Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
0
horas
0
7
minutos
2
6
Segundos
1
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

106. Malditos novios

«Sí quiero», le susurra entre lágrimas y se besan de forma tan apasionada que el cielo se ilumina de fuegos artificiales. Henchidos de amor, se tienden en un mismo abrazo sobre la arena, para dejarse acariciar por la brisa del Mediterráneo. Entonces, Abel comparte con Lucía los nervios de los últimos días, la incertidumbre por su respuesta, la felicidad que le embarga. Lucía le recompensa con otro beso. Le reprende con cariño por haber dudado de ella. Le declara que se siente la mujer más afortunada del mundo y acaba por vencerse sobre el pecho fornido de Abel. ¡Están en el Paraíso!

Poco después, reparan en la luna. Tan grande y reluciente, pareciera que se hubiese engalanado para ellos. Como si interpretara el papel de su madre, Lucía advierte sobre el mal fario que conlleva no reclamarle un deseo a una Catalina tan plena. Divertidos, deciden que cada uno solicitará el suyo, precisamente en la noche de petición de matrimonio, a la de 3, 2, 1. Al instante, los dos empiezan a envejecer ante el asombro de Lucía, mientras Abel, horrorizado, intuye que igual se ha excedido, cuando asisten a la primera lluvia de meteoritos entre grandes temblores de tierra.

105. Fantasía ahumada o cruda realidad (Petra Acero)

Llena y fría cabalgaba sobre algodones para no deformarse.

La habíamos invocado pidiéndole un deseo, mientras nuestras sombras temblaban alrededor de aquella vela.

—¡Esta os servirá! —había dicho la hermosa dama que nos la vendió.

Era una de esas criaturas que huelen a sándalo, vainilla y hierbabuena. Una de esas doncellas que son princesas en los cuentos; vírgenes en las estampas de la abuela; Majas, Venus o Gracias en “Conoce tus museos” y modelos en las revistas de mamá. Por eso no dudamos en comprarle la vela cuando nos advirtió:

—Cuidado con mirar directamente a la luna…

Ahumamos y ahumamos dos culos de vasos, ¡pero no funcionó!

Al final, la vimos alejarse como llegó.

En el telediario, sin humo en los ojos, contemplamos todo el proceso:

—Lo que viene siendo una variación de tres elementos tomados de uno en uno. El típico eclipse de luna, que solo podréis ver tras unos cristales ahumados… —según palabras de la señora Paca. Esa bruja cuentista que regenta la tienda de velas perfumadas.

104. Lunhadas (Mel)

La araña que hilaba rayos de Luna había muerto. Las hadas ya no tenían quien tejiera sus alas de luminiscente filigrana y perlaron el bosque con lágrimas de rocío. Incluso Selene, por vez primera, se oscureció en señal de duelo.

Fue entonces cuando los humanos intuyeron la desgracia y que, en algún confín del reino mágico  aún quedaría un haz intacto, con todo su poder e incalculable valor. Atacaron esa misma noche, y sin la protección lunar, las hadas fueron diezmadas y la luz robada. Los hombres fundieron el tesoro en monedas de plata que cargaron en grandes barcos, pero la Diosa nocturna, ultrajada, volvió a lucir y conjuró a los mares que lo engulleron todo.

Parte de las hadas  quedaron atrapadas en el cielo sin poder ya volar. Son la corte de la Luna que alterna  el luto con la plenitud de su esplendor. Cada día marea los océanos para que otras hadas supervivientes rescaten  añicos de magia. Algunos marineros juran que cuando esto ocurre,  escuchan sus cánticos y que las han visto mitad hada, mitad pez, pero lo cierto es que la batalla entre los dos mundos continúa porque los hombres siguen atrapándolas en sus redes.

103 – TRANSFORMACIÓN ( Puri Otero)

Era noche de luna llena y el hombre lobo salió de caza, pero la única pieza que consiguió abatir lo transformó en un lindo corderito. Desde entonces ya no dispone de garras ni colmillos afilados, ella los transformó en sonrisas. Ahora viven felices viendo la Luna llena desde la ventana de su dormitorio,aunque de vez en cuando se oye en la lejanía un aullar de lobeznos que reclaman su atención.

102. MER-MAID (Mariángeles Abelli Bonardi)

No son CeDés los que están en la lisura que dejó la bajamar.

