Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

02. Sin color (Eva García)

Abre un ojo: a escasos palmos un reguero escarlata  y otro blanco se funden en rosa, como la mantilla que tejió para su  bebé cuando todos le deseaban  un varón, como sus sueños de princesa truncados por el tiempo, como la ubre enferma de la Marela.

Rosa, como su madre, que insistió en que encontrara un hombre, porque una mujer sola no es nada ni es nadie. Su hombre, que fue a la taberna hace horas a llamar al veterinario, que siempre se entretiene, que nunca está, que volverá de madrugada dando traspiés creyéndose más hombre todavía.

Abre el otro ojo. La pezuña agresora reposa ahora inocente junto a la cántara vertida: sólo se ha defendido del dolor, como ella, dócil, jamás hizo.

Rosa, como su niña que huyó de la aldea para estudiar y tener un futuro, el charco ya alcanza su mano y enmarca sus dedos. Le duele el pecho, la cabeza, no puede moverse.

Cierra los ojos: la noche borra la ventana, el camino y su silueta acurrucada en el suelo, borra la esperanza de que alguien llegue para evitar que se desangre, borra su consciencia.

Rosa, el alba tiñe de paz, por fin, su rostro cansado.

01. PILAR (JAMS)

La encontró en el suelo, derrumbada sobre el quicio de la cuadra. Con un sollozo cansino, se sentó junto a ella. La llamaba bajito, vencido por el miedo, esperanzado aún de poder confundir a la muerte. Cuando le abandonó la esperanza de recuperarla, como pudo, la puso su vestido estampado de azaleas y la enterró junto a la higuera, donde siempre la gustó descansar.

La siguiente noche se enredó en buscar las lentes, hasta que terminó dandolas por perdidas para siempre.

Medio ciego, mermado por la debilidad y el desconcierto, se sintió perdido en un laberinto de momentos y lugares que ya no eran comunes. Sin fijar destino, decidió escapar de su propia casa. Rebuscó en las latas de galletas y encontró unos cuantos billetes, un reloj chapado en oro y la medalla de la Virgen.

Llenó los comederos del ganado y salió hacia Casares. Iba valorando el reparto: para Adela alguna cosa; para la hermana nada; para el cuñado la medalla y algo de dinero. Se debatía entre permanecer una temporada con su sobrina o alargar el peregrinaje hasta el despeñadero del Cabril y resolver tanta angustia.

Tras remontar el pernal de La Pedraje la senda ascendía por un entorno muy muy tortuoso.

119. Habrá un día en que todos….

Frente a él, con sus armas, con sus perros, con sus consignas. Similares en cada frontera, en cada vía, en cada río. Iguales en su desprecio y su intolerancia.

Pero también ve miradas que abrazan, brazos que besan, ojos que apoyan, como muletas de luz,
A su lado, otros intentando lo mismo. Tan solo la voluntad para seguir, tras tantos metros, tras la gran maratón.

Un esfuerzo más, saltar la valla y ganar.

118. La letra con sangre entra

En casa de Leonardo todos sabían que pasaba olímpicamente de estudiar, así que nadie le agobiaba. Lo suyo era el deporte. No iba al gimnasio; levantaba paquetes de lentejas y arroz: series de 20 repeticiones durante dos horas al día, cuatro días a la semana. Su hermana se acoplaba cada mañana en el carro de la bicicleta para que la llevase al colegio; él decía que así reforzaba los cuadriceps. Por la tarde, su padre devolvía a Nadia a casa, porque Iker aprovechaba para ir a la piscina. Nadaba sus buenos tres mil metros y ya de vuelta, dado que el carro iba vacío, cargaba las compras de la abuela, quien hacía los encargos por teléfono en el colmado cercano al polideportivo. Todo porque pasaba olímpicamente de estudiar. Nadie le agobiaba: aunque todo el mundo pensaba que sus múltiples matrículas de honor se debían a las chuletas, tampoco lograban explicarse cuándo las hacía. Era un misterio. Es curioso que nadie se percatase de sus auriculares. Durante sus largas horas de entrenamiento se mantenía en silencio, escuchando solamente las lecciones que previamente grababa en su mp3, que era subacuático y todo.

