Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

78. LA MUERTE ES UN PERRO FLACO

La muerte es un perro flaco que deambula por los caminos. Hace unas semanas llegó al vertedero. Desde entonces se rasca las pulgas y observa a la fauna del lugar con ojos cansados. Sobre todo al hombre que siempre tararea canciones de Frank Sinatra mientras toma el sol en el tejado de su chabola. Es el psicópata que mata mujeres sólo los martes de luna llena. Ayer le regaló una muñeca casi nueva a la niña que recoge las latas en la zona norte del basurero. Esa que a veces acompaña al viejo tuerto a ejercer de limosnero. La que estuvo a punto de morir el año pasado cuando le mordió una rata. La que mejor se hubiera muerto porque detrás de una niña siempre va una mujer, y detrás de un lunes nunca va un miércoles. Al perro flaco le gusta lamer las manos de la niña pero no puede evitar gruñir cuando oye «My way» a lo lejos. Y, aunque él nunca tuvo ningún reparo para cumplir con su trabajo, piensa que hay maneras y maneras.

77. Sin escrúpulos

La mujer que entró en mi despacho podría dejar sin aliento a un batallón de socorristas. Y eso que iba vestida. Necesitaba un abogado porque había sido acusada de envenenar a su marido, aunque creer en su inocencia, según se explicó, era más difícil que encontrar al padre de un senador demócrata. Hasta un juez novato y ciego acabaría condenándola. Hubiera apostado mi licencia a que ningún colega honesto, si esa raza existiese, la habría defendido.

Yo manipulo pruebas, testigos y jueces tan bien como sé eludir mis impuestos, y este caso me interesaba. Con la herencia del muerto incluso Canadá liquidaría su deuda externa; y la viuda iba a estar más disponible que una geisha. Era como ganar el jackpot especial.

Conseguí su exculpación por parte del jurado. También que me confiase sus negocios. Y la recompensa entre sábanas por mis desvelos, pero acabé tan aburrido como si asistiese una y otra vez al mismo encuentro entre los Mets y los Yankees. Tampoco podía fiarme. Joder, era una asesina. Me deshice de ella para evitar cualquier problema. Solo necesité una incineradora. Además, qué importaba. Mujeres no me faltarían. Ahora era yo quien podía saldar la deuda de Canadá.

76. Tetas

Como una anguila, me escurrí entre las  piernas de mi madre al nacer. Mi extrema delgadez no le hizo ni cosquillas en el parto. Broté esmirriado, famélico, enclenque; vamos, una birria.

Los pechos de mi madre fueron mi baluarte, dos cántaros de leche inmensos que, frente a todo pronóstico, me sacaron adelante.

Nunca sabré si fueron las mamas opulentas de mi madre, las de aquella mujer que Fellini nos mostró en Amarcord, o las de la Jurado, las que como una ola de espuma blanca y rumor de caracolas, me llevaron desde párvulo a desear siempre a mi lado a una mujer de senos grandes, descomunales; un escarpado y voluptuoso  paisaje donde retozar mi menudo cuerpo.

Me casé con tres mujeres: Elisa,  Felisa y Basilisa y no, no puedo decir que no fuera feliz. He amado, he reído y llorado, pero sólo ahora lo hago a mi manera.  No me asusta el final a pesar de sentirlo cada vez más cerca, creo que al fin he encontrado el sendero; quizá sea por  Bárbara,  la nueva recepcionista del asilo, quien me aporta suficientes razones para seguir de pie, o al menos dos.

 

75. OMNES UNA MANET NOX (Ignacio J. Borraz)

El abuelo Claudio era un hombre singular. Por sus pómulos discurrían hondas y serpenteantes las cicatrices y arrugas de dos guerras, mezcladas entre sí, definiendo la topografía vital que rodeaba unos ojos de almendra, profundos y serenos.

Los últimos años lo habíamos visto, poco a poco, marchitarse: dejar de dar sus grandes paseos y volverse más callado, como si sus palabras certeras se apagaran al mismo tiempo que su mirada. Puede que pensara que ya lo sabíamos todo, puede que ya no tuviese la necesidad de explicarse. Todavía, algunas tardes de tedio y frío en que iba a visitarle, le pedía que me volviese a contar alguna de sus aventuras.

Cuando aquella tarde me pidió que le lleváramos a la casa de la playa, empecé a llorarle en el silencio de su ruego. Llamé a toda la familia y nos reunimos allí, al calor de la chimenea de la pequeña construcción blanca. Después de cenar, desempolvamos sus gastados utensilios de pesca y su chubasquero recio. Nos dio un último beso y se subió a su barca para ir al encuentro de la muerte entre el salitre y las olas. Como siempre había querido, a su manera.

