Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

49. Atracción fatal

La inmensidad azul me atraía de una manera irracional.
Tal vez buscaba regresar a mis orígenes o quizás una manera de acabar con todo.
Impelida por un deseo incontenible me sumergí en el océano, que aquella mañana lucía bravío y poderoso.
Dejé atrás las ropas que me cubrían en mi afán por regresar al gran útero que una vez fue la morada de la humanidad.
Mientras, en casa, había dejado una corta misiva en la mesilla en la que explicaba el motivo de mi huida hacia adelante:
«Amadísimos hijos:
Sé que no podría afrontar la pérdida de mi libertad, a pesar que que me reconozco culpable del delito atroz del que me acusan.
Jamás debería haber quitado una vida, a pesar del maltrato recibido, por eso ofrezco al mar, a mi océano infinito, lo único que me queda, mi persona.
Algunos os dirán que es un acto cobarde, sin embargo para mí es la única manera de ofrecer justicia.
Sólo me queda deciros que lamento muchísimo el daño causado, sobre todo a vosotros, mis hijos, por haberos dejado huérfanos.
Espero que algún día seáis capaces de perdonarme y entender mis razones para cometer esa atrocidad.
Os quiere infinitamente, vuestra madre».

47. Eterna Búsqueda (Esperanza Tirado Jiménez)

Mamá siempre dijo que una ola gigante se nos llevó y que el mar nos tragó dentro de su estómago azul.

Yo apenas recuerdo qué pasó. Sé que el sol se había ocultado tras la montaña, que los árboles se veían entre sombras y que el aire olía a salitre. La playa se veía a lo lejos, alargada y desierta, las olas empujando su espuma hacia ella.

Escuché a mis hermanos gritar. O a lo mejor lo soñé. Y fui yo el dueño de aquel grito, que se perdió en la noche.

Y en un momento dejé de pisar tierra firme, y comencé a girar entre aguas revueltas, como como si alguien intentara bucear en una lavadora gigante.

Ante mí pasaron imágenes de mi corta vida. Y me vi a mi mismo, reflejado en un espejo acuático. Pero ya no era yo: me habían crecido escamas y aletas.

¡Y respiraba!

Entonces… no estaba muerto. Pero no podía regresar a casa sin encontrar antes a mis hermanos pequeños.

Gracias a mis aletas y a mis branquias exploro todos los océanos en su busca. Aún no los he localizado.

Mientras sigo buscándoles, me pregunto si mamá aún se acuerda de nosotros.

 

46. Todo lo que me hace sentir sin saberlo

Entrar en la estancia y tomar asiento con una aureola de gris resignación. Esperar a que entre por la puerta y se acomode a la izquierda. Encontrar sus ojos oscuros porque sé que me están buscando. Reír con el iris, con las pupilas, con la boca, incluso con las cejas. Notar una descarga eléctrica que empieza en el brazo y termina en el estómago, cuando con suavidad me toca y me transmite un matiz de tranquilidad, sin darse cuenta él aunque sí yo. Intuir como el gesto risueño de mi rostro se va transformando con ese toque de picardía que desemboca en una carcajada de tonta quinceañera. Comprender que me invade un océano de felicidad cuando advierte y elogia mi inteligencia. Nadar un buen rato a su lado contándole entusiasmada datos sobre mi vida para saciar su curiosidad sin sentir que me estoy exponiendo a un peligro inexistente. Dejarme mojar por dentro y originar un incendio por fuera. Salir de la estancia y tomar asiento en el coche para volver a casa con alegría e ilusión renovadas.

45. MALIGNO (La Marca Amarilla)

Ahora sólo se refleja la oscuridad de un abismo insondable en el azul de tus ojos, piélagos vacíos, secos de tantas lágrimas derramadas. Ahora sólo muestran una tristeza abisal teñida de añil, mortecina, abandonada, derrotada…
Recuerdo cuando tus pupilas eran luminosas islas en medio de unos poderosos océanos, intensos, que se mostraban en cada mirada, en cada parpadeo, e invitaban a buscar tesoros por sus recodos, a dejarse arrastrar por sus cálidas corrientes, enigmáticas mareas, y admirar sus corales, sus peces, su inmensa vitalidad…
Hasta el día en que por el fondo de tu iris comenzaron a aparecer cangrejos, cangrejos, y sólo cangrejos, que todo lo arrasaron…
Malditos.

