Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

08. AZUFRE E INCIENSO (Salvador Esteve)

El miedo carcomiendo las entrañas, el remordimiento afligiendo la mente, un torrente de magma ahogando el espíritu, esquirlas incandescentes perforando el aliento, un clamor de lamentos torturando los sentidos; el infierno es un infierno.

Una legión sin nada que perder, almas que no se resignaban a la mísera y putrefacta eternidad, decidieron saltar el inframundo.  Navegaron en el barco de la desesperación por lagos de fuego hasta llegar a las puertas del cielo.  Ángeles, gentes de bondad, bienaventurados y pulcros de espíritu percibieron que el mal se aproximaba al paraíso.  Veían su felicidad amenazada por la turba y, temerosos, levantaron un muro infranqueable: el muro del bien.

 

Dios, desde la nada y el todo observaba, algo había fallado.  Se preguntó en qué momento del camino su obra se resquebrajó.

La decisión ya había sido tomada, lo que tardó siete días en crear, en uno solo lo destruiría.  Los continentes, los planetas, las estrellas, todo el universo se unificó en un amasijo latente de vida.  Paraíso e infierno desaparecieron.  Durante millones de años el Supremo recapacitó, y en su ecuanimidad dio otra oportunidad a la vida.

 

El Big Bang empezó de nuevo a bostezar.  Esta vez, Dios, seguro lo haría mejor.

07. ANTONIO (Paloma Casado)

Cuando llegaba de permiso, anunciado por el rugido de su coche, los vecinos se acercaban para darle una palmada en el hombro y envidiarle el Volkswagen que traía de Alemania. Desconocían que a pesar de que su compañero se lo había dejado barato, había tenido que ahorrar muchos meses distrayendo unas monedas del dinero que enviaba a su mujer, las divisas con las que todos comenzaban a prosperar. Tampoco sabían de las tardes de domingo distraídas a base de cerveza y dominó, ni de los frecuentes catarros causados por la humedad de los barracones -que nadie aliviaba con leche y coñac o friegas en la espalda-, ni de las miradas despectivas cuando no entendía alguna instrucción en esa lengua dura.

Por eso ahora ha gastado la mitad de su pensión en un móvil de última generación para su nieta porque, a pesar de que su carrera universitaria va a abrirle una puerta mayor que la suya, sentirá la misma soledad y el mismo abandono.

–Nena, cuando sientas morriña, nos mandas un “guasaps” de esos.

06. VERGÜENZA (María José Viz)

−¿Tengo monos en la cara o qué?

Esos chavales rubios, de ojos azules y piel de alabastro, se burlaban de ella. No los entendía, pero se daba perfecta cuenta.

Sus padres la habían llevado a esta ciudad, de nombre impronunciable. Por supuesto, no estaba de acuerdo, pero el mundo está controlado por los adultos y solo queda obedecer, pensaba.

No le gustaba nada del país, ni la gente, ni su lengua, ni siquiera el paisaje. Nunca como hasta ahora había echado tanto de menos el verde olor de su tierra y a sus queridas amigas. Odiaba su nueva vida.

Cuando conoció a Hans, su visión comenzó a cambiar. Él no era como los demás, se parecía a ella, con idéntico aspecto latino. Pero algo hizo que se desencantara. Hans era hijo de emigrantes asturianos, y se cambió el nombre porque se avergonzaba de sus orígenes. En cuanto Carmen supo esto, juró que no lo volvería a ver.

Ahora se la ve rodeada de chicos con piel de alabastro, ojos azules y pelo rubio. Intercambian sus culturas, sus anécdotas y, de vez en cuando, algún que otro beso furtivo.

