Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

127. La duda de Sancho

De mí, señor, poco sé decir, si no es que fui tal como vos me hicisteis: bueno, aunque no enteramente, que a menudo moviome más el interés que la noble intención; y simple, si bien no tanto que tuviese ignorancia dello.

Y de cuanto aconteciome con don Quijote, por más que aún me duelan las puñadas y los golpes en el cuerpo y las burlas y manteos en el alma, solo diré que nada lamento.

Porque no me trajo aquí, ahora viejo, el ponerle en la cuenta de cosas que conoce, sino una incertidumbre que por dentro me consume y con la que no quisiera acabar mis días.

Y es que para mí tengo que mi amo estaba loco, pero también que tenía ratos de cuerdo, como sé que siempre habrá damas cautivas sobre la tierra y agravios que desfacer y, por tanto, caballeros andantes ocupándose destos menesteres, ante cuya valentía solo valen los encantamentos.

Por lo que pregúntome si todo pasó como él decía o como a mí pareciome; si los hados de brujos volaron constantemente sobre nosotros o si, por el contrario, cabalgamos sumidos en un profundo disparate.

Si eran gigantes, don Miguel, o si solo eran molinos.

126. Anonimato (Asunción Buendía)

Recogió el guante que acababa de quedar huérfano en la acera. Corrió para alcanzar a su dueña y poco antes de llegar hasta ella se detuvo. Aspiró el aroma que había quedado atrapado en el vacío que antes ocupara su mano.

Perfecto. Apagó el ordenador y sonrió, pero no mucho, ni siquiera sus personajes debían saber cómo era quien los escribía. 

125. EL HOMBRE QUE CAMBIÓ SU DESTINO

El timbre de la puerta sonó. Yo no esperaba a nadie y quería terminar de una vez el relato para el concurso. Ni siquiera tenía el título. Volvió a sonar. Me levanté, indignada y dispuesta a expulsar al intruso.
El oficinista de la corbata azul estaba ante mí, menos bajo de lo que yo esperaba, y mucho más resuelto. Entró sin ser invitado, pasó al salón y empezó a hablar.
En resumen, venía porque el novio de la chica que le gustaba era puro músculo y él un alfeñique. Dijo que le califiqué así una vez, yo no lo recuerdo. Pedía que le cambiara el aspecto físico, le aseguré que eso era imposible a estas alturas. Argumentó que si el novio se enteraba de su intención de cortejarla, podría pasar cualquier cosa.
Cualquier cosa. El novio detenido por agresión, ella declarando ante el juez; él en el hospital con la pierna rota, la muchacha de acompañante solícita; él muerto, ella destrozada en el funeral…
Le prometí pensar en ello, le acompañé a la puerta y se marchó. Me senté ante el ordenador y escribí el título del relato: “El hombre que cambió su destino”.

124. PARALELO PUNTO CERO

Salió de la habitación con los ojos rojos, sucio y desmejorado tras no sabía cuanto tiempo encerrado para concluir “La mujer herida”. Y por fin lo había conseguido.

Quería compartir la buena noticia, pero el silencio de su olor ausente tenía la intensidad sonora del portazo de Julia en la página 203.

123. Sueños de autor

Aparecen mientras duerme. Algunos esperan pacientes su turno al lado de la cama. Los hay que leen, que hacen crucigramas, que se llevan la labor, que se cortan las uñas, que trastean con el móvil o con cualquier artilugio aún por inventar. Otros, más apasionados, pretenden despertarle nada más llegar, llamar su atención. Menos mal que siempre hay quien les frena, quien pone cordura. Aunque a veces se encienden los ánimos, llegan casi a las manos, se insultan, se retan. No es extraño ver una gladius enfrentada a una catana o un duelo entre una Colt Dragon y una pistola láser. Ni ver a un panadero de Birmingham intentar seducir a la esposa de un Senador romano. Los más aplicados repasan su papel como si fueran a enfrentarse a una audición. Comienzan con un agradable murmullo que crece y crece y crece hasta convertirse en el clamor exagerado del histrión. A medida que avanza la noche la mayoría se desvanecen entre las sombras o salen de la alcoba montados en pompas de jabón, en coches fantásticos, en naves espaciales. Menos uno o dos que se cuelan en sus sueños y consiguen instalarse entre los renglones de su próximo relato.

122. Personaje invasivo

El premio al escritor revelación había dado un vuelco a su vida. Aquella novela le había abierto las puertas de las editoriales y del corazón de Marta, casi simultáneamente. Las primeras estaban sorprendidas con los índices de ventas entre el público juvenil, tan difícil de atraer. Y Marta había quedado subyugada por el creador de Alicia, la protagonista de su novela.

La convivencia con ella era sencilla, fresca y natural. Por eso le extrañó tanto aquel primer reproche que le espetó malhumorada. Buscaban un vestido de fiesta. Marta entraba y salía del probador con la ligereza de una mariposa y él siempre tenía algo que objetar: es muy largo, muy estrecho, muy holgado…Ella respondió con un airado  “El vestido es para mí, no para Alicia”.

A este reproche siguieron otros. Alicia, por alusiones y comparaciones, se interpuso entre ambos. Al principio con extremada sutileza y después con una rotunda presencia sobrenatural. El hogar, antaño acogedor, devino en un espacio inhóspito y sus moradores adquirieron tintes huraños.

Una noche Alberto despertó agitado gritando un nombre femenino que no era Marta. El equilibrio inestable de este peculiar trío se desmoronó. Desde entonces Alberto  añora y busca a las dos.