44. Pies de Sirena (Jean)

Ella siempre fue un encanto de muchacha cuya voz podía ablandar al más duro corazón.

Solía contarme de su otra vida. “Recuerdo la suave sensación del océano sobre mi piel y la corriente marina ondulando mi cabello”, decía con una convicción absoluta, y yo, embobado, le creía.

—Un día me enamore de un marinero y rogué al Gran Padre que me permitiera ser humana para ir con él. “Cambiaras tu hermosa cola por dos inútiles y malditas piernas”, dijo el Padre tratando de disuadirme, pero me mantuve firme hasta que el Padre acepto.

—¿Valió la pena? —pregunte, mientras contemplaba sus delgadas piernas sobre la silla de ruedas.

—¿Atrapada en una decena de reencarnaciones como humana, siempre recordando el pasado y siempre desposando al marino infiel? Pues claro que lo valió, ahora entiendo que amar al hombre es una quimera que no tiene buen final.

“Solo espero volver al Océano para morir ahí”, fue lo último que me dijo.

Cuando encontraron su cuerpo entre las rocas de la playa, fuimos muchos los que sentimos perder al gran amor de nuestra vida.

Y ahora, mientras lanzan sus cenizas al océano, y contemplo la última alejarse, ruego a Dios poder renacer como tritón.

43. Siete

El siete es un número mágico. Es la suma del sagrado tres y el terrenal cuatro. Según Hipócrates, es además el dispensador de la vida y fuente de todos los cambios. Y por si no fuera suficiente, Dios creó el mundo al séptimo día, ese mismo Dios al que no había dejado de implorar en las últimas seis lunas. El océano le parecía cada vez más inmenso, el sol una estufa y las noches inciertas, oscuras y estrelladas. El futuro no iba más allá del próximo trago de agua, y los sueños eran pequeños puntos suspendidos sobre la línea del horizonte.

Dos meses después de su rescate coincidimos en un vuelo cuyo destino no recuerdo. Nos presentamos y mantuvimos una agradable conversación. Recuerdo que citó aquella frase de John Lennon, la vida es aquello que nos pasa mientras hacemos otros planes, y acto seguido me habló de aquél lunes en que su barco fue a la deriva, un lunes que, según me confesó, no fue en nada distinto a todos los lunes de su vida.

42. Hambre vieja (towanda)

El océano sucumbió a los ruegos de abuela Katsumi concediéndole dos varones. Idénticos, salvo por una marca alunada en la mejilla del menor. Ser madre satisfizo su mayor deseo, pero siempre barruntó que ese hijo marcado, el favorito, no le pertenecía del todo.

Los muchachos fueron pescadores. Ichiro, el mayor, amaba el mar, pero Zinan pensaba abandonar y establecerse como artesano. En un oscuro del bosque se había prometido con Yumeko soterrando varias semillas de bambú. Acordaron esperar siete años a que la penumbra las hiciera enraizar. Entonces, se casarían.

Cantaba el gallo. La barcaza estrechaba redes cuando un viento rancio bramó, la luna quedó ciega y el océano, como padre con hambre vieja, engulló la embarcación…

Cinco lunas después, en funerales, la cala escupía un cuerpo. Abuela corrió a envolverlo buscando inútilmente la marca de la luna. Rota, desolló sus vientres salivando maldiciones al océano. Yumeko besó los labios del náufrago creyendo beber los del prometido. Él calló.

Cuando pudo caminar, acudieron al bosque. Su planta superaba los treinta metros.
Que no tuviera marca o que olvidara sus promesas lo achacaron al océano. Pero todavía hoy cuando, sesgadamente, madre le sorprende oteando el mar regresan las dudas. Padre calla.

41. ¿Tú qué crees?

El agua era tan cálida que supo inmediatamente que no era el Glacial Ártico ni tan siquiera la zona más caribeña del Atlántico.

Había llegado a él como quien dice por obligación, puesto que tras despertar aturdido, como de una mala siesta, se encontró al principio de un camino con un letrero que tan solo indicaba “Al Océano”.

Llegado a su orilla, el buen hombre que parecía el guardián de ese lago infinito, tras comentarle que a él le habían llamado de muchas maneras sin que eso mutara su esencia, le invitó a desnudarme antes del baño en el que encontraría respuestas.

