Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

100. Sonsoles y Arístides

Sonsoles sigue soñando con aquellos pasodobles en la plaza del pueblo cada noche de fiesta pero, desde hace ya tiempo, se conforma con imprimir un movimiento rítmico a su mecedora. Situada junto a la ventada, solo el ronroneo de Arístides sobre sus rodillas es capaz de sacarle una sonrisa. Cada noche de luna llena, el minino parece embrujado, se revuelve dentro del pequeño piso y araña los cristales hasta que Sonsoles le deja salir de jarana.

Arístides tardará en volver. Días, semanas… Sonsoles le sueña disfrutando sus siete vidas mientras ella despide, meciéndose cada vez más despacio, lo poco que queda de la suya. De vuelta al hogar, esta vez Arístides se queda en el alféizar de la ventana. Cauto, mira al interior. La nueva inquilina, inmóvil, agudiza el oído. No encuentra el origen de ese crujido acompasado de la madera y se pregunta qué quiere ese gato famélico maullando a la luna.

99. LISA (MARÍA ORDÓÑEZ)

Una noche de encendida luna llena, a través de  una ventana, Lisa observa a su hermana cargando a su criatura mientras manotea con gran enojo. Joel, su cuñado, con la cabeza gacha y el gesto contrito, murmura algo. Conmovida, Lisa desea entrar a rescatarlo, pasar sus dedos por su frente y sus cabellos, acercarle su rostro al cuello,  besarlo hasta hacerlo sonreír y amarlo… Asustada sacude la cabeza tratando de desterrar tan terribles pensamientos y apresura el paso para no delatar su presencia.

Las mañanas de ciudad pequeña, casas blancas y tejados rojos, son frías y brumosas. La gente se levanta tempranito a barrer, instalar puestos de comida, ir a misa o al mercado. En el aire reposado y transparente, persiste el aroma de azucena y alelí. Todos lo disfrutan mientras murmuran los pecados de amor de Lisa. Joel la dejó a ella también… sin culpas.

El cuerpo de Lisa yace hoy sin vida. La rodean afligidos sus hijos, entre sí hermanos, hermanos primos y medios hermanos. Ella los amó con locura, así como creyó y amó a los hombres de su vida. Su última pareja solloza consternada.  La ciudad anochece sin luna, observando la escena con turbado pesar.

 

 

98. Hematófago, por Javier Ximens

Siempre me han gustado los murciélagos. En la troje de la casa de mis abuelos en el pueblo habitaban media docena. Creo que por su culpa y mi depravación me aficioné al tabaco. En la hora de la siesta echábamos nuestros pitillos y charlaba con ellos. Al principio no me contestaban, pero en contra de su fama son bastante agradables. Adquirí sus costumbres, me gustaba subirme a un árbol y observar el mundo colgado del revés. Este hábito no lo he perdido, algunas noches desengancho la bicicleta del techo de la terraza y me cuelgo bocabajo. Veo el cielo a mis pies y la calle sobre mi cabeza. Las luces de las farolas parecen estrellas, y estas charquitos.

Cuando hay luna llena echo en falta la capacidad de volar para acompañarlos en sus cacerías, por eso no tengo más remedio que caminar hasta el parque y buscar la víctima.

97. El padre tranquilo (relato fuera de concurso)

Una noche de luna llena comenzó tu metamorfosis. Noté como se desprendía la M de tu nombre y grité: “Mierda”. Se me vino el mundo encima. Comprobé que aún podíamos disfrutar de cinco letras más. Surgió de nuevo en mí la esperanza. Me armé de valor, paciencia y resignación para asumir el declive y afrontar el desvanecimiento de tu onomástica. Ver como te debilitabas día a día fue de una tristeza excesiva. Tú, siempre tan impetuoso, guerrero y con la fortaleza de un roble. Ojalá, tu madre te hubiera bautizado con un nombre compuesto y larguísimo, pero se empeñó en homenajear al santo que te tocó un 17 de junio.

Cada mes se llevaba una letra. Octubre se quedó con la E y cuando ya apenas se leía la L, tenía la impresión de estar con un niño que aún no tenía recuerdos instalados en la memoria. La única forma de que me reconocieras era encendiendo el DVD. Entonces te brillaban los ojos y me decías: “Hija, pero si ese es John Wayne, con la pelirroja, y el puente de Innisfree, que bonito.”

Y yo, hecha un mar de lágrimas abrazaba a aquel hombre tranquilo.

