Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

2- VIAJE HACIA EL INTERIOR (Eduardo Martín Zurita)

Su entusiasmo le volvía torpe cuando trataba de elegir entre lo necesario y solamente lo necesario. Se introdujo entre las sábanas, exhausto por los preparativos del viaje y cerró pronto los ojos. No obstante, despertó empapado en sudor. Noche de vueltas en la cama. Pero fue capaz de formularse la pregunta: ¿Otra tierra y no has descubierto dónde se encuentra tu país? Y de contestarla: Poco pintarás en ella. Mapa, pertenencia, nacionalidad radican fuera del tiempo y del espacio. Tu música y tu distrito más colorido habitan el cofre de tu interior. No emigres sin cerciorarte de tu paisaje íntimo. Donde quiera que te halles, lo crucial es lo que ocurre dentro de ti.

Deshizo la maleta. Colocó en su sitio ropas, fotos, cintas, la flauta travesera, un par de libros, el álbum de cromos de la infancia, el cepillo de dientes; rompió el billete de embarque y volvió a la cama. Consiguió relajarse y lo inundaron increíbles fantasías. Su ser era ahora mismo una sustanciosa armonía alada. Emigrado a su continente, olvidó las olas hojaldradas, el puesto de trabajo, la nueva ciudad; jamás un amor con vocación de indeleble y parlanchines ojos gatunos, e hizo trizas pasaporte y documentos.

137. RAICES

 

 

Acariciaba la tierra, acunaba las semillas y pasadas algunas lunas surgían, como estrellas, sus plantas.

Cuando soplaba el duro viento o las escarchas mordían las hojas, ella les cantaba canciones de brisas y de hogueras, y ellas resistían y daban su mejor verde, su flor más    fragante.

Un día desapareció.

Era otoño, y  entre hojarasca y rojos de viñas, la volvieron  a ver: El árbol-mujer más hermoso del bosque.

136. Paisaje

Se levantó como cualquier mañana para empezar su rutina. Lo primero que hacía, después de ponerse las zapatillas y antes de salir a ordeñar las vacas, era abrir la ventana para que su casa empezara a inundarse de la naciente luz del día. Pero aquella mañana al descorrer las cortinas no vio la huerta, ni los árboles frutales. Tampoco el corral, ni el pozo. Su paisaje cotidiano había sido tomado por altos edificios y un asfalto plagado de coches. Entonces, en sus manos arrugadas reconoció su presente. Resignada, se acomodó una vez más en la mecedora y dejó escapar la mirada, como un pajarillo libre, por el pequeño trozo de cielo que aún podía verse desde su triste jaula de soledad y cemento.

135. Las manos de la abuela

Manos de agua…, que golpean contra la piedra plana del río las ropas antes de tenderlas al sol y que beben ahuecadas en el hilo de las fuentes y regatos.
Manos de tierra…, que se hunden con ternura en la era y en el huerto, en la siembra y la cosecha.
Manos de fuego…, que traen leña del monte y encienden la lumbre en el hogar.
Manos de aire…, que amasan el pan de cada día y avientan las sábanas.
Esas manos ensancharon sus nudillos y se encorvaron sin dejar de arreglarnos el pelo, limpiarnos la cara, templar nuestra frente, darse en amor.
Ahora son ceniza del recuerdo que el viento trae hasta enredarse entre las mías.

 

134. «Retal»

Me tomaré ahora la tisana. ¡Demonio el chiquito!, lo ha puesto todo perdido atizando la lumbre.

No tardarán, el potaje está listo y los pimientos asados, hasta me ha dado tiempo a meter el pan al horno. Ummm, ¡qué calentita! Mientras Maura recoge la mesa desplumaré la gallina, granuja, lo que me ha costado pillarla y eso que casi se me muere con el alambre del huerto enredado en el pescuezo. Menos mal que mi madre me enseñó bien a coser, ¡y a leer! Ay mi Exiquio, ¡Cuánto te echo de menos! ¡Una solterona te vas a quedar! y llegó él del otro pueblo y a la que sacó al baile fue a mí. No se me quita la pena. Primero Catalina, ¡pobre Exiquio!, si no le paran estrangula al médico. Y él después.

Esta chimenea…, parece que el tiempo está de cambio. Luego les llevo al monte, allí, entre los árboles que cuidaba Exiquio y en los que se escondía Catalina con Toñín…

¿Ya estáis en casa? Nada, se me habrá metido un poco de ceniza en los ojos. Eduardo, que lo ha puesto todo perdido atizando la lumbre. ¡Ven aquí, que te vas a llevar un buen azotazo!

133. EL AGARRADO

La pareja terminó su baile. Aplaudió con los últimos compases de la balada, mientras los demás paisanos se recogían al bar cercano. El músico apagó el teclado. Luego ayudó a recoger las luces los altavoces al cantante. La joven bailarina se despidió, acompañada por los piropos y silbidos de otros aldeanos.

Una vez en su casa, se quitó la peluca frente al espejo del baño. Borró todo rastro de maquillaje. Miró su reflejo, de rostro viril y barba incipiente, hasta que murmuró

– Si el año próximo no se casa alguno de la comarca, ¡que se disfrace Arcadio de moza!