74. ÁMBAR Y AÑIL

Ella pertenece al mar. La parieron en un barco a la deriva y tiene en la piel el tacto líquido y tibio de las aguas. Es adicta  al canto de los delfines. Al rumor de los vientos. A trenzar algas con corales.

A él lo alumbraron en la inmensidad ardiente del desierto hace más de dos décadas. Tiene en su piel el color de la arena y cabalga sobre dunas de oro a la caza de oasis verdemar.

El destino -alquimista avezado y caprichoso- los cruzó el día que ella, escupida por la furia de la tormenta, arribó en el mismo puerto al que lo lanzaron a él los vientos que bebieron su erial.

Ella, fascinada por el ámbar de sus ojos,  renegó de las aguas.

Él, inmerso en los mares de los de ella, no volvió la vista atrás.

Viven de una manera nueva. Aunque a veces, cuando él no la ve, ella acude al reclamo de las olas que visten su nostalgia con algas y corales traídos de alta mar. Mientras, él se empapa de sol, hechizado por los caminos áureos que dibuja el pajizo horizonte al amanecer.

 

73. ARS AMATORIA (Reve Llyn)

Paseé  por el banquete de la vida deleitándome en cada plato. Escupiendo a la cara de aquellos que trataron de imponerme las pesadas piedras de su rutina. Aún así, no hubo en mí alimento que no fuera veneno, y el antídoto -una vez tras otra- solo lo encontraba enredándome en nuevos cuerpos. Pinté con cal viva en mi pecho el nombre de cada una de ellas. De las heridas me brotaron raíces. Aprendí a atrapar esa efímera flor de luz que brota cada noche para marchitarse en un instante. Confié a la memoria el olvido de las cosas. No hubo principio ni final, sólo la muerte como puntos suspensivos.

Bebí con sed, comí con hambre, amé con fiebre.

Estuve vivo.

 

 

72. Comme d’habitude (La Marca Amarilla)

Lucia siempre quiso ser psiquiatra, por eso trabajaba de camarera en aquel antro. Y no le importaba que la clientela fuese masculina, para tratar a una mujer ya tenía suficiente con su madre, creía ella. Pero a pesar de conocer a tanto macho de barra, nunca estuvo demasiado tiempo con ningún hombre; le gustaba manejar la vida a su manera.
Ahora su corazón lo empieza a ocupar Sinatra, que es como llaman al sensible crooner que ameniza las mediasnoches del garito con clásicos franceses y americanos.

Él desearía que le llamaran Claude, como el compositor francés del tema original en que se inspiró el famoso “My way”, porque así se consideraba él: un desconocido convencido, un segundón sin más ambición que cantar y cantar, a cambio de un plato de comida.
Ahora, después de muchos años sin pareja, le gusta Lucía, y aunque sabe que no tiene opciones, como de costumbre, no descarta enamorarse “si a ella no le parece mal”.

Esta noche, en cuanto Lucia le acerque el güiski, a media actuación, le dedicará su mejor canción.

71. Te quiero

Supongo que Julio ya se ha reunido contigo, allá donde estés. Te habrá contado que estamos bien; mamá algo más vieja, pero viaja mucho y se mantiene activa. Te echa mucho de menos, a pesar de lo gruñón que eras. Jamás le dijiste eso que nos cuesta tanto pronunciar.

 

Tengo un nieto precioso, se llama Hugo. Julio sí lo conoció, pregúntale cómo es, seguro que te cuenta maravillas. Me acuerdo mucho de ti cuando le miro a los ojos y me sonríe. No me llama “abuelo”, me llama “guapo”. Ya ves, a mí… Si te hubiera conocido, me habrías birlado ese privilegio.

 

Se acerca la navidad, aunque ahora estamos ¡a veintitantos grados! Hay gente bañándose en la playa, te lo juro, como si esto fuera Canarias. Yo creo que sentimos vuestro calor, el tuyo, el de Julio, el de Luis y el de Fernando, los cuatro canarios juntos mirando hacia nuestra esquina sureste. Canarios con alma de gallegos, hombres de pocas palabras que dejasteis una huella imborrable en nuestra alma.

 

Miro el mar y me acuerdo de ti. El murmullo de sus olas expresa lo que, cada día, debimos habernos dicho. A tu manera. A mi manera.

