Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

79. NADERÍAS (Sergi Cambrils)

El señor de espalda ancha suele caminar moviendo los brazos, pero no como imagináis; más bien como si estuviera nadando. Cada mañana, mientras se dirige al trabajo, practica algunos métodos natatorios, y lo hace en seco, en el aire. Su desarrollo favorito es el que inicia apuntando los brazos al frente, abriéndolos hacia atrás y quedando en línea con los hombros; al estilo braza. Se mueve ondulante y parece que flote; patalea violentamente contra el adoquinado de la acera y, a trote ligero, adelanta a la muchedumbre, cogiendo el aire por la boca y estirando el cuello en cada brazada.

78. Mundo interior (montesinadas)

Suena el disparo y me sitúo en los puestos de cabeza. Mantengo el ritmo. En cada zancada siento la textura del terreno, la dureza del asfalto. Una  respiración cercana me persigue y detecto la pronación en su mirada.

Comienza a llover, un agua tibia, agradecida. El trazo de mi pisada queda grabado en la moldeable arcilla de la que surgen, burbujas de oxígeno de algún insecto, que intenta llamar la atención para no morir aplastado.

Comprimo el empeine y los músculos extensores hasta conseguir, de nuevo, una pisada regular que soporta bien las vibraciones que emiten las maderas del puente que cruzamos.

Evito algunos restos de dietas disociadas mal asimiladas, y rostros pálidos tendidos de cúbito supino con la mirada desgastada y el ritmo a la deriva.

En el barrio antiguo sorteo los cuerpos que  resbalan y  dejan codos y rodillas tatuadas o trozos de piel de atleta, hecha fósil, sobre los adoquines milenarios. En la última cuesta tenso con fuerza el pie y marco bien el talón para evitar la onda de choque.

Cuando rompo la cinta, lo primero que hago es mirarlas. Me gustan mis nuevas zapatillas.

77. ALMA DE KAYAK

Con los pies descalzos, Lucho cargaba en su hombro un largo bote de resina color azul, subía como tantas veces la vieja rampa de madera, chorreaba agua.
Sus ojos color musgo, su piel bronceada, delataban su naturaleza de hombre de río.
Mientras tanto en sus recuerdos alguien le enseñaba a mover sus brazos a ritmo y le proponía correr su primera competencia con solo 8 años.
La voz de Esteban lo detuvo.
-Profe, cuando bajamos? es la hora-
-Ya salimos- dijo
Dejó su bote en el galpón de colores y tomó las llaves de la lancha.
Junto bajaron al agua.
Los tiempos y los sueños se entremezclaron en las cabezas de ambos, tan unidos estaban que el cansado río se movía y removía acompasado.
Antes del ocaso, el kayak y la lancha viajaban de vuelta, otra vez las rugientes maderas serían el camino obligado hacia el fin de la jornada de entrenamiento.
Con pocas palabras y mucho sudor se miraron cómplices, amaban el río, la soledad del palista, las costas arboladas.
Con un brazo en el hombro del niño, el profe le dijo –Ya es tiempo, correrás tu primer competencia-.
Dos infinitos niños de río, con alma de kayak, sonreían.

76. Olimpia juega en casa (Cristina Aguas)

El joven macedonio se sirvió una tercera copa de vino mientras esperaba en el jardín de Epiro a su madre. Olimpia apareció vestida de púrpura. Se saludaron con un leve roce de labios. Ella fue la primera en hablar.
-Vuelves de campaña hace dos días y ya te han visto por la palestra.
-¿Qué hay de malo?.
-Eres mayor para competir. Continúa con tus juegos militares.
-¡Yo quiero ser héroe! –gritó Alejandro, con voz disonante y apretando los puños. Un brillo animal encendió sus ojos resaltando los ambiguos colores, uno de león y otro de leona.
-El oráculo ha hablado.
-Me aclamarán en el graderío y los poetas cantarán mis hazañas.
-Esas no, no ante Zeus, como el rey el día de tu nacimiento. Yo te pondré sobre los cabellos una corona de oro.
-¿Y Filipo?.
-Tú eliges, ser héroe por un día nada más o rey por siempre jamás.
Alejandro apuró otra copa mientras atardecía en el vinoso ponto. ¿Qué tal unos juegos para los reyes y no para los dioses?.
Olimpia no olvidó. Hizo colocar, años después, una dorada corona de olivo sobre el templete que adornaba el sarcófago de su hijo.