132. Enterrado

El niño lloraba, impotente, en la silla de ruedas. Ella desarraigaba el rosal de la madre para sembrar coles y pepinos. Apenas percibió las súplicas, cuando le trajeron las gallinas Rhode Island. Huevos grandes para el desayuno. Buena enjundia. No como las gallinillas de la antigua señora, que ni para un buen caldo servirían. Sin embargo, preparó aquellas aves de adorno para la sopa. Mientras, su hija  lavaba las prendas sucias de sangre y vómito del chico en el río. Desnuda de la cintura para arriba, la luz del sol discurría enmantequillada por los pechos dorados. Todos codiciaban aquella niña hacendosa. Incluso el señor que le había plantado la semilla. Se había descuidado por años de ellas, pero ahora quería recoger aquel saludable fruto.  Por eso fue fácil trasplantarla en medio del padre y aquel retoño anémico, que solo podía reclamar una parcela de tierra.  Y ya era tiempo de otro chorrito de insecticida en la comida del chico y que se fuera a criar crisantemos junto a la madre en el cementerio.

131. Neuma-terapia

Dejó la ciudad porque sentía miedo de los grandes edificios que le susurraban malos presagios. Volvió al pueblo. Nunca debió dejarlo, pero allí no podía dedicarse a lo que le interesaba.
Cada mañana cogía su carrito, las latas caducadas del contenedor de su restaurante de sobras favorito y vagaba por las calles recreando dentro de su cabeza lo que ya no podía ver con sus manos, ni tocar con sus labios, ni abrazar con su recuerdo. La gente murmuraba sobre ella, pero realmente nadie conoía a ciencia cierta su historia.
Solo sabía que volviendo a casa encontraría la calma, el aire que necesitaba respirar.
Por eso el día que las aspas del molino abandonado la lanzaron al cielo, ese preciso día, dejó de tener miedo, creyó ver a su hijo desaparecido en el ultimo terremoto y se dejó llevar.
¡Por fin juntos!

130. Volver

La yaya Mariana carda la lana, aventa la paja, repasa la casa y amasa la tasa.
El nene de Reme bebe la leche mientras la yaya teje; esperan a que la Reme regrese.
Lía que lía, el gatito Fifí juega con él al orí, pero el niño se hace pipí. Mariana le riñe y provoca su hipar infantil.
-No quiero lloros, no des más mocos -lo cambia de hato y lo acuna un rato, pero mira de reojo al gato.
Su único nieto ya duerme quieto. Atrás quedó un duro día, el sol ya huyó, el campo oscureció.

La Reme, cansada, con las manos curtidas por el sol y envejecidas de soledad, mira a su madre, a su hijo y al gato dormidos al calor de la lumbre. Recuerda el día que abandonó la ciudad, nido de maltratadores y cueva de ladrones, para refugiarse en los orígenes de los que -tiempo atrás- renegó.

Ahora sonríe y rememora canciones de su infancia.

129. Nueva fábula de la lechera

La lechera consiguió llevar al pueblo el cántaro de leche. Había olvidado las veces que lo había intentado. Una y otra vez, había fantaseado con venderlo en el mercado y comprar el mundo entero con el dinero conseguido. Sin embargo, siempre sucedía algo. Ocurría un accidente, tropezaba, se le esturreaba la leche. Había perdido la cuenta de los cántaros que se le habían roto.

Por fin, había logrado llegar al pueblo. Ahora sólo se trataba de vender el cántaro de leche. Ni siquiera le preocupaba ya qué hacer con el dinero que le dieran. Sólo quería regresar a casa. Descansar.

La lechera se sentó en un banco y se armó de paciencia hasta que llegaran los compradores. Tuvo que esperar bastante antes de que apareciera el primer cliente. A la lechera le resultó curioso que llevara un bolígrafo en la mano derecha y un cartapacio en la izquierda.

–¿Qué es lo que vende usted? –le preguntó el extraño.

–Leche de vaca recién ordeñada. Muy barata –respondió la lechera.

El inspector de mercados municipales no la dejó seguir hablando. Le impuso una multa por vender alimentos sin permiso y le requisó el cántaro de leche.

127. Amor entre dos mundos

Cuántas veces pude pedirte, Mario, que fuéramos al mar, pero siempre había una labor que hacer. Si no era plantar patatas, había que proteger de la helada las coles, o recoger la fruta antes de que el granizo las agujereara o los pájaros se la comieran, y yo siempre estuve a tu lado, viendo el sol salir y esconderse, siempre con los ojos rojos, la espalda torcida, las manos rotas y la piel cuarteada.
Lo siento, Mario, después de tu marcha, ya no pude más. Desbrocé todo el campo y me fui al mar. Me enamoró tanto que lo planté aquí. Aunque no es azul ni verde, puedo sentir las olas cuando el viento mece las plantas, bucear en su aroma cuando paseo entre ellas, y al atardecer sentada en la loma, maravillarme con su color.
Mientras viva, Mario, no le faltarán lilas a tu tumba.

126. DEDICATORIA (RELATO FUERA DE CONCURSO)

Tiene la cara morena y los ojos brillantes. Su cabello, sedoso, refleja los rayos del sol. Sus hombros, redondos y firmes; sus brazos fuertes y bronceados. Sus piernas, torneadas y esbeltas.

-Muchas horas de gimnasio- comentan ciertas personas al verla pasar.

-Cirugía – sentencia con desprecio otro de los asistentes.

A nadie le queda otro remedio que callar y agachar la cabeza cuando María Jesús, con una sonrisa, se acerca al estrado para recoger el premio a la mujer rural del año: “mejor producción ecológica de arándanos del norte peninsular”. No le hacen falta discursos para demostrar que el trabajo duro da sus frutos.

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