Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

15. AVIS RENATA (Mariángeles Abelli Bonardi)

En la piedra requemada, aún se lee:

«Aquí yace el ave Fénix,

muerta por fuego

y presta a renacer de sus cenizas

cada quinientos años.

Celebrando su vida luminosa,

la lloran sus deudos:

Heródoto,

Plinio el Viejo,

y Epifanio de Salamina.»

14. EL NIÑO DE LA PLAYA (Ton Pedraz)

El cuerpo de Abu descansa junto a la orilla. La arena tibia de Kos acaricia la piel tersa de su rostro infantil. Aquellos ojos negros, entreabiertos, ya no advierten el resplandor que el alba deposita cada amanecer sobre la cúspide de las olas que hoy mueren junto a él.

Abu abandonó Baijí cuando el terror destruyó su barrio y la sinrazón violó a su madre antes de degollarla.

Su padre y él huyeron en busca de libertad.

Abu solo tenía cuatro años. Ahora el agua cristalina y cálida de finales del verano se recrea al libre albedrío bajo su cuerpecito inerme.

Desde la distancia el fotógrafo roba su instantánea, mientras un redactor aguarda ansioso tenerla en la pantalla del ordenador para adjudicarle el titular.

Tal vez: EL DRAMA QUE AVERGÜENZA A EUROPA.

 

13. PARTIDA INACABADA (Ángel Saiz Mora)

Manolón, el enterrador, goza de buena memoria pese a sus limitadas luces, de ahí que reconociera a Antonio en cuanto llegó al camposanto. De forma algo enigmática dijo que le esperaba para llevarle con Julián.

Antonio y Julián compartieron un carácter solitario. Ambos preferían, desde jovencitos, dedicarse al ajedrez en lugar de jugar al balón o tontear con chicas. Manolón era testigo de sus duelos, asistía admirado a esa batalla de intelectos tan lejos del suyo.

Desde que Antonio aprobó la oposición no había regresado al pueblo, pero continuaron sus partidas a través del teléfono, todas menos la última, interrumpida por la enfermedad de Julián, que le llevó a la tumba.

Julián había encargado su propio epitafio, dedicado al compañero inseparable: “Gracias por tu compañía constante”. También dejó apalabrado, con una generosa propina, el golpe letal de la pala de Manolón, la misma con la que el sepulturero cubrió de tierra el cuerpo de Antonio, tras empujarle dentro del hueco de la tumba contigua.

Muchos aseguran haber visto a los dos amigos al atardecer, enfrascados en esa partida perpetua bajo los cipreses, ya se encarga Manolón de alimentar la leyenda, cuando cuenta que él, como siempre, los contempla.

12. PARA JUAN Y TODOS VOSOTROS, MALDITOS CANALLAS… (de MODES LOBATO MARCOS)

 

 

                                     BAJO LA LUNA LLENA

                                                                 ENTRE LAS PÁGINAS

                                                                    TRAS LA BATALLA

                                                                    EN EL LABERINTO

       EN AQUEL HOTEL DE CARRETERA       AQUÍ       EN EL CAMAROTE 115 DEL TITANIC

       AQUELLA PELÍCULA DE LOS 70     JAMÁS ESTARÉ    TRAS SU RASTRO POR LA NIEVE

     EN LA ISLA DE LAS MUJERES           SOLO          EN LA FIESTA DE MÁSCARAS

         TRAS LAS CAMPANADAS

         BAJO LA TORMENTA

       SANTA TERESA

        MONSTRUOS

        BICICLETAS

        CAÑONES

        MY WAY

         EPITAFIO

11. EL HARÉN

Claire se sentó frente a aquellos hombres. Ella había encontrado el cuerpo y la carta. Ellos ya bebían. Empezó a leer. “Nunca dejé de amar a ningún hombre. Nunca desconfiaste de mí porque mi amor por ti siempre fue sincero. Nunca he dejado de hacer el amor contigo. Tu olor, tu sabor y tu voz está en mi memoria. Míralos a tu alrededor, todos forman parte de mí. No puedo sino conservarlos, necesito una parte de cada uno. Tu ligera sonrisa, su andar apresurado, los besos de él, tu culo y las manos de mi marido. Ahora que todos estáis delante de quien en realidad soy, espero que podáis entenderlo y no odiarme por haberos compartido en esta vida”.

