Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

96. REFUGIA-2

Malherida, Paloma cayó en picado hasta el fondo de una botella de ginebra. Dos taburetes más allá, Juan también buscaba refugio en la autocompasión. Inútilmente, pues el frío que desde hacía un tiempo le mordía el alma todavía persistía.

Paloma empezó a juguetear con la cordura y con su anillo de bodas. Nueve quilates de oro blanco engarzados con nueve años de mentiras recién descubiertas rodaron por la barra del bar. Juan levantó la cabeza de su conmiseración y vio venir la alianza y la frágil mirada de la mujer que la seguía. Recogió ambas con ternura y se las devolvió, a cambio de una sonrisa que le abrigó el corazón.

Al roce de sus manos le siguieron unos besos torpes y apresurados. Y luego otros un tanto mejor. Y así, mientras sus labios devenían cada vez más expertos, guarecidos el uno en el otro, la noche se tornó alba y hallaron resguardo por fin.

94. LA POLIZÓN (TON PEDRAZ)

─Es ella ¡Maldita sea!

Hace días que flotamos a la deriva, arrinconados, padeciendo que el agua nos robe a dentelladas alma e ilusiones. Mis ojos se enhebran torpes sobre su mirada glauca, como todo lo que nos rodea, con la que parece sondear nociva en el más allá. La balsa se fue convirtiendo en un pañuelo arrugado a piques del vertedero, en otro desecho más al filo de una ciénaga que regurgita el estertor terminal de las gargantas sumergidas.

Su presencia nubla mis sentidos, alimentada por el gemir desesperado de quienes se desvanecen para siempre reclamando una oportunidad. Su sonrisa de palabra tierna me seduce. Con su gesto cordial me incita para que no renuncie al abrazo, desde el que ella redimirá mi angustia. Los últimos apenas patalean, sólo boquean espumarajos y pavor a escasas brazadas del guiñapo de goma al que se aferraron para no perecer. Ante ellos zozobra mi sueño infantil, mi anhelo en vano, fraguado sobre la quimera del mundo idílico que nunca veré.

Enseguida quedamos ella y yo. Atenta a mis miedos, a mi plegaria. Desde la que suplico que este infierno se convierta en el Paraíso cuanto antes.

─¡Maldita sea! Es ella.

 

93. Emigrante sin equipaje (Yashira)

Desde niños las vacaciones siempre juntos, el final del verano marcaba el comienzo de otra manera de acercarnos, entonces eran nuestros corazones los que, unidos, evitaban la distancia. Una distancia que creció tras mi accidente, tuve que dejarte y ya no eran kilómetros lo que nos separaba, aun así, encontré la forma de estar junto a ti, pero ahora mi tiempo ha pasado, he de volver a encarnar, no sé si recuerdas cuando, en clase de filosofía, el profesor contó sobre la migración de las almas. Tengo que hablarte Lucía, no sé cómo hacerlo. He intentado susurrarte al oído, pero creíste que era el viento. Intenté pintar en una nube y no mirabas al cielo. Trataré, otra vez, de explicarte.

Qué sueño tan hermoso y extraño, tan real que aún puedo olerte Andrés. He soñado con ese abrazo que nunca pudimos darnos y con las palabras que nunca nos dijimos. Siento que, de algún modo, hoy te despediste de mí ¡Hoy! ¡Qué locura! Hace más de diez años de aquella tormenta en la que un coche, dejándote en la cuneta, sesgó tu vida para siempre.

Los que se marchan, no se van del todo, al menos no durante un tiempo.

92. LA ÚLTIMA FRONTERA

Caminaban cogidas de la mano, después de semanas de miedo y dolor, ya les quedaba poco para alcanzar la tierra de salvación, eran refugiadas en busca de una nueva vida, huyendo de las bombas, de las balas, de los hombres, pero tal vez la guerra también iba con ellas, era una sombra prendida a sus manos.

Ante la alambrada se agolpaba la muchedumbre, pese al hedor a humanidad, el hambre y la sed, los guardias del orden, en nombre de la llamada civilización occidental, les impedían el paso, ya que antes en otro lugar, a miles de kilómetros, sobre cómodos sillones y ante apetitosas viandas, los hombres con poder debían decidir su destino, intercambiando vidas como si fuesen cromos.

De repente sonaron unos disparos, entre la bruma de la mañana, que lo envolvía todo, solo se oían sus gritos de desesperación. Llorando amargamente, corría sin sentido, sin destino, a su madre le acababan de destrozar la cabeza, a ella el alma, a las dos la vida a las puertas de la última frontera.

