ella nunca los tuvo y estaban allí cedidas por sus dueños.

Sin embargo, la chaquetita que más se comentaba fue la que se mostraba en los folletos, pero que no se encontraba expuesta. Cuando una mujer preguntó a Marga por tal ausencia, ésta se disculpó aduciendo un problema familiar; su hermana pequeña había desaparecido de su cochecito llevando esa prenda y solo conservaba la fotografía. A la desconocida le fallaron las piernas y cayó de rodillas. “Soy yo, soy yo”, repetía sin cesar en un mantra íntimo, mientras Marga la ayudaba a levantarse. Por fin, sacó de su bolso la chaquetita que aún olía a armario, pero que conservaba en perfecto estado. Ante un público atónito, que rompió a aplaudir, ambas hermanas se rencontraron en un abrazo definitivo.

90. El proceso de creación de la historia de las cosas (María Rojas)

El experto en arte antiguo abre el Códice Florentino.
En ese instante la biblioteca resplandece para dar a luz a una libélula.
Una sombra encorvada, sentada en un rígido banco, escribe a dos columnas con pluma, en idioma náhuatl y en castellano, el ordenamiento del Nuevo Mundo. El nombre de cosas hasta entonces desconocidas. El aroma de esencias nunca olidas. El gusto de nuevos alimentos. El simbolismo colorido de pigmentos y amalgamas. La creación de grafías y el proceder de nuevas gentes y culturas.
Miles de dibujos en acuarela empapan la sotana del franciscano que, sin sospechar la magnitud de su obra, se diluye en una diáfana cábala.

89. Moscas

 

Dos pequeñas moscas orbitaban su enorme cabezota mientras sus manos, iluminadas por las hogueras, contaban historias. Se movían a veces lentas, a ratos ligeras, como con vida propia, haciendo fluir el relato.

Arrojaban nubes de polvo de colores para narrar el diluvio, aquella lluvia que solo recordaban los más viejos. O para contar como otros hombres, lejos de allí, se mueven en chozas flotantes sobre una masa infinita de agua. Hablaban de animales desconocidos, de lugares remotos de los que nadie en la aldea había oído hablar. De grandes guerras. O de incendios que arrasaban bosques. Pero también de historias sencillas de hombres sencillos, que arrancaban las carcajadas de los niños.

El espectáculo resultaba embriagador, mágico. Los días posteriores, en otro lugar de mi viaje, me preguntaba si aquello había sido real. Nunca había vivido algo como aquello y jamás lo he vuelto a vivir.

Muchos meses después, ya de vuelta a mi país y a mi vida, supe que un grupo de hombres, soldados que decían pelear en nombre de un dios, de cualquier dios, había arrasado la aldea. Nadie quedó vivo. Solo las moscas.

88. EL REGALO

Demasiadas bocas en casa y la muerte de su padre, sacan a Tristán de la escuela y le conducen a la mina. Vive en una región rica pero en una aldea muy pobre donde ni sus doce años recién cumplidos son excusa, allí se explota por igual al subsuelo que a las personas. Al salir de las tinieblas para enfrentarse a la cegadora luz del día, mira al cielo tapando sus ojos con las dos manos y va moviendo sus dedos a modo de persiana hasta que nota que el sol ya no le daña. Es en el camino de vuelta cuando el tiempo le pertenece y comienza a dar vida, en su cabeza, a historias que traslada en casa a su cuaderno. Es su gran pasión. Ahora apenas tiene tiempo pero sigue haciendo magia con sus letras y las tardes de domingo les regala a los vecinos su lectura que ellos esperan ansiosos. Sacan sus sillas y se sientan en derredor mientras él va desgranando historias. Sueñan, ríen, viajan y se enamoran…pero jamás lloran. Tristán sabe de sobra que allí las lágrimas, son las únicas que nadan en la abundancia.

87. DILEMA

Mi arte no tiene fronteras en lo profundo de mi mente, en la superficie de mi sensibilidad. Fuera de ellas estoy descubierto ante la intolerancia o la generosidad de la existencia misma, disfrazada con máscaras humanas devorando el tiempo y el espacio.