Dicho está que así lo hizo y, mientras lo hacía, las preguntas se fueron diluyendo dando paso a un flotar placentero que colocaba cada cosa en su nivel de importancia. Su sonrisa complacida no se avino a concluir ni tan siquiera cuando un poderoso remolino le fue engullendo hacía el fondo como en un túnel donde su respiración, inexplicablemente, no se resentía.

Cuando percibió que el camino llegaba a su final, tan solo le quedaba una duda, no sabía si estaba naciendo de nuevo, trasladándose a una existencia paralela o muriendo en su sentido más definitivo.

40. Más que una ventisca

Lo parió un velero, creció entre pantalanes y se curtió al pairo del alisio. Por aquel entonces sus amigos lo llamaban peje cuero, sentía una medusa latiéndole en el pecho y el agua salada corría por sus venas. Ahora sigue haciéndose a la vela, dice, para preservar amistades, disfrutar sensaciones y vencer al tedio. Hace unos meses le sorprendió la noche y una ventisca de descalificaciones sopló, sopló y sopló zarandeando la embarcación. ¡Vaya! Aquello le recordó el cuento del tiburón y los tres pescaítos que contaban divertidos los abuelos. Pero se sorprendió aún más al echársele encima unas envidiosas olas que pugnaron por arrebatarle el timón de sus recias manos. Y ya no fue sorpresa sino estupor cuando, pasada la medianoche, entre cantos de tritones y sirenas, sibilinas corrientes le arrastraron hacia el Tártaro aunque, como hiciera Ulises, logró sortear derrochando esfuerzo, audacia e imaginación. Ofuscadas, ventisca, olas y corrientes arreciaron haciendo zozobrar, por fin, la Marinera. Los daños fueron irreparables y las consecuencias, dolorosas: la tripulación jamás volvió a ser la misma. No recordaba nada igual desde la Bounty. Mientras tragaba sapos y buscaba fuerzas para regresar a puerto, calentaba ya el sol por lontananza.

39. El sinuoso sonido de la soberbia

Durante años, siguió el mismo ritual: se acercaba a la costa, desnudaba sus pies y, provocadora, dejaba que las olas los acariciasen, sonreía altanera, e inundaba el aire con su voz angelical, desafiando al canto eterno del océano.

Hoy, la leyenda habla de la joven que el mar engulló, y de la dulce melodía que escuchan los barcos antes de naufragar.

38. Donde tú estés

Mi cuerpo oscila sobre las olas, y dibuja sombras imposibles bajo la luna. Las algas, gusanos de caricias acuosas, acunan mi desmemoria en un constante vaivén. Me siento como un delfín entregado al juego de las mareas, en alguna vida anterior, en otro mar. Más la brisa nocturna es fría y me hace estremecer. Este no es mi lugar; me desconozco. Mi pesada naturaleza insiste en sumergirse para hallar refugio; un hogar sin olor a sal, sin estrellas en el cielo. El abrazo del océano hunde el miedo, lentamente, y regreso a una ingravidez familiar, a mi primer silencio, a mi esencia última. Soy un pez perdido en un cruel descenso. A cada bocanada, una punzada salvaje me arranca recuerdos a jirones, sensaciones que me llaman desde la luz. Me resisto a subir. No puedo… no quiero. Solo entonces descubro mi humanidad, mis piernas inmóviles, mis manos vacías aferrando la nada en mi regazo. Al apretar mis párpados veo de nuevo la barcaza naufragar. No encuentro a mi niño. Araño feroz el muro de agua que me aplasta, y solo me devuelve la inmensidad de mi pérdida. Vencida, me rindo a las profundidades en busca de mi pequeña criatura abisal.

37. LA ISLA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Se dice que aquí cayó, rodeado de cientos de plumas.
Que de sus ojos fijos y abiertos, el Egeo se bebió hasta la última gota de azul.
Que aguas curativas rodean nuestras costas, y que no conocemos demencia o depresión alguna.
Lo cierto es que disfrutamos: la alegría del vino y del sexo burbujea en nosotros hasta bien entrados los cien.
Ya nadie busca llegar al sol; ni el tiempo ni los años nos preocupan. ¿El secreto de la eternidad? Aquí, en Icaria, el presente y una vida simple.

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