05. El invierno (Jesús Garabato)

“Ya es de noche. Y sigue haciendo mucho frío. Sí que tarda, hoy, mamá. Menos mal que dejó algo de pan y mortadela para merendar. Me aburro y la tele sigue estropeada. Estoy harto de leer cuentos y de dibujar. Si tuviera, al menos, un ordenador o una consola podría jugar un rato. Ella siempre dice que, cuando las cosas vayan bien, ya veremos. Tampoco puedo entrenar con el balón a estas horas, porque los vecinos se quejan y, luego, mamá se enfada. Estoy muy cansado. Voy a esperarla en su cama leyendo un libro. Se pondrá muy contenta y me dirá, otra vez, que yo soy su hombrecito. Ojalá que traiga algo rico para cenar. Aún tengo hambre.”

−Ya estoy aquí, cariño. Vengo cansadísima. Otra vez, no me han pagado. Tanto trabajar, para nada. ¿Para esto hemos venido a la ciudad, dejándolo todo atrás? ¿Para sufrir todos los días, sin recompensa alguna? ¿Para que me esperes en vela, solo y hambriento, hasta que no aguantas más? Gracias a Dios, nos tenemos el uno al otro. Aunque nada cambie. Sigue dormido, mi niño. No te despiertes.

04. La transfusión (Eva García)

Mala suerte el accidente: la máquina hambrienta, su concentración nublada por la nostalgia y la emoción a tan pocas semanas de regresar a su patria. Demasiados años allí soportando teorías sobre el poder, la pureza, el orgullo de la sangre. Sobre la raza.

Aprieta los párpados en un intento de contener la insufrible cadencia de sus lágrimas al compás del gotero y se ve a sí mismo en una loca imagen de transformación: su ondulado pelo negro volviéndose lacio y rubio, sus ojos castaños aguándose en un azul frío, su piel tostada tornándose lechosa.

No ve en los tubos que cruzan su antebrazo la generosidad del que le ha regalado vida: sólo aquel líquido denso y granate violando sus venas.

Respira hondo. Debe reencontrarse, despojarse de la costra que ha sido su máscara para sobrevivir, renunciar al odio absurdo. Él no era así. Aguantará hasta volver, besar su tierra, ver a los suyos.

Mira el codo huérfano. Se rebela ante la idea de que el miembro cercenado quede atrás con aquellos que despreciaron tantas veces su saludo, su caricia, su palma tendida, sus dedos hábiles.

Suspira. El goteo continúa, lento, viscoso. Quizá sea la compensación que exige el universo.

3- Regresos (JAMS)

Le revolvía el pelo fosco y le pedía que se cuidara mucho. Y reprimía el llanto para no montar una escena. En los seis años que llevaba trabajando como cocinera en el Centro había visto regresar a sus casas a muchos deportados, y nunca sintió un abandono tan súbito. Pero Amid tenía los ojos negros de la desdicha, las manos grandes, y la deliciosa costumbre de llamarle «abuela Carmen».

Y nadie había alabado tanto sus postres de leche y sus rosquillas. Le había empaquetado una docena. Y entre ellas, un envoltorio pequeño con novecientos euros, el dinero necesario para un nuevo pasaje.

2- VIAJE HACIA EL INTERIOR (Eduardo Martín Zurita)

Su entusiasmo le volvía torpe cuando trataba de elegir entre lo necesario y solamente lo necesario. Se introdujo entre las sábanas, exhausto por los preparativos del viaje y cerró pronto los ojos. No obstante, despertó empapado en sudor. Noche de vueltas en la cama. Pero fue capaz de formularse la pregunta: ¿Otra tierra y no has descubierto dónde se encuentra tu país? Y de contestarla: Poco pintarás en ella. Mapa, pertenencia, nacionalidad radican fuera del tiempo y del espacio. Tu música y tu distrito más colorido habitan el cofre de tu interior. No emigres sin cerciorarte de tu paisaje íntimo. Donde quiera que te halles, lo crucial es lo que ocurre dentro de ti.

Deshizo la maleta. Colocó en su sitio ropas, fotos, cintas, la flauta travesera, un par de libros, el álbum de cromos de la infancia, el cepillo de dientes; rompió el billete de embarque y volvió a la cama. Consiguió relajarse y lo inundaron increíbles fantasías. Su ser era ahora mismo una sustanciosa armonía alada. Emigrado a su continente, olvidó las olas hojaldradas, el puesto de trabajo, la nueva ciudad; jamás un amor con vocación de indeleble y parlanchines ojos gatunos, e hizo trizas pasaporte y documentos.

