Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

70. El trenico de Blanca Oteiza

Mi padre tuvo la suerte de poder volver al pueblo. Siempre retornaba con varios kilos de más en el equipaje: fruta, verduras u hortalizas de temporada y con fortuna, algún que otro chorizo o morcilla de la matanza. No todos tenían la oportunidad de saborear productos que en la ciudad escaseaban. A mí me gustaban los veranos, cuando acompañaba a mis padres en el trenico que unía la ciudad con el pueblo. Aún recuerdo el traqueteo que nos hacía saltar sobre el asiento de madera y el túnel que se hacía interminable donde se quedaba a oscuras el vagón. Me pasaba las vacaciones en casa de los abuelos que conservaban la casa con su huerta y unas cuantas gallinas y algún que otro cerdo. Me encantaba callejear asustando a los gatos, correr por los campos de cereal y montar en el burro de mi abuelo.
Mi padre tuvo la suerte de haber emigrado a una ciudad cercana, porque así podía salir de casa un sábado a la mañana con la maleta vacía y regresar el domingo por la tarde con la maleta bien llena.

69. UN DÓLAR MENOS, UN DÓLAR MÁS (Beto Monte Ros)

Fue dejado junto a un hombre que extendía su mano, sentado en la acera; quien, por un breve instante, lo acarició con sus dedos sucios y lo llevó al bar de la esquina, allí lo recibieron con indiferencia y lo entregaron al último borracho de la noche. Un proxeneta lo encontró escondido entre las tetas de una chica con acento extranjero que, buscando una buena vida, encontró un burdel de mala muerte. Lo apartaron de ella con violencia y fue acogido en el bajo mundo.
Era muy eficaz circulando entre drogadictos, traficantes, coyotes y policías; navegó por ríos de sangre, codo a codo con la muerte, hasta que, en un intercambio de favores, pudo emigrar al alto mundo a donde llegó cubierto de polvo. Un señor de aspecto distinguido lo recibió con una sonrisa y prometió ocultarlo, tan pronto regresara de Disney, a donde iría de vacaciones con sus hijos; entonces lo lavaría y lo pondría a descansar, con otros de su clase, en una mullida cuenta de banco.

68. Todos extraterrestres

—No sé qué problemas ves, Jenny, será una fiesta de Navidad como ha habido otras y nada más.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? Esto no tiene nada qué ver con la que organizaron los Sakura el año pasado, o la de los Abdel ya hace dos; tampoco con la de los hindús del cuarto derecha, ¿te acuerdas?

—Los Mishka, los del cuarto derecha son los Mishka; y fue una celebración fantástica. Tú misma lo dijiste.

—Que sí, que lo fue. Pero ahora es diferente. Lo he comentado con algunos vecinos y no soy la única que piensa de este modo.

—Entonces, ¿qué propones?, ¿que nos quedemos en casa, solos, viendo la tele? Yo no podría, Jenny, de verdad que no podría. Nuestra familia aquí, en este país que no es el nuestro, somos toda esa gente, los Sakura, los Salom, los Juárez y los que vengan.

—Pero… este año ha de prepararla el del primero interior y…

—¿No es educado? ¿Ha ocasionado algún problema?

—No, no es eso, pero es que…

—¿Qué miedo tienes, mi amor? ¿Acaso temes acabar volando en bicicleta sobre el parque?

67. EN TIERRA DE NADIE

Yusuf Ben Omar, miraba sin ver  la taza de café entre sus manos absorto en sus pensamientos. Ante él,  los aviones aterrizaban y despegaban uno tras otro.

Dejó que el líquido, todavía demasiado caliente,  le quemara entre sus delicadas manos provocándole un dolor insignificante comparado con la desesperación que se adueñaba de su ser cuando pensaba en sus hijos.

No haberlos llevado consigo en su huída,  era aquello que le  quitaba el sueño y no los asientos de plástico del aeropuerto,  hogar improvisado  durante el último mes transcurrido,  mientras las autoridades estadounidenses decidían si era o no  un terrorista.

No podía poner un pie en la calle, pues le deportarían inmediatamente de vuelta a su país, donde como mínimo, le esperaba la cárcel.

Pero, ¿Quién en su lugar no habría  hecho lo mismo?, aquella niña de once años, violada y repudiada que acudió a él,  seguramente hubiera muerto en el parto.

La tremenda bola de fuego, precedida de una explosión en la pista le sobresaltó. Sin importarle nada, echó a correr hacia allí.  Entre la confusión, nadie reparó en él.

Quizás el mejor médico de Urgencias  de Arabia Saudí, si le daban la oportunidad podría salvar algunas vidas aquel día.

