Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
0
horas
0
3
minutos
1
9
Segundos
5
0
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

109. Medalla de bronce

El saltador de trampolín se lanzó resuelto. Hizo un clavado inverso, que le salió casi perfecto. En el mismo momento en que se estrellaba contra las rocas del acantilado pensó que, si aquel salto le hubiera salido el día de la competición, habría conseguido al menos la medalla de bronce.

108. Volver la vista atrás

La saltadora de pértiga Olga Ninkonovskeva (hija y nieta de saltadores de pértiga, bisnieta de un arribador de puerto aficionado al salto de pértiga en sus horas libres) se prepara en la posición inicial para su tercer y último intento sobre 6,7 metros. Si salva el listón, conseguirá la medalla de oro. Si lo derriba, deberá conformarse con la plata, algo inaudito en la familia Nikonovskeva, acostumbrados a llevar siempre para sus vitrinas el dorado metal. “No vuelvas a casa con otra cosa que no sea el oro”, le ha susurrado esta mañana su abuelo Vladimir con gesto grave mientras se balanceaba en la mecedora. Olga inicia la carrera, coloca la pértiga en perpendicular al suelo, acelera el paso, clava la pértiga en la caja, toma impulso, se flexiona mientras comienza a elevarse, alcanza la altura del listón, prosigue su ascenso, desaparece por la cúpula del estadio olímpico, se pierde entre las nubes, asoma de nuevo, como un puntito a lo lejos, atraviesa la troposfera, la estratosfera, la mesosfera, la termosfera, la exosfera y llega a ese punto en el que mediado ya el camino, resulta tan difícil volver la vista atrás.

107. EL CORREDOR

Siempre te gustó correr. Casi no sabías hablar y ya te recuerdo correteando, detrás de algún gorrión o una pelota, por el patio de casa. Destacaste pronto en Educación Física. Y con el club de atletismo, siempre de los primeros: el campeonato regional cadete, la preselección para los 10000 m nacionales. Corrías, y sobre todo perseverabas. La lesión de rodilla no te paró: seguiste avanzando, madurando, seguiste corriendo. A pesar de que los mejores tiempos ya hubieran quedado atrás. Igual que me quedé yo tras la puerta, después de la discusión desde la que me retiraste la palabra: siempre te gustó correr, realmente eras libre de hacer tu vida, de buscar otros horizontes. Así que hasta tu silencio podía perdonártelo. Pero esto no, hijo, esto sí que no puedo. Que no hayas llegado a la meta de un maldito paso de cebra. Que ese camión haya dejado tu zancada incompleta ya para siempre, en medio del asfalto.

106. Lanzamiento de Jabalina

Lo que más le costó fue introducir la jabalina calibrada entre el resto. Unos pocos dólares, una sonrisa y una promesa la noche anterior fueron suficientes para la voluntaria. Cuando sopesó su centro de gravedad, pensó que no podía fallar. No se trataba de enviarla lo más lejos posible, sino de acertar. El lanzamiento apenas duraría un par de segundos. Para cuando quisiera darse cuenta, sería tarde.

Uno. Inició la carrera. Concentrado en el objetivo. El ruido de los golpes tras la puerta. Dos. Estiró la zancada para acelerar la carrera. Sus gritos insultándola. Tres. El pie sobre la línea de lanzamiento. Ella tirada en el suelo, sangrando en un sordo llanto. Cuatro. Lanzamiento. El golpeándola en el suelo. Blanco.

El lanzamiento fue perfecto. Todo el mundo lo vio. Las lágrimas mojaban sus manos que ocultaban su cara a las cámaras, como lo hacían las de su madre, en una habitación al otro lado del mundo. Dulce néctar de libertad.

Al instante los titulares de prensa inundaron la red: ”Desgracia en la familia olímpica. En un error de lanzamiento de jabalina, atraviesa a su padre, juez de pista, ante la mirada horrorizada de millones de telespectadores”.

 

105. ¿Una pista? ¿de atletismo? Humm, pueees…: empieza por A y es un deporte

Me había clasificado para una prueba atlética, pero… ¿para cuál?

Colocándome para los 100 metros, sólo se me ocurría decir “gilipollas”, “coño”, o “puta madre”, y el corredor de al lado se burló. ¡Qué tacos de salida tan poco originales!, me dijo, el muy… Y cuando el juez, al fin, disparó al aire, vi al saltador de pértiga caer malherido sobre la colchoneta mientras, algo más allá, una hembra de jabalí surcaba grácilmente los aires hasta clavarse en la hierba. Así que desistí. Demasiadas brusquedades.

Pero entonces… ¿cuál era mi disciplina?