Se miraron entre ellos. La carta seguía, pero sólo para Claire “Claire, tú entenderás entonces que debes hacerlo. Tráelos a todos a casa cuando me encuentres. Siempre me he enamorado del mismo hombre, una y otra vez. Todos son truhanes y tahúres. Dales whisky. Los sigo necesitando.Encuentra un lugar amplio, con vistas al mar y al desierto, seremos muy felices allí”.

Claire supo qué debía poner en los vasos y en el epitafio de su hermana.

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10. Te fuiste, socio.

Pedían mayoría de edad, el Graduado en ESO y residir en el municipio. Puntuaba la experiencia en esteticismo, escayolista o composición floral. Era imprescindible disponer de un traje gris, de corbata, y debían abstenerse depresivos e hipocondriacos. Las pruebas se celebrarían el sábado por la mañana y consistirían en redactar una esquela, recitar un epitafio y sellar una tumba. Las dos primeras se realizarían in situ, en la sala de espera de la empresa, y la tercera in otro situ, en el camposanto municipal. Y así fue. Lo de la esquela lo resolvió en diez minutos, pues llevaba bien aprendido aquello de “…tíos, primos y demás familiares…”. Como epitafio declamó un “Te fuiste, socio” fácilmente  adaptable al sexo femenino cambiando la o por la a. Para el sellado de la tumba vertió media bolsa de yeso en un balde con agua, colocó la tapa del nicho, y lo enfoscó todo en un santiamén. Observó gestos de conformidad, recibió tres palmaditas en el hombro y le dieron el puesto. Un mes de prueba, le dijeron. ¡Ah!, y que mañana tenían el servicio de Rafael Tarta Ruibarbo, Felo el pastelero, para más señas. Que Dios lo tenga en su gloria.

9. Desencuentros

Sus cenizas volaron, jugando con el viento y recorriendo el mundo sumergidas en las corrientes atmosféricas. Pero  mi cuerpo se quedó enganchado a un valle de intenso verde, al pie de las montañas infinitas; cerca del hielo eterno, que congeló su aliento mientras perseguía otra pasión.

 

8. QEPD Sordo

TUS AMIGOS QUE TE RECUERDAN.

Quedó parado, trataba de adivinar que le gritaban…

Lo asustó ese que corría hacia él.

Miró hacia sus lados, al voltear hacia la derecha, ya era tarde.

El tren estaba allí…

7. El té de las cinco (Susana Revuelta)

A Frida le tiembla la jarrita de leche y derrama unas gotas sobre el azucarero. Le desagrada muchísimo que el nuevo pasatiempo de Otto, su marido, coincida con la hora del té. A su lado, la pequeña Ingrid golpea con sus dedotes las teclas del piano. ¿Wagner?

Entre ofendido y asqueado, Otto pega un ojo a la mira del fusil, apoya la culata en el hombro… y vuelve a errar el tiro. El cabrón de rayas ha desaparecido del objetivo. Irritado, lanza el cenicero contra la pared de la terraza. Vaya, otro desconchón, reniega Frida mientras barre los añicos.

Impaciente, mira el reloj; casi las cinco y media. No hay nada que le disguste más que el té frío. Cruzada de brazos espera a Otto, que escupe el cigarrillo antes de apuntar de nuevo. Afortunadamente esta vez, la bala revienta la cabeza del prisionero, que cae desplomado salpicando de sesos la alambrada del patio.

Otto entra relamiéndose al salón, directo a la bandeja de pastelillos; por fin Frida puede echar las cortinas. Antes, contempla con orgullo el letrero herrumbroso que preside la verja de la entrada, «ARBEIT MACHT FREI».

