Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

86. NOCHES DE RONDA (Rafa Olivares)

Esa noche, como tantas otras, Ireneo Ripalda había soñado que podría volar. Pero esta vez, al amanecer, cuando la luna llena todavía destacaba sobre un cielo limpio, abrió la ventana y, sin tan siquiera quitarse su pijama de rayas y sus zapatillas de fieltro, se encaramó al alféizar y revoloteó hasta la rama de un castaño. Con el siguiente vuelo alcanzó un parque en el que se alimentó de semillas y de insectos. En el estanque sorbió un poco de agua.

Hacia el mediodía aparecieron los hombres de blanco con el batín de mangas de gigante que pretendían probarle. Estuvieron toda la tarde persiguiéndole por azoteas, cornisas y farolas en las que a reposar se posaba Ireneo Ripalda. Y por ahí siguen.

En otra noche de plenilunio, el Genio Cazasueños emprende una nueva ronda.

85. Con piel de cordero (Anna Lopez / Relatos de Arena)

—En mi vida anterior fui abogado —me confesó una noche que habíamos conseguido una botella de whisky.

—Debías ser de los buenos, ¿eh?

—¿De los buenos? ¿es que hay abogados buenos? — y soltó una carcajada divertido ante su propia broma.

—Bueno…, para reencarnarte en mendigo debiste ser un capullo en tu vida anterior.

—¿Reencarnación? ¡Qué tontería! No, no…, me refería a hace un tiempo. Aunque la verdad es que nunca perdí un caso —dijo mirando al cielo como recordando mejores tiempos.

—¿Y entonces?

—Fue la luna.

—¿La luna?

—Sí, la luna. ¡La puta luna llena!

—No entiendo nada —dije apurando el último trago de whisky.

—Utilicé la luna llena como atenuante en un caso de asesinato.

—¿Y…?

—¡Gané! Increíble ¿verdad? Yo nunca creí en esas tonterías, pero el jurado se lo tragó.

—Pero, ¿cómo acabaste en la calle?

—Resultó que la historia de mi cliente era cierta: era un hombre lobo —. Ahora fui yo el que estalló en carcajadas, aquel tipo era un cabrón muy divertido.

—Es mucho más fácil camuflarse entre mendigos y borrachos, nadie los echa en falta…

La luna empezaba su singladura a través del cielo, la más grande y redonda que yo nunca había visto.

84. Agonía en agosto. (Daniel Irazu).

    En un horizonte incierto la luna llena revestía de plata las olas que la marea acercaba a la orilla.

Al enfermo le dolían los mordiscos en las tripas y, con los ojos cerrados por la fiebre, pintaba imágenes en dos colores. Empapadas, las sábanas en la cama del hospital eran sudarios fríos.

El acantilado perfilado a contra luz dominaba la desembocadura de la ría. Abajo, de las rocas en la costa surgió la figura de una mujer; luego apareció un hombre que la abrazó por la cintura. Bailaron con los pies descalzos sobre la arena mojada.

La danza levantó el velo que cubría el rostro femenino. La Muerte tenía sonrisa pero, al girarse sólo por un instante, aquella belleza atroz y posesiva enseñó su perfil descarnado mientras besaba con huesos y tendones los labios de la víctima humana.

Las botellas de medicina goteaban rápidas los líquidos que fluían vida en las venas dispuestas, calmando el ardor en la piel y las dentelladas de la infección.

Al amanecer, la luna de agosto se difuminó en el brillo del sol naciente, la mujer de negro se hizo sombra, y los ángeles blancos interrumpieron sus rezos y apagaron las velas.

83. EL HOMBRECILLO Y LA DIOSA (EIDER INCHAUSTI)

 

La luna de plata delató aquel cuerpo que descansaba en la orilla. Su saliva y resto de fluidos en el punto más álgido de la noche se habían mezclado con la espuma de mar. Nunca había pensado que se pudiera sentir tantísimo placer, pero allí estaba él, un pequeño hombre de un pueblo perdido contemplando la máxima belleza.

Recordó que antes de perderse entre las olas ella le había susurrado al oído su nombre, ese fue el primer escalofrío y el primer calor entre las piernas. Y ahora yacía en la orilla, no sabía si acercarse y volver a preguntárselo pero pensó que después de una conexión así poco importaban los nombres.

Recorrió su silueta con la mirada, el cabello dorado que se había enroscado en su cuerpo, la boca que le había sorbido el alma, ese cuello que había mordido mientras ella emitía sus primeros gemidos. Siguió el recorrido y al parar en los pechos volvió a saborear el tacto de sus pezones. Se acercó, empujo el cuerpo al mar y le dio las gracias a la inmensidad mientras la luz de la luna iluminaba las escamas de la cola de aquella diosa.

82. MARLENE Y LA LUNA

Allí estaba, delante de mí, el espectro etéreo de Marlene. De repente, percibí su olor, olía a fresas silvestres. Sigo enganchado a Marlene. Sus ojos  ahora son más brillantes que cuando estaba viva. Algunas veces se me aparece en el desayuno, otras en la cena. Sobre todo me gustan los días en los que cenamos sopa, son como un bautismo.

Otras veces me la encuentro en el lecho, yo me anticipo, le dejo su sitio y le ahueco litúrgicamente la almohada. Entonces, evado mi mente hacia paraísos artificiales de colores. Recuerdo nuestras interminables partidas de ajedrez, siempre concluyen en tablas, pero a mí me basta con poder verla,  escucharla, olerla, sentirla cerca de mí.

