Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

10. Sauce (El Moli)

Era golpeador cuando la conocí; fue en aquella playa nudista. Recuerdo que me miró embelesada; yo me exhibía sin pudores, me agradaba ver la expresión de asombro en sus rostros.
Desde entonces siempre me repite que soy el hombre de su vida. Que a mi lado siempre se sintió bien amada. Aunque no se que fue lo que me vio.
Esa tarde nos escabullimos en el bosque circundante; cuando la penetré, la tierra estaba húmeda y resultó fácil, la arranqué de su lugar y la llevé a casa, allí quedó para siempre.
Nunca imaginé que hoy pasado tantos años, estaría al cobijo de su sombra recordando aquella juventud loca y desprejuiciada. Que vivimos a nuestra manera sin arrepentirnos.
Cuando conseguí un buen trabajo dejé de golpear puertas para vender baratijas. Juntos construimos un futuro donde viven nuestros hijos.
Jamás regresamos a la playa donde nos conocimos, solo queda nuestro sauce en el patio como fiel testimonio de aquel ayer…

09. Enemistad (Susana Revuelta)

Si no fue por unos amigos fue por otros, eso ya da igual. El caso es que un día accedí a que entrasen en mi casa un guerrero ninja, una vedette y un gato persa. A la chica y al gato no los volví a ver, pero el tipo se quedó merodeando por allí, muy pendiente de todos mis movimientos.

Al principio me cayó bien: le gustaba mi arroz salvaje de los domingos y no olvidó mandarme un ramo de flores por mi cumpleaños. Se reía también mucho con mis chistes, se reía así, «jijijij».

Pero pronto empezó a tomarse demasiadas confianzas: criticaba los versos que componía, las canciones que escuchaba… Hasta la marca de pienso que compré para Rufus le pareció mal.

Así que sin más le borré de mi Facebook y ya no somos amigos.

08. EL PRECIO DE LA DIGNIDAD (Ángel Sáiz Mora)

Supe a lo que me exponía, aunque no creí que iban a llegar a tanto. Puede que sólo quieran asustarme, o quizá sea cierto que el final está próximo. Bromean y fuman durante todo el camino, ataviados con sus trajes a medida, que no puedo ver con la cabeza cubierta. El lugarteniente del capo vino a verme. El joven solista que querían obligarme a contratar, justamente apodado la Voz, tiene cualidades de sobra, un intérprete digno de mi prestigiosa sala de conciertos sin la presión de esta banda de facinerosos, pero nunca he aceptado mandatos. No me arrepiento, hice lo que debía hacer.

El coche se detiene. Sigo maniatado, aunque me despojan de la capucha. Un grupo de extraños en la noche avanza a través de un bosque solitario.

Repiten que podré vivir si pronuncio las palabras de alguien que se arrodilla, dicen que todos resultaríamos beneficiados, pero qué es un hombre si no se tiene a sí mismo. A estos individuos endurecidos les sorprende mi  negativa mientras mantengo la frente en alto, me he ganado su respeto. Cumplirán el trabajo, pero saben que no podrán destruir mi carácter digno, que irá conmigo de aquí a la eternidad.

07. ABAJO EL TELÓN

No sé cómo mis hijas han podido salirse con la suya, pero el caso es que junto a la cabecera de mi lecho de muerte hay un cura. Me dirige algunas palabras condescendientes y me anima a mirar en mi interior para encontrar la paz en este trance. “Qué sabrás tú”, pienso; pero me zambullo en una esclarecedora oscuridad, en un resonante silencio a los que tardo en acostumbrarme. Allí encuentro la ambulancia que me arrebató de mi casa; a Mariví y Piluca empeñadas en ordenar mi vida de anciano solo; a su madre, haciendo una maleta definitiva. Rebusco los papeles del divorcio y hallo un poema a mi primera novia, cuyo nombre no logro recordar. En un fondo olvidado descubro, regocijado, mi traje de comunión sobre una silla y, en el suelo, unos ‘kiowas’ blancos; mis primeros zapatos ‘Gorila’, mi gata Nora, las braguitas de mi vecina Carmen tendidas en el patio de vecinos. Todo es exiguo en este ámbito inabarcable, donde me acurruco sobre un bienestar embriagante al que decido, ahora sí, no renunciar.