117. Medalla de oro

Hacía mucho calor. Sabía que ganar una medalla de oro no estaba al alcance de cualquiera y ella lo había conseguido. Estaba algo nerviosa cuando inclinó la cabeza y expuso su cuello para que se la colgaran. Quería salir mordiéndola cuando le hicieran la foto, tal y como había visto hacer a los deportistas en la pantalla del televisor. Antes de llevársela a la boca, observó cómo dos densas gotas oscuras mancharon su mano y su ropa. El intenso calor había derretido el chocolate del interior que, junto con sus lágrimas, sin duda pondrían perdido su babi escolar.

 

116. Argumentación (Elysa Brioa)

Esta es la historia de un atleta que nunca compitió. Enric, mi protagonista llevaba toda su vida dedicado al cuidado de su cuerpo con el fin de disputar unas futuras olimpiadas. Una férrea dieta y mucho ejercicio habían conseguido esculpir cada músculo hasta dar con la complexión casi perfecta. Pasaba tantas horas trabajando su musculatura y dedicaba tanto tiempo a contemplarse en el espejo de la entrada de casa, que nada más tenía cabida en su existencia. Murió su madre mientras estaba en esta permanente contemplación, su hijo, al cual miraba con extrañeza, se hizo adulto. Las pocas conversaciones que el niño pudo mantener con su padre ocurrieron mientras se reflejaban en el azogue. Fue su última novia, una pubescente obsesionada con el peso y que se pasaba el día ensalzando los bíceps, tríceps y demás “iceps”, la que dio la voz de alarma. Enric había desaparecido y lo más increíble, ni siquiera se había llevado los aparatos de musculación ni sus compuestos vitamínicos. Hubo una pesquisa policial, pero la falta de pistas condujo a un punto muerto. Espero que me comprendan, estaba harto del desgaste al que me sometía semejante imbécil. Qué descanso, ahora solo reflejo las paredes.

115. LAS SALVAS

Respiran, relajan sus músculos mientras retumban miles de voces del público que está sentado en las gradas del estadio. Los corredores se agachan, flexionan las piernas, tensan los brazos hasta que cesa el bullicio y llega el silencio.

Ahora se acuerda de su nombre y apellido, el mismo que lleva impreso en su dorsal. Observa la calle con dos líneas blancas que la limitan, ese horizonte que se pierde en la primera curva.

¡Ya!

Cuando comienza a correr el camino se endereza, todo es una recta sin nadie más alrededor. Un pasillo en el vacío surcado por sus jadeos que retumban con las pisadas, más fuertes cada vez. Solo se despista una décima de segundo, el tiempo suficiente para observar a las autoridades en la tribuna. Las mismas personas que le dijeron que, sin medalla, nunca tendría opción si quería volver a ser libre.

Entonces regresa al pasadizo. Sabe que no llegará el primero, tampoco el segundo ni el tercero porque ha cruzado la meta en el quinto lugar.

Y sigue corriendo. A esa velocidad saldrá del recinto en pocos segundos. Podría llegar a cualquier embajada que lo acogiera.

Va tan rápido que ni siquiera escucha las balas.

114. «Gracias»

De pequeña, también después, mi padre se enfadaba mucho y me castigaba cuando llegaba tarde a casa.

Así que me habitué a correr.

Como cada vez corría más rápido, cada vez me iba más lejos o apuraba más la hora de regreso.

En el cole siempre era la primera, la que más alto saltaba y la que más resistía.

Ahora, en este momento, agradezco profundamente a mi padre su rigidez y sus duros castigos. Por evitarlos estoy aquí.

¡A sus puestos!

¡Preparados!

¡Listos!

¡Ya!