75. El combate por la libertad (Rubén José Huertas Rojo)

Por fin lo había logrado, estaba en las olimpiadas, pensé alegre mientras recibía la paliza de mi vida. Estaba compitiendo contra el que sería seguramente el medallista de oro en boxeo, pero debía aguantar el tipo, así lo había planeado. Un derechazo, mandíbula; un gancho y a volver a besar la lona. Era normal, era la primera vez que boxeaba, había sobornado al que iba a venir en mi lugar; pero debía levantarme, debía continuar. Seguía recibiendo golpes, mientras la gente gritaba que pararan el combate, pero yo debía continuar; todavía no era el momento.
La delegación de mi país no se explicaba como tenían un boxeador tan malo y fueron a pedir explicaciones a mi entrenador; él sólo les decía que el contrincante era muy bueno y qué se le iba hacer, al menos se demostraría que sabíamos aguantar los golpes; por si no lo sabíais a él también lo había sobornado.
Llegó el último asalto; tras darme un certero derechazo en toda la cara, me desplomé en la lona y no me volví a levantar. Tumbado, esperé a que llegaran los sanitarios y me llevaran al hospital; allí escaparía, no volvería a mi país, por fin sería libre.

74. El Arte del Tiro con Arco en los Juegos Olímpicos

Instalado en la final de los juegos olímpicos, tomó su arco y flecha y avanzó hacia el lugar de tiro. Cada paso, suave y lento, iba al ritmo de su calmo corazón. Era el favorito indiscutido a lograr la medalla de oro, e incluso, su cabizbajo rival, lo sabía. Su puntería, muy superior a la de sus contrincantes, lo hizo sentirse ganador desde la primera ronda de dieciséis arqueros.

Entonces ¿Por qué no sentía ser el dueño del mundo como tanto había soñado? Donde debiera existir orgullo y complacencia, solo se encontraba un enorme vacío.

“El blanco al que debes acertar esta en tu interior, si solo buscas el blanco exterior, serás un simple artista del arco”. Las palabras de su viejo maestro japonés de arquería zen volvieron a su cabeza en tan importante momento. Nunca le intereso el aspecto espiritual de la arquería, solo hacerse un renombre como el mejor tirador.

“Tus pensamientos ambiciosos son un enjambre de moscas que te impiden ver”.

Fue en ese momento que lo comprendió… y disparó.

Obteniendo el menor puntaje, la flecha dio en el borde externo del blanco, atravesando una mosca que, para su templado tirador, valdría más que cualquier medalla olímpica.

73. Elogio de la nieve (Cristina Requejo)

Cuando entré, seguía dormida en el sofá; había dejado los esquís tirados en el porche. Ella y su manera de decirme las cosas. El plan de esquí que había ideado no le gustó desde el principio, porque entonces ya aborrecía el frío y la competición tanto como la posibilidad de que estuviéramos a solas. Qué lejos había colocado sus medallas, y aquellos días felices.

Me serví una copa de vino y permanecí un rato observándola. Imaginé que estaba muerta, que su cuerpo inerte era el resumen que me dejaba de su vida. La idea me produjo un bienestar perverso que me llevó hasta el lavabo, donde lloré al pensar que todo tiende a desaparecer, afirmación recurrente que me habita desde niña, cuando mi padre se fue con sus heridas, dejando en mí brechas abiertas, y en ella tatuada la amargura.

Salí en silencio para no despertarla y me dirigí hacia el aeropuerto. Volví a imaginarla, ahora despierta y sola, yo, desaparecida.

‘Se queda el llanto huérfano de consuelo’ –pensé-, y entonces me sentí aliviada. Era el momento de ocuparme de mis brechas.

Nunca más volví a verla, ni a saber nada de ella. Todo tiende a desaparecer.

72. ORO (María Jesús Briones Arreba

Su padre fue un campeón, su madre un capricho. Cuando nació, Olimpia buscaba la mama que la uniría a la vida. En su lugar manaban litros de leche de una masa elástica con sabor a carburante vacuno.

Crecía junto al entrenador físico. Carreras, saltos y cabriolas dignos del mejor bailarín conducirían a Olimpia a ese río, que los medios no dejaban de mencionar.

Después de conocer la furia, mareas y mareos del Océano, el mar desembocó en aquel Río, y Olimpia, en la ciudad engalanada para el evento de los cinco círculos. Aros, como esposas, le recordaron su falta de libertad.

– Más alto, más rápido, menos tiempo.

Sentía el peso en sus caderas, el sudor en su piel alba y una fatiga creciente que oprimía sus pulmones, mientras su melena, recogida en coleta, se balanceaba al viento, elevándose en el espacio como una imagen Daliniana.