137. RAICES

 

 

Acariciaba la tierra, acunaba las semillas y pasadas algunas lunas surgían, como estrellas, sus plantas.

Cuando soplaba el duro viento o las escarchas mordían las hojas, ella les cantaba canciones de brisas y de hogueras, y ellas resistían y daban su mejor verde, su flor más    fragante.

Un día desapareció.

Era otoño, y  entre hojarasca y rojos de viñas, la volvieron  a ver: El árbol-mujer más hermoso del bosque.

136. Paisaje

Se levantó como cualquier mañana para empezar su rutina. Lo primero que hacía, después de ponerse las zapatillas y antes de salir a ordeñar las vacas, era abrir la ventana para que su casa empezara a inundarse de la naciente luz del día. Pero aquella mañana al descorrer las cortinas no vio la huerta, ni los árboles frutales. Tampoco el corral, ni el pozo. Su paisaje cotidiano había sido tomado por altos edificios y un asfalto plagado de coches. Entonces, en sus manos arrugadas reconoció su presente. Resignada, se acomodó una vez más en la mecedora y dejó escapar la mirada, como un pajarillo libre, por el pequeño trozo de cielo que aún podía verse desde su triste jaula de soledad y cemento.

135. Las manos de la abuela

Manos de agua…, que golpean contra la piedra plana del río las ropas antes de tenderlas al sol y que beben ahuecadas en el hilo de las fuentes y regatos.
Manos de tierra…, que se hunden con ternura en la era y en el huerto, en la siembra y la cosecha.
Manos de fuego…, que traen leña del monte y encienden la lumbre en el hogar.
Manos de aire…, que amasan el pan de cada día y avientan las sábanas.
Esas manos ensancharon sus nudillos y se encorvaron sin dejar de arreglarnos el pelo, limpiarnos la cara, templar nuestra frente, darse en amor.
Ahora son ceniza del recuerdo que el viento trae hasta enredarse entre las mías.

 

134. «Retal»

Me tomaré ahora la tisana. ¡Demonio el chiquito!, lo ha puesto todo perdido atizando la lumbre.

No tardarán, el potaje está listo y los pimientos asados, hasta me ha dado tiempo a meter el pan al horno. Ummm, ¡qué calentita! Mientras Maura recoge la mesa desplumaré la gallina, granuja, lo que me ha costado pillarla y eso que casi se me muere con el alambre del huerto enredado en el pescuezo. Menos mal que mi madre me enseñó bien a coser, ¡y a leer! Ay mi Exiquio, ¡Cuánto te echo de menos! ¡Una solterona te vas a quedar! y llegó él del otro pueblo y a la que sacó al baile fue a mí. No se me quita la pena. Primero Catalina, ¡pobre Exiquio!, si no le paran estrangula al médico. Y él después.

Esta chimenea…, parece que el tiempo está de cambio. Luego les llevo al monte, allí, entre los árboles que cuidaba Exiquio y en los que se escondía Catalina con Toñín…

¿Ya estáis en casa? Nada, se me habrá metido un poco de ceniza en los ojos. Eduardo, que lo ha puesto todo perdido atizando la lumbre. ¡Ven aquí, que te vas a llevar un buen azotazo!

133. EL AGARRADO

La pareja terminó su baile. Aplaudió con los últimos compases de la balada, mientras los demás paisanos se recogían al bar cercano. El músico apagó el teclado. Luego ayudó a recoger las luces los altavoces al cantante. La joven bailarina se despidió, acompañada por los piropos y silbidos de otros aldeanos.

Una vez en su casa, se quitó la peluca frente al espejo del baño. Borró todo rastro de maquillaje. Miró su reflejo, de rostro viril y barba incipiente, hasta que murmuró

– Si el año próximo no se casa alguno de la comarca, ¡que se disfrace Arcadio de moza!

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