Lo cierto es que en algunos rincones de la pista había gente agradable. Por ejemplo: un saltador ataviado con un mandil me enseñó a batir récords hasta dejarlos a punto de nieve, un fortachón giratorio se desvivió por mostrarme cómo clavar clavos con una bola de acero atada a una cuerda… ¡ah!, y Alejandro Sanz que, muy amable él, me explicó la mejor técnica para lanzar discos.

Pero yo, mareado de tanto movimiento, decidí ir a lo seguro: el Decathlon. Así, si probaba algo y no me convencía, pues me quedaría la opción de descambiarlo por un pack de calcetines. Que siempre vienen bien.

104. Fe, esperaza y calidad (por B. Mrando)

Las tres patas de la mesa de los grandes logros. Grandes como una iglesia pequeña o una catedral de pueblo a medio hacer. Parte fundamental de las virtudes de todos los participantes de tan reñidísima competición como es esta.

Lentamente el ambiente se carga de maratonianos sermoneadores, los exorcistas más rápidos, los maldecidores más dañinos, estigmatizados de gran belleza, resucitados, mártires y reliquias de todos los niveles. Con toda la parafernalia que acompaña a un evento de este calibre: bulas al alcance de todos los bolsillos, merchandising celestial y demoníaco, compraventa de almas kilómetro cero, propuestas de nuevos pecados y penitencias, etc…

Tras la ceremonia de inauguración de esa mañana de diciembre, caracterizada por los cantos gregorianos, música de órgano de buen tamaño, incienso y los padrenuestros bisbiseados, se declaran abiertos los Juegos Milagrosos de verano. Esa misma tarde, la categoría de conversión de agua en vino de mejor paladar ya tiene vencedores, que esperan en el podio la entrega de medallas: La de oro de la Virgen Erosa a tiempo parcial, para el segundo clasificado la del Cristo Dopoderoso y molón y realizada en bronce la del Santo Matito ecológico.

Así es el deporte de élite.

103. Equipo de uno (Patricia Mejías)

Cada curva de sus brazos es un torque de músculos que potencia la fuerza del remo contra la corriente marina. Trae a sus espaldas el peso de una docena de inmigrantes. Seis mujeres, dos bebés moribundos y cuatro hombres hambrientos. Golpea con fuerza las crestas enharinadas de las olas como si fueran cabezas que sobresalieran del mar. Con las salpicaduras de agua salada, el maquillaje se le destiñe. Hace mucho que no usa kohl. Desde los bombardeos en Homs. Cuando posó, sin burka y con una sonrisa, para un fotógrafo extranjero. Mientras el fuego, con sus dedos crocantes, rebuscaba entre los escombros a los sobrevivientes del bombardeo. Mientras decidía que era hora de marchar hacia Occidente con aquel grupo de refugiados.

Le pesa en la conciencia el azul marino teñido con sangre. Al fin divisa la playa. Y el relumbrar de las cámaras. Solo cien metros más. Pero aquella carga extra de remordimientos se lo impide. Con una rápida maniobra mental, se desprende de una estela de rostros suplicantes que se hunden en sus recuerdos. Rauda la embarcación embiste la meta. Medalla de plata. Y el ofrecimiento de un contrato de modelaje que compensa ese segundo lugar en las Olimpiadas.

102. Maldita la duda.

Te acuestas cansado; exhausto por el entrenamiento, cada vez más intenso, cada vez más duro. Enseguida concilias el sueño y te ves en la última curva, ante el último esfuerzo. El estadio está lleno, notas su rugido, percibes su aliento, y aprietas los dientes, dándolo todo  hasta el final,  y conteniendo la respiración con el miedo a que el más mínimo suspiro sea la décima de segundo que necesitas para ganar.

Cruzas primero, cae el record del mundo, que queda a tus pies, asombrado por tu hazaña. En ese momento te dejas llevar. Vuelta de honor, fotos, abrazos; todo reconocimiento es poco.

En el podio, con el himno de fondo, la emoción te embriaga, y apenas reparas en sus caras.

Vuelves a la tierra y te fijas en ellos, que siguen mirándote; y entonces te das cuenta. Te señalan. Vuelves la vista y la ves, clavada en tu brazo, delatándote.

Te despiertas sobresaltado, enciendes la luz y te tocas los brazos. Nada. Suspiras aliviado; pero maldices en voz baja y saltas de la cama. En la cocina abres la nevera; coges esa caja del fondo y la abres.  Sigue ahí. Y tú sigues maldiciendo. Maldita la hora. Maldita la duda.

101. GRACIAS, PETER

Han sido muchos años de preparación, de entrenamientos en verano en pistas de atletismo y en campos de fútbol en invierno para no perder el tono físico. Los nervios te abruman instantes antes de que el pistoletazo de salida marque los veinte segundos más importantes de tu vida.