 

121. La gramática de los dioses

Te apasiona leer. Acabas de comprar una novela y no puedes esperar a llegar a casa para empezarla. Entras en el metro, coges la línea circular y, en cuanto encuentras un sitio libre en el vagón, la abres. Trata de un escritor que está escribiendo una novela sobre un tipo que a su vez está leyendo una novela sobre un escritor. De repente el convoy se detiene. Entonces, te das cuenta de que llevas horas y horas –el tiempo apenas transcurre cuando lees– dando vueltas en el metro. Levantas la cabeza. No queda nadie en el vagón. Intentas salir, pero las puertas no se abren. Por un momento piensas que a lo mejor no existes y que quizás solo seas un personaje más, producto de la imaginación de un escritor, que a su vez es imaginado por otro escritor, que todos yo, tú, él, incluso ella, somos seres de ficción, que el mundo, tal como lo conocemos, solo es una novela interminable y que eso que llamamos Dios es, en realidad, un escritor mediocre, hasta que por fin las puertas se abren y la vida –o la novela– sigue su curso.

120. LA TRATANTE

No me des la espalda, te lo advierto. Puedo y quiero ser barro entre tus manos de alfarero, barco y nube para llevar tus sueños. Aire, agua, tierra y fuego, pero no me ignores, te lo advierto. Puedo ofrecerte, sin castigo, el placer de todos los pecados, la dulzura de todas las virtudes. Te interesa. Conmigo conseguirás la gloria. Yo desplegaré mis alas de ángel o demonio si tropiezas o despeñas. Saciaré tu sed y tu hambre, tendrás poder y dinero. Solo te pido el alma. Dime un precio. No puede interesarte un amante despechado ni un asesino insatisfecho. Te prevengo.

¿Te acuerdas de nuestro primer romance? Llegaste sediento, me cogiste entre tus manos, me acariciaste, y yo te abrí de par en par las páginas de mi piel. Te enseñé mis rincones más secretos, recorriste los campos infinitos de mi espalda, los agrestes montes de mi sexo, las galaxias de mi cerebro y todos los abismos y oquedades de mi cuerpo. Te saciaste, ¿recuerdas?

¿Por qué te empeñas en buscar otros cuerpos? ¿No ves que son cuerpos inodoros, digitales e insípidos? Vuelve. Me estoy cubriendo de polvo y de suspiros. No tardes. Se me está agotando la paciencia.

119. Epitafio (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

Siempre temí que se descubriera mi falta de talento, la ausencia completa de imaginación. Que alguien señalara aquellas frases que le copié al gran Gabo para mi primer libro; o los personajes, hurtados a Lope, en la novela que me consagró como escritor. Lector voraz y aficionado a los puzles, supe encajar las descripciones precisas de Pla y el sentido del humor de Cervantes, en un argumento sacado de la telenovela de moda.

Cómo no iba a caer rendido a mis pies el mundo entero, si le daba de comer el mismo rancho que servían en televisión, vestido de etiqueta y regado con el mejor Rioja. Simpleza callejera y belleza hurtada a los clásicos olvidados.

Sí, soy un fraude, pero me ha ido tan bien que no voy a cambiar ahora. Llegada mi senectud, he comenzado a frecuentar los cementerios. Allí donde me lleva la promoción de mi última obra, visito el camposanto, paseo por sus jardines y busco las tumbas de los prohombres. Así me nutro de frases póstumas, me las pruebo, me engalano con ellas y me contemplo en el espejo. En cuanto encuentre una que me caiga bien…

Mi muerte va a ser un éxito.

118. COMUNICACIÓN ESCRITA

Aquella afamada pareja de escritores solamente vivía para sus letras. El hastío fue cubriendo poco a poco su relación con un velo de indiferencia. Solo se comunicaban mediante títulos de libros.

Cada atardecer coincidían en su sala de lectura. Mientras permanecían allí, únicamente el susurro de las páginas al pasar cortaba el muro de silencio que los separaba. Entonces alzaban sus ojos y por un instante cruzaban sus miradas.

En su última conversación eligieron  la misma autora, la escritora de novelas románticas Megan Maxwell. Él le envió “Te esperaré toda mi vida”, entonces ella decidió contestarle con la novela “Ni lo sueñes”.

Jamás volvieron a verlos juntos de nuevo.

117. TRAGEDIA

Al cabo de unos días, cuando el lector ya se ha olvidado del libro y lo devuelve al estante, ambos despiertan. Siempre al alba. En ese momento termina su farsa. Sacan su cuerpo apretujado, como pueden, de entre las páginas y después de recomponerse un poco, hurgan silenciosamente en los armarios, cuando todos los de la casa duermen. Los dos eligen ropa cómoda; vaqueros, cosas así; y  aunque a él le resultaban más cómodas sus mallas, ella está encantada.
Antes – hace mucho – lo intentaban caminando, pero ya han descubierto que a una pareja tan joven, cogida de la mano, la llevan sin problema haciendo auto stop. El viaje suele ser muy largo, y hasta ahora nunca lo han conseguido, porque alguien siempre, en sabe dios qué lugar del mundo, vuelve a abrir el libro y los aleja, una vez más, de su querida y añorada Verona.

116. Poema anónimo

Dio por terminado el largo poema compuesto, con determinación y entrega, durante años; inspirado por cada una de las mujeres que en secreto había amado y perdido. Quizá demasiadas. Pero por fin había concluido la que sin duda sería su obra cumbre. Se sentía plenamente satisfecho y sabía que volvería a aparecer en los diarios. Tras tatuar el último verso sobre el cadáver desnudo de María, se apresuró a borrar toda huella.

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