 

A mi padre.

70. Ayman (Javier Ximens)

Mi nombre significa afortunado, y lo fui. Tengo en la jaima un diario de viaje en francés donde mi madre hacía descripciones, escribía sentimientos, poesías y pequeños relatos, como este; también pintaba paisajes, personas y a mi padre (ojos color oasis, dientes sonrientes, barba rizada). A mí me dibujó muchas veces, en las últimas páginas, un bebé que parece un vellón con cara de dátil. Únicamente dispongo de una imagen de mi madre, un autorretrato en un manantial que refleja su rostro de agua y una palmera. Solo puedo soñarlos así, a lápices de colores, murieron cuando yo apenas contaba unos meses. Y sé cómo fallecieron porque ella lo dejó escrito. Se perdieron en el desierto del Teneré y se les terminó la gasolina. Al agotarse el agua mi padre se hizo un pequeño corte y nos dio de beber su propia sangre. Fue el primero en morir. Luego, mi madre hizo lo mismo. En su última noche, cuando vio el final próximo, describió el silencio de arena, el refulgir del firmamento, el horizonte nimbado y me pidió perdón. Sin embargo, el diario termina con una frase en árabe, por eso sé que murió sabiendo que yo viviría.

69. LOS PALPOS DE NARCISO

Narciso nació con los pies por delante, sí señor. Hacerlo de cabeza o de nalgas no puede resultar nunca un buen comienzo, y él tuvo que hacerlo… a su manera.

Hasta los siete años no comió ni bebió otra cosa que no fuera de la teta derecha de su madre, mucho más turgente que la izquierda, como es natural. Lo hizo también a su manera, pero aquello provocó a la pobre una torsión galopante y, cierto día, perdió para siempre el equilibrio al asomarse a la ventana.

Narciso exigió… siempre a su manera, los cuidados que le eran propios, pero el padre nunca pudo satisfacerlo con plenitud a pesar de intentarlo de todas las formas imaginables. Acudieron en su ayuda la segunda esposa, la yaya, las vecinas, la asistenta… y cuando Narciso no tuvo más teta que succionar, a la sazón bien cumplidos los sesenta, se fue consumiendo… a su manera, por supuesto.

Se lo llevaron al camposanto con los pies por delante, sí señor, y en el sepelio, todos hablaban de cómo supo hacer siempre las cosas a su manera, pero también… de sus cuarenta y siete dientes y aquellos enormes palpos que siempre tuvo junto a la boca.

68. Tacos (Mel)

Mamá no nos dejaba decir palabrotas. Nunca, aunque se explotase el boli encima de los deberes y se te escapara un «mierda». Si ella lo oía, te mandaba a limpiar el water. Me pasó varias veces y mi hermano también ejerció bastante de monaguillo. Hacia el final de la  adolescencia, época de rebeldía incluida la lingüística, ya dominábamos varias técnicas de evasión, como el «Charlie-Alfa-Charlie-Alfa» que retransmitíamos con los walkie talkies cada vez que había verduras para comer, o cuando afirmábamos estar «hasta los cojinetes» del instituto y que lo queríamos dejar.

Tanta censura idiomática e ingeniosos malabares con las palabras nos llevó al éxito. Somos esa mezcla entre tradicionales e innovadores que tanto gusta, ya saben, comida sencilla con nombres impactantes, pero a nuestro estilo familiar, claro. Los huevos rellenos cuya yema cocida pasamos por el pasapuré y que otros llamarían «fligrama al polen», para nosotros son «huevos con pelos», y las bolitas de morcilla en tempura arrasan como «zurullos de oro». No estamos seguros de qué diría mamá, pero  en lo que no tuvimos ninguna duda fue en qué nombre poner al restaurante.

67. La herencia

El cordón policial mantiene a los manifestantes a suficiente distancia para que la música que interpreta la banda municipal solape los gritos de protesta. En el lado opuesto de la gran plaza, bajo la fachada modernista del ayuntamiento y subido a una tarima, el alcalde se despide del cargo escoltado por dos maceros y el equipo de gobierno en pleno.

Periodistas, fotógrafos y operadores de cámara están pendientes de recoger cualquier gesto del veterano político, que permanece solemne y hermético. Hasta que comienza a sonar la última pieza musical y una tímida sonrisa va ensanchándose para desembocar en una carcajada. A nadie le cabe duda de que lanza un mensaje a los que lo jubilan de la política local en una lejana embajada. Todo ha sido a su mantera. Y el final aún no está escrito.

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