He terminado mi nueva obra a la que he dedicado una parte de mi vida, ocupando el lugar destinado al ritmo marcada por la indiferencia propia y extraña.

Tengo que saber vencer, de nuevo, este trance. De no hacerlo, es posible que no haya una próxima vez. O quién sabe, el problema puede ser que no sé salir de la mediocridad en la que creo ni siquiera del todo he caído, todavía.

86. Con los dedos de una mano.

-Uno, los colores que usa son perfectos. No hay paleta ni pintor que los iguale, su intensidad y luz no solo impresiona la retina sino que la traspasa, encandila el alma. La sobrecoge. Dos, canta y susurra por doquier, solo hay que parar y saber escuchar. Melodías inverosímiles de inimitable sonoridad te embriagaran. Tres, respiramos sin oler pues no es inherente lo uno a lo otro pero debes saber que emana olores que se diluyen en la sangre, te llegan al cerebro, te estremecen y te pueden erizar la piel con mil sensaciones distintas. Cuatro, tocar, ¡Ay!, tocarlo todo y acariciar. Maestra es de texturas de infinita sutileza, aunque soez también, una amalgama sin límite para trasmitir frescura, aspereza, suavidad, asco,…, e incluso risas te puede arrancar. Y cinco, paladear los majares que ofrece sin reservas es una explosión de intensos y diferentes sabores en tus papilas con indescriptibles matices. En fin, ¿es o no esto arte? –le dijo aún con la mano asida.

-Naturalmente abuelo –le respondió ávido.

-Pero recuerda, vívela intensamente con todos tus sentidos y cuídala pues tan bella es la obra como frágil y fácil su quebranto.

85. Mala señal

Se asegura de que nadie lo ve, se quita el pasamontañas y se pone el casco. Ha concluido a tiempo el primer reto con su hermano: el embellecimiento de las señales de «Advertencias acústicas prohibidas». Sonríe satisfecho viendo las corcheas sencillas y expresivas con las que ha adornado la silueta de la bocina. Quiere continuar mañana con las de la autopista. En «Surtidor de carburante» pintará el símbolo del euro y la taza de «Cafetería» destilará un humo delicado.
Pero el día amanece sombrío. Sube a su moto y mira contento la última señal, ahora mucho más hermosa. Arranca. Repentinamente todo se pone del revés y siente que flota entre mil notas recién pintadas. Entonces deja de verla. Está tapada por su condenada sonrisa, que pregunta con sorna si no ha oído el claxon. Aprieta los puños, porque sabe que Caín le ha ganado otra apuesta. Y esta es la última.

84. Vincent y Paul

Así como los girasoles buscan el sol, mi vida fue siempre un escudriñar la luz a cualquier hora y atiborrarme de colores hasta saciar mi hambre cromático.

Por cinco francos diarios y miles de sudores para pagarlos, alquilé una modesta habitación en Arlés, ideal para mirar las estrellas y curar mis males. Los pinceles brotaban en mi cabeza y los trazos parecían tener vida propia, algo que nunca me preocupó tanto como a mis perturbados psiquiatras.

Para restar soledades y sumar matices, compartí estudio con Paul. Acababa de volver de Tahití y en un yo te retrato a ti, tu a mí, sucedieron los meses hasta que ella se nos cruzó en una casa de lenocinio.  Nuestros egos se citaron en duelo. Él y su destreza con la esgrima acabaron con mi oreja. Todo se tiñó de rojo. Rojo burdel, rojo como mi pelo, como su ira.

83. DIOS NO JUEGA A LOS DADOS

De camino a la Moraleja, Lucio Hidalgo, alias “el Peluche”, consumado experto en el arte de saquear grandes mansiones, no puede resistir la tentación. Con sus escurridizas manos de ofidio pega un cambiazo de mochilas al tipo de al lado –un joven barbudo, de tez oscura, que escucha música a todo volumen–. Los dos descenderán en la misma parada de metro y continuarán sus respectivos caminos. En los asientos libres encontrará el siguiente pasajero un osito de felpa con lazo rosa en el cuello, célebre marca con la que “el Peluche” va jalonando su itinerario de fechorías y hurtos.