No es auricular eso que se acerca al oído.

No son precisamente ecos los que el nácar le devuelve, ni lentejuelas lo que las olas, de un lengüetazo azul, parecen traer y llevar de sus pies.

No es tritón el que le dijo “Bajaré la luna para ti”, ni promesa cumplida la que ahora le rompe el corazón.

No es mujer la que, ya sumergida, empieza a convertirse en espuma.

Sólo el plenilunio— su último consuelo— sigue siendo el mismo.

 

101. LOS DESEMBARCOS (Rafa Heredero)

Siempre aparecían de manera imprevista. Eran navíos de brillante madera blanca a los que impulsaba el viento lunar, gobernados por marineros de tez clara y cabellos grises que descargaban sus mercancías para exhibirlas ante las mujeres: collares de perlas con destellos nacarados, pulseras y gargantillas trabajadas en filigrana de plata, anillos, pendientes y brazaletes del color de la nieve, peines de marfil, pesados espejos de mármol, diademas inmaculadas y vestidos de seda tan blancos como trajes de novia.

Partían al alba, cuando los bancos de niebla se juntaban para ocultar el amanecer. La bruma los engullía como si se tratase de visiones fantasmales. A las mujeres, ataviadas con sus nuevos adornos, se las veía más hermosas que nunca, con esa belleza secreta que los hombres no habían sabido descubrir. Era entonces cuando se enamoraban, rendidos ante ellas, y no les costaba acostumbrarse a su nueva vida.

Aunque, a veces, los que pasado un tiempo no podían ocultar su desilusión y buscaban una segunda oportunidad, aquellos que no querían evitarlo porque lo necesitaban para vivir, algunos poetas, locos e inconscientes, o a los que simplemente el azar o el destino los conducía hasta allí, estaban presentes en el siguiente desembarco.

100. Sonsoles y Arístides

Sonsoles sigue soñando con aquellos pasodobles en la plaza del pueblo cada noche de fiesta pero, desde hace ya tiempo, se conforma con imprimir un movimiento rítmico a su mecedora. Situada junto a la ventada, solo el ronroneo de Arístides sobre sus rodillas es capaz de sacarle una sonrisa. Cada noche de luna llena, el minino parece embrujado, se revuelve dentro del pequeño piso y araña los cristales hasta que Sonsoles le deja salir de jarana.

Arístides tardará en volver. Días, semanas… Sonsoles le sueña disfrutando sus siete vidas mientras ella despide, meciéndose cada vez más despacio, lo poco que queda de la suya. De vuelta al hogar, esta vez Arístides se queda en el alféizar de la ventana. Cauto, mira al interior. La nueva inquilina, inmóvil, agudiza el oído. No encuentra el origen de ese crujido acompasado de la madera y se pregunta qué quiere ese gato famélico maullando a la luna.

99. LISA (MARÍA ORDÓÑEZ)

Una noche de encendida luna llena, a través de  una ventana, Lisa observa a su hermana cargando a su criatura mientras manotea con gran enojo. Joel, su cuñado, con la cabeza gacha y el gesto contrito, murmura algo. Conmovida, Lisa desea entrar a rescatarlo, pasar sus dedos por su frente y sus cabellos, acercarle su rostro al cuello,  besarlo hasta hacerlo sonreír y amarlo… Asustada sacude la cabeza tratando de desterrar tan terribles pensamientos y apresura el paso para no delatar su presencia.

Las mañanas de ciudad pequeña, casas blancas y tejados rojos, son frías y brumosas. La gente se levanta tempranito a barrer, instalar puestos de comida, ir a misa o al mercado. En el aire reposado y transparente, persiste el aroma de azucena y alelí. Todos lo disfrutan mientras murmuran los pecados de amor de Lisa. Joel la dejó a ella también… sin culpas.

El cuerpo de Lisa yace hoy sin vida. La rodean afligidos sus hijos, entre sí hermanos, hermanos primos y medios hermanos. Ella los amó con locura, así como creyó y amó a los hombres de su vida. Su última pareja solloza consternada.  La ciudad anochece sin luna, observando la escena con turbado pesar.

