Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

112. FLORENCIA

Florencia

Llegué al pueblo al atardecer. Había escuchado noticias y leyendas de un mundo desaparecido. Antaño los caminos eran un ligero rastro, las horas eran cantadas lánguidamente por el badajo de una campana colgada en el vetusto campanario de la aldea, y las vacas hendían sus pezuñas limando los senderos de los pastos.

El pueblo es ahora la frontera de un desierto. Me dijeron que San Román “caía” a dos horas cuesta arriba; sus casas derrumbadas, su iglesia sin campana, su callejuela inundada. Yo quería llegar a san Román. Sentía la añoranza por los lugares perdidos, la desazón de los sueños rotos.

Más tarde vi a una mujer sentada en un bancal; mataba el tiempo viendo pasar a la media docena de visitantes. Me detuve ante ella, y con inusitada naturalidad me preguntó: de dónde eres, a donde vas, a qué has venido. Fui una ventana de su presente.

También yo la interrogué. Ella era la única mujer de la única casa de aquel otro mundo que quedaba allí. A su espalda, una portezuela armada con tres tablones viejos rezaba con pintura de colores: el huerto de Florencia. Le compré calabacines.

111. Trueque

—Para mí que tornan de donde Samuel.

—Y deja a estas aquí, solas.

—A ver, mocosa, aparta un poco.

—¡Clavadita a la mayor!

—A saber si el padre es el mismo.

—Calla, calla, que asoma.

Y las figuras, sigilosas, se apartan de las niñas cuando su madre vuelve del corral al que se precipitó con nuevas nauseas. Alba recoge a la pequeña de los brazos de su hermana y Candela no tarda más de dos tropezones en preguntarle por su padre; seguro que también tiene pecas, fantasea. Alba siempre le responde con evasivas aunque hoy le retira suavemente los rizos dorados que se columpian alrededor de su frente y continúan de la mano, con el cierzo soplando sobre ellas.

Otras siluetas las ven transitar por las calles del pueblo, apostadas tras los visillos mientras sus hombres reúnen en la cantina los arrestos para escabullirse de madrugada. Alba lo sabe así que aprieta el paso y los dientes, con la noche y el invierno tan cerca. Presiente que esta vez será un niño, de pelo negro como el carbón que añorarán a partir de ahora.

Segundos después de que entren en casa, un perro asustado ahoga el chirrido del cerrojo.

110. La siega

En el campo, a mitad de la siega, empecé a buscar sus pechos. Los fui acariciando poco a poco. Los besé con ternura. Mordí sus pezones y empecé a chuparlos, a tomar de su leche. Me los bebí enteros y, allí, a pleno sol, me quedé dormida mientras ella me acunaba entre sus rudos brazos.

109. ESMERALDA (Carles Quílez)

Esmeralda tenía los ojos verdes y el rostro surcado por el sol de setenta siegas. Hablaba poco, como si incluso las palabras guardara; y de vez en cuando, se le hinchaba la pierna, allí donde un día la mordió un lobo.

Una noche, tan tarde ya que incluso las sombras moraban cerca del fuego, su hija Angustias llegó arrebolada a casa y, entre jadeos, pronunció un lamento:

– Ay, madre, mi María fue donde las berzas y todavía no ha vuelto.

Afuera, oyóse un aullido. Angustias, doblegados su ánimo y sus rodillas, cayó al suelo y se abrazó a los pies de su anciana madre. Enterró la cabeza en sus largas faldas y las llenó de sollozos.

Entonces fue que abrióse la puerta y entró una niña con un corderito en brazos y el gesto agitado.

– Ay, hija, que te daba ya por perdida –dijo Angustias, entre lágrimas–. Ven aquí y dame un beso.

A pesar de la hinchazón que arreciaba en su muslo, Esmeralda levantóse súbitamente, interponiéndose entre ambas, y le propinó una bofetada a su nieta. Al ver la desconcertada mirada que su hija le dedicaba, le susurró, mesurando las palabras:

– Algunas veces, hay que saber querer por dentro.

108. Amor platónico (Anna Lopez / Relatos de Arena)

Cuando él le habló del mar, no podía creerlo. La extensión de agua más grande que ella había visto nunca era la laguna, adónde iban a merendar el día de la Virgen. Luego él marchó para embarcarse rumbo a tierras lejanas, y la Narcisa lloró sin tregua hasta anegar el valle. Las casas y los huertos quedaron sumergidos, y las gentes del pueblo tuvieron que construir otras en lo alto del monte. La prensa habló de pantanos y energía eléctrica. Pero nosotros sabíamos que había sido aquel llanto desmesurado.