Muchas noches dormimos juntos bajo la luna llena. Me encanta el efecto que su luz irradia en la tez pálida de Marlene. Cada día la veo más transparente, y eso me preocupa. Parece que  se la estuviera bebiendo poco a poco esa enorme bola de mantequilla. Yo permanezco en estado de vigilia casi continuo, y no me dejo hipnotizar por su calor incandescente, porque intuyo que la muy avariciosa quiere arrebatarme a mi Marlene mientras estoy dormido.

 

81. LUNA ULTIO ORA PRO NOBIS (LUNA DE VENGANZA ORA POR NOSOTROS) Begoña Heredia

La luna se escondió en el campanario al tiempo que repicaban las diez de la noche. Hizo sombra en el cuerpo desnudo de Ángela, proyectando en él la torre de la iglesia. La joven tumbada sobre una cama en el cuarto piso de un edificio en ruinas, entre sus piernas ensangrentadas echaba fuera una vida. El niño nació llorando ávido de conocer mundo y a los pocos minutos el llanto cesó. La luna asomó terciada tras las campanas. Ángela lentamente se incorporó, dirigió sus trémulos pasos al ventanal apretando al neonato contra su pecho. Miró al cielo y oró sin saber hacerlo. La luna se volvió roja y desde de la cúspide del templo un cuerpo cayó con un grito aterrador. Salieron los frailes descuidando su clausura. Entraron al joven monje sin vida al atrio de la iglesia, cerraron sus ojos y vieron sobre su frente una señal pagana: una luna llena y roja marcada a fuego. Ángela lloró la muerte del niño albino y la luna la acompañó.

79. Viaje de vuelta (Sara Lew)

Esa noche nadie reparaba en nosotros, ni siquiera la luna llena, parapetada detrás de los rascacielos más lujosos de la ciudad. El tipo apareció de repente en el callejón oscuro y mugriento donde Cinthia y yo compartíamos la última dosis. Parecía salido de una película de los años cincuenta, con esa cazadora negra de cuero y el tupé engominado que coronaba su cabeza. No le faltaba arrogancia en el porte ni en la mueca sobrada de su cara. Sus ojos castaños me resultaban familiares. Y esas orejas separadas, la intensa arruga del entrecejo, el taconeo nervioso del pie izquierdo, que era el mío… Cinthia se desplomó en el suelo, los ojos abiertos, la mirada perdida. Alucinando, quizás, con sus propios fantasmas.

78. SuperLuna

¿Dónde está ahora mi bebé? La mece el mar. Temo por ella. La Luna brilla como lucecita de noche. Dame luz, Luna, para que llegue al otro lado. Dame fuerzas, Luna, para no llorar. ¿Dónde está ahora mi bebé, Luna? Dime si puedes verle. Es pequeña y de piel oscura y espero que duerma en su cuna de plástico. Cuna que es patera y flota en medio de la nada. El mar es cruel, pero hoy está calmado. Lo llaman situación propicia: de las malas la mejor. Luna, hoy eres tú mi heroína, mi SuperLuna. Lleva sana y salva a mi niña hasta el otro lado y no la dejes regresar. Y si llora, cántale. ¡Cántale, Luna! Que de nanas debes ir sobrada, tú que pasas las noches en vela componiendo poemas. ¿Eres madre, Luna? Amadrina esta noche a mi hija y mira que no le falte una nana que la duerma. Esta noche hay luna llena y mi hija está camino de su nuevo hogar. Así yo lo espero y si así no lo fuera, yo me echaría a llorar. Con mis lágrimas subiría el nivel del mar, alzando al cielo la cuna, y así mi niña pudierate tocar.

76. En paz descansó

Manolo la siguió cada noche durante meses hasta que la descubrió bañándose en el lago. Entonces, sin dudarlo un instante, se lanzó al agua, la apresó, y la encerró en su vieja cesta de picnic. Algunos minutos después, frente al mausoleo familiar, miraba el nombre de su Isabel esculpido en mármol, y retrocedió en el tiempo. Habían pasado ya cincuenta años desde que, sentados sobre la hierba de la montaña más alta de Villanueva del Rosal, él le prometió la luna, y ella le regaló su amor. Desde aquel momento, no había conseguido acallar los gritos de remordimiento por no haber cumplido su palabra. Hasta aquel instante. Sonrió, y se tumbó en el espacio reservado para él, bajo una lápida con su nombre. “Aquí la tienes, mi amor”, dijo, antes de cerrar los ojos por última vez.

Hoy, los científicos de medio planeta siguen buscando una explicación a la desaparición del satélite. Solo los habitantes de Villanueva saben, sin lugar a dudas, que tiene algo que ver con el extraño resplandor que sale del cementerio, y con el bueno de Manolo, cuya alma, que veían vagando por los montes entre lágrimas, había desaparecido para siempre.

75. Sin gravedad

 

 

En una noche de luna redonda, se empelotó y se subió a la copa del árbol más alto del jardín. Cuando lo bajaron     envuelto en nubes, radiante, anunció:

—¡Por fin soy astral!

74. ECOSISTEMA

El cazador caminaba sigiloso hasta que tropezó y cayó en una zanja profunda, porque hay trampas que no se distinguen ni de noche ni de día.
Con el ruido, los roedores y los topos salieron de sus madrigueras y le hurtaron el rifle para ocultarlo entre la maleza.
Por el olfato se guiaron los ciervos, jabalíes y zorros, diestros en empujar ramas y tierra con las que enterrar al intruso, antes de que recobrara el conocimiento.
Las águilas y los milanos observaban la escena,  sobrevolando las copas de los pinos.
Las nubes cubrieron el cielo totalmente. Comenzó a llover y todos los animales se escondieron con los primeros relámpagos.
Un rayo certero partió el viejo roble que cayó sobre el claro del bosque.
Luego cesó la tormenta, volvió el silencio y se despejó el horizonte en esa tranquila noche de plenilunio.

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