Corres con cada fibra de tu cuerpo, corres con cada hálito de tus pulmones, corres con cada bombeo de tu corazón.

Cruzas la línea después de doscientos metros. Segundo. Record de tiempo en tu país, Australia. Medalla de plata aquí, en los Juegos.

Es tu momento más álgido y todo el mundo entendería que pensaras solamente en tu gloria, en la recompensa de tu esfuerzo, en tu meta culminada tras tantos años de tesón. Tal vez, el inicio fulgurante de una carrera olímpica que pueda llevarte, en el futuro, a colgarte la medalla definitiva: el oro. Pero no lo haces. Tu gloria no ofusca la realidad de una desigualdad presente y decides sumarte, en tu momento, a otro momento cuya significación consideras por encima de honores y personalismos.

Pides la insignia. La colocas sobre el escudo de tu país. Subes al podio.

100. MÁXIMA TENSIÓN (M.Carme Marí)

Por fin han comenzado los Juegos Olímpicos. Llegar hasta aquí ha sido desde un principio mi meta, la fecha prevista en que alcanzaría el crecimiento esperado tras superar las dificultades iniciales.

Puedo oir la voz de papá resonando en mi cabeza: «Atento chaval, el pistoletazo de salida será de un momento a otro». En el sofá de casa, con mamá, siempre me hablaba del «pistoletazo» y de los meses de preparación que llevábamos para que todo fuera bien. «Va a ser la carrera de nuestra vida», decía, «ya verás». Y es que habían invertido sus ahorros en mí.

Se acerca la hora de la verdad. En estos instantes, aunque no vea a mi familia, imagino su nerviosismo. A mi padre le habrá empezado a temblar el párpado izquierdo -según mi madre es su máxima expresión de estrés-. Yo intento calmarme.

Ahora voy a salir. Desde donde estoy se palpa la expectación de fuera, oigo los gritos. Ya veo unos focos de luz. Me recibe el médico del equipo, que me da una palmada en la espalda y, cogiendo aire por primera vez en mis pequeños pulmones, rompo a llorar mientras me colocan sobre mi madre que sonríe extenuada.

99. Madrid, Año 2040 de la Nueva Era

Madrid anochecía envuelta en un calor espeso. Isidro caminaba con paso ralentizado entre las ruinas de lo que un día fuera el proyecto de Villa Olímpica.

El muchacho conservaba algo de sentido, pues su cerebro no se había escurrido del todo por el orificio que perforaba su cráneo.

En su cuadrícula era el líder, los demás le seguían y llamaban por su nombre, con un gruñido parecido a una larga i. Conseguirlo le había costado largos años de empeño, pero el tiempo carecía de importancia pues su existencia ahora era eterna.

Isidro tenía en su vaga memoria un único recuerdo. Personas ágiles desfilando tras una tela ondeante. La sensación que invadía entonces su carne putrefacta era maravillosa.

Por ello se había entregado a una misión. Todas las noches agrupaba a sus compañeros y elegía a los mejor dotados, por decirlo de alguna manera. Era difícil porque de una noche para otra se perdían piernas, pies, brazos, manos e incluso cabezas y ya sin estas últimas era complicado entrenarles.

Aún así, la noche del 24 de agosto de 2040, Isidro cumplió para Madrid un antiguo sueño.

Inauguró de forma solemnemente  babeante, los Primeros Juegos Olímpicos de la Nueva Era Zombi.

 

98. RECUERDOS DESBOCADOS (Edita)

El azar quiso que se encontrara despierta frente al televisor cuando empezó la competición hípica. Los familiares se extrañaron al oírla balbucear, ya que hacía varios meses que no emitía sonido alguno. Luego llegaron los aspavientos impropios, y al poco tiempo pudieron escuchar con claridad la palabra papá. Nadie sospechó que aquellos jinetes olímpicos la habían transportado al rincón más antiguo de la memoria, donde permanecía indeleble la primera imagen de su padre cabalgando con ella a lomos de un percherón; ni que se tapaba los oídos para evitar los gritos de la madre que, por miedo, pretendía bajar a su pequeña de la cabalgadura. Cuando llegó la hora de acostarse, hubo que desconectar el aparato simulando avería. Resignada y triste, dejó que la llevaran a la cama. Pero a las pocas horas, tuvieron que colocarla otra vez delante de la pantalla, repitiéndose la escena anterior en cada retransmisión ecuestre. Después de papá, llegaron otros vocablos inteligibles como mamá, caballo, arre…

Ya se acabaron las olimpiadas y sigue pendiente de la televisión. Come  mejor y dormita menos; incluso ha comenzado a sostenerse en pie de nuevo. El médico no tiene explicación para esta sorprendente mejoría de la abuela.

Nuestras publicaciones