06. «MÁI UÉI»

En la chabola atronaba la canción.
El zagal había encontrado el CD entre unas bolsas de basura.
El aparato de música era de procedencia indescifrable.
Era ésta la única canción audible. Las demás componían una amalgama de crujidos y siseos.
Sonaba por vigésimo segunda vez consecutiva
* MAAAMAAAA
* Dí, tezoro.
* ¿Tú zabe inglé?.
* Po claro, hiho.
* ¿Qué é “mái uéi”?.
* Qué va a zé, mi arma, “mi camino”.
* MAAAMAAAA.
* Díiii, ohitoh de tu madre.
* ¿Quién é Zinatra?.
* Po del poblado no é; zerá de fuera.
* MAAAMAAAA.
* Qué.
* ¿Qué é “di én iz niir”?.
* Ezo quíé desí que “er finá eztá serca”, pedasito de sielo.
* MAAAMAAAA.
* Habla ejperansa de tu madre.
* Quiero zé Zinatra. Y aprendé inglé.
* Habla con Abuelo. Él tenzeñará.
* BUELOOOOOO.
* ……
* ¿Menzeñará inglé?. ¿Y a zé Zinatra?.
* Te ví enzeñá tó. A zé un jombre hesho y deresho. Y noj vamo a í pa Niu Yor. Tú y shó.
* MAAAMAAAA.
* Ya he oído, corasón. Va a zé Zinatra…pero zobre tó, zé buena perzona.
* MAAAMAAAA, ejcusha como canto: “an dit it…MÁAAIII UÉEEEEEIII”.

05. Elecciones y cebolla

Siempre hice caso a mi madre, y más desde que padre se fuera, dejándonos viviendo a los dos de su sueldo de profesora particular de inglés en un triste piso de alquiler donde los vinilos de Franky eran el máximo lujo. Sinatra fue mi segundo padre, la voz masculina omnipresente en mi infancia, el otro hombre por el que mi madre llegó a suspirar y elevar a excusa el picar cebolla al ritmo de My way.
Crecí, estudié Filología Inglesa y me independicé de esa mujer entrada en años, apegada a sus discos y al pastel de cebolla. Me casé con Rosa, la hija de su mejor amiga. Lograba ganarme la vida traduciendo a autores estadounidenses y explotando modestamente mi vena literaria, hasta que mi mujer me puso los pies en el suelo. Oposité para obtener una plaza seria ligada a un sueldo estable. Aunque ella quería fundar una familia, yo no deseaba hijos. Sin embargo, alegó buenas razones y tuvimos a Isabel. Aparqué la literatura. Leer colmaba mis ansias. Luego vinieron Marta, Adela y, finalmente, el chiquitín. Yo elegí su nombre, Francisco, porque siempre me gustó hacer las cosas a mi manera.

04. SIN ARREPENTIMIENTOS

Durante muchos años todo lo hice a mi manera.

Estudié lo que quise, me enamoré de la chica que yo escogí. Monté el negocio y decidí los socios que  yo creí que más beneficios podían hacerme ganar. Me compré la casa en el lugar que yo quise.  Y sinceramente, nunca tuve en cuenta la opinión de los demás, todo, absolutamente todo, se tenía que hacer a mi manera.

Mis padres, ellos me dejaron de hablar el día después de mi boda.  Mi mujer, ella me pidió el divorcio el día que le dije que no quería tener hijos. Mis socios, estos me abandonaron el día que tome la decisión que llevo a la ruina mi negocio y así, poco a poco, por hacer todo a mi manera me he ido quedando solo, arruinado y abandonado.

Y ahora, debajo de un puente, calentándome las manos junto a un bidón con fuego rodeado de otros pobres mendigos, pienso o quizás reflexiono que a veces no viene de mal escuchar a los demás y hacer las cosas a la manera que ellos aconsejan, aunque ya es demasiado tarde para arrepentimientos.

03. MÍA ES LA VENGANZA

De día soy una abogada cansada de lidiar contra los subterfugios de la ley, de noche imparto la justicia a mi manera. Es fácil si te das prisa cuando pintas con el spray la fachada del culpable absuelto y no te dejas llevar por la retórica literaria. Con escribir, por ejemplo: “A fulanito no se le sube aunque viva en el sexto” es suficiente. Unas simples palabras susurradas por teléfono con mi voz más gatuna: “Tu marido te la pega conmigo” bastan para crear la sospecha que quizás arruine un matrimonio.  Procuro además añadir algún dato que observé en el juzgado para dar credibilidad a la información: un tic, una marca en la piel, un modelo de reloj…

El rayazo anónimo en el BMW de quien dice no poder pagar el finiquito no resuelve los problemas económicos del despedido, pero son un pequeño paso en la larga marcha de la lucha de clases.

Tengo tanto éxito que estoy pensando en abrir franquicias por todo el mundo. Por ahora cuento con el interés de una dentista y un poeta del escarnio que frecuenta las redes sociales. ¿Alguien más se apunta?