 

 

91. Tierra a la vista (JM Sánchez)

Al otro lado del mar, muy lejos de aquí, dicen que la gente se baña y toma el sol en tumbonas hasta dejarse la piel tostada, como la nuestra. Esta noche hace frío por aquí abajo, pero nada nos detiene, ni las recelosas miradas de nuestros amigos, ni las lágrimas de nuestros abuelos, demasiado viejos para acompañarnos, ni siquiera el rostro maligno del capitán, que nos ha vaciado los ahorros y las ilusiones. Tampoco nos desaniman los vetustos flotadores, ni la insegura embarcación de fortuna en la que nos haremos a la mar. No sabemos cuántas millas tendremos que flotar en un mar peligroso para poner un pie en una tierra desconfiada. Ojalá no nos ahoguemos a una brazada de la costa. Espero que los que se bañan en las playas del norte nos dejen algo de ropa seca cuando lleguemos. Aunque con tanta gente a bordo, a lo mejor no hay toallas ni mantas para todos.

90. GENTE A LA QUE EL MUNDO DA LA ESPALDA

Llegados a este punto tenemos que darnos la vuelta. Todos nos giramos para mirar, una vez más, quizás la última, la tierra que soñábamos y comenzamos a correr de espaldas al mar. Tiritando de frío y empapados, nos adentramos en el agua y subimos a las barcazas que nos trajeron hasta aquí. Sobrevivimos otra noche al rugido amenazante de las olas que nos zarandean bajo un cielo estrellado, contradictoriamente bello, y nos abrazamos unos a otros para vencer el miedo y entrar en calor. Al atardecer alcanzamos la costa y conseguimos, no sabemos cómo, que las mafias nos devuelvan el dinero que pagamos por nuestros pasajes y los pasaportes falsos. Sedientos y exhaustos, caminamos sobre nuestras propias huellas durante días, para evitar que las minas antipersona nos hagan saltar por los aires, aunque no todos logramos llegar. Los que quedamos vivos nos quitamos las manos de los oídos para escuchar las bombas que los aviones dejan caer a nuestro paso. En este punto, hambrientos y desesperados, no podemos evitar darnos la vuelta para observar una vez más, quizás la última, lo que un día fue nuestro hogar.

89. Estrella de Oriente (La Marca Amarilla)

Sonaban infantiles villancicos en el abarrotado centro comercial. Un sillón señorial y una enorme saca para las cartas de sus Majestades estaban situados cerca de la zona de juguetería. El Paje Real, al que no le gustaban las Navidades, fue contratado por un mísero sueldo que aceptó por necesidad.

Los alborotados niños entregaban sus cartas y recibían caramelos, uno incluso se interesó por los regalos que había pedido el Paje Real; él contestó que sólo deseaba salud y estar con su familia, pero eso les pareció muy poca cosa, pues todos tenían salud y siempre estaban con sus familias. El Paje Real sonreía, siempre sonreía, era su trabajo, y sabía calmar a los pequeños que lloraban, los padres agradecidos creían que tenía el auténtico espíritu navideño.

Al terminar su jornada compraba algo de cena en la tienda de su amigo Hakim. Después, en su humilde hogar de cuarenta metros cuadrados que compartía con cinco paisanos, extendía mantas en el suelo para rezar el Salat. Y antes de dormir, siempre hablaba con su familia por teléfono mientras miraba las mismas estrellas que ellos, a miles de kilómetros, también miraban; pero nunca se atrevió a decirles que era todo un Paje Real.

88. Uno más entre tantos miles

Cuando era pequeño las misioneras en la escuela del poblado le dijeron que la estrella polar indicaba el norte. Su abuelo en una de sus lecciones de sabiduría le dijo que el paraíso estaba al norte.

Cuando se hizo mayor construyó una barca con juncos y embarcó en busca de ese paraíso siguiendo la estrella polar, pero la primera noche de travesía unas nubes negras apagaron el cielo y se perdió en la inmensidad del mar

87. NO TE IRÁS

Ya no quedaba aire que respirar ni tardes que compartir en el pueblo, todo estaba muerto, hasta la cigüeña del campanario. Esta tierra que un día dio trigo, ahora solo daba pena.