113. Casa vacía

Dicen que cada día es un calco del anterior, que se repite como un mantra porque carecemos de imaginación, nos copiamos unos a otros, y también a nosotros mismos. Yo no quiero copiar a nadie, mucho menos a mí. Pobre desgraciado. Por eso, aprovechando las imágenes olímpicas de televisión, la semana pasada decidí hacer algo que nunca había hecho: deporte. Arrancaba de par de mañana con natación: braceaba tumbado bocabajo en el suelo tras la estela del nadador, crol, mariposa y espalda. Luego atletismo. He corrido por la casa sin estorbarme con nada, alzando los brazos al entrar en la cocina, como dejándome engañar por alguna esperanza imprecisa. Halterofilia. No tengo pesas ni nada parecido, pero hago alzadas con la jardinera de tierra yerma que olvidó Pamela. Lo malo es que estoy quedándome en los huesos, y eso sí es una burda copia, le pasa a mucha gente. Aunque peor es que ayer se llevaran también el televisor —tres plazos impagados—, y con él las olimpiadas. Y eso también les pasa a muchos. Pero juro que hoy, cuando vengan a desahuciarme, no pienso resistirme, que es lo que hacen todos. Que recorran perplejos la casa vacía. Que se jodan.

112. Juegos olímpicos (Luisa R. Novelúa)

Muy sonriente y con los ojos chispeantes muerde la galleta María mientras saluda con la mano frente al espejo. Con solo cinco años tiene muy claro lo que quiere ser de mayor, y lo ha anunciado con determinación en una de las comidas familiares en casa de los abuelos.

Nadie parece tomarla en serio. Incluso hay quien se atreve a recordarle que sale corriendo en busca de unos brazos salvadores cada vez que las olas se acercan para atraparle los pies. Pero después de insistir hasta el berrinche, su madre ha acabado por transigir y le ha comprado el gorro, los manguitos y el churro de flotación que la esperan almacenados en el armario de los juguetes.

Hoy está muy contenta. Es el primer día de colegio tras las vacaciones estivales. Cuando ve a Lucía, las dos niñas se lanzan a un reencuentro lleno de risas. Sabe que puede contar con ella. De hecho, su amiga acepta su decisión sin cuestionarla, y a partir de ese momento la llama Mireia.

111. Ctrl+Alt+Supr

Nadar es lo que me ha mantenido vivo hasta ahora, seguir nadando sin parar, a pesar de las olas, las corrientes, las mareas, he continuado braceando hasta que he conseguido llegar a la línea del horizonte. Aquí me espera mi destino. Justo donde el mar se transforma en cielo existe una puerta virtual. Al intentar traspasarla aparece una ventana blanca por arte de Google y dos recuadros grises que solicitan con insistente parpadeo usuario y contraseña. Tecleo el usuario errando la contraseña. Recuerdo con certeza haberla anotado en el registro de últimas voluntades anticipadas. El pánico se apodera de mí. ¿Cómo acceder al paraíso sin la palabra clave? Busco un enlace que me ayude a recordar pero sólo me ofrecen la posibilidad de pulsar el botón inicio. Esa opción no me interesa, me obliga a volver al principio de todo, al líquido amniótico donde comencé mi acuática vida. Y no me apetece, quiero descansar, hastiado de vivir no me siento con fuerzas para enfrentarme de nuevo a lo que sé que me espera. Me niego a volver a nacer, prefiero quedarme aquí bloqueado en el limbo hasta recuperar la memoria.

110. Récord

5,65 segundos en los 100 metros lisos.

Fantástico. Inverosímil. Estratosférico. Aunque el cronómetro no mentía. Ahí lo detuvo el corredor. En la línea de meta. Desafiaba a la lógica. Al sentido común. Dejó mudo y aturdido al estadio. Y al mundo entero.

Solo durante un instante.

Con esa muestra de regocijo y secreta satisfacción personal que se siente al contemplar los grandes logros o las hazañas inconcebibles, el público lo recibió enseguida con una ovación atronadora, y la prensa mundial acabó saludando el nuevo récord como un triunfo más del hombre sobre su destino.

Además, el registro pudo ser rápidamente homologado.

Las autoridades deportivas no descubrieron nada anómalo en la velocidad del viento ni en la aerodinámica del pantalón, la camiseta o las zapatillas utilizadas durante la prueba, ni en el análisis exhaustivo que se hizo del cuerpo del atleta.

En poco tiempo había nacido un mito.

Y quiso demostrar que podía conseguirlo otra vez. En cada entrenamiento. En cada carrera. En cada competición a la que se presentaba. Pero sintió la presión de verse observado. De ser el centro de interés para millones de ojos. Quizá por eso fue incapaz de volver a encontrar el atajo.

 

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