Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

90. Súper desamor (Montesinadas)

Uno no es consciente de sus poderes de golpe, se encuentran poco a poco, ese fue mi caso y los descubrí todos, gracias a ella, lo de la kryptonita fue posterior.

La misma noche que la conocí, me enamoré. Recuerdo aquella fiesta de disfraces de la escuela secundaria. La incesante lluvia y su traje neumático ajustado. Bajé rápido las escaleras para abrirle la puerta del coche, le arrojé la capa a su paso, en varias ocasiones, para que no manchara sus zapatos y pudiera pisar sobre los charcos.

La acompañé a casa y esperé hasta que abrieron la puerta. Las siguientes semanas fuimos inseparables y descubrí la fuerza heladora de mi aliento enfriando sus bebidas y el súper beso amnesia, al chocar nuestros labios. La telequinesis, apareció al mismo tiempo que la telepatía, cuando comprobé que podía leer sus pensamientos. Ocurrió aquella noche, que deseó la luna y se la acerqué a la terraza. Que mi vista atravesaba los objetos sucedió, para mi desgracia, la tarde que ella se metió en el baño de las chicas con el joven Luthor, la misma tarde que también levanté los brazos, en un gesto de rabia, apreté los puños y eché a volar.

89. LA CAPA

Ella cree que no lo sé.

Que soy demasiado pequeño y que no me doy cuenta de muchas cosas. Pero yo sé que mamá tiene una capa.  Una de esas  con poderes que te hacen invencible.

La guarda en el armario, en una caja marrón, escondida detrás de los vestidos bonitos que ya no se pone.

Lo sé. Una noche la ví, sentada al borde de la cama, de espaldas a la puerta, callada, con la caja entre las manos . Ella no me vio, pero yo a ella sí. La abrió y buscó dentro “nuestro seguro de vida”, como le dijo tia Elisa.

Desde la puerta del cuarto no pude verla,  pero sé que la tiene allí y que se la pone por las noches, para protegernos a mi y a Sofia del hombre malo.

Por eso duermo tranquilo. Sofia tambien, pero porque no sabe nada. Ella sí que no sabe nada, los bebes no suelen enterarse de esas cosas.

Pero cuando sea mas mayor se lo contaré. Y ese será nuestro secreto.

88. Cuestión de horóscopo

No soy Cáncer, soy Leo. Mi madre se puso de parto un 22 de julio, pero vine al mundo pasadas las doce. Dicen que se me nota en el carácter, me gusta ser centro de miradas y protagonista de eventos. Tal vez por eso me tengan envidia…

Mi madre me acaricia la mano y aleja una lágrima de su mejilla. Cree que no la he visto. Yo, cuando estoy a solas, también lloro. Pero tampoco lo reconozco.

Porque soy Leo, no Cáncer. Y los Leo tenemos algo de superhéroes: siempre vencemos a los Cáncer.

87. Temporal

Tras sobrevivir a la patera y a la valla, ahora vende barras de pan en el horno de mi barrio.

86. Primera línea (Patricia Collazo)

Parte en cuanto despunta el sol. A los héroes no les importa madrugar. Cruzada sobre la espalda, la sombrilla grande, y repartidos entre sus brazos, la nevera azul, esterillas, cubos, palas, toallas y tumbonas.

Ella niega con la cabeza. Tampoco esta vez ha podido convencerle de que se quede. Desde el balcón lo ve subir con dificultad la cuesta hacia el paseo marítimo.

Él disimula los resoplidos con un silbido gastado y transita por la arena recién rastrillada hasta el lugar preciso: húmedo pero lejos del alcance de la pleamar. Allí clava la sombrilla y marca los lindes del terreno con esterillas, tumbonas y chanclas.

Sentado, observa al mar gelatinoso a través de sus cataratas. Esa es la única licencia que se da. Luego, todo será litigar contra los desaprensivos que llegan a la playa a cualquier hora.