 

66. En un lugar de la Mancha

Anochece sobre los campos de Montiel. El viento azota con furia las aspas de los molinos que, fantasmales, se divisan al final del camino. Ya nadie los visita. Pesa sobre ellos una leyenda maldita de encantamientos y hechicerías que, de tanto en tanto, revive en el relato despavorido de algún caminante curioso, ahuyentado del lugar por los gritos del viejo loco que guarda sus puertas. Sólo él conoce el secreto que tras ellas se oculta y, cansado ya de vagar por el mundo, triste y  derrotado en mil batallas, a protegerlo ha decidido destinar sus últimas fuerzas.

El tacto frágil de una manita entre las suyas saca al viejo de sus ensoñaciones. Sonríe con dulzura y, recostando sus huesos maltrechos sobre la encina fiel que cada noche acompaña su guardia, acurruca a la niña entre sus brazos. La más pequeña del grupo de expatriados que el azar puso un día en su camino, supervivientes doloridos de un naufragio de mil sueños imposibles, resguardados ahora del desamparo y el frío del invierno en este lugar perdido de la Mancha. Refugiada en su abrazo la niña duerme tranquila. Tal vez sueña. Desde el primer instante fue su favorita. Su nombre es Dulcinea.

65. BLANCO DESEO

Todos sus hijos ya habían emigrado y de alguno todavía no había tenido noticias, a pesar del tiempo transcurrido. La última, la pequeña como a ella gustaba llamarla, había partido con su otra pequeña, que no había querido dejar con la abuela.

Se había quedado sola y todos, uno a una, habían prometido en sus despedidas que tan pronto quedaran bien instalados en sus países de acogida la harían llevar con ellos. Allí ella viviría como una reina, usaría bonitos vestidos, tocaría la nieve blanca mientras llevaba a sus nietos a bonitos parques, en los que los perros atados a una cuerda corrían con sus dueños y tenían lugares especiales donde hacer sus necesidades.

Mientras, miraba a sus dos raquíticos canes retozando junto a las gallinas que buscaban ansiosas cualquier cosa que picar en el suelo alrededor de su choza, espantando con una pequeña hoja de palma las fastidiosas moscas del asfixiante mediodía, bajo un moribundo árbol sobreviviendo a la prolongada sequía. Sólo pensaba si de verdad podía tocar la nieve con sus negras manos, y poder en ese momento morir tranquila de frio.

64. Inocentes e hijos de puta (Montesinadas)

A ver los papeles, le requirió dentro del vagón del metro.

“Tenía que haber ido andando, todos me  lo advirtieron”

Claro que sí, en la calle la gente ignora a la gente. Habrías pasado inadvertida también para ellos. Tenías que caminar, para otra, si sales de esta, ya lo sabes.

Revolvió el bolso fingiendo buscar una documentación que no existía pero, por un instante, imaginó que aparecía milagrosamente, entre el bote de henna negra  y el uniforme de la empresa donde limpiaba por un salario de mierda.

¿Cuánto tiempo llevas aquí? Yo puedo conseguirte  un visado.

“No sé qué decir. Mejor solo le sonrío y le doy el pasaporte”

Error. Si haces eso estás perdida. Jamás te lo devolverán.

Cogió el pasaporte y  la agarró por el brazo.

Tú te vienes conmigo, una morena como tú con esos ojazos y esas tetas  me hará de oro haciendo la calle  y le puso una navaja que ya le pinchaba los riñones.

Lo ves, te lo advertí, ahora está violento. Las mafias actúan así. Desaparecerás entre la muchedumbre porque la muchedumbre, nunca hace nada  y solo  queda esperar que no encuentren tu cadáver en la Casa de Campo.

63. El Dorado

Acodado en la baranda del barco contemplaba como se acercaba la tierra prometida, aquella Argentina donde iniciaría una nueva vida, lejos de la miseria de su hogar. Allí haría fortuna sin necesidad de romperse la espalda en el campo como sus hermanos. Cuando reuniera suficiente dinero le enviaría una buena cantidad a Lola para el niño, aunque sabía que ella jamás le perdonaría. Todo se había precipitado aquella mañana en que, sollozando, le había confirmado que esperaba un hijo suyo. El pánico se había apoderado de él; era demasiado joven, estaba lleno de proyectos e ilusiones que no incluían trabajar la tierra, casarse con Lola y cuidar de un crio. Aquella noche empacó sus escasas pertenencias y huyó en la oscuridad, rumbo hacia la libertad y la riqueza.

Casi medio siglo después, mientras agonizaba en un hospital porteño, con la espalda destrozada tras una vida de trabajo y penurias, un desconocido entró y le cogió la mano. Cuando le miró a los ojos creyó volver a estar en Asturias contemplando los profundos ojos negros de Lola, y tuvo al menos el consuelo de irse sabiendo que su hijo era mejor hombre de lo que jamás llegó a ser su padre.

