Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

31. Una batalla pendiente. (Daniel Irazu)

En un soporte, a la vista del jurado, la imagen de los tres activistas a favor de la despenalización de las drogas: el político, el juez y el científico, con las ropas tintadas de sangre.

Entre el público sentado en bancos corridos hay formadores de opinión. Algunos son panfletistas a sueldo de vendedores de productos financieros, de armas, de instalaciones carcelarias y de seguridad privada.

Con los codos apoyados en una mesa baja, el fiscal se tapa la boca mostrando la convexidad de una mano pequeña. Mira al estrado con gesto de preocupación, teme que los magistrados escuchen demasiado.

Junto al sicario, el abogado de los traficantes.

Esposado en la antesala, un joven con marcas de aguja en los brazos espera turno acusado de robo con violencia.

30. CAZA DEL BECARIO

El reclamo para atraer al becario era jugoso: “Trabajo fijo con cuatro pagas extras”. En el coto, los becarios se cegaban ante la propuesta y batallaban por ser los primeros en alcanzar la inmejorable oferta.

Al otro lado de la zanja se guardaba un silencio expectante. Varios fusiles mantenían impoluto su cañón, pacientes, serviciales hasta llegado el momento. La mínima risa, el mínimo comentario sobre la juerga de la noche anterior, pondría sobre aviso a las presas, que desconfiarían y buscarían el refugio de un  árbol o un barrizal.

Especuladores, hijos de grandes fortunas, hacían piña con el objetivo de reducir la sobrepoblación de titulados (“parásitos sin empleo que optan por llorarle a Papá Estado y, ¿adivinad de dónde saca el dinero Papá Estado?”) y, dada la coyuntura, abrir nuevas líneas de mercado. Aprovechaban para afinar  el ingenio: “En la puja te falló la puntería”, “Te salió el tiro por la culata con aquel chino”.

La “Caza del becario” estaba en auge y los responsables del negocio buscaban la innovación constante (I+D+i). Pese a todo, había que afianzar el reciente negocio y equipar a los tiradores con munición más letal. El estoque no terminaba cuajar.

29. Golpe de autoridad (Jesús Mollinedo)

Tras la batalla electoral llegó un bendito caos.  Los mitos nacionales cayeron como castillos de naipes.

El Jabato dejó de combatir contra la globalización romana al venderse por unos sextercios. Todos sabían excepto él que Roma no pagaba traidores.

El reino de Thule cayó en el olvido tras pedir el Capitán Trueno el divorcio a la bella Sigfrid.

El Guerrero del Antifaz dejó de luchar por la cruz y contra el infiel. Al fin decidió quitarse la verdadera careta que llevaba puesta para salir del armario.

El Corsario de Hierro dejó de combatir por Dios y por el Rey y se dedicó al estraperlo.

Roberto Alcázar y Pedrín recondujeron sus vidas. El primero optó por el blanqueo y la evasión de capitales atizando a su red de influencias. El segundo ejerció como joven y apuesto gigoló para la jet set ibérica.

El pobre Carpanta pudo ampliar su nómina de viandas al incorporar el chorizo ibérico a su menú.

En la Rúa 13 del Percebe, donde realmente se cocinaba el poder, siguieron sin enterarse de los cambios que estaban produciéndose.

La pluma del guionista y el rotulador del dibujante dejaron, al fin, la censura. Llegó la democracia.

28. APLAZAMIENTOS (Yolanda Nava)

Si hubiera sabido que aquel día una bala perdida iba a hacer blanco en su cabeza no habría canturreado en la ducha, ni se hubiera apresurado a salir a toda velocidad para llegar puntual a la oficina.

Tal vez habría alargado la despedida y en lugar del monótono y rápido beso de todos los días, la habría estrechado contra su pecho confesándole que aunque la pasión ya hace tiempo que les es ajena, sigue queriéndola, y que no ha encontrado en el mundo nada más atractivo que ese mohín tan gracioso que hace al sonreír torcido.

Pero como no sabía que la guerra entre el yonqui del barrio y su camello ese día se libraba frente a su casa y además era más encarnizada que nunca, con balas de por medio, el futuro muerto salió despreocupado, aplazando su declaración de amor.