El Aforo era un clamor. Había logrado el oro.

En el Pódium, formando bloque con su jinete, Olimpia cayó reventada entre relinchos.

71. ARMARIO OLÍMPICO (Ton Pedraz)

Ningún otro corredor preparaba la final del día siguiente, sólo él y yo coincidimos sobre el tartán de calentamiento. Activaba la musculatura de mi tren inferior, mientras él, durante los progresivos, impregnaba con la estela de su aroma una calle contigua. Simulamos varias salidas. Observé de reojo su primero de triple, comprobando que él hacía lo propio durante mis dominadas. Cuando la tensión provocativa en sus músculos humedecidos desordenó mi vuelta a la calma entrelazamos las miradas. Entonces, sin desentrañar un por qué, caminé detrás de él hacia su vestuario.

Desnudos sentí cómo el agua tibia se filtraba entre mi espalda y su pecho de ébano, mientras mis manos, desnortadas, vueltas hacia atrás, regulaban el vaivén apresurado pero rítmico de sus glúteos.

La tarde siguiente, el pistoletazo me hizo saltar desde los tacos de salida. Volando hacia la meta me pareció sentir de nuevo el compás cálido de su respiración sobre mi nuca. Enseguida la gloria olímpica. Nuestras banderas sirviéndonos de envoltorio durante la vuelta de honor. El podium, los flashes, una oportunidad de oro juntos ante las cámaras, y esa mirada suya implorando que volviésemos cuanto antes a lo más recóndito de nuestro armario.

 

70. Olimpia (Mª Asunción Buendía)

Olimpia se deja acomodar feliz en el autobús. No para de enseñar la medalla al resto de viajeros, algunos ya la conocen y la saludan complacidos, otros con mal disimulo le dirigen una sonrisa forzada y evitan el metal lleno de babas. De vez en cuando mira a su madre y le hace volar una mueca de beso, con la mirada torcida y una risilla de medio lado. Entonces a ella el orgullo se le desborda por los ojos, la pena también. Un día más en ese bucle interminable, vuelven a casa después de que Olimpia consiguiera de nuevo batir su récord. Esta vez ha logrado bracear las tres cuartas partes de la piscina, entre continuos amagos de desaparecer bajo el agua y el esfuerzo sobrehumano para no bajar de la grada y ahorrar a su hija ese sufrimiento.

Ya caída la noche Olimpia aferrada a su medalla, se duerme agotada. Su madre se la quita muy despacio, la limpia un poco y la vuelve a meter en la mochila, para que al día siguiente la reciba como si fuera la primera vez.

69. La quimera del oro

Rebozó sus manos con la tiza del pebetero sin dejar de mirar a la grada. El entrenador lo cogió por la cintura y lo colgó de la barra con la elegancia y sequedad de un matarife. El estadio guardó silencio. Un pequeño impulso, y empezó a girar vertiginosamente como las manecillas de un reloj dislocado. En un momento impreciso, llegó la suelta y Benito, Ícaro obstinado, voló tan alto como sus sueños. Fue un salto mortal de los que solo se pueden realizar una vez si se hacen bien, y aquel salto mortal fue perfecto; perfecto y definitivo. Una voz espartana sentenció: «Los juegos deben continuar», e Igor se dirigió al pebetero de la magnesia. Rebozó sus manos, y se dejó colgar. Algún reloj marcaba las cinco en punto de la tarde. Sus vuelos fueron más altos, más limpios, pero cuando clavó sus pies en el suelo sintió una vértebra perforar fatalmente su médula y apenas pudo disimularlo. No fue un salto totalmente perfecto, pero sí le sirvió para conseguir la medalla de oro. Ahora, con las dos piernas dormidas para siempre, no hay noche en que no sueñe con poder cambiar su medalla, por un salto mortal de verdad.

68. Filípides.

Mi cerebro lleva dos kilómetros lanzando el mismo mensaje de alerta, ¡detente ya! Voy a escucharlo, es inútil continuar, los calambres en las piernas son insoportables. Todo el sufrimiento durante el entrenamiento no ha servido para llevarme a la meta, he perdido el objetivo y mi cerebro se ha aprovechado de esto. No puedo rendirme ahora, que pasa cuando se pierde un objetivo. Pues que se busca otro, hoy todos los que corremos en esta carrera lo hacemos para recordar a Filípides el valiente héroe que corrió hasta su muerte para ayudar a los suyos, pues yo hoy seguiré corriendo por él y por todos los que han corrido antes una maratón.

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