 

62. MARE MORTIUM

Nos acercamos lentamente a la orilla, que eran todas las orillas al sur, al norte, oriente y occidente, e, introduciendo nuestras manos en sus aguas, el viento nos sopló al oído:

«Mare carnivorous, mare piraña,
mare hijoputa asesino,
mare pedófilo, ocioso y cínico,
de todos los males mare,
¿qué fuiste mar de los argonautas?
te reniego ahora, infame,
¿el mar del mundo civilizado?
¡sería cuando vivían la civilizaciones!
¡o sería cuando los dioses, sí,
se preocupaban del hombre!,
ahora que ya no hay ni dios,
este nos abandona con los porqueros,
el cerdo, pobre animal,
¡semejante a los humanos!,
ahora los dioses son dinero,
dinero, artificio y cínica falsedad.
Si este mar ha cambiado,
si ya no es de nadie, si huérfano,
seamos valientes, cojones,
ametrallémoslos antes de embarcar
en los diferentes sures.
¡Al menos volverás a ser nuestro!»

Después, cerramos los ojos y seguimos retozando entre potentes motos de agua, pedalos y fuerabordas, y solicitamos al lujoso y chill out chiringuito que nos sirviera una buena paella de marisco, in situ, in mare, in corpora insepulta.

61. Subirse al tren (Miguel A. Páez)

Siempre quiso volar, acariciar el algodón de las nubes y ver desde arriba el azul del mar. Conseguir subir a aquél avión fue hacer realidad un sueño imposible. Al fin podía sentir el roce de las nubes, su humedad, observar como un águila el tapiz turquesa de un océano interminable, los grandes barcos convertidos en motitas blancas, los colores imposibles de los corales, la fina línea de espuma que trazaban las olas al fundirse con las costas.

La emoción le hacía olvidar sus problemas de respiración, la sensación de ahogo y la falta de oxígeno, los terribles escalofríos bajo esas mantas baratas.

Ya no quedaba más que aguantar y luchar contra sus párpados obstinados en cerrarse, contra el sueño que le atrapaba cada vez más y más. No importaba; pronto sería feliz y olvidaría las penalidades pasadas en su aldea, conseguiría trabajo, liberaría a su familia del azote del hambre  y quizá hasta podría pedir la mano de la chica con ojos de miel.

Embriagado de queroseno ya veía la pista acercarse, ya percibía el rugir de esa barra neumática desplazándolo hacia abajo y agazapado entre esas enormes ruedas, ya se sentía subido en el tren de la libertad.

60. CAMAS CALIENTES (Belén Sáenz – Fuera de concurso)

Al acabar mi turno le mullo la almohada con la palma lisa sentado al borde de nuestra cama. Ella se desnuda rápido, sin darme la espalda y sin decir palabra, como siempre. Sólo sé que es nigeriana y que tiene el cuerpo brillante y firme, como una piedra rescatada del fondo del río. Luego se escurre bajo nuestra manta, que aún conserva mi calor y, de cara a la pared, intenta robar unas horas de sueño al recuerdo de su último cliente. Nunca me he atrevido a tocarla. Ni siquiera a preguntarle cómo se llama. Desde la confianza que me concede la puerta entornada, le deseo que tenga un buen descanso y me voy a comerme el mundo.

Cuando vuelvo al piso escapando de las dentelladas del día, es Pavel el que mulle nuestra almohada con el puño antes de irse a buscar cobre, pero si tiene algo de dinero le pide a Primer Turno —como él la llama— que se espere, que empiece por él su jornada de trabajo. Y entonces no me queda otra que cerrar la puerta sin hacer ruido y asomarme a la cocina, a ver si Wilson me invita a uno de sus mates.

59. SOLILOQUIO (Cristina Requejo)

Creo que nací huyendo.

Mi vida transcurre en un territorio hostil que me obliga a convertirme en refugiada para sobrevivir a mi propio espanto; me refugio en ideas, en lugares que ni siquiera sé ubicar en un mapa, en personas que no existen. Imaginar, huir,

porque no existe belleza

bajo la luz de algunos soles,

ni toda la lluvia invita a recogerse.

Huele a miedo, a hambre, a orín,

y la esperanza no es más que el deseo

de un cobijo seguro

en una alcantarilla.

Tal vez, si miraras de frente, si salieras al mundo y no olvidaras nunca la cara del que huye amenazado por el suelo en el que un día jugó, harías también tuya su pérdida y su llanto, y entenderías que estamos hechos de idéntica fragilidad.

Imaginar, huir.

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