Y duda entre una galleta de jengibre y otra de anís.

04. EL SONETO (Paloma Casado)

Serán cenizas, mas tendrán sentido,

polvo serán, mas polvo enamorado”.

 

Enterré sus cenizas junto con los versos que son ahora su epitafio, al pie del árbol en donde nos besamos por primera vez. Recorro con el dedo la corteza herida por dos corazones entrelazados y me parece escuchar su voz: “Ni siquiera la muerte podrá separarnos”. Entonces no comprendió la verdadera dimensión de sus palabras, por eso el espanto.

Recuerdo sus pupilas dilatadas, su sonrisa mudada en una mueca y sus manos impotentes para resistirse a la fascinación de mi arrebato.

Bajo la sombra longeva, voy evocándole con todos los sentidos: en mi olfato, el olor a pan caliente de su cuerpo y dentro de mi paladar el sabor de su piel, cuando lamía sin prisas su pecho y su vientre. Un sabor levemente salado, mucho más tenue que el de la carne de sus músculos o el agreste de sus vísceras violáceas descubiertas. Cierro los ojos y vuelvo a sentir la materia deliciosamente grasienta de sus médulas resbalando por las comisuras de mi boca. Su cuerpo es ya parte de mi cuerpo. Un amor más allá de la muerte.

03. La noche de los ciervos volantes (Eva García)

Era uno de esos anocheceres mágicos del verano en los que, mientras la luz se diluye en violetas y naranjas, el calor por fin agoniza. La banda sonora, a cargo de la familia Gryllidae, acompañaba el impactante vuelo de decenas de Lucanus cervus entre los Quercus robur ; las siluetas de silenciosos quirópteros y Caprimulgus , daban vida al resplandor de la luna.
Resultaba sorprendente la naturalidad con la que brotaban aquellos latinajos de mi cerebro, dado que ni siquiera recordaba mi propio nombre, ni sabía por qué me encontraba a esas horas en un bosque. No era menos intrigante el hecho de que mis manos sostuvieran una caja chorreando sangre y una pala.
Levanté la tapa y vi un hermoso persa azul degollado… ¿Sería mío? ¿Sería de un vecino? ¿Sería la víctima de algún sacrificio?
Lo que parecía indudable era mi propósito de deshacerme del cadáver. Así que, bajo una Castanea sativa centenaria, enterré al gato, arranqué una hoja de un cuaderno de campo que llevaba y, tratando de dignificar su tumba, escribí: “Al Felis silvestris catus desconocido”.
Después busqué otras pistas en los bolsillos que esclarecieran si mi verdadera identidad, presuntamente naturalista, se había entregado al satanismo. O viceversa.

2. EPITAFIO – EPIFISIS

En aquellos años, donde ponía el ojo, ponía la piedra del tirachinas y en eso pensaba, mientras miraba el culo de la Monse, que caminaba delante de mí hacia el camposanto, a por hierbas para sus conejos.
La noche estaba oscura, grandes nubes ocultaban la luna llena y entre las tumbas jugamos a pillarnos, era escurridiza y se deslizaba en silencio, sólo sus risas hacían eco y reverberaban en las piedras, sin adivinar de dónde provenían. Me tenía a reventar y para evitar una rapidez que no deseaba, me alivié agarrado a un nicho, que recordé era el de la pajillera del pueblo y mientras terminaba, creí oírla como reía cuando decía, si la tienes grande, una perra gorda y si es pequeña, dos perras chicas, con una boca que parecía un pueblo bombardeado.
Cuando quiso, la cogí, nos sentamos en una lápida caliente, que nos transmitió su fuerza, nos magreamos y ya como un verraco la tumbé, mientras me rodeaba con sus piernas, me derretí con ella, su aullido como si una loba fuera, hizo que la luna nos iluminara y pude leer el epitafio que estaba a su espalda.

ADIÓS

EPÍFISIS
2015

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