 

 

98. Hematófago, por Javier Ximens

Siempre me han gustado los murciélagos. En la troje de la casa de mis abuelos en el pueblo habitaban media docena. Creo que por su culpa y mi depravación me aficioné al tabaco. En la hora de la siesta echábamos nuestros pitillos y charlaba con ellos. Al principio no me contestaban, pero en contra de su fama son bastante agradables. Adquirí sus costumbres, me gustaba subirme a un árbol y observar el mundo colgado del revés. Este hábito no lo he perdido, algunas noches desengancho la bicicleta del techo de la terraza y me cuelgo bocabajo. Veo el cielo a mis pies y la calle sobre mi cabeza. Las luces de las farolas parecen estrellas, y estas charquitos.

Cuando hay luna llena echo en falta la capacidad de volar para acompañarlos en sus cacerías, por eso no tengo más remedio que caminar hasta el parque y buscar la víctima.

97. El padre tranquilo (relato fuera de concurso)

Una noche de luna llena comenzó tu metamorfosis. Noté como se desprendía la M de tu nombre y grité: “Mierda”. Se me vino el mundo encima. Comprobé que aún podíamos disfrutar de cinco letras más. Surgió de nuevo en mí la esperanza. Me armé de valor, paciencia y resignación para asumir el declive y afrontar el desvanecimiento de tu onomástica. Ver como te debilitabas día a día fue de una tristeza excesiva. Tú, siempre tan impetuoso, guerrero y con la fortaleza de un roble. Ojalá, tu madre te hubiera bautizado con un nombre compuesto y larguísimo, pero se empeñó en homenajear al santo que te tocó un 17 de junio.

Cada mes se llevaba una letra. Octubre se quedó con la E y cuando ya apenas se leía la L, tenía la impresión de estar con un niño que aún no tenía recuerdos instalados en la memoria. La única forma de que me reconocieras era encendiendo el DVD. Entonces te brillaban los ojos y me decías: “Hija, pero si ese es John Wayne, con la pelirroja, y el puente de Innisfree, que bonito.”

Y yo, hecha un mar de lágrimas abrazaba a aquel hombre tranquilo.

96. Victoria, victoria (David Moreno)

La Luna llena de agosto sorprendió a todos no sólo por el espectacular tamaño que dibujaba en el cielo: el enamorado creyó que eran sus sentidos los que andaban locos, el astrónomo aprovechó para descubrir con su telescopio rincones nunca vistos del satélite, el creyente agradeció a Dios semejante belleza, el filósofo reflexionó sobre si era posible la realidad que se presentaba ante sus ojos y el escritor levantó la vista del teclado incapaz de seguir escribiendo.
Sorprendió a todos además porque su grandeza venía acompañada de susurros agónicos a la par que esperanzadores mecidos en el viento de la noche:
“Bosa, bosa. Bosa, bosa”.
Susurros de origen desconocido que les conmovió apenas un instante para seguir después cada uno a lo suyo: el enamorado contempló a su amada, el astrónomo enfocó el telescopio, el creyente regresó a sus oraciones, el filósofo se perdió en sus pensamientos y el escritor dirigió de nuevo la vista a su teclado para seguir escribiendo.
Y mientras los susurros se convirtieron en gritos lanzados desde lo alto de una valla.

95. Bajo la luna llena

Tu blanca luz ilumina el camino de forma intermitente debido a la procesión de nubes que ocultan por instantes tu hermosa redondez. Yo me siento pequeña y acogida en tu seno como lactante indefenso ante la blancura de tu emanación lumínica. No quiero que se acabe. Quiero caminar siempre por este camino con tu compañía. Cíclicamente nutres mi caminar nocturno de ilusiones y refulgentes esperanzas. Me gusta sentirme hija única e imaginar que llenas con tu luz para mí el camino. A mi camino. Me siento única y afortunada porque tu luz, el vínculo que nos une a ti y a mí, lo disfruto cuando generosa me lo ofreces. Tú ahí, suspendida; yo aquí, fusionada. ¿Tan diferentes somos?. ¿Es posible que me veas desde tu atalaya del firmamento?. Sigo por el camino y no me pierdo. Bajo la luna llena nada da miedo porque su luz protege, cobija y reconforta ahuyentando hasta los malos sueños. No volveré a pasear por terrenos vacíos de ti. No caminaré más por las sombras ni tendré miedo a pesadillas de cuando tú no estás porque tu recuerdo acunará mi mente y se paseará sutil ciclicamente por el camino que recorro buscándote en las sombras.

Nuestras publicaciones