Nada puede contra sus poderes. Imperturbable, detecta y neutraliza cada pie descalzo, cada toalla ajena invadiendo su parcela.

Al atardecer, recoge esterillas, tumbonas, cubos que nadie ha usado (los hijos y nietos hace rato que prefieren veranear en el extranjero) y se marcha a casa con su piel de camarón y la satisfacción  del deber cumplido cubierta de arena.

85. RULETA RUSA

 

Clic, clic, clic… y así hasta tres veces seguidas y Supermán no moría. Joker se descojonaba de la risa,  Lobezno aullaba, Cat Woman maullaba, Hulk se ponía verde y la Mujer Maravilla se excitaba al borde del orgasmo.  Como muy bien decía Capitán América, veterano del Vietnam, la escena recordaba a aquella otra de la película “El cazador”. Tras cada apretón de gatillo el tumulto de superhéroes se agitaba y lanzaba billetes arrugados sobre el círculo de arena en una algarabía indescriptible de ensordecedoras apuestas. El hombre invisible aprovechaba la confusión y su invisibilidad para sisar dinero.

Supermán no tenía miedo a morir, ya no. Su Lois Lane le había abandonado largándose con Artorcha Humana. “El sí me sabe calentar, no como tú, pichafloja, que te pones los calzoncillos por encima de los pantalones”, fue la despedida de su novia que le reprochaba su condición de eyaculador precoz.

Un revolver de tambor con una bala de kriptonita en la recámara. Clic.

 

84. Tras el incendio

Araña silenciosa la tierra, Ella, con sus ganas de vida vestidas de verde, y se alza entre escombros y crujidos de desolación.

83. Fracasado

Que recuerde, siempre he querido ser un supervillano. Me chiflaba la idea de ir por ahí haciendo el mal supremo: raptar a jovencitas inocentes, destruir barrios enteros, robarles caramelos a los niños, tirar papeles al suelo… cosas así. Pero por más que lo intento (y mira que lo intento), no sé cómo me las apaño pero siempre acabo haciendo el bien, sin mirar a quién. Yo que soñaba con ser temido por todos, resulta que soy adorado como un maldito superhéroe. Qué vergüenza para mi familia; qué enorme deshonra. Provengo de una estirpe de villanos de la peor calaña con una larga tradición de fechorías. Desciendo de manera directa del Hombre Termita, que agujereaba edificios gracias a sus prominentes incisivos, y de Madame Alquitrán, que sembraba el caos provocando socavones en las carreteras con sus zapatos talla 49. Mi propio padre era un megavillano, el peor de todos: Políticoman. Carecía de escrúpulos, y si los tenía, se los cargaba. Más malo que un yogur de ajo. Manejaba el poder de la corrupción como nadie. Era una bestia. No como yo, que intento atracar un banco y salvo a una pareja de ancianos sin querer.

Qué fracaso de villano.

82. Rodeados (Patxi Hinojosa)

No sé si me creeréis, pero debo decirlo: estamos rodeados de unos seres especiales que nos contemplan, suplicantes, desde los que en algún instante fueron sus particulares edenes.

Tragando humillaciones, olvidando desprecios, han podido observar cómo ese paraíso ha ido mutando hasta un infierno en el que las llamas abrasan bastante menos que las vejaciones y estas menos incluso que el recuerdo de un tiempo en el que semejante cambio era imposible por impensable.

Recapacitando en ello estoy cuando veo un niño que, desde el patio de su colegio, se despide sonriente de su madre mandándole un beso volador; desenfoco su imagen y me centro en ella, exhibe esa sonrisa que tan bien le sale, aunque no tanto como disimular con maquillaje el calvario del que ansía que puedan escapar algún día.