96. Victoria, victoria (David Moreno)

La Luna llena de agosto sorprendió a todos no sólo por el espectacular tamaño que dibujaba en el cielo: el enamorado creyó que eran sus sentidos los que andaban locos, el astrónomo aprovechó para descubrir con su telescopio rincones nunca vistos del satélite, el creyente agradeció a Dios semejante belleza, el filósofo reflexionó sobre si era posible la realidad que se presentaba ante sus ojos y el escritor levantó la vista del teclado incapaz de seguir escribiendo.
Sorprendió a todos además porque su grandeza venía acompañada de susurros agónicos a la par que esperanzadores mecidos en el viento de la noche:
“Bosa, bosa. Bosa, bosa”.
Susurros de origen desconocido que les conmovió apenas un instante para seguir después cada uno a lo suyo: el enamorado contempló a su amada, el astrónomo enfocó el telescopio, el creyente regresó a sus oraciones, el filósofo se perdió en sus pensamientos y el escritor dirigió de nuevo la vista a su teclado para seguir escribiendo.
Y mientras los susurros se convirtieron en gritos lanzados desde lo alto de una valla.

95. Bajo la luna llena

Tu blanca luz ilumina el camino de forma intermitente debido a la procesión de nubes que ocultan por instantes tu hermosa redondez. Yo me siento pequeña y acogida en tu seno como lactante indefenso ante la blancura de tu emanación lumínica. No quiero que se acabe. Quiero caminar siempre por este camino con tu compañía. Cíclicamente nutres mi caminar nocturno de ilusiones y refulgentes esperanzas. Me gusta sentirme hija única e imaginar que llenas con tu luz para mí el camino. A mi camino. Me siento única y afortunada porque tu luz, el vínculo que nos une a ti y a mí, lo disfruto cuando generosa me lo ofreces. Tú ahí, suspendida; yo aquí, fusionada. ¿Tan diferentes somos?. ¿Es posible que me veas desde tu atalaya del firmamento?. Sigo por el camino y no me pierdo. Bajo la luna llena nada da miedo porque su luz protege, cobija y reconforta ahuyentando hasta los malos sueños. No volveré a pasear por terrenos vacíos de ti. No caminaré más por las sombras ni tendré miedo a pesadillas de cuando tú no estás porque tu recuerdo acunará mi mente y se paseará sutil ciclicamente por el camino que recorro buscándote en las sombras.

94. MIRADAS (Yolanda Nava)

No dices nada pero no hace falta, basta con tu mirada. Retiras el cubierto de la cena de la mesilla y sales hacia la cocina como cada noche, mientras yo sigo desenredando fantasías junto a su cama. «Palabras para nada», las llamaste una vez que no pudiste más. Tiempo perdido. Porque han pasado ya muchas lunas desde “aquello”; precisamente ella, la luna, es lo único que consigue cambiar un poco la expresión de su cara. Figuraciones mías, dices tú. Más fantasías.

Hoy no le cuento que allá arriba, en el cielo, las estrellas, las nubes y la luna, dibujan caballitos y mariposas para él, ni que esos peces de colores que hay pintados en las paredes pueden saltar hasta su cama y hacerle cosquillas en los pies.

Hoy le cuento que si se agarra muy fuerte a la esperanza, si se decide a trepar por la cordura sujetándose sin miedo a esa rama del manzano que roza su ventana, podrá bajar al jardín y balancearse en el columpio que construiste para él, y que entonces  le mirarás con admiración y orgullo, y no con esa expresión triste y rendida que siempre le diriges.

93. Ascuas

El cielo se llenó de brasas encendidas salpicando la noche de pequeñas estrellas incandescentes que se elevaban briosas hacia la luna llena antes de marchitarse. Hubiera sido un espectáculo precioso, de no ser porque quien alimentaba aquellas pequeñas ascuas era el cuerpo de Molly.
Una confidencia había sido la responsable de que la noche anterior, en el prado, toda la congregación acechara a la muchacha entre las sombras de los frutales mientras observaban expectantes la ceremonia herética ofrecida a la luna. Todos la vieron deshacerse de su ropa y arrodillarse, aunque sólo algunos escucharon sus palabras:

— Ante ti, Señora, presento mi vientre infecundo…

Era la misma frase que había pronunciado Anna meses atrás. El mismo rito que entre susurros, le había referido a Molly confesándole cómo había obtenido su más preciado logro. Ahora, mientras escuchaba los alaridos de la joven en la hoguera, abrazó temerosa su vientre abultado sinceramente arrepentida por haber cedido a las presiones de la figura enjuta del inquisidor. Aceptó estremecida que nunca podría borrar de su memoria la última mirada que le dedicó Molly mientras las llamas lamían su piel descarnada. La imagen acusadora de sus pupilas ardientes la acompañaría el resto de su vida.