Sus primeras cartas, hablando de gentes de color, tuvieron una consecuencia insospechada: las calles se llenaron de emigrantes que trabajaban en el campo o abrían tiendas repletas de cachivaches y, aunque el alcalde lo llamó “efecto llamada”, todos creíamos que era el modo que tenía ella de sentirse más cerca de su amado

Pero ahora estamos muy preocupados en el pueblo. La última misiva que se  ha recibido habla de casas tan altas que se pierden en el cielo, autopistas llenas de coches y grandes centros comerciales. Ya han empezado a llegar excavadoras al pueblo y no sabemos cómo convencer a la  Narcisa de que todo eso son solo imaginaciones suyas.

107. Trabajo rural comunitario (Yashira)

Durante años no supe de dónde venían los tomates, jamás los había visto fuera de las fruterías, pero como el destino es caprichoso, aquí estoy, quedamos pocos aldeanos y aunando fuerzas mantenemos la producción suficiente para la subsistencia.
Cada mañana me levanto antes que el sol. Con el crepúsculo regreso a casa arrastrando fatiga de años. Así un día tras otro hasta el domingo, jornada de descanso. No, no voy a misa, he cambiado la mantilla por el delantal de faena. A la tierra no tengo que rezarle ni pedir perdón por mis pecados. Ese dios al que rogué para evitar las palizas, al que supliqué por mis hijos; aquel sacerdote que me decía, hija, tienes que tener paciencia, dios sabe lo que hace; nada hicieron cuando quedamos bajo un montón de escombros, cuando aquel al que debía obediencia destruyó lo más sagrado.
Viajé dejando allí la vida. Y muerta, aunque no enterrada con ellos, me instalé en un lugar casi despoblado que me ha devuelto la energía.

Es la historia de Manuela, que a sus setenta y tantos años continúa su labor incansable, y cada nueva temporada, da a luz vida que nace de las entrañas que la cobijaron.

106. RECUERDO

Recuerdo el verano…

Recuerdo tu cabello peinado por la brisa que cruzaba el valle al amanecer.

Recuerdo tu sonrisa y tu mirada azul.

Recuerdo esos paseos por la orilla del rio, al atardecer, cuando el sol se recostaba sobre el horizonte, y las sombras escondían nuestras caricias, nuestros besos.

Recuerdo las noches en que nos amamos sobre la mies bajo el cobijo de las estrellas.

Recuerdo tus te quiero, y tus volveré.

Recuerdo que te lo di todo de mí, te lo entregue todo.

Recuerdo que fuimos un amor a escondidas, clandestino, prohibido.

Recuerdo que éramos tan diferentes, tú el señorito, yo la chica del pueblo, la campesina, la muchacha de usar y tirar.

Recuerdo que nos separaban cientos de kilómetros de distancia y un abismo de hipocresías y mentiras.

Recuerdo, ahora aquí sola, cuando los pájaros anuncian la llegada de un nuevo estío, y mi cuerpo está a punto de dar a luz una nueva vida que tapará tu ausencia, que romperá mi soledad, que tan solo fui para ti un amor más, un amor de verano.

Recuerdo que todo quedará en eso en un amargo recuerdo.

 

105. Horario de oficina

A Brígida la contratamos porque es el paradigma de lo que estábamos buscando: Lleva el pañuelo anudado en la cabeza bajo un sombrero de paja, viste ropas anchas, tiene las palmas de las manos cruzadas por enormes surcos, acostumbra a mirar inconscientemente al cielo, como si estuviese olisqueando una tormenta que no termina de llegar y huele a paja y heno: en fin, todo un prototipo de mujer rural. Está a la entrada de la empresa, siempre manipulando las hortalizas del pequeño huerto que le hemos instalado en el hall, para que se sienta como en casa. Su contrato es en estricto horario de oficina, pero ella llega antes de que salga el sol, la costumbre, dice. Te preguntarás que para qué queremos una mujer rural en una empresa que se dedica a la fabricación de cabezas nucleares. Digamos que le pone el toque ecológico a nuestro negocio, tan injustamente denostado por la sociedad. Nosotros nos dedicamos a rellenar nuestras cabezas mientras ella mantiene el huerto frondoso y productivo. Y le pagamos religiosamente su salario cada fin de mes: para que luego digan que con el uranio no se puede hacer economía sostenible.