Aunque lo intento, no encuentro apelativo mejor para ellas que el de «superhéroes»; no siéndolo, decidme cómo podrían crear unos mundos virtuales para sus hijos y entorno con todas esas miserias familiares camufladas… Además, como cualquier «superhéroe» que se precie, tienen incluso su punto débil, y no pudieron ser tocadas con uno más apropiado, un inmenso amor incondicional.

Son «superhéroes», sí, mas ellas no eligieron serlo.

81. Mujer Maravilla

Era nuestra primera cita y conseguir un lugar decente no fue nada fácil. La mayor parte de edificios estaban en ruinas. La pelea fue breve, pues luego de un titubeo, la mujer maravilla encontró la fuerza divina para aniquilar a todo un ejército alemán. Claro, en ese derroche de fuerza desmedida, terminó devastando la ciudad. Nosotros no llegamos a tanta destrucción, nos habíamos conformado con esclavizar a la población. Fui el único sobreviviente y después de mucho esconderme logré hacerme de un uniforme francés. Deseaba venganza. Había tantas tuberías rotas que asearse no fue un problema. Una vez limpio fue fácil acercarse a tan temible amazona y traté, como falso parisino, conquistarla con tímidos arrebatos de pasión. Cierto, funciono y me encuentro frente a ella, compartiendo una tarta tropézienne y un café. Por primera vez se respira la paz. Los héroes tienen su punto débil y ya había encontrado el suyo. Pero los inmortales no mueren, su castigo es mucho más cruel, pues están destinados a vagar por siempre entre las tinieblas del espacio infinito. Esa noche, después de hacer el amor, terminaría con la vida de la mujer que nos había borrado del mapa junto con la bellísima París.

80. Calle Santa Lucía (Manoli VF)

La calle Santa Lucía, en el pueblo de Santa Esperanza, es una calle de héroes. No hay más que pasar puerta a puerta y detenerse un rato en el umbral. Empezando por la parte de abajo, lindando con el cementerio, está la casa de doña Palmira que, con las manos llenas  de harina, intenta sujetar a doña Visi para que no se escape y se meta, junto a los panes, en la furgoneta de su yerno. La vivienda continua es la casa de don Gilberto que, junto con la paga, cuenta las monedas que gana ayudando al padre Lucas, a ver si le alcanza para pagar  los estudios de su hijo en el internado. Le sigue la casa de doña Adelaida que persiste en sus trece de tejer gorros y bufandas para aquel hijo que resbaló y perdió la vida inhalando nieve. En la cima del pueblo está la casa de Juanillo, ciego de nacimiento, cuya madre sigue rezando a santa Lucía solo  para pedirle que deje a su hijo seguir viendo el mundo que imagina: un mundo  en el que todos sus vecinos y ellos son héroes tan maravillosos que amanecen cada día.

79. Cíclope (Arantza Portabales Santomé)

Amé a un hombre con un solo ojo. Vaya si lo amé. Desde el primer instante en que clavé en él mis dos simples y vulgares pupilas. Supongo que es posible que la gente especial ame de manera común. Que la gente común pueda amar de manera especial. Lo sé ahora. No lo sabía entonces. Solo sabía que a su lado me sentía normal. Corriente. Mediocre. Ordinaria.

Amé a un hombre con un solo ojo y él también me amó. No amó a Tormenta, ni a Mística. Ni a Jane Grey. Eso fue después.

Y lo dejé. Vaya si lo dejé. Lo dejé después de una mirada, dos paseos y tres besos. Le mentí. Le dije que me había enamorado del dueño de una charcutería de Westchester. Debí ser muy convincente, porque su enorme ojo se veló y lloró como solo él podía hacerlo, liberando una única y gigantesca lágrima de fuego. Debí de comprender entonces que cometía un error. Que la diferencia entre lo normal y lo extraordinario no siempre es tan evidente. Lo sé ahora. Porque cada vez que evoco nuestra despedida siento latir mi pulso desbocado, y los corazones parecen salírseme del pecho.

Los dos.

 

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