92. Hija de la luna (Lorenzo Rubio)

—Mónica siempre ha sido feliz. Jamás preguntó “¿por qué, papá, no soy como las de mi clase?”, pese a que se burlaban de ella. La señalaban por sus vestimentas roídas o por no lucir bisutería barata siquiera. Aun así, nunca llegó llorando a la chabola. Les contestaba que, donde dormía, guardaba la perla más hermosa y refulgente del mundo. Y era verdad. Todas las noches, hasta en periodo de fase nueva, la visitaba una portentosa luna llena, que, asomada a su ventana, velaba, ensimismada, durante los sueños de plata de mi pequeña.

»Un día, cansada de que sus compañeras la llamasen “pobre mentirosa”, les aseguró que les mostraría «el nácar más brillante que existía». Me pidió permiso para colgársela en una improvisada cadena de alambre. Con chanza, le contesté que se lo preguntase a ella. Y lo hizo. Oí cómo su vocecilla rogaba y, anonadado, escuché una melodía hipnotizadora que respondía. Solo tuve tiempo de contemplar un halo muy resplandeciente, en el que penetraba su brazo y, después, su cuerpo hasta desaparecer. Ahora, cada noche, desde la ventana, se puede admirar un maravilloso plenilunio rodeado de un collar de estrellas, señoría.

—Déjese de historietas, ¿dónde guarda el cuerpo? ¡Confiese!

91. La leche en la nevera y los cereales en la despensa

Braulio, trabajador del servicio de limpieza, no  iba a olvidar fácilmente aquella noche. Y no por la increíble luna llena que hacía, sino porque se le enganchó la camisa en el mecanismo elevador del camión de la basura y fue a parar al interior de la tolva, junto a los desperdicios. Gracias al otro trabajador municipal pudo contarlo, pues accionó de inmediato la parada de emergencia y lo sacó de allí como a una lombriz de un montón de compost. Su pareja se tapó la boca con la mano cuando lo vio entrar en casa, descompuesto, como la vez que se cayó del andamio o se accidentó repartiendo pizzas; se llevó las manos a la cabeza cuando descolgó el título de licenciado y lo estrelló contra el suelo, y dejó caer los brazos, abatida, tras la breve pausa en la que su marido tragó mocos, apagó sollozos, y le recordó tristemente, mirando al suelo, que mañana los niños le tocaban a ella, que la leche estaba en la nevera y que los pocos cereales que quedaban los tenía en la despensa.

90. Nana para Amanecer (Mª Asunción Buendía)

Duerme mi luna,

Duerme mi estrella,

Que yo te velaré.

  Eres la niña más bella,

 Eres mi Amanecer.

Tengo 45 años, y me he acostumbrado a cierta soledad. He alquilado una casa perfecta para pasar este verano.  Por el día se observa un delicioso mosaico de amarillos y ocres. En el ocaso las estrellas acuden a saludarme capitaneadas por una luna  que susurra misteriosas leyendas.

Tengo un único vecino, un anciano que ha resultado ser un pozo de sabiduría y serenidad. Al anochecer me obsequia con alguna hortaliza y unas charlas impagables.

Como cada noche espero su visita. Sin embargo el que llega es su hijo. Le he visto ocasionalmente, siempre discutiendo con su padre, y siempre algo bebido. Como hoy. Se abalanza sobre mí  sin mediar palabra, con una mano me agarra fuertemente y la otra… la otra profana sin reparo.

Estoy tendida en el suelo. Sucia, dolorida. Violada. La luna me contempla entre lágrimas de sangre. El amanecer me rescata.

Durante nueve lunas he revivido ese momento. Maldito.

Hoy la luna vuelve a contemplarme, borrando para siempre aquel miserable encuentro. El alba me rescata de nuevo, viene cantando una nana por tu nacimiento.

Duerme mi luna,

duerme mi estrella…

87. LUNA MALDITA

Los gemidos   le despiertan de su sueño resacoso en uno de los bancos del paseo marítimo,  y al abrir los ojos  ella está allí,  sola, llorando bajo la luz de la luna llena, con el cuerpo inclinado casi rozando el mar.

Nada fuera de lo común si no fuera por el detalle de que se trata de una estatua de bronce, la misma que lleva toda la vida anclada  en el espigón del puerto, aguardando  el regreso de los pescadores del pueblo que ya nunca lo harán.

Tambaleándose por los efectos del alcohol,  se acerca movido por la curiosidad.

Desconcertado, observa como de los ojos vacíos de la mujer emanan regueros de lágrimas. Entre las brumas de su mente,  acierta a pensar que quizás en la estatua se halla atrapada una hermosa princesa víctima de un encantamiento.

Por eso, proponiéndose romper el supuesto hechizo la besa en los labios. Entonces se produce la transmutación,  y  se encuentra cayendo al agua abrazado a una hermosa joven de carne y hueso,  que le arrastra hacia las profundidades, donde intenta zafarse sin éxito   de aquellos brazos y piernas de hierro que lo aprisionan.

 

 

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