Imagínense ahora la cara sudorosa del concejal que desvía fondos para viviendas sociales a sus cuentas ficticias en el Caribe, cuando el chófer engominado le abra la puerta de su lujoso Audi y descubra su chalet con piscina climatizada hecho añicos. A su familia y al desconocido artista del hurto bajo los escombros, y un fuerte hedor a dinamita inundando la parcela.

Imagínense después la cara de los críos de una céntrica escuela infantil cuando descubran bajo su tobogán favorito una mochila llena de osos de felpa, con sus lacitos rosa en el cuello.

Aten por último los dados sueltos.

82. ¡A la de tres!

Lorenzo, el chico de los recados, había convertido la profesión de manitas en todo un arte. Parecía tener el don de la ubicuidad. Siempre que alguien le reclamaba, fuese para lo que fuese, de inmediato hacía acto de presencia en el lugar requerido. Montado en su motocicleta, se personaba para entregar un paquete, colgar un cuadro, lijar una puerta, posar desnudo para los artistas del pueblo, sustituir a un enfermo en una operación de fimosis… accedía hasta para no dejar a medias a las esposas de los que somos eyaculadores precoces. Nunca nos daba un no por respuesta ni nos dejaba insatisfechos. Así se ganaba la vida el pobre, hasta que solicité sus servicios para atreverme a tirarme de la azotea. Contamos juntos 1, 2 y… 3. Mientras él caía al vacío, supe que yo siempre sería un cobarde.

81. Pinceles a flor de piel

Lentamente devoró su alma la tristeza. La desesperanza, el abatimiento, la desilusión… aquella tan oscura e inexplicable atracción suya por el daño y la derrota, ganaron para siempre la batalla. Un corazón frágil y herido dejó a destiempo de latir. Perdió el otoño sus colores, a su pintor la poesía y entre ardientes campos de trigo, demacrados campesinos, cálidos y dorados girasoles, bajo el amparo incierto de la memoria del arte y del tiempo, vaga desde entonces el espíritu atormentado, siempre sombrío, de un hombre al que un sueño de luz, emoción y color, de improviso, embrujó; de un hombre torturado con pasión por un anhelo de belleza que, sin saberlo, un breve instante, muy breve, rozó. Furia, belleza, abismo, delirio, melancolía… Impresiones errantes, hipnóticas, doloridas, fugaces… Desgarradas, malheridas y sublimes, pinceladas de eternidad.

80. Tácet

El plazo vencía pronto. Se había empeñado en enviar su propuesta al concurso literario, pero era incapaz de hilvanar una frase.

Lo había intentado todo. Su búsqueda febril de inspiración comenzó en un manoseado catálogo de arte ruso de vanguardia. El cuadrado blanco sobre fondo blanco de Malévich evocaba en él todo un mundo de emociones contenidas, limitadas por sus vértices puntiagudos. Una falsa alarma. Nada. Ni una línea, ni una mala anécdota remotamente chejoviana.

Después probó en una sala de cine al azar, entrando a tientas cuando la sesión había comenzado. Proyectaban The artist, la película muda de Hazanavicius, un experimento oscarizado que le sumió aún más en la perplejidad. Decidido a no rendirse se coló en una sala de conciertos, algo experimental… ¿por qué no? No hubo fortuna tampoco. Abandonó la sala a trompicones sin llegar al final de la obra de John Cage, más de cuatro minutos de silencio, una pieza extraña con un intérprete cabizbajo e inmóvil frente al teclado del piano.

El tiempo se agotaba. Regresó a casa al borde de la desesperación y tecleó en el formulario sus datos con un escueto “Sin palabras” como brevísimo título, antes de pulsar el botón de enviar.

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