Ni siquiera le dijo que no, que no había otra, que ese perfume que olfateaba preocupada en sus chaquetas era de una compañera nueva que tenía la costumbre de colgar la suya justo encima, y que todos los días pensaba confesárselo, pero lo aplazaba alargando el deleite que le producía ser, otra vez, el centro de sus desvelos.

27. En los riscos de Bolibio. (Ricardo González)

No fue una noche agradable.

Al no poder pegar ojo entre once que ocupábamos la tienda de cuatro, con mi saco de dormir, lo intenté en el frontón.

Con mucho sueño, partimos a la batalla. Llegamos a la cara sureste de los riscos para comenzar el enfrentamiento. También estaba tomada la salida de la ermita de San Felices. Acabando la misa, quedaba una hora para mediodía cuando se produjo la gran batalla.

Las señales eran evidentes, morado y sangre delataban el encuentro. Nuestro grupo antes de voltear la plaza de la Paz, decidió asearse en el Tirón, Por las ropas manchadas, teñimos el río largo rato. Dicen que llegó a verse en el Ebro.

A mí me remato la vaquilla esa tarde y no probé el vino hasta una semana después.

 

26. Mensaje en mano

 

Colillas desbordando el cenicero, dos copas de vino derribadas sobre la alfombra del comedor, ropa interior jalonando el camino hasta la cabecera de la cama. El comisario Segura estudia el dormitorio frotándose el mentón. Parecen restos de un naufragio tras una noche de batalla naval. Se acuclilla observando los dos cadáveres bajo la sábana arrugada. No toca nada.

—El juez Barena —le anuncian.

Segura saluda lacónico:

—Marido despechado.

Barena le estrecha la mano. Aparentemente un gesto formal entre amigos cuyas mujeres, María y Elena, se conocen. El juez le retiene la mano, mirándole fíjamente a los ojos, advirtiendo:

—Prefiero la venganza fría — sin despegar la mirada del comisario señala con la barbilla a los amantes—, sin sangre. Lentamente.

El índice de Barea sobre el pecho del comisario marca un silencio violento que el juez rompe al alejarse:

—Me olvidaba… Saludos de Elena…

Segura se queda un instante con la mano bobamente extendida, rígida. Se le ha quedado helada. El flash del fotógrafo forense atrapa un tic nervioso sacudiendo el labio inferior del comisario y su mano escondiéndose en un bolsillo. Ahí, dentro de la gabardina, hecha un puño, late temblorosa como un segundo corazón desbocado.

25. «0001HGB»

 

En motocicleta, Ana descendía el puerto contemplando la  niebla que cubría el valle. Solía decir que las brumas son “ almas del bosque” que bajan a dormir al río y con el primer rayo  se levantan, como hebras de algodón movidas por el aire.

Se sobresaltó al oír el ruido de un coche que circulaba a gran velocidad. Miró por el espejo y, horrorizada, vio como se le venía encima lanzándola al río. Una rama le produjo una fuerte hemorragia en un costado. Al borde del desmayo, recordó la matrícula  que vio por el retrovisor.

Movida por el coraje, sacó fuerzas de flaqueza para subirse al tronco.

En su batalla por vivir había un objetivo: descubrir a su asesino.

Inconsciente la encontró el pescador que llamó al 112.

La operación duró seis horas. En la sala se encontraba su marido, hecho un mar de lágrimas, y el policía a cargo de la investigación, tranquilizándole

–       “Está bien, aunque un poco débil”, les informó el médico. Pueden verla un minuto.

–       “Tiene buen aspecto”, dijo el policía. Ella sonrió con los ojos cerrados

–       “Hola cariño”. Al oír su voz, su respiración se agitó mientras sus ojos se ponían en blanco.

–       “Queda detenido”.

23. VERGÜENZA

A menudo, casi de continuo, escucho la palabra BA-TA-LLA. Llamadme loca si queréis, pero no puedo evitar que dicho vocablo se transforme en mi mente, de inmediato, en un sonoro ¡BAS-TA-YA!

21. Sánchez

Al principio no había nada. Cuando los primeros Sánchez llegaron animosos hasta allí, lo que hallaron no fue sino barro y alimañas, pero con esfuerzo lograron arrancarles a los campos modestos frutos que luego fueron pródigos y sustanciosos. Después manó el agua, nacieron niños, se allanaron los caminos y las plazas. Esa prosperidad bien merecida atrajo a otros de fuera que comieron de la abundancia de los generosos Sánchez, bebieron de sus manantiales, bailaron en sus fiestas y criaron una descendencia acomodada y pedigüeña.