02. Autumn blues (Eva García)

“Quise ser yo, también contigo: pero resultaste un bocado demasiado jugoso para mí.
Porque quisiste ser tú, también conmigo: pero erraste al tratar de morderme.
Y ahora, cada uno a nuestra manera, quizá nos arrepentimos de no haber hallado un atajo, sin espinos ni precipicios, que nos acercara sin peligro a la amistad.
Quise ser yo porque siempre lo he sido, porque así me conociste.
Quisiste ser tú porque siempre lo eres, porque así te encontré.
Y ahora, cada uno en su camino, sabemos que no hay vuelta al cruce donde una nube oscura empaparía nuestras sombras”
Levanté el lápiz de la libreta. Las hojas caídas habían empezado a llenarse de gotitas y un trueno amenazó con fundir la tarde en negro. Quizá había llegado a la encrucijada, sola con mis letras, y ahora podría comenzar de nuevo. Solo me faltaba encontrar la melodía adecuada para seguir adelante sin ti.

01. EL INTERÉS COMÚN (JAMS)

Conocí a Leo cerca de Rochefort, en un aparcamiento para autocaravanas. En cuanto bajamos de nuestra Caravelle, apareció con un par de cervezas de bienvenida. Nos mostró cada rincón del enorme camión de bomberos convertido en hogar, y disfrutamos una larga velada con ellos. Él hablaba por los dos. Nos dijo que era economista, belga -aunque el camión era alemán- y que prefería viajar así porque, como en la canción, lo hacía «a su manera».

Era divertido seguir sus discursos, repletos de sesudas sentencias, en perfecto español: «excava el pozo antes de que tengas sed», o «si comes pan es por interés del panadero».

Cuando pasaron a despedirse, estábamos discutiendo: Sonia había perdido sus Ray-Ban nuevas y yo no soportaba su indolencia. Ella creyó pertinente explicarles la tópica estupidez de que los catalanes nos preocupamos siempre por el dinero. Leo se rió y nos aleccionó con aquello de que «muchas veces vivimos en la probreza para evitar ser pobres».

Acabo de verlo en las noticias, formando parte de un equipo consultor del Banco Central Europeo de visita ofical por Madrid. Su aspecto impecable de traje me desorientó, pero le reconocí por el gesto alegre con el que lucía las Ray-Ban doradas de Sonia.

128. SUEÑOS ROTOS

Sé que es ley de vida. Que ya nunca podré volver a contemplarlo, que todo aquello que nos unió, que compartimos, se esfumará para siempre en cuanto se abra la fría boca, el oscuro agujero y  quede a merced de la  destrucción. Y que acabará siendo solo un desecho.

Me consolaré diciendo que ya no podía resistir más, que tuvo una vida plena y alegre.

Que compartimos paseos románticos, días luminosos, noches de música y amor.

Que  fue mi favorito, que lo cuidé, consciente de su fragilidad  y que supe que tarde o temprano tendría que llegar la hora de la despedida.

Miro su ya ajado color,  veo  con pena que su vivo tono ha mutado a  triste palidez, que pequeños desgarrones  salpican su piel, y comprendo  que es el momento de cerrar la tapa, acompañarlo en su postrero viaje y abandonarlo en el contenedor anónimo y metálico.

Última mirada a la caja: :“Modelo Nanuska- Ante -Rojo – Nº 36 “

Triste epitafio para mi viejo  par de zapatos de salón.

127. EPITAFIO

Aquellas señales que grababas en los árboles, ¿te acuerdas? Desde niño te gustaron los códigos. Fuimos creciendo, y yo quise aprender morse, o cirílico, si aquello me acercaba a ti. Si era el modo en que quizá un día descifraría tu piel, en que quizá deletrearía tus ojos.

Descodifiqué mi deseo, y tu balbuceo, tu espalda, fueron una respuesta que no busqué traducir. Sólo la herida. La necesidad de un idioma sin ti en que repararme. Me aferré a la amistad como única interpretación entre nosotros, aunque siguieras siendo ese ideograma que podría leer siempre sin cansarme.

Te fuiste, me fui: dos adultos que se bifurcan como tantos. Aunque no tu recuerdo: todavía aprendí que el eco es el alma de un bosque, que una séptima te convoca en puntos suspensivos. Tú me entenderías. Ojalá pudieras aún hacerlo.

Ahora, al cobijo de un ciprés, la lluvia es una ‘O’ que se me clava. Raya, raya, raya. Adónde envío esta señal de emergencia. Cómo se codifica el dolor tallado en un silencio.

Ahora, que descubro este relieve. Braille. Así que ahora me lo dices. Como una caricia tuya, al fin. Pero el mármol, tan frío. Y este tiempo tan tarde.

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