No lo pensó dos veces, sacó del armario unas blusas amarilleadas por el tiempo y unas faldas hartas de esperar la ocasión, las metió en esa maleta que vivía debajo de la cama y se plantó con ella en la cocina. Todos se habían ido, algunos para no volver, como su madre, que decidió matar sus penas sobre las vías del tren. Otros partieron hacia Madrid y la mayoría hacia Alemania donde trabajaban de sol a sol para retornar algún día y hacerse la mejor casa del lugar.

—Padre me voy dijo.

Él siguió comiendo sin levantar la cabeza del plato.

Ella permaneció largo rato en el quicio de la puerta, esperando un gesto, un “no te vayas”, un beso, un milagro…

Después se atusó el pelo con las manos, cogió su equipaje y se alejó lentamente sin mirar atrás. Ni siquiera se volvió cuando escuchó cargar la escopeta de su padre apuntando a su nuca.

86. DÍA 513

Tan gorda. Tan blanca. Tan fuera de lugar. La sigue a una distancia prudente, con temor a espantarla, pero sabe que no puede demorarse si quiere que la mañana les sirva el azar caliente. Se ha quitado la camiseta, que arrastra por la arena mientras su cabeza repasa la estrategia. Aunque es consciente de que aquí, como allí, la estrategia no sirve. Quién puede calcular con exactitud dónde habrá un francotirador; cuándo un obús va a reventar a tu hermana; dónde está tu padre bajo esa pila de escombros; cuándo va a echar a volar esa paloma.

El animal picotea la nada junto al vallado. Al niño se le disparan los músculos. Le arroja la camiseta, le salta encima, agarra el bulto que aletea sin opciones y lo aprieta contra su pecho. Reconoce el palpitar enloquecido del miedo a través de la tela, pero lo arranca de cuajo con un giro seco de la mano derecha.

Emprende el camino hacia su tienda con la paloma envuelta en la camiseta. Hoy comerán carne. Como la gente de las fotos, la que aseguró que los acogería en sus países. Esa gente tan blanca. Tan gorda. Siempre tan en su lugar.

85. Donde fueres… (Patricia Collazo)

El hombre desnudo apoya su carpeta sobre la mesa con desgana. Mi abogado de oficio. Mira con recelo la toalla con la que yo cubro mis partes. No me acostumbro a ir sin ropa. Llevo apenas un par de semanas en el país, y me está costando adaptarme.

Observo el sudor sobre su pecho, la nuez subiendo y bajando por su garganta.  Es evidente que le incomoda mi presencia. Como a mí la suya después de haber vislumbrado sus testículos cuando ha entrado en la sala.

Le refiero el incidente. Le aseguro que no ha sido mi intención asustar u ofender a la joven.

– ¿A quién se le ocurre subir vestido a un ascensor público? – pronuncia en tono de reproche. Intento explicarle que en mi país las cosas son distintas.  Me mira incrédulo. Como si estuviera diciendo una superlativa estupidez.

El guarda, cuyo monumental culo percibo a través de la reja, hace tintinear la llave.

Mi abogado me mira con pena.  Mueve la cabeza de un lado a otro dándome a entender que las cosas no me serán fáciles durante el juicio.

Empiece por ir desnudo como dios manda, aconseja mientras se pone de pie.

84. Viajes

Camino kilómetros.

En busca de mis sueños, una vez perdida toda esperanza.

Camino y revivo recuerdos de aquello que, AHORA, ya no tengo.

Mi mundo en un saco de ropa. Los restos de mi vida a mi espalda.

No camino sólo. Me rodean otros caminantes demacrados y sin presente.

Otros como yo. Otros disidentes obligados a buscar un nuevo lugar.

Un lugar que no será hogar. Porqué los tormentos del pasado vivido no nos dejarán que lo sea. Porqué la nostalgia nos llenará de recuerdos de aquello que fuimos, de aquello que perdimos o nos hicieron perder.

Camino Kilómetros.

Y pierdo parte de mí en el camino.

La tristeza nos supura por la piel. El dolor se arrastra con cada nueva pisada.

Y, enfrente, un muro construido para evitar nuestro avance. Un muro para encerrar nuestros sueños. Un muro para acabar con nuestro anhelo de encontrar un lugar mejor. Un muro que congela los latidos de nuestros corazones y entierra nuestra posibilidad de volver a ser humanos, personas. Un muro que nos recuerda que no somos libres, ni iguales, ni fraternales. Que estamos solos.

Como en los kilómetros recorridos. Caminados. Llorados.

SOLOS.SOLOS.SOLOS.

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