104. Girasoles

Sara tenía un predio de diez mil hectáreas de girasol a su cargo. Ella amaba los girasoles, sobre todo, ahora que eran pura luz vegetal. Por eso se atrevía a recorrer en carne y hueso el campo durante esta época, para acariciar y dejarse acariciar por las plantas. Ciertamente su avatar podía transmitirle con eficacia dichas sensaciones, pero no era lo mismo. Descalza, se entregó al libre albedrío de sus pies, hasta que, casi sin darse cuenta, se topó con el límite norte del predio. Un hombre la saludó y se aproximó a la alambrada. Ella hizo lo propio. El hombre no era un hombre, sino su avatar. Sara lo supo al instante por la luz maquinal de sus ojos. Él le confesó la extrañeza de estar charlando con una mujer de cuerpo presente y no con su avatar. Ella se rió y le contó de su pasión por los girasoles. Él, aunque no le gustaban los girasoles, la escuchó atentamente. Un rato después, quedaron para el día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar, pero en esta ocasión, ella no sería la única en carne y hueso.

103. Quebrantara su rutina Calamanda Nevado

Solíamos verla contenta, ágil, dispuesta a lidiar con vomitonas, dolores de tripa, suciedad, malas noches, procesiones, rosarios, velatorios, paellas, y más y más tareas como una jabata. La  consideraban reservada hasta un domingo lavando en el remanso del arroyo. Confesó su gusto  por otros menesteres. Su inquietud no esperó a septiembre   para asistir  a alfabetización.  Ningún problema, dictado, tabla o  lectura se le resistía.

En aquel  tiempo nos animaba  canturreando.-  Saber, saber, saber…-.

Criticábamos    su  gusto  por   la tranquilidad   silenciosa de la  noche,   esperando sin apuro las tantas para devorar   libros o  hacer redacciones. Cuántos huecos  sacó al   trabajo del campo repasando tablas, feliz como una chiquilla.

Lucía esa mirada en la biblioteca, entre  sus  compañeros de curso nocturno,  cuando rellenó las matrículas del instituto,  observando el resplandor dorado  de la pasta de su diccionario, se iluminaba impidiéndole  rendirse,  y desmontando nuestras exigencias familiares.

Antaño nadie imaginó  que ese trabajo tan bueno  en la ciudad  fuese para ella. Que su marido   confesara con timidez. -Cada día está más guapa y más joven- Que ella abriera  tontamente  un cajón pequeño y le encontrara cartas de otra mujer  repletas de faltas de ortografía.  Que sus hijos la imitáramos haciéndonos universitarios.  Que brillara.

 

102. La hermana que volvió de la capital

Al despertar las primeras luces, ya se distinguen las figuras de las dos mujeres y la muchacha ascendiendo la colina hacia los campos.
La joven debería estar en la escuela, pero desde que se convirtieron en la familia de un traidor eso es un imposible. Su padre, y Julián el panadero, desaparecieron cuando reclutaban los de un bando, y todas las semi-viudas los imaginan disparando contra sus hombres.
La tarea es ardua, no pueden acercarse al pueblo para aprovisionarse de nada, así que, a parte del propio autoabastecimiento, tienen que recorrer muchos kilómetros, acarreando pesados bultos, para hacer trueques en villas o aldeas donde no se les conoce.
Cuando la noche y el cansancio obligan, se retiran a la alcoba para un escaso descanso, pero Herminia recobra las energías mientras se despojan a la vez de sus faldas como en un juego morboso que jamás osó imaginar, y se abre como una flor para volver a sentir como la recorren esas rudas manos con las uñas llenas de tierra, pero limpias de sangre.

101. AVENENCIA

Violeta nació del heno, en un parto furtivo. Creció con vacas, patos y la abuela. Conocía los confines sin haber salido de la aldea. Las laderas eran toboganes. En los regatos jugaba a esconderse bajo el manto de berros, a pelearse con espadañas, mascaba tierra por el sabor a mojado. Descubrió una primavera cómo prosperaban las simientes, entendió que encerraban el secreto de la vida. En la palma de sus manos un día la grana se tornó brote; el retoño, planta vigorosa. Y le dio frutos, agradecida. No aprendió a leer pero sabía dar nombre y uso a la bardana, la escorzonera, la escaravía, y el jaramago. Lloró un invierno a la anciana. Después volvió a la huerta. Socorrió a las lechugas mustias, dio a los cereales ánimos de estiércol. No se extrañó cuando vio musgo asido a los humedales de su cuerpo, ni las petunias que le huracanaban el pelo. Tampoco se asustó con las campánulas que emanaban de su boca cuando le daba hipo. Tropezaba divertida con la enredadera, que la cubría por entero, y los retoños asilvestrados que poblaban sus brazos. Cansada, se recostó una tarde en el regazo de un árbol. Ahora habita su corteza.

 

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