Entonces, los recelosos Sánchez, acudiendo a su pasado, decidieron exterminar a los forasteros y a su descendencia, y los caminos, las plazas y las casas se poblaron de odio, y los campos se encharcaron con una sangre impura ajena a la de los engreídos Sánchez.

La primera cosecha tras la guerra dio frutos jugosos, pero Sánchez VIII previó el final de su viciada estirpe y, con las manos vacías, decidió abandonar su tierra maldita, su casa manchada, su herencia infesta.

Lejos de allí tendría que mostrarse humilde y refrescar un marchito linaje de odio condenado al olvido y ser como al principio, nada.

19. CARTA DESDE EL INFIERNO (Modes Lobato Marcos)

¿Te confieso un secreto?

Me estoy muriendo.

Desde hace un tiempo,  por mis venas galopa y relincha un desbocado asteroide de tristeza.

Simplemente te echo de menos.

Recuerdo  momentos en los que una tempestad de amor calaba nuestras almas. Momentos en los que la ternura, la entrega y el cariño nos convirtieron en firmes candidatos a la pareja más empalagosa del año.

Y ganamos.

Pero, un maldito día, la peste infectó nuestro universo, y una galerna de liquen y reproches agrietó la convivencia.

Y los sentimientos agonizaron bajo toneladas de ofensas.

Y…

Y cuando ya no quedó nada por arrojarnos, hicimos una guerra de lágrimas.

Tras la batalla,  sólo sobrevivieron mi orgullo y tu dolor.

Y te fuiste.

Desde entonces me limito a sobrevivir en esta tumba preñada de recuerdos.

Y cada noche estalla un tendón de Dios, mientras la amargura baila un tango con mi corazón deshilachado.

Te amo. Te amaré.

 

Modes.

 

(A Flavia Casillas)

18. PODER (Salvador Esteve)

Los hombres esperaban fuera de la habitación.  Arrodillado, el sacerdote rezaba.  En el interior, la partera y las mujeres que la ayudaban observaban incrédulas los sufrimientos de la futura madre, era primeriza, tenía el útero contraído, y el llevar  gemelos no ayudaba.  El dolor  de ingle y espalda eran fortísimos.  Los vómitos y temblores se alternaban con espeluznantes movimientos abdominales.  A través de la piel del vientre se veía el relieve de pies, cabezas y puños que cambiaban continuamente de posición.  La comadrona sabía que la mujer no sobreviviría al parto.  Ninguno de los fetos se situaba en posición de nacer.  Tras mucho esfuerzo una cabeza asomaba, exigía nacer.

Momentos después, el rey fue informado; su primogénito, y heredero al trono, había nacido.

En su aposento, la reina seguía batiéndose con la muerte mientras alumbraba a su segundo hijo, cuyo cuerpo, recubierto de sangre  de su madre y propia, reflejaba las marcas de la lucha y su derrota.

17. Palabras sobre la arena (Patricia Richmond)

Me había acostumbrado a vivir en el armario.

Allí no se oían las bombas ni los lamentos de los vecinos. Escondía la cara entre los abrigos viejos y su olor me transportaba a las tardes de juegos en el parque, a los cuentos del abuelo antes de dormir…

Pero mi refugio no pudo evitar que escuchara el espantoso aullido que desgarró nuestra casa. Durante unos segundos el tiempo se congeló, hasta que sentí cómo el armario entero descendía vertiginosamente y me tragaba una nube de polvo y gritos que no comprendía, aturdida entre muebles, libros y recuerdos desparramados entre una montaña de escombros.

Vinieron unos hombres vestidos de soldados y nos hicieron subir a un camión para llevarnos lejos. Nadie nos deseó buen viaje ni agitó pañuelos para despedirnos.

Dijeron que éramos los elegidos, los que teníamos que soplar contra el viento para alcanzar la gloria. Ahora, por las noches, me escondo y espero entre las dunas que cercan el campamento. Cuando comienza la serenata de silbidos de los huesos sin nombre, las sombras sin dueño salen a bailar y me dejan un rato al abuelo, que me enseña a escribir palabras de paz sobre la arena.

 

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